Lo advierte el Reuters Institute, especializado en investigación sobre periodismo: los lectores están más que hartos de oír hablar del coronavirus. Tanto es así que cae el número de visitas a medios y su confianza en los mismos. Ahora solo el 36 % de los españoles se fía de lo que dicen las noticias. Ocurre aquí y en el resto del mundo, y la pérdida de lectores alcanza tal magnitud que grandes cabeceras como The Washington Post han inaugurado secciones con historias de personas que se sobreponen y adaptan su vida a la pandemia. Contradiciendo así la primera norma del periodismo, que las buenas noticias no son noticias. Con estos datos sobre la mesa la pregunta no es solo de qué tenemos que hablar, sino si la enfermedad nos está haciendo pasar por alto lo que sucede en el resto de ámbitos de la sociedad.
El gobierno acelera, o lo intenta
Esta estaba siendo la legislatura de la inacción. Ni cambios en la ley mordaza, ni derogación o cambios en la reforma laboral, ni el resto de promesas se habían concretado. La oposición parecía acertar al decir que la gran coalición de la investidura no funcionaba. Pero ha habido un acelerón, que comenzó con el anteproyecto de la ley de memoria democrática y sus once puntos fundamentales. Fue el arranque de un mensaje nuevo por parte de la coalición de gobierno, que parece dispuesta a arrancar un proyecto legislativo cada semana. Además de para reconciliarse con el pasado, para arreglar el presente.
Esta semana ha tocado la ley para la regularización del teletrabajo, que sí parece responder a una necesidad actual, pero que tiene poca trascendencia. Regula un acuerdo voluntario y reversible entre trabajador y empresario, y excluye a quienes ya estén teletrabajando. Que es tanto como decir que no está hecha para la pandemia. Cabe pensar que beneficia a los trabajadores, al haber sido criticada por el presidente de la CEOE, que ya amenazaba: si se regula el teletrabajo contratarán fuera de España, que es más barato. Exageraciones de Garamendi: eso ya se practica, igual que contratar falsos autónomos para abaratar costes.
Algo que podría cambiar a raíz de una sentencia del Tribunal Supremo a favor de un repartidor de Glovo, y suponer una reforma más radical que la del gobierno. Reconoce que los repartidores no son profesionales libres, lo que en teoría aplica a todo el colectivo, incluidos Uber, y tantas otras empresas tecnológicas. Que ya han visto dictámenes judiciales similares en Francia o California, a la que ahora intenta seguir Nueva York.
Ha habido también otros acelerones que no merecieron titulares, como el plan de adaptación al cambio climático, cuya mayor virtud es conectar los sectores de la actividad económica con la protección al medio, energía verde, etcétera. Con suerte nos subiremos al tren de la tendencia mundial, siempre y cuando la infraestructura de empresas privadas e iniciativas públicas aprovechen los 140 000 millones inyectados por la UE. No es nada sencillo, desde 2014 solo hemos gastado el 34% del dinero que nos ha dado el presupuesto europeo y necesitamos, de forma urgente, una reforma estructural y administrativa. O ese dinero no nos llegará nunca.
Volvimos a oír a hablar del ingreso mínimo vital, del que se han modificado las condiciones de acceso para continuar sin darlo. Ahora puedes esperar seis meses en lugar de tres, y no tienes que apuntarte al paro desde el momento de solicitarlo. Lo que nos recuerda aquella señora de derechas entregando unas monedas al pobre y diciéndole «tome, buen hombre, no se lo gaste en vino». Los pobres, en España, siempre son presuntos culpables, incluso con un gobierno de izquierdas que se elogia a sí mismo por hacer lo que ninguno hizo antes. Pero sin prisas.
El ejemplo de la ley de alquiler catalana
La vivienda es otro de esos acelerones pendientes de resolver. La ley de alquiler catalana ha entrado en vigor, limitando la subida de los precios en sesenta ciudades. Un gran avance a imitar, pero que no solventa el problema de fondo, la imposibilidad de comprar viviendas y beneficiarse de cuotas hipotecarias mucho más económicas en relación a un alquiler. Una situación que se da porque muchos trabajadores gastan un sueldo si viven en pareja y la mitad de uno si están solos en alquilar, lo que les inhabilita para ahorrar el 30 % del valor de compra de una vivienda. Único modo de que un banco te de una hipoteca, contrato fijo aparte.
En el acuerdo de coalición de gobierno había medidas encaminadas a limitar los precios del alquiler y proporcionar vivienda de alquiler pública. Eso fue en diciembre de 2019.
Tenemos que hablar de Facebook
Las redes sociales alimentan su tráfico con cotilleos, sucesos violentos, sexo, asesinatos y exclusivas alarmantes. El mismo contenido que los artículos más leídos en los principales diarios del mundo, aunque sus jefes de edición jamás los lleven a portada. Nos lo explicaba Martín Caparrós en uno de sus últimos artículos en el New York Times. Y si una red social destaca en esta lucha sensacionalista por el clic, esa es Facebook, a quien ha beneficiado extraordinariamente la personalidad polémica de Trump.
Mark Zuckerberg felicitaba al presidente en una cena privada por ser el número 1 en su red, con 29,5 millones de seguidores. Y la única en que sus mensajes erróneos, bulos o polémicos no son censurados ni retirados. El magnate de la tecnología ni siquiera es republicano o trumpista, lo único que le importa es el crecimiento de usuarios, y para conseguirlo toleró la injerencia de Rusia en las elecciones de su país; permitió campañas de desinformación como la de la India, tapando la llamada de su primer ministro a masacrar a una parte de sus ciudadanos, los musulmanes rohinyá; y ha dejado que grupos de oposición y gobiernos de todo el mundo difundan campañas falsas.
Lo ha explicado en una entrevista la exanalista de datos de la compañía Sophie Zhang. Ella detectó campañas ilícitas en Honduras, Azerbaiyán, Brasil, Ucrania, Bolivia y Ecuador. España no es una excepción, aunque aquí esta red no tiene la enorme influencia que alcanza en Estados Unidos o Latinoamérica. En las últimas elecciones el PP fue sospechoso de promover la abstención contra todos los partidos salvo el suyo, y Facebook aseguró que no iban en contra de la política de la compañía. En abril pasado surgió una campaña de mensajes a favor del Ministerio de Sanidad que en realidad formaba parte de una red de extorsión sexual, la cual usó el atractivo de la política para atraer a los usuarios hacia su actividad criminal.
Y es que salvo nalgas, pezones o desnudos, reales o de museo, Facebook está dispuesto a tolerarlo todo. A Trump todavía más, porque las leyes antitrust de Estados Unidos amenazan desmembrar la compañía ahora que ha comprado WhatsApp e Instagram, acercándose al monopolio. Y es que a esta compañía no le gustan más leyes que las propias. Esta semana, el lunes, amenazaba con marcharse de Europa porque la protección de datos no le permite vender los datos de los usuarios europeos. El miércoles daba marcha atrás. No se irá, tiene 410 millones de usuarios en la UE, sería una pérdida enorme.
Detrás de este tira y afloja existe un litigio legal con más repercusiones; el Tribunal de Justicia de la UE ha anulado el Privacy Shield, un acuerdo entre Estados Unidos y la Unión que, según dictamen de los jueces, supone una excesiva vigilancia de las autoridades estadounidenses sobre los europeos. Otro nuevo frente de conflicto entre las dos potencias.
Es la contradicción del sistema
El caso Facebook ilustra cómo las redes, las apps, las plataformas, todo lo que usamos a diario nos obliga a prestar atención. Y no tenemos atención para tanto. Jorge Carrión reflexionaba sobre ello al hilo del estreno del docudrama El dilema de las redes sociales en Netflix. Proponiéndonos una potente imagen visual: somos como el perro de Goya, que asoma la cabeza entre el barro, conscientes de las atrocidades del mundo tecnológico y pendientes de él.
Atrocidades que se concretan en el buenismo cultural de administraciones, organizaciones y artistas que erigidos en críticos y expertos no respetan el trabajo de otros. Esta semana conocimos un clímax de esa ola de estupidez al saber que el ayuntamiento de Getafe (Madrid) ha permitido pintar un edificio de Miguel Fisac. Para quien no lo sepa, Fisac era un grande entre los arquitectos, además de una persona genial que a sus noventa y tantos tenía su estudio abierto a los estudiantes, y seguía investigando y viviendo con pasión la arquitectura. Su gran aportación en España fue la experimentación con el hormigón, que erigió maravillas como esta pagoda desaparecida. Una de sus últimas obras fue el polideportivo de la Alhóndiga, y sus fachadas grises proclamaban sus conceptos e ideas. Ahora, con los colorines, no queda nada de Fisac, solo un buenismo estético que está siendo muy celebrado en las redes. Lo han embellecido, dicen. What a time to live in!
El futuro esta en las administraciones y los gobernantes de no permitir a grandes multinacionales a destrozar un sector o mercado para poder monopolizarlo. Cada vez las pequeñas empresas le cuesta mas a mantenerse en pie…