And when my time comes to die, I’ll be able to die happy, for I will have done and seen and heard and experienced all the joy, pain, thrills —every emotion that any human ever had— and I’ll be especially happy if I am spared a stupid, common death in bed.
(Carta de Richard Halliburton a su padre)
Cruzó los Alpes sobre una elefanta, al estilo de Aníbal; recorrió el mundo en un avión biplaza al que llamó The Flying Carpet, sobrevolando el Atlas, el Sáhara, el Everest, visitando a príncipes, rajás, monjes agustinos, y murió arrollado por un tifón tratando de cruzar el Pacífico en un junco chino, el Sea Dragon, cuyo enorme velamen ya le habían dicho que no era la mejor compañía en mar abierto. Richard Halliburton, que quizás murió de un modo estúpido pero desde luego se las arregló para que no fuera en la cama, hizo muchas cosas por las que podría ser recordado como uno de aquellos locos de principios del siglo XX, mitad aventurero mitad carne de Jackass. Pero la hazaña que resucita su nombre de vez en cuando y trae a la memoria las demás y con ellas sus libros es una travesía de ochenta kilómetros que realizó entre el 14 y el 23 de agosto de 1928: el paso a nado, esclusa tras esclusa, del canal de Panamá. Le costó treinta y seis centavos de dólar, cantidad correspondiente a los sesenta y tres kilos de peso de su embarcación, que no era otra que su propio cuerpo. Y pasó a la historia. Tal es el magnetismo de una de las mayores obras de ingeniería jamás acometida.
Panamá es un pasadizo, una puerta trasera, un truco del ser humano para saltarse las normas. Mercancías de todo tipo se despiden del Atlántico y reaparecen en el Pacífico en cargueros de dimensiones imposibles que evitan desde hace más de un siglo los peligros del cabo de Hornos o el camino tortuoso que encontró Magallanes. Fortunas de todo el mundo se cuelan por las oficinas de los bancos hasta los despachos de Panamá, adquiriendo empresas offshore a través del país caribeño, y así ocultan su origen para emerger sin riesgos en otro paraíso fiscal y de allí, en la cuenta de un banco en Suiza. Abracadabra.
Panamá, transbordador de mercancías y dinero. El juego de esclusas que, a base de inyectar o drenar agua de los lagos artificiales Miraflores y Gatún, eleva y hace descender las embarcaciones para que sorteen el desnivel y puedan completar su viaje a través del canal, es más aparatoso, pero no más complejo, que el circuito creado por intermediarios de todo el mundo para que el dinero, el de algunos, esquive los impuestos que debería pagar, oculte su origen delictivo o simplemente se esconda de sus legítimos propietarios. Un país tan pequeño, con una población de tres millones y medio de habitantes, no mucho mayor que la de la ciudad de Madrid, y tanto trasiego. El que se ve, el que se intuye debajo de la alfombra a la que le van creciendo bultos con forma de rascacielos y casinos, y el que no se ve. Hasta ahora. Igual que desde el Cerro Ancón, gracias a sus ciento noventa y nueve metros de altura sobre el nivel del mar, se tiene una vista privilegiada para observar en acción la esclusa de Miraflores, una mirilla se abrió a comienzos de 2015 que mostró el doble fondo de los movimientos de capital mundial que utilizan Panamá.
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Los papeles de Panamá. Frederik Obermaier y Bastian Obermayer. Península, 2016
Quién pudiera ver los ojos que se le pusieron a Bastian Obermayer, periodista de investigación del Süddeutsche Zeitung, cuando recibió aquel correo electrónico. Quién pudiera mirar la expresión de Vasco Núñez de Balboa, a las diez de la mañana del 25 de septiembre de 1513, cuando, harto de despeñar indígenas en tierras de la futura Panamá, se encaramó a una loma de la cordillera del río Chucunaque y cayó de rodillas impresionado al contemplar por primera vez el océano Pacífico.
Ni Obermayer ni Núñez de Balboa, con cinco siglos de distancia, podían imaginar la magnitud de lo que se abría ante sus ojos. El extremeño llamó a lo que veía mar del Sur, porque la franja de tierra firme que pisaba le hizo creer que esa era la única orientación del agua que se extendía frente a él. El periodista alemán no podía intuir tampoco que de aquel primer mensaje se derivaría la mayor filtración de datos de la historia del periodismo, casi 2,6 terabytes de información que el Süddeutsche Zeitung decidió compartir con el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés), dando lugar a un trabajo colaborativo en el que han participado casi cuatrocientos periodistas de setenta y seis países y ciento nueve medios de comunicación, incluidos El Confidencial y La Sexta en España.
El 3 de abril de 2016 se retiraba la cortina. Ni dos meses antes, la Financial Action Task Force (FATF) había aprobado sacar a Panamá de la lista gris de países acusados de no combatir adecuadamente el blanqueo de dinero y la financiación del terrorismo. Epic fail. No hay que ser Anacleto para intuir lo que ocurre en el país centroamericano. En Panamá se tarda menos en constituir una empresa de lo que tardaría en cruzar una carretera de dos carriles un perezoso de tres dedos, una de las especies características de la región obligadas al exilio por los trabajos de ampliación del Canal. El mercado de firmas offshore es un reclamo, una especialización del país, que admite entre otras cosas la creación de compañías con acciones al portador, es decir, el propietario es quien tiene las acciones físicamente en su poder, no aparece en los registros oficiales, lo que resulta el modo más eficaz de ocultar su identidad.
«Las sociedades offshore panameñas adoptan por lo general la forma jurídica de sociedades anónimas, lo cual ayuda a proteger la identidad de los titulares que, mediante el uso de poderes no registrados y directores nominales, pueden reforzar los niveles de confidencialidad del cliente», explica uno de los despachos en su publicidad en internet. «Siempre que no realicen o desarrollen actividades locales en Panamá, el Principio de Territorialidad del Código Fiscal panameño les exoneraría las rentas o las ganancias obtenidas fuera del territorio del país», añade. «Usted puede transferir a una sociedad offshore la titularidad de toda clase de bienes, incluyendo cuentas bancarias, localizados en cualquier parte del mundo», termina. ¿Sociedades sin dueño registrado, que no pagan impuestos, se crean en cuarenta y ocho horas y que admiten la titularidad de cualquier bien, incluida una cuenta, por ejemplo, en el paraíso bancario suizo? Se podrán hacer cosas muy legales con esto, pero el incentivo para quien busque todo lo contrario es poderoso.
Los llamados papeles de Panamá probaron que el país huele y sabe a paraíso aunque lleve tiempo fuera de las listas negras (por otro lado, por increíble que parezca, ya no queda ni un país considerado opaco en la lista creada por la OCDE en el año 2000). Y demostraron algo más. No hay melindres en el mundo del dinero. A través del roto que abrió la investigación fue posible observar la variopinta serie de personajes que se unen a la fiesta creada desde un solo despacho del país caribeño. Una parte mínima del mundo paralelo solo para muy ricos, pero una orgía donde ya se ha podido ver, tocando el violonchelo, a Serguéi Roldugin, íntimo de Vladimir Putin y probable testaferro de su fortuna (a ver de dónde le viene tanto cero como tiene en Suiza a nombre de tres sociedades creadas desde Panamá), mientras a su lado, unas carpetas de despacho más allá, baila incombustible durante cuarenta años Pilar de Borbón, hermana del rey Juan Carlos I, quien mantuvo la sociedad offshore Delantera Financiera durante el tiempo transcurrido desde que su hermano tomase la jefatura interina del Estado español en 1974 hasta que fue nombrado rey Felipe VI.
Por allí contemporizan superricos de la India y África, de Australia, Rusia y China, que se cruzan en sus paseos por la pista de baile con otros cincuenta multimillonarios de la lista Forbes. Los papeles reflejan que allí se bailó un tango con su mujer Sigmundur David Gunnlaugsson, hoy ex primer ministro de Islandia, entregándole en el lance no una rosa, sino sus acciones en la sociedad Wintris, radicada en las Islas Vírgenes Británicas y beneficiaria de las decisiones tomadas por el propio Gunnlaugsson respecto a los bancos quebrados islandeses, en detrimento de las arcas públicas del país. En la fiesta de Mossack Fonseca han tocado la caja B de Siemens cuatro exdirectivos de la compañía, ayudados por el despacho a crear sociedades y cuentas por las que fue circulando el dinero hasta que lograron despistar una parte de lo que se dijo que se devolvía a la matriz cuando se descubrió el escándalo de sobornos a cambio de concesiones en América Latina. Y tocan con sordina nombres que aparecen en las listas de sancionados de EE. UU., la UE o Reino Unido.
Personajes oscuros como la familia de Rami Majluf, propietario de la telefónica Syriatel, accionista de bancos, cadenas de duty free y una compañía aérea, compañero de infancia del dictador sirio Bashar al-Ásad y en teoría uno de los grandes financiadores del régimen. El despacho panameño trabaja desde hace décadas con él y sus hermanos ocultando su personalidad tras empresas creadas en las Islas Vírgenes Británicas. El dinero, de nuevo, permanece en una cuenta en Suiza, en este caso del HSBC, con conocimiento del banco, según señalan los documentos de Mossack. Al toque heavy se suman traficantes de armas, como el sudafricano Arnold Bredenkamp; de esteroides, como el esloveno Savo Stjepanovic, que comparten mesa con empresarios y banqueros cercanos a regímenes autócratas como Jean-Claude N’Da Ametchi o Muller Conrad Rautenbach. Las fotos de la bacanal dejan retratado al escurridizo espía alemán Claus Möller, que llega a relacionarse, con ese u otro de sus nombres, con una docena de empresas offshore creadas por Mossack. Y en las pantallas, los Jinkins, los argentinos que con una mano, la de su empresa Cross Trading, compraban a precios de saldo los derechos televisivos de las competiciones UEFA y con otra los vendían a canales como el ecuatoriano Teleamazonas por tres y hasta cinco veces lo que habían pagado por ellos.
No hay buena fiesta sin exaltación de la amistad. Abrazados aparecen en los papeles Kojo Annan, hijo del exsecretario general de la ONU Kofi Annan, con empresas pantalla en Islas Vírgenes Británicas y Samoa, copropietario de una de ellas junto al hijo de un exsenador nigeriano. Ayad Allawi, vice primer ministro iraquí hasta 2015, también cuenta con sociedades en Islas Vírgenes Británicas y Panamá ya disueltas, pero en las que curiosamente participó con los hijos de un ex primer ministro de Líbano. Deng Jiagui, cuñado del presidente de China Xi Jinping; la hija del expresidente chino Li Peng, el presidente de Emiratos Árabes Unidos, el antiguo primer ministro de Jordania, el vice primer ministro palestino o el primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif, que habría usado empresas radicadas en las Islas Vírgenes Británicas propiedad de su hija para comprar inmuebles de lujo en Londres, no se han perdido el convite.
Cada uno en su reservado, disfrutan del menú degustación de Mossack, indiferentes a la presencia entre los participantes de una larga lista de bailongos españoles, desbrozada por El Confidencial y La Sexta. Baila Anson con su mullido pelo, baila Manuel Fernández Sousa mientras quiebra Pescanova, la empresa de la que fue presidente; baila Pineda tras cada golpe de Ausbanc. Se contorsiona Carlos Ortega, enfundado en sus Pepe Jeans, cerca de Alberto Cortina y Alberto Alcocer, a los que pueden imaginar como quieran, pero hay quien solo es capaz de recordarlos con gabardina y las caras de Josema y Millán. Junto a ellos, su asesor bailando al sol, Arturo Fasana, el contable suizo de la Gürtel. Demetrio Carceller, accionista de Damm, se paga un par de rondas con sus sociedades offshore, mientras en la pista le hierve la sangre al doctor Eufemiano Fuentes. Iván Zamorano, Carles Vilarrubí y Lionel Messi dan sus propios toques al paso de Àlex Crivillé, y, si creían que faltaba alguno de los habituales, por allí aparecen Miguel Blesa y Rodrigo Rato y también Corinna zu Sayn-Wittgenstein. Como si no hubiera otra puerta a la que llamar en el mundo offshore, en los papeles figuran sociedades de Bertín Osborne, Imanol Arias o Pedro Almodóvar. Mar García Vaquero (antes de convertirse en esposa de Felipe González) y Micaela Domecq (esposa de Miguel Arias Cañete) también dejan rastro de sus negocios apoyando un pie en los servicios que ofrece Panamá. Mario Vargas Llosa, Marina Ruiz Picasso, Borja Thyssen… la mayoría pasaba por allí, no sabía, ya se deshizo de aquello o fue víctima de un asesor que iba a su bola, dicen, pero el premio del público a la mejor interpretación se lo lleva José Manuel Soria, ministro de Industria que dimitió después de haber bailado frente al atónito público español la más enrevesada danza de los siete velos. Velo que le quitaban, giro que daba Soria. ¡Qué arte!
Si empiezan a estar abrumados con tanto nombre, piensen que «Mossack Fonseca no es más que uno de los grandes proveedores de empresas offshore; nos falta mucho más para tener una visión completa del fenómeno», comentan Obermaier y Obermayer en su libro. Hay millones de sociedades con sede en paraísos fiscales, que no son algo exclusivo de países a los que se pueda considerar menos desarrollados desde el punto de vista económico y social. La puerta de entrada suele estar en cada gran ciudad, en las arterias financieras. Los papeles de Panamá señalan a más de quinientos bancos de todo el mundo que ayudaron a crear unas quince mil sociedades en paraísos fiscales a través de Mossack Fonseca. Delaware tiene doscientas ochenta y cinco mil sociedades que comparten domicilio en la misma oficina en una de sus calles.
Un despacho de Marbella, apoyado en tres notarías, creó una red de más de mil sociedades con sede en Gibraltar, Isla de Man, Panamá e Islas Vírgenes Británicas para blanquear dinero procedente del narcotráfico, el tráfico de armas o la prostitución mediante inversiones inmobiliarias en la Costa del Sol, tal y como se descubrió en 2005 en la Operación Ballena Blanca. Alrededor de ochocientas sociedades en paraísos fiscales fueron utilizadas para ocultar la caja B de Enron, uno de los mayores escándalos financieros de las últimas décadas. Parmalat, otro de esos grandes pufos, utilizaba sociedades radicadas en Delaware y las Islas Caimán, mientras que Worldcom siguió una operativa similar desde Delaware y Bermudas. Tras la creación de sociedades para Enron y Parmalat estuvo Citigroup, igual que Société Générale apareció implicada en el caso Vivendi, otro sonado escándalo financiero. La primera llamada pagada en Google que aparece cuando se teclea offshore y Panamá es la de un despacho de Dubái que quiere aprovechar que el foco se ha puesto sobre el país americano para captar capitales que huyan de allí en busca de nuevo refugio. La fiesta sigue.
No se dejen llevar por las apariencias. Este mundo subterráneo no es todo lo que se puede decir de Panamá. La nación centroamericana es un país con los problemas de muchos otros, con sus indígenas pobres cuyos pueblos son inundados por las aguas y desplazados las dos veces que el canal lo ha requerido, con sus especies milenarias en peligro de extinción, con la población concentrada en los núcleos urbanos y una seria preocupación sobre cómo se van a pagar las pensiones a partir de 2019, cuando se espera que se agote el fondo creado para este fin. Panamá también es el país que ha protagonizado una fulgurante reducción de la desigualdad y la pobreza en los últimos años, reconocida por todos los organismos internacionales, derivada del auge de la clase media que han creado el turismo y los servicios financieros. La riqueza de Panamá ha crecido como la espuma, como si el país atrajese más al capital cuantas más dificultades vive el resto del mundo; cabe preguntarse por qué. Mientras la crisis financiera iniciada en 2008 devoraba la mayoría de las economías, Panamá pasó de los veintiún mil millones de dólares de riqueza generada en 2007 (PIB) a cincuenta y dos mil cien millones en 2015. Por en medio, la ampliación con un tercer juego de esclusas del Canal, capaz desde este año de trasbordar de uno a otro océano buques con doce mil contenedores, ladrillo, turismo y una alta especialización en servicios, todo tipo de servicios financieros.