Siri Hustvedt, premio Princesa de Asturias de las Letras 2019, tiene un libro curioso escrito tras la muerte de su padre, titulado La mujer temblorosa o la historia de mis nervios (2010), donde cuenta una serie de síntomas que la aquejan sin que ningún experto sepa explicarlo: sudores, escalofríos, migrañas, temblores, mareos, auras e incluso alguna alucinación auditiva la visitan con frecuencia. La escritora neoyorquina afirma que estas sensibilidades neurológicas han condicionado su vida porque la han limitado mucho socialmente.
Entre los síntomas descritos por Hustvedt llama la atención uno de ellos: la sinestesia tacto-espejo, descrita en el año 2005, y que consiste en que, por ejemplo, si está cerca de alguien que se da un golpe en una pierna, ella experimenta ese dolor. Cuenta otras sinestesias: «De niña, veía un cubito de hielo en un vaso e inmediatamente sentía un escalofrío». Son raras las sinestesias y es cierto que aún no tenemos una explicación convincente para ellas.
Mientras leía, estuporoso, sobre los temblores de Siri, recordé a otra sinestésica menos famosa pero más entretenida y de la que supe por una película titulada El grito de la seda. Dirigida por Yvon Marciano en 1996 y ambientada hacia 1905, daba cuenta de la pasión erótica por las sedas de una costurera llamada Marie Benjamin (Marie D., en realidad) que se convirtió, azares de la vida, en paciente del famoso psiquiatra francés (entonces, alienista) Gaëtan Gatian de Clérambault, que era un gran conocedor de los tejidos que usaban las mujeres y conocía bien el porqué del drapeado, ese plisado que llevan las telas de los vestidos femeninos, sobre todo visible en las túnicas de las mujeres árabes.
No es habitual que una ficción se acerque con más rigor a lo sucedido que los estudiosos que han escrito sobre la vida y la obra de este gran psiquiatra. El caso es que el trabajo de Yvon Marciano es una prudente aproximación a la vida de De Clérambault, un tipo complicado, brillante, obsesivo y, en el final de sus días, fieramente humano. Tal vez la cinta se pose en exceso sobre la relación erótica entre el psiquiatra y la costurera cleptómana que se excitaba tras el contacto con la seda. Tal vez la importancia de De Clérambault para la psiquiatría no se refleje en la película. Tal vez el escenario en que se movió era más gris y menos sensual de lo que se nos presenta. Pero creo que la película de Marciano es «el mal menor» entre los intentos de contar de la compleja peripecia vital de uno de los psiquiatras que más ha ayudado a conocer el sufrimiento humano.
Gaëtan Gatian de Clérambault nació en 1872 en Bourges, cerca de París, en una familia acomodada y de gran relevancia social. Su padre descendía de la familia de René Descartes y su madre era pariente del escritor Alfred de Vigny.
Realizó sus primeros estudios en la Escuela de Bellas Artes, pero la presión familiar le obligó a cursar Derecho. Luego se matriculó en Medicina para hacerse psiquiatra. En 1898 comienza su carrera como alienista en los Asilos del Sena y en 1905 es nombrado médico adjunto de un departamento muy especial, en el que pasará toda su vida profesional y que convertirá en una de las más brillantes escuelas psiquiátricas: la Enfermería Especial de la prefectura de policía de París, también conocida como el Dépôt, situado en el quai de L’Horloge. Era un recinto con dieciocho habitaciones donde iban a parar todos aquellos que causasen algún problema de orden público en la ciudad y sobre los que hubiera una sospecha de alteración mental, ya que la ley francesa prohibió en 1834 que los presos comunes compartiesen celda con los alienados.
Por allí, junto a delirantes sensu stricto, pasaban alcohólicos, prostitutas, intoxicados con todo tipo de drogas, vagabundos, excéntricos para ser evaluados por un grupo de alienistas que decidía o bien su ingreso en prisión o su paso a un manicomio. Muchos de los ingresos eran simuladores intentando eludir la cárcel, pero muchos otros eran pacientes que sufrían un primer episodio psicótico. Esto permitió al joven Gaëtan observar desde un lugar privilegiado la génesis y primeras manifestaciones de las psicosis, la clave de sus mejores escritos. Son los años dorados del alienismo francés que plantaba cara a la formidable escuela psiquiátrica alemana, pero que languidecerá al iniciarse la Segunda Guerra Mundial. En 1920, De Clérambault, es nombrado jefe del Dépôt, cargo que mantendrá hasta su muerte en 1934.
Su trabajo allí nunca tuvo un enfoque terapéutico. Su labor era diagnosticar una enfermedad o excluirla, a la manera de un perito forense. Muy riguroso en la entrevista con el paciente, intentaba que la información fuese lo más objetiva posible para que la historia clínica final no se diferenciase mucho de la imagen que podía captar una cámara fotográfica. Durante su trabajo en el Dépôt elaboró en torno a trece mil certificados. Su personalidad autoritaria hizo que ninguno de sus alumnos se atreviese a evaluar a ningún ingresado sin que antes lo hubiese visto él. De Clérambault, cuenta Élisabeth Roudinesco, exigía a sus discípulos una fuerte fidelidad. Uno de sus alumnos fue Jacques Lacan que, según Roudinesco, manejó las relaciones con todos sus maestros a su antojo, según los intereses de cada momento. Pero con De Clérambault parece que pinchó en hueso y tuvieron un enfrentamiento sonado.
Las dos principales aportaciones de De Clérambault al saber psicopatológico son el concepto de «automatismo mental» y la separación entre las «psicosis pasionales» y la paranoia clásica e interpretativa. Las psicosis pasionales englobarían las celotipias, los delirios litigantes y la erotomanía.
El automatismo mental se refiere al estado psíquico que se impone al sujeto cuando se instaura una psicosis y desencadena los delirios y las alucinaciones. Este automatismo, esta invasión del psiquismo enfermo por fenómenos que dominan su mente, explica gran parte de las esquizofrenias y se conoce como «síndrome de Clérambault». Será una de las apropiaciones de Lacan para su teoría del fenómeno elemental en las psicosis, con gran enfado por parte del maestro del Dépôt, que le acusó públicamente de plagiario cuando este presentó en 1931 sus primeros trabajos. La respuesta de Lacan, como cuenta Élisabeth Roudinesco, fue decir que el plagiario era De Clérambault. Lacan se apropió de un trabajo ajeno con la excusa de citarlo, pero para traicionarlo, porque el esquema teórico de De Clérambault, sin entrar en más valoraciones, es organicista de cabo a rabo y arranca de las «Croonian Lectures» de John Hughlings Jackson y sus tesis sobre la disolución del sistema nervioso superior, aún vigentes en los modelos evolucionistas de las psicosis esquizofrénicas. Poco tiene que ver este discurso con el merengue psicogenetista elaborado por aquel descarado discípulo descendiente de vinateros y que ya aspiraba a ocupar el trono de Freud con la excusa de actualizar el psicoanálisis. Dice Henri Ellenberger, testigo de aquellos hechos y estudioso de la historia del psicoanálisis: «Si algo manejaba bien Lacan era la publicidad». De hecho, la versión que Lacan filtró entre sus allegados fue su abatimiento por la reacción del maestro; no entendía que alguien se enfadase por haberle citado como fuente de su trabajo.
Gaëtan Gatian de Clérambault también es el gran estudioso de las mal llamadas «locuras de amor», de los «delirios erotomaniacos», ese delirante y casto enamoramiento del enfermo hacia un amante proveniente de un estrato social o profesional muy superior. El delirante erotomaniaco cree falsamente ser él el amado por el «superior» y actúa en consecuencia: acude en busca de quien tanto le desea. Y aquí, en el desencuentro, surge el conflicto. A la esperanza la suple el desengaño y al desengaño, el rencor. Entonces no quedará más remedio que acabar con esa persona que nos hizo creer que nada era posible sin nosotros, pero que nos ha traicionado. Hay varias películas con protagonistas arrumbados por la erotomanía clerambaultiana: Anna M. (2007) de Michel Spinosa; Solo te tengo a ti (2002), con Audrey Tautou y dirigida por Laetitia Colombani; y la más interesante, El intruso (2004), de Roger Michell y protagonizada por Daniel Craig, sobre el texto de Ian McEwan titulado Amor perdurable. También la erotomanía fue lo que movió a John Hinckley, Jr. a disparar a Ronald Reagan para conseguir el amor de Jodie Foster.
Amor, amor, amor. Amor loco, loco amor. Resulta que Gaëtan Gatian de Clérambault, un individuo que siempre vivió solo, sin amistades fuera de lo profesional, rígido, metódico, maniático, misógino (según Roudinesco) se convierte en el gran experto en delirios pasionales. Pero no es Amor lo que inflama la erotomanía, sino un falso orgullo sobre el poderío sexual del delirante y el espanto del asediado. De ahí la dureza de su desenlace.
Resituemos a nuestro alienista. En París, en 1900, se celebra el primer Salón de la Moda que transforma el vestuario femenino con nuevos diseños y tejidos. La ropa de seda pasa a ser una señal de poderío. La capital cambia aceleradamente. Hausmann ha finalizado su obra y París comienza a ser una fiesta de libertad y desenfado en las costumbres sociales. La permisividad es la regla. Aunque hay temas, como la masturbación, que aún siguen bajo el estigma de la conducta degenerada. Demasiado calvinismo, tal vez. A De Clérambault, que habla correctamente cinco idiomas, le encanta viajar y la fotografía. Los intelectuales franceses van descubriendo los atractivos mundos ocultos en los luminosos países mediterráneos. Flaubert se irá a Túnez. Gauthier y Merimée se enamoran de Andalucía, Nerval se va a Egipto, Manet visita a España, etc.
A De Clérambault le interesan desde principios de siglo las sedas y los paños. En 1910 viaja a Túnez y repetirá en 1913. Se deleitará con el sonido de las túnicas de las mujeres árabes que acarician con los plisados el cuerpo femenino al caminar. Pero sus estudios más detallados sobre el drapeado, esos plisados de las túnicas para adaptarse a la vida en aquellas tierras, los realizará en Fez (Marruecos) entre 1918 y 1919, tras volver de la Gran Guerra. Allí dará rienda suelta a su pasión por las telas y la fotografía. Elabora una teoría etnográfica del drapeado, que presentará en la Escuela de Bellas Artes de París entre 1924 y 1926. Sus cursos despertaban gran interés entre el alumnado, pero avivaron los celos de ciertos profesores que forzaron su clausura.
Este no fue el único conflicto serio que hubo de enfrentar el maestro del Dépôt. Más dañino fue el ataque recibido por parte de los surrealistas dirigidos por André Breton y arropados por los directores de algunos manicomios franceses que consideraban que el trato dispensado al alienado en el Dépôt era degradante e inhumano. Las teorías freudianas comenzaban a impregnar no solo la asistencia psiquiátrica sino también la vida cultural. La obra freudiana fue incorporada como refrendo técnico por el surrealismo que se oponía a cualquier forma de limitación de la libertad del delirante. André Breton fue particularmente beligerante porque fue testigo de la reclusión en un asilo parisino de la mujer en la que se inspiró para escribir su novela Nadja (1928), con la que mantenía conversaciones que luego transcribía bajo el influjo de la escritura automática. La llamada «Nadja» era una paciente delirante de Pierre Janet que vagabundeaba por las calles de París. Breton se convirtió en adalid de una protesta ciudadana que buscaba el cierre de los asilos, pero, especialmente, del Dépôt, por estar dirigido por un prefecto de policía. ¡Qué lejos estaba Breton de saber la mala salida que tendría el freudismo en los patios de los manicomios! Pero Nadja, esa gran novela cuya última frase era: «La belleza será convulsa o no será», pedía venganza. Y Breton se lanzó a ello. Y De Clérambault asumió el reto, se erigió en defensor de los cuestionados y acusó a los surrealistas de «sindicalistas» interesados. Y siguió con su trabajo. Pero su mochila de enemigos cada día pesaba más. Este conflicto sería utilizado más adelante, ¡cómo no!, por Jacques Lacan para denostar los métodos de trabajo de quien reconocía que había sido su «único maestro». Ya por entonces, el elenco de «únicos maestros» de Lacan era demasiado largo.
De Clérambault es el automatismo mental. Es el delirio pasional erotomaniaco. Pero antes de todo esto, entre 1908 y 1910, De Clérambault escribió dos artículos sobre cuatro casos de mujeres ingresadas en el Dépôt que robaban sedas para masturbarse con ellas. «De la pasión erótica femenina por las sedas» es el título de ambos artículos. Así pues, en don Gaëtan Gatian hay pasión, sedas, automatismo y erotomanía. Las descripciones clínicas de estas cleptómanas son interesantes. No se trata de fetichismo, como en los hombres. Las sedas que roban son nuevas para ellas; son mujeres que también se excitan con las relaciones sexuales con hombres y, una vez usadas, dichas sedas son destruidas sin mayor problema. Estos casos clínicos, que vinculó a una forma peculiar de fetichismo en la histeria, reforzaron su interés por el drapeado. El descubrimiento de esas cleptómanas de sedas tuvo en la vida del alienista de Bourges un peso importante. Ese hombre solitario, misógino, rígido y genial en su labor clínica había encontrado en la suavidad de la seda algo parecido a la piel humana. De Clérambault explicaba el frenesí sexual alcanzado por sus pacientes como producto de una sinestesia al sentirse observadas. Porque las amantes de la seda clerambaultianas se masturbaban en público deslizando la seda por sus cuerpos públicamente ante miradas casi siempre masculinas. De ahí que a los alienistas de aquellos años se les conociese como «la Escuela de la Mirada». Ellas encontraban en el frufrú, en el grito de la seda contra su piel más íntima, una ocasión para sentirse deseadas y admiradas, que era lo que desencadenaba el éxtasis.
Hacia 1930 la salud del viejo alienista se resiente. Su vista se deteriora rápidamente. Para un amante de la fotografía y de la mirada, esto era un drama. A la par, una grave artritis limitó sus movimientos. Recluido y solitario en su casa de Malakoff, en las afueras de París, en enero de 1934 viajó a Barcelona para operarse de cataratas. La operación no salió bien y siguió muy limitado. Esta cirugía la contó en un precioso texto titulado «Recuerdos de un médico operado de cataratas». Casi ciego, sin poder moverse, con muchos dolores y socialmente aislado, el día 17 de noviembre de 1934 redactó un testamento cuajado de melancolía en el que dejaba sus bienes a la asistencia social y a sus colegas más apreciados, sus ojos, que llevaban dentro lo más importante de su vida: su mirada. Cargó su revólver de soldado en África, se acomodó en un sillón y, frente a un espejo, para poder ver su último fogonazo, se pegó un tiro en la boca. Murió en el acto.
Su legado quedó desperdigado. La mayor parte de las fotografías sobre el drapeo y las pasiones de la seda se han perdido. Sus obras completas fueron editadas por sus discípulos en 1942. Su biografía oficial, que firmó Élisabeth Renard, nació sobrada de entusiasmo y escasa de datos. La recuperación de su obra en los últimos años ha corrido casi completamente a cargo de estudiosos lacanianos, con el sesgo que conlleva. Tal vez por eso sea tan estimable el trabajo del cineasta Yvon Marciano. Porque con la imagen ha logrado otra sinestesia tacto-espejo: que ahora sea imposible leer al maestro del Dépôt sin sentir una pieza de seda sobre la piel, palpitando, como le pasa a veces a Siri Hustvedt con el hielo. Tal vez tenga razón Siri y las sinestesias sean muy relevantes en nuestra vida cotidiana. Tal vez sea una sinestesia lo que acabe uniendo a Lacan, a De Clérambault y a todos los seres humanos: esa sinestesia que cose un fonema a un significado y que llamamos lenguaje.
Qué gran artículo!!!
Gracias, Cristina¡
Excelente texto. Pero me permito añadirle este apócrifo de Pessoa: El neurótico es un fingidor / finge tan continuamente / que hasta finge que es placer / el placer que en verdad siente… También, yo sometería estos casos a un diagnóstico diferencial con la olvidada neurosis de conversión. Salud.