Hace unas semanas, apareció en las redes sociales una mención a Eduardo Rózsa-Flores, apodado «Chico», como ejemplo de periodista infiltrado en un país en conflicto que trabaja para la extrema derecha. Sin tener ninguna simpatía por Rózsa-Flores (al que conocí en su día) creo que no es mal momento para hacer un pequeño recorrido por su periodo en la guerra de independencia de Croacia y aclarar, de paso, cuál es el papel de muchos extranjeros que lucharon en esos conflictos.
Los voluntarios extranjeros en el conflicto no están investigados de manera sistemática ni existe un estudio serio, con datos reales, sobre su peso e implicación. Esto hace que, desde distintas ideologías, se haya hecho eco de una presunta participación en el conflicto de «unidades» que recibieron formación militar. El caso más «sonado» en España es el de un grupo de voluntarios catalanes y valencianos que dicen haber luchado por la independencia de Croacia. Ni los archivos oficiales del gobierno croata ni las distintas asociaciones de combatientes del HVO tienen constancia de su presencia, lo que me hace suponer que lo más próximo que ese grupo estuvo de Croacia fue a través de un catálogo de viajes.
El primer punto que habría que destacar es que han pasado ya treinta años del inicio de las hostilidades, lo que provoca distintas «distorsiones» sobre aquel periodo. Es cierto que en todos los ejércitos en conflicto hubo voluntarios extranjeros, pero lo correcto sería hablar de voluntarios individuales que se fueron organizando o fueron agrupados en unidades específicas del ejército en el que combatían una vez allí.
El caso más particular es el de los muyahidines en la ArmijaBiH, el ejército de la República de Bosnia Hercegovina. Si su presencia en el conflicto está fuera de duda, no existen datos claros sobre su número total (que según las estimaciones más objetivas rondarían el medio millar) pero la mayoría de los testigos de la guerra apuntan a que su presencia era puntual, sin que hubiera un apoyo organizado y coordinado por parte del wahabismo. El motivo principal para la «ausencia» de este factor saudí era la influencia que la Libia de Muammar el Gaddafi (el principal apoyo económico de los musulmanes de Bosnia) y en menor grado, la República Islámica de Irán, tenían en Sarajevo.
Ninguno de estos dos gobiernos permitiría que el wahabismo, de manera organizada, tuviese influencia bélica en Bosnia y Hercegovina más allá de una participación puntual de varios cientos de individuos. Un detalle que se suele pasar por alto en la mayoría de los trabajos de historia es que el interés de Washington en Bosnia aumenta a medida que crece la influencia de Teherán en la zona, en particular y a nivel militar a partir de 1993. Además, es importante recordar que la guerra civil en Argelia a principios de los noventa fue el lugar de destino favorito de los wahabís con experiencia bélica en Afganistán.
Por parte del ejército serbio, la mayoría de los voluntarios procedían de países de religión cristiana-ortodoxa (griegos y rusos principalmente) y que veían la guerra en Bosnia como una cruzada contra el enemigo turco, visión esta que compartía —a modo de continuación de las luchas contra el ocupante otomano— la cúpula de la Republika Srpska. El papel de estos voluntarios de motivación religiosa es público, y es posible visitar sus tumbas en Visegrad, por ejemplo, además de que su apoyo fue objeto de distintos programas realizados por la RTRS, la radio televisión de la Republika Srpska, en los últimos años.
El ejército croata, en la que sirvió Chico, es probablemente el más organizado en lo tocante a la participación «extranjera». Es necesario, antes de empezar, hacer una pequeña puntualización. Consideraremos como participantes extranjeros a aquellos combatientes sin relación familiar con Croacia. Es relevante hacer esta puntualización porque el apoyo que la diáspora croata, en especial desde Australia y Canadá, realizó a la causa independentista. Es importante también destacar que el grueso de este apoyo llegado del exterior era más radical, en un principio, que las propias fuerzas políticas en Croacia y que el de la diáspora europea de trabajadores emigrados de Yugoslavia en los años sesenta y setenta, en especial por sus vinculaciones familiares con exiliados croatas acusados de colaboración con el estado títere nazi, el NDH, de los años cuarenta. Tanto es así, que el ejército croata (HVO) purgó al principio de la contienda en Hercegovina a su ala más derechista, las HOS, de marcado carácter fascista y con importante apoyo de los círculos emigrados.
Esta presencia de ciudadanos «croatas» sin vínculos directos con el país, en algunos casos con un dominio rudimentario del idioma, sirvió para que desde un primer momento el ejército croata organizase unidades «adaptadas». Sin embargo, el grupo importante de combatientes extranjeros en el ejército croata, con los que Chico Rózsa tuvo contacto más directo a pesar de que su llegada al país balcánico fue diferente, tenía su origen en Latinoamérica.
El personaje principal en esta historia es Ante Gotovina, teniente general del ejército croata, juzgado y absuelto (tras una apelación) por crímenes de guerra y cabo primero en la Legión Extranjera francesa, cuerpo este en el que recibió su formación militar. Hace un año se estrenó en Croacia una película sobre este héroe de la guerra de independencia que pasa por alto su trabajo tras licenciarse en la Legión y hasta llegar a Croacia.
Ante Gotovina trabajó, entre otros, como guardaespaldas de Le Pen, el histórico líder ultraderechista francés, al que siguió un periplo de varios años en Latinoamérica, llegó a estar casado con una ciudadana colombiana y trabajó principalmente en Argentina con varios grupos de seguridad privada relacionados con la extrema derecha. Se dedicaban —principalmente— a extorsionar a trabajadores y a «defender» los intereses de la patronal de los «ataques» sindicales.
El grueso de los voluntarios extranjeros croatas procedía de Latinoamérica y no tenían relación —como se indicó erróneamente en su día— con la diáspora croata asentada principalmente en Chile, sino con los distintos grupos con los que trabajó Gotovina, teniendo todos pasado en la Legión Extranjera. Huelga decir que era un grupúsculo organizado: la mayoría de los voluntarios eran aventureros y venían de manera individual. El caso de Rózsa es uno más, pero con una peculiaridad: su amplia formación militar y experiencia en los servicios secretos.
Rózsa no era el único latinoamericano sin vinculación con Croacia del que se tenga constancia en el conflicto. De conocimiento público es la historia del argentino Rodolfo Barrio Saavedra, excombatiente en las Malvinas y que, según el propio Barrio, alcanzó el rango de general de brigada en el ejército croata. El devenir de Barrio Saavedra es paradigmático: comenzó como soldado en la 4. Gardiska Brigada entre 1991 a 1992 para posteriormente formar parte de las fuerzas especiales (dirigidas por Gotovina) hasta el final del conflicto en 1995, con varios cargos en los servicios de inteligencia militar.
Barrio Saavedra se define a sí mismo como una persona reivindicadora de los valores patrios, por lo que vio en la agresión «serbo-comunista» a la independencia croata un motivo para su participación en el conflicto. El otro fue el apoyo implícito de Reino Unido, «enemigo común» a los intereses croatas en su lucha por la independencia.
Esta visión es especialmente interesante teniendo en cuenta que las interpretaciones sobre el conflicto en la antigua Yugoslavia se suelen realizar siempre desde una perspectiva «ajena» a la evolución interna del conflicto. Así, una visión muy extendida en Europa occidental que acusa a Alemania, el Vaticano y otras potencias europeas como Reino Unido de apoyar la desintegración de Yugoslavia, son incompatibles con las convicciones que llevaron a Barrio Saavedra a desplazarse hasta la Croacia preindependiente a principios del conflicto.
El relato público de Barrio Saavedra deja a las claras lo difícil que resultó enviar grupos organizados al conflicto debido, según él, a el «quito-columnismo» por parte de algunas autoridades croatas que jugaban a dos bandas al comienzo del conflicto, además del riesgo que supondría su seguridad, al ser posible que fuesen utilizados —los voluntarios extranjeros— de carne de cañón. Aun pudiendo ser esta visión una opinión subjetiva, es necesario destacar que su relato es veraz y sus actuaciones en el conflicto son conocidas, y se deben tener en cuenta sus posicionamientos claramente anticomunistas y fortísimamente conservadores. Que en la actualidad se dedique a la «consultaría privada de seguridad estadounidense en Irak» (destino habitual de numerosos excombatientes balcánicos) deja a las claras la existencia de un mercado de profesionales de la guerra que sí sirve para entender el devenir postbélico de todas esas personas con experiencia bélica.
En el caso de Chico, la mayor parte de la información pública que hay sobre este período de su vida no es tan nítida. Una parte importante de los datos disponibles proceden de una película «autobiográfica» (Chico, producción húngara del año 2000) y de una serie de entrevistas y estudios parciales publicados en Hungría. Rózsa participó, además, en varias conferencias universitarias por Hungría explicando su experiencia bélica en los primeros años del siglo XXI, antes de marcharse a Bolivia, donde moriría en el año 2009.
Chico es una obra de ficción, pero permite entrever la formación ideológica y militar de su protagonista (interpretado por el propio Rózsa). Hijo de húngaro y catalana, Eduardo Rózsa-Flores nació en Bolivia y residió en Chile y Suecia hasta asentarse con su familia en el país de su padre. Rózsa nunca ocultó la ideología de su padre, militante comunista, y su formación por distintas academias militares, tanto en Hungría como en la Unión Soviética. Si hacemos caso al film y a lo expuesto públicamente por el propio protagonista, fue la actitud del ejército popular yugoslavo en los primeros compases del conflicto en Eslavonia y su contacto con los habitantes hungarófonos de esa zona (que le hacen entender que la guerra los hace luchar contra familiares en el otro bando) lo que le hizo renegar definitivamente de sus convicciones marxistas y le dotaron de un apodo, Chico, que no es más que un apelativo en croata para referirse a una persona desconocida. Hasta aquí su periplo según el propio Rózsa.
Otras fuentes indican que la razón fue más prosaica: Chico Rózsa habría sido un trabajador de los servicios secretos húngaros que, usando como tapadera ser un periodista freelance para medios en español —como las que se han sacado a colación en La Vanguardia—, se sitúa en aquellos conflictos que podrían afectar a la seguridad interna de Hungría: la caída de Ceauceșcu en Rumanía, con especial atención a las repercusiones que esta podría tener de manera inmediata para la seguridad de la minoría hungarófona de Transilvania, muy activa en las protestas en Timișoara, e inmediatamente en el conflicto que paralelamente se desataba con la desintegración en su vecino sur.
La misión de Chico Rózsa sería cubrir el conflicto, de nuevo como periodista, en Eslavonia, prestando especial atención al contrabando de armas que se desarrollaba en la frontera húngara en la Baranya e intentando entrar en contacto con húngaros locales para establecer un sistema de control que pudiera servir a la maltrecha economía húngara.
Es importante tener presente que el sur de Hungría, en especial las localidades de Pécs y Szeged, se convirtieron en los primeros compases del conflicto en un auténtico hervidero de «hombres de negocios» dispuestos a sobornar y a conseguir abrir vías de entrada de armas a las partes en lucha, en especial la croata. Es también importante destacar que Hungría es el único vecino común de ambos Estados y que la frontera estuvo siempre abierta. Hungría, consecuentemente, se convirtió en el lugar perfecto para todo tipo de trapicheos e intrigas, en especial porque a diferencia de Austria (muy activa en el apoyo de la independencia eslovena, tal y como el expremier Drnovšek destaca en sus memorias), Budapest mantuvo una situación neutral en un primer momento, intentando apostar a ambos caballos para resultar ganador.
¿A qué se debe ese cambio de actitud de Rózsa? También aquí existe disparidad de opiniones. Por una parte, varias personas consideran que Budapest prescindió de sus servicios, bien sea por motivos políticos o bien sea por motivos económicos. Otras fuentes consideran que el salario que recibía de varias fuentes latinoamericanas que financiaban la lucha por la independencia resultó ser más apetecible. La verdad nunca se sabrá, pero viendo su devenir como soldado de fortuna en Bolivia, podría ser esta segunda opción la más plausible.
¿Estuvo implicado Rózsa en crímenes contra la población civil e incluso en el asesinato de un periodista de la BBC? Según el propio Rózsa, obviamente, no. La unidad formada por extranjeros —de la que según Rózsa él fue el primer mando— desaparece en los libros de historia. Según fuentes consultadas, no estaría en la zona en la época del asesinato del periodista; sin embargo, los primeros meses de la guerra en Croacia, especialmente en Eslavonia, están sumidas en un manto de información contradictoria de todo tipo, tanto por parte de las autoridades crotas —Vukovar se convertiría en el símbolo de la resistencia y tenacidad croata para su independencia— como por parte del ejército popular yugoslavo. Lo que sí es cierto es que fue en Eslavonia donde murió el primer voluntario extranjero del ejército croata, el francés Jean-Michel Nicolier, y donde hizo acto de presencia la primera unidad paramilitar serbia, liderada por Arkan. Creo que tampoco será posible tener nunca la certeza de qué ocurrió en esa zona en aquellos meses.
Es difícil saber quién era Rózsa-Flores. Sus escritos, sus declaraciones, sus conferencias son una sucesión de contradicciones y patadas a seguir. Desde sus supuestos vínculos con el Opus Dei a su conversión al islam (llegó a publicar una obra titulada 47 versos sufís) pasando por sus apoyos a Hugo Chávez o al propio Evo Morales a la vez que preparó un golpe de Estado en Bolivia. El caso paradigmático de estas contradicciones aparece reflejado en un artículo en El País, con fecha de 27 de febrero de 1992: Hermann Tertsch indica que fue un ataque de las fuerzas yugoslavas a su Renault 5 debidamente indicado lo que provocó su decisión de dejar su puesto de periodista y alistarse. Sin embargo, los datos de la vida del propio Rózsa que relata el periodista de El País dejan a las claras lo que podría ser una pista falsa relativa a su persona: hijo de uruguayo y madre húngara y no de española y húngaro, error este demasiado obvio como para ser un lapsus del periodista madrileño.
Tras su periplo bélico y un hiato de diez años en los que viaja por el mundo, participa en varias películas y publica obras literarias, Rózsa realizará su último viaje, a Bolivia, en 2008, concretamente a la provincia de Santa Cruz. Acompañado de otro ciudadano croata (es muy probable que Rózsa entrase en su país natal con su pasaporte croata adquirido al haber combatido en la guerra) y de un ciudadano irlandés. El objetivo de su viaje era provocar un conflicto que acabase con el gobierno de Evo Morales o que en su defecto consiguiese la secesión de esta rica región boliviana. Lo curioso de esta misión es que su contacto en Santa Cruz era el empresario local de origen croata Branko Marinkovic que entraría en contacto con Rózsa en Croacia. La muerte de Rózsa se produjo en un tiroteo con la policía boliviana que asaltó su habitación del hotel de Santa Cruz de la Sierra donde se alojaba y donde encontraron un importante arsenal de armas destinado a dicha acción.
Esta biografía fragmentaria debería servir para desmitificar las guerras de Yugoslavia. No fueron un antecedente de la presencia del wahabismo organizado en Europa. Tampoco lo fueron para unidades de ultraderecha, infiltradas como periodistas, para desestabilizar situaciones ya de por sí calientes, como la que le costó la vida a Rózsa. La antigua Yugoslavia no fue Rojava ni tampoco Donbass. Es un conflicto perteneciente a otro periodo, la Guerra Fría, aunque esta ya hubiese acabado, donde los servicios de inteligencia (a los que probablemente pertenecía Rózsa) tenían redes mucho más extensas de control de grupos organizados, a diferencia de la actualidad, donde el peligro son individuos que, de manera particular, hacen la guerra por su cuenta.
Rózsa sería uno de tantos excombatientes convertidos en una suerte de soldados de fortuna, bien en el boyante negocio de la seguridad privada «paramilitar», auténticos ejércitos particulares como Blackwaters en su día (Academi es su nombre actual) para el que trabaja el citado Barrio Saavedra y que se puso tan de moda desde la invasión de Irak (donde se cumple la misión original de que las propias empresas petrolíferas pagan por su seguridad) o bien en aventuras geopolíticas que los eleven, algún día y si todo sale bien, a un cargo de relevancia en un nuevo ejército en un Estado de reciente creación, para poder así recuperar rangos soñados y mejorar sustancialmente sus cuentas corrientes.
Por motivos laborales este artículo se firma con seudónimo
Jugoso artículo sobre un flanco de la destrucción de Yugoslavia. Más de uno, que piensa que dividir una nación es algo progresista e internacionalista (sic), con una complejidad comparable a la de hacer y deshacer puzles, podría acudir a estos hechos tan recientes para ver el horror de los secesionismos.
Secundario, pero llamativo: tiempos aquellos en que un espécimen como Tertsch deambulaba por El País.
Aqui aparece el prota del articulo
https://www.youtube.com/watch?v=3343x_ywy_M&feature=youtu.be
Un saludo
Creo que se equivoca el autor cuando dice eso de que «lo más próximo que ese grupo estuvo de Croacia fue a través de un catálogo de viajes». En esta crónica de El País, escrita desde Mostar en septiembre del 92, se entrevista a tres de los voluntarios españoles que combatieron junto a los croatas https://elpais.com/diario/1992/09/23/ultima/717199201_850215.html
No, no me equivoco. No me refiero a ese grupo en el artículo.
A cuales te refieres?