El 15 de septiembre de 2019, la librería Colette, Letras & Tragos y La Marca Negra Ediciones convocaron el premio Anne Bonny, un certamen literario en el que podían participar autores y autoras de cualquier país o nacionalidad que presentaran una novela inédita y original en lengua castellana. La recompensa para el ganador era la publicación y 1000 euros como anticipo de los derechos de autor.
La meta era encontrar una novela interesante y original en fondo y estructura, que fuera capaz de desafiar las convenciones literarias.
Al cierre de la convocatoria, se presentaron 63 manuscritos procedentes de 7 países. Una cantidad nada despreciable y con un más que interesante nivel literario.
El jurado, compuesto por Raquel Carrasco, Toni Díaz Grau y José Bocanegra, declaró por unanimidad como ganadora la novela Días hábiles, de Óscar Daniel Campo Becerra (Barrancabermeja, Colombia, 1985), «por su capacidad para mirar con crudeza su propio interior y mostrar el desamparo en que vivimos».
El anuncio del premio, inicialmente previsto para abril, fue pospuesto hasta septiembre de 2020, debido al confinamiento decretado entonces y la extrañeza ante esta difícil situación, que ha lacerado con especial crueldad el mundo de la cultura y el del libro en particular.
Justo un año después de su convocatoria, se anuncia al fin el ganador del Premio Anne Bonny. El futuro es incierto, pero la vida debe continuar y es imprescindible que lo haga siempre de la mano de un nuevo relato que nos ayude a conocerla.
Escritor y profesor de creación literaria. Ganó el premio de cuento Ciudad de Bogotá 2013 con Los aplausos (IDARTES/Taller de Edición Rocca, 2014). Coordinó dos libros de creación colectiva que implicaron el trabajo de campo con una organización de base social: Vidas de historia. Una memoria literaria de la Organización Femenina Popular (2016) y Escrituras del desarraigo. Historias de vida, Floridablanca-Santander (2019). Desde el 2018, pertenece al comité asesor del Museo Casa de la Memoria de las Mujeres y de los Derechos Humanos del Magdalena Medio (Barrancabermeja). Termina una tesis doctoral sobre novelas inacabadas en Latinoamérica para la Universidad de Illinois. En Chicago hizo parte del comité organizador de la 3ra Feria Latinx del Libro (2019). Entrevistas a escritores, artículos y reseñas sobre literatura latinoamericana contemporánea han aparecido en Colombia, Argentina, Brasil y Estados Unidos. Integra la editorial independiente colombiana Himpar editores.
Sinopsis
El apagón lo sorprende caminando de vuelta al edificio al que se ha mudado recientemente en un barrio del centro de la ciudad. No conoce la zona. Ni a ninguno de sus vecinos, aunque por las tardes oye que una anciana, Miriam, grita pidiendo comidas y los estudiantes universitarios de al lado oyen reguetón y fuman marihuana desde el mismo momento en que se enciende un radio lejano con las noticias de la mañana. Los problemas de electricidad se complican a medida que la novela avanza.
El protagonista y narrador de esta historia, asediado por el duelo del que apenas viene de vuelta, intentando sobrevivir en un empleo modesto en una universidad sin gracia, se involucrará lentamente con los vecinos de su edificio y con sus historias. Los teatreros, la pareja con un niño que llora como si lo estuvieran descuartizando, la voz insistente de Miriam en el fondo. En medio de la ciudad sin luz, en este edificio se irá formando una comunidad inesperada de gente abandonada por los suyos.
La oscuridad se propaga con el efecto de una explosión silenciosa. El apagón sorprende a los peatones en los andenes de superficie irregular, donde circulan estorbándose entre ellos, los que van y los que vienen, esgrimiendo afanes diferentes, que se cancelan de manera unánime cuando la luz falla y se extingue en el interior de los locales y en las lámparas públicas. Son las seis y media de la tarde. A quienes les queda de frente la perspectiva de las montañas, comprueban extrañados la ausencia de foquitos amarillos indicando casas o calles en los barrios más altos. Los autos se aproximan hasta casi chocarse. Alcanza a formarse un momento de intimidad que disipan los motores revolucionados y los pitos de los carros repercutiendo. Yo apuro el paso contagiado.
Huele a pan recién hecho y a vapor de lavandería. La loma obliga el cuerpo a inclinarse hacia adelante. Al internarme por un brazo estrecho del camino, atisbo con el ojo de la mente una ferretería y un hostal haciendo esquina. La vista se habitúa a la falta de luz. Los olores familiares sugieren que estoy bien encaminado. El resto del cuerpo no termina de acostumbrarse, más bien se crispa con cada bulto que no puedo reconocer a la distancia. Podrían empujarme contra la pared y arrancarme la bolsa del mercado que, al acelerar el paso, se balancea enloquecida y maltrata la parte interna de los dedos. O jalarme los audífonos asomados en la camisa y quiubo gonorrea, bájese de ese celular. Pedirme el bolso también, porque los ladrones tienen ojo y buena intuición, y sabrán que cargo conmigo el portátil. Entrados en gastos, deme también los zapatos, pero no me mire a la cara, malparido, que lo voy es chuzando. Al final igual chuzarme, si por el susto parece que opongo resistencia.
No hay nadie en los exteriores del barrio propicios para grabar escenas de televisión. Ni camiones estacionados, ni cables atravesados, ni técnicos fumando y tomando tinto. Podrían robarme las gafas, me digo, en un pensamiento absurdo. El viento baja de la montaña y mueve la rueda infantil de un parque en el que nunca veo niños jugando. En la acera opuesta, vacía y a oscuras, los ruidos se multiplican; el andén se bifurca hacia abajo siguiendo una calle adoquinada, que se aprieta entre las fachadas de las edificaciones viejas preservadas por el distrito y que nadie nunca se detiene a mirar. 6
Todavía no descifro el truco de las llaves. Hay que abrir las dos cerraduras de la puerta en un movimiento sincronizado. La entrada está debajo de un árbol que podría ser a la vez abrigo durante la lluvia y atracadero ideal. Decir árbol es referirse a cualquier cosa y promover las descripciones débiles, habría que usar nombres específicos, una ceiba, un mirto, un matarratón. Distingo con dificultad las ramas y el tronco deforme. Un aire sombrío roza los cachetes. Intercambio el orden. La llave plateada en la cerradura de arriba y la dorada circular en la de abajo, que trae una manija para empujar la puerta. La noche enfría. El esfuerzo de la loma y el periplo a tientas por el andén me han dejado rendido, y unas inmundas gotas de sudor en las patillas. Nayibe se aburrió de probar conmigo remedios caseros para combatir el cutis graso. Hace varios días que no pensaba en ella. Creo. Pongo la bolsa del supermercado en el suelo. Olvidé qué abren algunas llaves del manojo. El ardor en la boca del estómago simula el hambre que no tengo, la nariz debe emitir un brillo desagradable en medio de la oscuridad, como la idea de Nayibe, de un romanticismo gastado y deforme, rondándome.
Al abrir, encuentro una noche compacta, en vez de la luz amarilla del bombillo de sesenta vatios que ilumina el zaguán. Frunzo el ceño. Me queda el regusto de la palabra fruncir. Tiene potencial intimidatorio. Pase la billetera, pirobo, o le frunzo la cara. El resplandor de la pantalla del celular ilumina el camino y siembra en mi atención la presencia parpadeante de un mensaje de texto. Las formas se aclaran con lentitud y de la penumbra surgen siluetas en el pasillo. Los pies protestan cuando se acuerdan de las escaleras. Se activa una nota mental: “Cuidado con el bordillo de cemento”. En la nariz pica el olor a plátano que conduce a un recuerdo de tajadas fritas. Sin electricidad, el espacio de las escaleras se transforma en una caja de resonancia que agranda el roce de la bolsa plástica, del morral contra la ropa, y el aturdimiento metálico de los escalones.
El libro tendrá un precio de venta al público de 18 euros. Más información y adquisición aquí.
Si tienes curiosidad por conocer quién fue la mujer que da nombre a este premio, lee En medio del caribe. Y si quieres saber más sobre mujeres guerreras entra aquí.