(Este artículo contiene spoilers)
Cuando me preguntaban de niña, siempre contestaba «Superman». No entendía por qué había gente que prefería a Batman, una persona rodeada por las sombras de su ciudad, su pasado y el rol que había decidido asumir. En cambio, los colores del kryptoniano me inspiraban mayor optimismo. Años más tarde, comprendí la atmósfera de Gotham, la realidad que afronta una persona con esfuerzo, ingenio o casualidad. El peso de un proceso psicológico complejo no entiende de dinero, en el caso de Batman, ni de superpoderes, como Superman, y es por eso que las historias de superhéroes han ido madurando con el paso de las décadas, al igual que su público. Hay quienes buscan una mayor idealización del héroe, pero otros prefieren la crudeza, aunque estén consumiendo ficción, y una forma de encontrarla es reflejando la complejidad de las relaciones personales, profesionales, e incluso entre polis y cacos, buenos y malos, cuando estas se mezclan cargadas de ironías, contradicciones y alejadas de toda polarización simplificada. A veces, una historia puede ser demasiado edulcorada, algo picante o profundamente amarga, pero con el cóctel adecuado es posible encontrar ese regusto al dente.
La serie está basada en una saga literaria escrita con el objetivo de mostrar «una figura femenina que se moviera según sus propias reglas […] sin la regulación de la autoridad masculina», en palabras de Luke Jennings, autor que dio alas a una peligrosa rubia (de bote). La misteriosa políglota, Oxana Vorontsova, se esconde detrás de Codename Villanelle, cuatro libros electrónicos publicados entre 2014 y 2016, que fueron recopilados en 2018. Ese año renació como Oksana Astankova alias «Villanelle» (Jodie Comer) de la mano de Phoebe Waller-Bridge y a los ojos de una expectante BBC América.
Cuando TVE lanzó la primera temporada en marzo, alcanzó un 8,6% del share que fue descendiendo ligeramente, pero en HBO España ha seguido manteniéndose entre las quince mejores series, según la revista Fotogramas. Así, la cuarta temporada de este poderoso fénix volverá a arremeter contra nuestras pantallas el abril de 2021 (si el coronavirus lo permite). Killing Eve acumula más de diez premios a sus espaldas, como el Premio Gotham de 2018 a la mejor serie de larga duración; en 2019, el Globo de Oro a la Mejor Actriz de Serie Drama para Sandra Oh y el Primetime Emmy de la misma categoría para Jodie Comer. Sin embargo, este año no sonó la campana con ninguna de las nominaciones de los Primetime Emmy, celebrados virtualmente el pasado 20 de septiembre.
«Te paralizaría con saxitoxina y te asfixiaría dormido, te cortaría en pedacitos diminutos, te herviría, te batiría, te llevaría al trabajo en un termo y te tiraría por el váter». Podría parecer un pensamiento normal en la vida de Villanelle, pero no. Eve Polastri (Sandra Oh) es una agente del MI5, aficionada al karaoke y a los corchos llenos de fotos unidas con hilos rojos. Después de un viernes de fiesta, un político proxeneta ruso aparece muerto en Viena. Otro más a la lista y Polastri sospecha que una mujer es la verdugo, cómplice de un escandaloso dominó compuesto por asesinatos internacionales. Sin embargo, su entrometido instinto investigador acaba costándole su trabajo, pero Carolyn Martens (Fiona Shaw), jefa de la Sección de Rusia del MI6, impresionada por la inteligencia de Polastri, le propone unirse a su equipo para localizar a Villanelle. Los diferentes casos de una violencia creativa y descarnada encubren los intereses más fríos enfundados en el clásico «fin que justifica los medios». Un juego complejo en el que entrar supone renunciar a una parte de ti, porque de lo contrario no puedes construir alianzas, no puedes escalar ,y si fallas, no puedes escapar. Esto desembocará en una obsesión mutua entre perseguidora y perseguida, en un intercambio continuo de estos papeles. No hay un rol permanente de actividad o pasividad, porque «te gusta mirarla y que te mire», dijeron a Eve en una ocasión. Pero según Villanelle «Tú solo pides y pides», pensamiento que compartirá con el profesor y marido de Eve, Niko Polastri (Owen McDonnell). Las investigaciones avanzan, los peligros aumentan y la sombra de Villanelle se cierne sobre ella. Eve empieza a abrazar los secretos para el desquicio de Niko, que se esfuerza por intentar apoyar a su esposa.
Eve está convencida de que sus objetivos son moralmente lícitos. Se siente parte de «los buenos» y es acusada, incluso, de tener complejo de mesías. Cambia de opinión rápidamente, es despistada, nerviosa. Cambia de tema cada dos por tres pero, según avanza la trama, la tensión de una aparente prolongación de la Guerra Fría le obliga a tratar de calmarse, evadirse y pararse para comprobar el peligroso rastro de sus actos. Muchas veces se siente asustada al admitir que aquel comportamiento maquiavélico que tanto odiaba ha acabado por dominarla, justificada por la desconfianza, impulsada por la pasión más primitiva o por el ansia de querer adelantarse a los acontecimientos. Se convence de que actuar con cierta manga ancha (o darle un poco de sí) puede ayudarla a encontrar respuestas. En una ocasión, Villanelle le pregunta si sabe realmente para quién trabaja y Eve acaba dudando al ver que, efectivamente, nada es lo que parece. De hecho, el espectador es capaz de vislumbrar que detrás de ciertas cenas cordiales la radiografía muestra el roce de varias serpientes. Unas veces, sutil. Los reptiles se desplazan lentamente en direcciones contrarias. Hay una tregua temporal, pero saben de sobra que, de un momento a otro, puede saltar la chispa por dinero, ascensos o «resolver un crimen». Entonces, es ahí cuando se juega el primer mordisco yugular y ya se dijo en una morgue de Londres que «con el olor de la formalina te entran ganas de comer carne», o que «cuando haces pop ya no hay stop», según «Oso» (Turlough Convery), compañero de trabajo de Kenny Stowton (Sean Delaney) en el diario digital Bitter Pill, mientras devoraba una bolsa de Haribo a pesar del repelús de Eve (la más indicada para reprochar la falta de autocontrol).
Hablando de carnicerías, nos encontramos ante una serie que sabe presentarnos a sus personajes. El espectador conoce a una antagonista que, nada más llegar a su casa, pone a Erik Satie (aunque prefiere los himnos nacionales), se echa polvos blancos en la cara, se tira al sofá con botella en mano vistiendo uno de sus kimonos de seda (revelando de antemano su gusto por lo asiático) y espera a su jefe, Konstantine Vasiliev (Kim Bodnia). Un personaje histriónico, de carácter infantil, «muy alta en la escala de psicopatía». Una huérfana de padre, abandonada por su madre, posteriormente adiestrada y motivada para matar bajo las órdenes de los Doce. Según Eve, «extravagante […] e instintiva. No, no es descuidada», pero «lo hace de cara a la galería, que sea divertido». Tiene un estilo propio, asesinando y vistiendo a la moda, porque sabe que no es como los demás: «Me hago daño y no me duele, me compro lo que quiero y no lo quiero, hago lo que me gusta y no me gusta. Estoy aburrida». Cualquiera podría decir que este personaje está inspirado en alguna espía secreta de la URSS, pero no. Se trata de Idoia López Riaño, la Tigresa, una etarra que asesinó a veintitrés personas. Cruel, sanguinaria y fría, «ante todo esclava de su cuerpo y de su cabello», según su excompañero Soares Gamboa en su libro Agur ETA, el adiós a las armas de un militante histórico. Chapucera, indisciplinada, amante de la fiesta y los hombres, «Idoia nunca fue capaz de respetar una sola regla de seguridad en ningún sitio». Además de que «sus muestras de cansancio y dejadez trucaran la actividad del comando», su arrepentimiento y perdón a las víctimas en 2011 propiciaron su expulsión definitiva. Sin embargo, esta sería una situación bastante excepcional entre la psicopatía de las mujeres, ya que, aparte de la manipulación sexual y violencia verbal, ellas no suelen agredir físicamente, según el estudio de International Journal of Women’s Health 2012.
En varias ocasiones, los personajes que tienen autoridad sobre Villanelle también la han comparado con distintos animales, aunque ningún felino entre ellos: su primera mentora en los Doce, Dasha Duzran (Harriet Walter), una exgimnasta rusa y exagente de la KGB, la aconsejaba paciencia, diciéndole «pasito a pasito avanza el monito»; Konstantine confiaba en ella como «caballo de carreras». Curiosamente, le dijo esto cuando Villanelle llevaba caballos dorados en una chaqueta de Chloé, combinada con una blusa morada de Isabel Marant (un posible guiño al Joker, aunque no será el único); y, por último, la oveja, aunque la persona que se lo llamó no acabó muy bien. Otra curiosidad sobre la relación psicológica entre el vestuario de Villanelle (meticulosamente descrito en el artículo de Trendencias) y la sinceridad es su recurrencia al color rosa. La primera vez, combinó un vestido de tul de Molly Goddard con unas botas negras de cuero, atadas con hebillas, de Balenciaga. Dulce, pero atrevida y peligrosa. Una discordancia que no podía esconder cuando le hicieron un test psicológico para saber si podría continuar con su trabajo de asesina. Otro momento icónico fue cuando escribió en el reverso de una postal para Eve, desde Ámsterdam: una camisa rosa de Rosie Assoulin con una falda abullonada fucsia de William Vintage. También acabaría llevando una peluca rosa, regalando un oso rosa y durmiendo sobre un cojín rosa, pero el rojo también es un elemento clave: el pintalabios con filo oculto, «Love in the elevator», como amenaza y reclamo de atracción sexual, así como el conjunto de Lanvin en el encuentro con Eve en Roma, prácticamente después de un trío virtual, al estilo Blade Runner 2049 (solo que cambiando prostituta por becario y holograma por pinganillo).
Ella es «el fantasma del huevo», «el demonio sin cara». En resumen, un monstruo. Una sensación que la carcome por dentro y la lleva a pensar cuál es su verdadera identidad. Se la ha llegado a comparar como una Harley Quinn con aspiraciones a convertirse en Joker; dejar de ser la secuaz para ser la que tome las riendas de su vida. De tal forma, en la segunda temporada apareció en un pijama con onomatopeyas estilo cómic y cerebros voladores, y en la tercera recurrió directamente al disfraz de payaso. Cada cosa en sus circunstancias, pero siempre con una razón. Una delos Doce se refirió a ella como «agente del caos», tal y como admitiría de sí mismo el Joker (Heath Ledger) en El caballero oscuro (2008) de Christopher Nolan. Justamente, una escena en la que aparece bailando con Eve podría recordarnos a otra de las frases del mismo Joker: «Esto es lo que pasa cuando una fuerza irresistible choca con un objeto inamovible. Eres realmente incorruptible, ¿verdad? No me vas a matar por tu absurda sensación de superioridad moral. Y yo no te voy a matar, porque me divierto mucho contigo. Tú y yo estamos condenados a seguir así de por vida».
—Creo que todos tenemos un monstruo dentro, pero la mayoría de la gente lo mantiene escondido.
—Yo no puedo.
—Yo tampoco.
—Creo que tu monstruo despierta a mi monstruo, ¿no?
—Creo que lo estaba deseando.
—Si vosotras sois la esperanza para este país, me construyo un búnker. Sabéis que se ha acabado, ¿no? La inteligencia, los servicios secretos, las naciones, todo eso, porque ¿cómo saldrán adelante cuando empresas como estas poseen más información que el Pentágono y el MI6 juntos? Ya está, se acabó.
Villanelle suele aparecer acompañada por una melodía psicodélica, sesentera y sombría del grupo Unloved, formado por la sensual voz de Jade Vincent, el DJ y productor David Holmes, que colaboró musicalizando Ocean’s Trilogy, y el tecladista Keefus Ciancia, conocido por sus aportaciones en True Detective y The Fall. No obstante, comparte sus character songs con Eve, sobre todo, cuando la situación es sentimentalmente complicada, o sea, todo el tiempo. También aparecen canciones de artistas procedentes de los países donde se desarrolla la trama, según explica Catherine Grieves, supervisora musical de la serie: desde «Calor» de Conchita Velasco en Barcelona, hasta «Dancing Lasha Tumbai» de Verka Serduchka, representante de Rusia en Eurovisión 2007, cuando Villanelle regresó a su pueblo natal.
Visto lo visto, los niveles de cortisol están por las nubes. El estrés y la presión que sufren los personajes capítulo a capítulo puede percibirse en esa atmósfera difusa y desenfocada, obra del director de fotografía Tim Palmer. Unas veces, esa «nieblilla» se sitúa detrás de sus cabezas, sobre todo para connotar las facetas opacas de los personajes; otras, les rodean mostrando un foco diagonal y delgado, reforzando una sensación de vértigo, asfixia, claustrofobia, soledad o de sentirse vigilado. Consulté a Mario del Barrio, codirector de THIS IS PANIC! STUDIO y estudiante del Máster de Dirección de Fotografía en EFTI, y me explicó que habían utilizado un objetivo descentrable Tilt & Shift. Las lentes provocan un «efecto diorama», donde una escena natural da la apariencia de ser una miniatura o maqueta. Un gran acierto para que el espectador se sienta inmerso en la tensión, en el vórtice de acontecimientos que absorbe a todo y a todos.
El tira y afloja sigue una estructura paralela donde primera y segunda temporada empiezan con un despido y un contrato prácticamente consecutivos, mientras que terminan con la «muerte» de una de las contrigantes. En la tercera hay una ruptura catártica, funcionando como un necesario punto de inflexión que adelanta al espectador que ya nada será lo mismo. No obstante, también se encuentra el bando convencido de que la magia original de Killing Eve se ha ido perdiendo con esta tercera temporada, guardando esperanzas de cara a la siguiente. Las motivaciones cambian y el juego avanza. No sabes qué esperar, más allá de esperar a que llegue abril, pero lo que sí es cierto es que la tensión propia del inicio de la serie, para bien o para mal, no va a regresar. Esa persecución tan especial entre Eve y Villanelle solo podía darse cuando se estaban conociendo la una a la otra, así como sus propias facetas interiores. Nuevas y viejas. Los personajes evolucionan y, a veces, hace falta desacelerar para entender tus propias motivaciones. Eso conlleva un desenlace menos sorprendente y explosivo que en las dos primeras temporadas, lo que puede generar una sensación de disconformidad por esa comparación. Villanelle parece que se ha ablandado. Eve también. Entonces, esas salvajes personalidades que chocaban dejando enormes regueros de destrucción, transmiten menos potencia. Se encuentran perdidas, espalda con espalda y aparentemente bajas. Creo que la mayoría de espectadores esperan el beat drop de Killing Eve: «el momento que se libera la tensión y el ritmo se dispara», donde explota la fuerza interior de unos caracteres complejos e indomables. Ahora, solo toca subir.
Como contrapunto, varias gotas salpican los diálogos con un humor negro, muy ácido, casi siempre relacionado con la carne. Eve llegó a comentar: «Si es así, me da igual, en serio, si le da este sabor muele un huérfano y rebózalo en crack», mientras comía alitas de pollo. Luego están las bromas con las salchichas: uno de los primeros asesinatos de Villanelle consistió en cortarle el pene a un hombre, técnica que repetiría con Frank Haleton (Darren Boyd), supervisor de Eve en el MI5. En el siguiente plano aparece friendo dos salchichas en una sartén. Una forma visceral de decir quién lleva la delantera. Y para símbolos, las referencias a la historia del arte. En el asesinato de la Toscana, Villanelle utilizó una horquilla en forma de flecha para atravesar el ojo de su víctima. En la pared, había una reproducción del San Sebastián de Guido Reni, un militar romano que decide encomendarse a Dios y fue asaetado. No obstante, la obra original presenta esa misma herida en el pecho, tal y como puede comprobarse en el Museo del Prado. Se considera un motivo homoerótico debido a los deseos ocultos del pintor, tal y como escribe su biógrafo, Carlo Cesare Malvasia. Entonces, ¿podría ser esta una representación del futuro dilema amor-odio de Eve hacia Villanelle? Además, también repetiría esta técnica de asesinato en la segunda temporada. En cuanto a Villanelle, considera a Eve la fruta prohibida, dejando un rastro de manzanas mordidas para que la desconcertada agente la encuentre, sin olvidarnos de la postal que le envió. En ella aparecía Los cadáveres de los hermanos De Witt del holandés Jan de Baen, expuesto en el Rijksmuseum o Museo Nacional de Ámsterdam. Un óleo que narra un asesinato público, resultado de oponerse a una institución poderosa, pero esta vez el enemigo ya no es la Casa de Orange. Ahora, las dos mujeres son vigiladas por una hidra que podría destruirlas en cualquier momento, si antes no acaban matándose entre sí.
Killing Eve reivindica el feminismo, la multiculturalidad y la libertad sexual. En telón de fondo, es apreciable la normalización del contrato de becarios y su protección laboral en varias empresas de diferentes capítulos. Hay una crítica directa y mordaz hacia el cuestionamiento de quién controla realmente la información en la actualidad, la utilización de la privacidad como chantaje y a recurrir a ella como arma cotizable, es decir, como moneda de cambio entre gobiernos cuestionables y empresas vendedoras. Clara alusión del escándalo de Mark Zuckerberg sobre la gestión de los datos personales de Facebook para la difusión de noticias falsas y propaganda política. Se desarrollan varios diálogos posmodernos sobre el significado de la moralidad, el relativismo de la maldad y el existencialismo: ¿cuál es mi motivo para vivir?, ¿qué es lo que quiero? Embiste contra el patetismo de Instagram, cuestiona la importancia de las apariencias y explora la importancia de la familia. Lo importante es ser uno mismo, pero, ¿cuál es el precio de una libertad real? Lo difícil es mantener la confianza, pero, ¿qué puedes hacer cuando desconfías de tus propias manos?
Excelente artículo, pinceladas claras que nos ayudan a ilustrar y comprender aún más el visionado de la misma.
Soy seguidor dela serie …. pero el articulo es un coñazo
Leyendo la opinión de la creadora de la primera temporada, Villanelle no tiene miedo, Villanelle solo hace cosas que le den placer, la comparo con Spinoza. Las dos primeras temporadas me facinaron