El nombre de Dan Harmon se instaló en nuestro subconsciente tras aparecer tallado sobre más de un centenar de pupitres en las aulas de una universidad comunitaria. La Greendale Community College se reveló como terreno acogedor gracias a cruentas guerras de paintball, extravagantes festividades, asignaturas muy cuestionables y la portentosa estatua a tamaño real de Luis Guzmán que estaba plantada en su patio exterior. La insólita fauna que habitaba el centro se convirtió en nuestra familia al invitarnos a participar en las reuniones celebradas alrededor de una mesa de estudios. Y, de repente, nos llegó la revelación: todos somos Abed (excepto en la cuarta temporada de Community) y Dan Harmon es un creador muy mañoso a la hora de escribir comedia e historias circulares. Harmon, también es un frikazo de cojones, como Abed. Y como nosotros.
Give me some rope, tie me to dream
Esta historia está basada en hechos reales, concretamente en hechos acontecidos en la vida del propio Harmon a mediados de los dos mil. Una época en la que el hombre se matriculó en la universidad Glendale Community College de Los Ángeles, junto a su novia de entonces en un último intento de salvar la relación, «forzándonos a hacer algo en común que no fuese sexo» según aclararía Harmon. El caballero no recuperó a la querida, pero tras cursar clases de español, biología y psicología descubrió que aquellas aulas lo habían hermanado con extraños compañeros de estudios: «Yo estaba en un grupo con unos idiotas y comenzaron a caerme muy bien, a pesar de que no tenía nada que aprender de ellos y tampoco nada que ofrecerles». Harmon se dedicaba por aquel entonces a escribir comedia para televisión. Una carrera que había iniciado años atrás, recitando monólogos de humor grueso sobre onanismo en su Milwaukee natal, y que le había llevado a firmar textos para Sarah Silverman o Drew Carey pero también a elaborar el episodio piloto de la mejor serie que nunca llegó a hacerse: Heat Vision and Jack, las aventuras de Jack Black a lomos de una moto que tenía personalidad propia y la voz de Owen Wilson.
Al descubrir que la universidad comunitaria estadounidense era un ecosistema perfecto para cocinar pandillas de personas que no tenían nada en común, aquel guionista intuyó que había encontrado un material estupendo para parir una comedia televisiva. Convenció a la cadena NBC para que le financiase la idea y en 2009 estrenó Community. Una sitcom ambientada en la universidad Greendale (que no Glendale) donde un hombre llamado Jeff Winger se unía a un insólito grupo de estudio con el único objetivo de ligarse a una chavala. Lo interesante no era que dicho Jeff hubiese nacido como un obvio alter ego del propio Harmon, sino que el creador a la larga descubriría que en realidad tenía mucho más en común con otro personaje de su propia serie. Concretamente, con otro muy rarito, socialmente inepto y aficionado a pelar las capas de la cultura popular.
Confeccionar el reparto supuso la empresa más importante. Se fichó a Joel McHale como Jeff Winger porque el tío tenía suficiente carisma para encarnar a alguien despreciable que cayese bien al público. Chevy Chase aceptó interpretar a Pierce Hawthorne a pesar de odiar las sitcoms porque le encantaban los guiones de Harmon. Se eligió a Alison Brie para personificar a Annie Edison, un trasunto televisivo de la Tracy Flik que fue Reese Witherspoon en la película Election. Y se completó la banda con Gillian Jacobs como Britta Perry, Donald Glover como Troy Barners, Ken Jeong como el señor Ben Chang, Yvette Nicole Brown como Shirley Bennett y Danny Pudi como Abed Nadir. Curiosamente, este último personaje estaba inspirado en un ser humano real con el que compartía nombre: Abed Gheith, un actor y guionista que también se presentó al casting con la (lógica) esperanza de ser el mejor interpretándose a sí mismo. Ocurrió que los productores finalmente contrataron a Danny Pudi, tras una audición en la que lo reconocieron como «el-tío-cuyo-culo-llama-por-teléfono» de un popular anuncio de móviles. «Supongo que en caso de estar en el casting para protagonizar Gladiator 2 que te conozcan como el-tío-cuyo-culo-llama-por-teléfono no ayuda mucho», explicaría Pudi, «pero para este papel funcionó perfectamente».
Community se presentó como una comedieta estándar de veintipocos minutos con tendencia al disparate, pero según avanzaba la serie los espectadores comenzaron a intuir que allí ocurría algo especial. En aquella sitcom las referencias a la cultura pop se apilaban, existían coñas y tramas camufladas en segundo plano, el metahumor se instalaba como norma, y la naturaleza del producto era la de un juguete mutante. La supuesta comedia universitaria de repente se atrevía a danzar entre géneros, transformándose en un wéstern, una peli de zombis, un documental, una entrega de Ley y orden, un musical (con canciones que se mofaban de los clichés en los musicales), una cinta de acción o una historia de ciencia ficción con universos paralelos. Incluso el formato del programa gustó de travestirse con entregas que convertían a sus protagonistas en figuras de stop motion, muppets, personajes de un anime o pixelados monigotes de videojuego. El desmadre conceptual llegó hasta el punto de transformar, a la altura de la quinta temporada, la serie en un episodio de los ochenteros dibujos G.I.Joe, con animación vetusta a juego y anuncios intercalados de figuritas de acción basadas en los personajes. Community nunca arrasó en audiencia y vivió etapas extrañas justificadas por lo que ocurrió entre sus bambalinas, pero al ser tan especial cultivó fans acérrimos y estatus de culto.
El Harmon bueno
El primer logro de Community fue hacer interesantes a un elenco de personajes antipáticos: un abogado chulesco y amoral (Jeff) que solo quería mojar, una coprotagonista estándar que el programa convirtió gradualmente en una cabeza hueca (Britta), un deportista majete pero no muy lúcido (Troy), un millonario despreciable (Pierce), una madre separada y devota religiosa (Shirley), una estudiante ingenua (Annie) y un tipo tan obsesionado por las series y películas como para enfrentarse a la realidad a través de ellas (Abed). Harmon demostró destreza al lograr que aquel reparto funcionase en situaciones cómicas, revistió los diálogos con toneladas de referencias a la cultura pop y, sobre todo, jugó con mucha gracia con los elementos del medio: uno de los capítulos proporcionó a Abed una trama paralela en segundo plano que los espectadores descubrieron durante un revisionado. Y otro episodio presentó a un actor invitado (Jack Black) que, habiendo sido ideado para descolocar la dinámica del grupo, lo primero que hacía era descalabrar el ritmo de los títulos de crédito. Sentarse ante Community era como contemplar una tvtropes televisiva, y por eso no resulta extraño que sus fans le sean tan fieles, ni sorprende que Harmon fuese una de las retorcidas mentes detrás de Rick y Morty. La serie resultaba tan lúcida como para que los eruditos de la semiótica en terreno audiovisual, académicos alérgicos a las sitcoms por considerarlas banales, se lanzasen a elaborar estudios sobre ella.
Dan Harmon era tan perfeccionista con su criatura como para retocar personalmente cada guion en un proceso que se denominó «Harmonizar». Y también para elaborar un método de escritura, denominado «El círculo de la historia» y basado en el famoso «viaje del héroe» de Joseph Campbell, con el que dar forma a cada capítulo. Un mapa narrativo para escribir tramas que estaba basado en seguir siempre los mismos ocho pasos:
1. Colocar al personaje o personajes en su zona de confort, o en un escenario familiar para ellos.
2. Hacer que deseen algo.
3. Conducirlos a una situación desconocida o extraña para ellos.
4. Hacer que se adapten a dicha situación.
5. Hacer que obtengan lo que querían.
6. Pero que al obtenerlo paguen un alto precio por ello.
7. Devolverlos a su zona de confort.
8. Mostrar que han cambiado como resultado del viaje.
«El círculo de la historia» se reveló tan útil como para constituir los cimientos de la mayoría de relatos (entregas de Rick y Morty incluidas) paridos por Harmon. «Ni siquiera veo ese círculo ya, porque está tatuado en mi cerebro», aseguraría el hombre. Y la tremenda eficacia de aquella plantilla a la hora de erigir ficciones propició que fuese alabada, imitada y seguida a rajatabla por multitud de otros guionistas del cine y la televisión.
El Harmon malo
Pero todo lo que Harmon tenía de creativo también lo tenía de desastroso. Porque su habilidad para escribir chocaba directamente con su capacidad a la hora de organizarse y comandar un equipo: llegaba tarde a los rodajes, procrastinaba labores hasta el último momento, bebía en exceso, se dormía en las reuniones y desaparecía durante días sin avisar. Tras tres temporadas aguantándolo, los productores decidieron despedirlo colocando a David Guarascio y Moses Port como nuevos showrunners de la cuarta remesa de episodios. Guarascio y Port, intuyendo lo difícil de recoger el testigo, se limitaron a fotocopiar el estilo de su antecesor y por eso mismo la cuarta temporada de Community resultó ser una versión desangelada de sí misma. La misma receta pero sin el cocinero al mando. Y aunque los guionistas que se quedaron lograron sacarla a flote con maña, ciertas cosas rechinaban: el carácter de los personajes viraba por caminos extraños y se ideó un romance entre dos de ellos que no funcionaba. «Es como si te obligasen a ver como violan a tu familia en la playa», comentaría Harmon tras ver lo que habían hecho en la cadena con su creación.
Ante la ira de la audiencia, los productores volvieron a contratar de nuevo al creador original para la quinta temporada, un movimiento muy poco habitual en la industria. Community recuperó estilo suficiente como para aguantar un par de años más, pero el bajón era inevitable porque todo parecía menos fresco y el reparto inicial se desmoronaba: Chase había dejado la serie en la cuarta temporada, Glover lo haría durante la quinta y Nicole Brown se retiraría antes de la sexta y última. Dicha temporada final ni siquiera se emitió en la NBC, sino de manera online porque para entonces era Yahoo! quien pagaba los trastos.
Chevy Chase fue otro de los grandes problemas de Harmon. Ambos empezaron a colaborar por admiración mutua, pero acabaron protagonizando una desagradable y notoria gresca. Una que degeneró en Harmon animando al equipo de la serie a corear un «que te jodan, Chase», durante una fiesta de fin de rodaje, cuando la esposa y la hija del actor estaban presentes. Aquella ofensa provocó que una ristra de coloridos mensajes del cómico de Saturday Night Live aterrizasen en el contestador de Harmon: «Puto gordo, alcohólico […] Cada vez escribes peor […] Comiendo así solo vas a llegar a los cincuenta y siete si tienes suerte […] Puedes comerme la polla». Ocurría que Chase acumulaba bastante bilis tras haberse pasado toda la producción quejándose de que su personaje estuviese escrito como un viejo cascarrabias. Pero lo gracioso es que era exactamente eso lo que Harmon veía en el actor, algo que se le antojaba descacharrante e inspirador a la hora de escribir su rol. Cuando el showrunner original recuperó el mando en la quinta temporada, Chase y Harmon ya habían hecho las paces, y el segundo accedió a rodar una última aparición de Pierce en pantalla, en forma de holograma.
El lado más oscuro de Harmon se descubrió cuando, tras confesar en Twitter que se había comportado como «un gilipollas» en el pasado, intentó disculparse ante la guionista Megan Ganz, la pluma responsable de algunos de los mejores episodios de Community. En principio, Ganz optó por no perdonarle, hasta que el creador del show explicó con más detalle en su podcast de comedia (Harmontown) cómo se había dedicado, años atrás, a abusar de su posición de jefe y putear a la mujer en el trabajo después de ser rechazado por ella. Tras escuchar la confesión pública, que Ganz definió como una «master class sobre cómo pedir perdón», la escritora aceptó sus disculpas.
Los fans de Harmon saben que el hombre no es la persona psicológica y emocionalmente más estable del mundo. Y que sus altibajos nunca ha sido un secreto: el propio logotipo de su compañía (que asoma al final de cada entrega de Community o de Rick y Morty) es en realidad una caricatura en plastilina de la vida autor, un extraño diorama que refleja cuando está a gusto y cuando está en la mierda.
Todos somos Abed
Dos mil palabras sobre los engranajes de una serie de culto son suficientes como para comenzar a preguntarse por qué coño todos Abed. Pero también son útiles para conocer la respuesta, porque es bonito saber quién está detrás de la función para entender la naturaleza de sus personajes.
Seis personas que comparten asignaturas diferentes congregadas en un grupo de estudios donde se hace absolutamente de todo menos estudiar. Un equipo cuyas aventuras comenzaron encarando a niñatos chulescos, y desbarraron hasta construir fortalezas de almohadas que provocarían guerras territoriales, combinar zombis con Abba, reinterpretar Uno de los nuestros utilizando como base los palitos de pollo o erigir una sociedad jerarquizada y sectaria basándose en las puntuaciones de una app de móvil.
Todo dentro de una universidad con un equipo de empleados caminando al mismo nivel de delirio: desde un profesor chino de español que no tenía ni idea de español y afirmaba haberse comido a su hermana gemela en el útero materno, hasta un decano amigo de enfundarse en aparatosos disfraces y pasando por una mascota (el «ser humano») que lucía un aspecto terrorífico por culpa de haber sido diseñada como «étnicamente neutral» para no ofender a nadie.
Community no es la mejor sitcom de la historia y su gusto por el disparate puede atragantársele a más de uno, pero sí es una de las series más especiales. Y parte de la culpa de esto la tiene el alojar entre el grupo protagonista a uno de los mejores personajes creados en la televisión: Abed Nadir. Un estudiante palestino-indio-estadounidense tremendamente introvertido y presuntamente autista, aunque la serie no lo confirmaba de manera directa, tan obsesionado por la cultura pop norteamericana como para encarar la vida basándose en lo que le ha enseñado la televisión, el cine, los juegos y cualquier otro divertimento similar.
Lo fascinante de Community es su ingenio para mimetizar y jugar con toda esa cultura pop entre la que ha sido concebida. El programa atesora guiños y huevos de pascua simpáticos, sabiéndose cercana tanto al culto como al frikismo mainstream: una de sus tramas se disfrazó de homenaje a Pulp Fiction para acabar destapándose como una reverencia a la (mucho menos popular para el gran público) cinta Mi cena con André de Louis Malle. Bitelchús tuvo una fugaz aparición en segundo plano tras ser mencionado tres veces en tres episodios distintos pertenecientes a temporadas diferentes. Para un especial navideño, el casting se transformó en figuras stop motion, al estilo del clásico del Rudolph, el reno de la nariz roja de 1964, confeccionando un cuento amargo a lo Charlie y la fábrica de chocolate. Durante una secuencia de créditos, Abed y Troy se transmutaron en Epi y Blas. Dos episodios orbitaron en torno a partidas al juego de rol Dungeons & dragons (curiosamente, uno de dichos capítulos ha sido retirado de los canales de streaming por marcarse un blackface, sobre un personaje chino interpretado por un coreano que está disfrazado de elfo oscuro). Una pachanga de futbolín adquirió el aspecto visual de un anime intensito.
El guion del capítulo «Teorías de conspiración y falsas apariencias» incluyó en la historia un desfile del día de la independencia de Letonia aprovechando que se emitiría el 18 de noviembre, el día de la independencia de Letonia. Troy jugó a golpear la cabeza embalada de Abed porque Friends nos había enseñado a todos que el plástico de burbujas es divertido. El tema «Daybreak» de Michael Haggins se convirtió en un running gag musical: sonaba con frecuencia en las radios o los ascensores de Greendale y era canturreado por los protagonistas durante toda la serie. Dan Harmon incluyó en los diálogos las burlas más ridículas que la gente le lanzaba a su persona en Twitter. En una de las tramas, Abed confesaba haber participado como extra en Cougartown, una serie venerada por el personaje que en el mundo real se emitía en una cadena de la competencia (ABC).Semanas más tarde, Abed Nadir apareció ejerciendo de extra en la season finale de Cougartown y en cincuenta segundos, sin decir una palabra pero sufriendo un apretón, se hizo con todo el protagonismo de la secuencia.
En el vigesimotercer capítulo de la primera temporada, los responsables del programa utilizaron como excusa una batalla de paintball para filmar su propia película de acción repasando los tropos del género. Una ocurrencia tan celebrada como para que se repitiese durante la segunda temporada en un doble episodio que rendía tributo tanto al spagheti western de Sergio Leone como a Star Wars. El estreno de aquellos tiroteos de pintura emocionó tanto a los mandamases de Marvel Studios como para fichar de manera inmediata a sus responsables, los hermanos Anthony y Joe Russo (productores y directores de Community), y colocarlos a cargo de Capitán América: el Soldado de Invierno.
Pero lo que mejor hacía Community era demostrar que no solo sabía jugar con los clichés ajenos, sino que además era tan autoconsciente de sí misma como para convertir el metahumor en bandera. El clásico episodio recopilatorio de las series, ese que recicla escenas pretéritas en plan remember para rellenar metraje, se transformaba aquí en una colección de recuerdos que el espectador realmente no había visto antes. La obligatoria entrega musical se presentó con los protagonistas tratando (sin éxito) de no contagiarse con el hechizo de los musicales mientras el guion aprovechaba para burlarse, con una canción interpretada por Annie, del habitual numerito de la lolita tonta y sexy. Una de las tramas utilizó con verdadera gracia los cameos de caras conocidas al atreverse a presentarlos en cadena. Y la mayoría de los diálogos disparaban sin parar coñas autorreferenciales: cuando Jeff enumeraba los virajes en la personalidad de cada compañero (Britta pasando de «anarquista a cabezahueca», Shirley de «una divorciada independiente a una pastelera» y Troy siendo definido como «alguien que solo existe por su relación con Abed») en realidad estaba criticando la flanderización con la que los guiones habían degenerado los roles hasta convertirlos en caricaturas. Britta espetaba un «No veo series hasta que son tan populares como para que verlas ya no sea una declaración de principios». Troy se quejaba sobre cómo el prota de Scrubs había abandonado aquel show de golpe, poco antes de que el propio Troy desapareciese para siempre de Community. Y las menciones cabronas a aquella cuarta temporada, en la que no estuvo implicado Harmon, se amontonaron sin rubor: puyas dolorosas como «esta temporada será lo más aburrido que ha pasado desde que Britta salió con Troy» o tan coloridas como el pedo que se tiraba Chang cuando sus compañeros recordaban el cuarto año en Greendale. Community vivía por y para la metabroma porque chapoteando en ella se encontraba de lo más cómoda.
Y aquí es donde entra en escena la importancia de Abed. Sobre el guion fue concebido como el frikazo de la clase, aquel que se disfraza de Batman y otea las calles desde lo alto mientras se enchufa su inhalador. Pero en la pantalla se transformó poco a poco en pilar de la sitcom. El empujón inicial se lo había dado su relación con Troy, un bromance entre dos muy buenos colegas que producía los gags más recordados (ojo al rap en español). Y un aprecio sincero capaz de hacer que ambos renunciasen a una mujer deseada para no enemistarse. O de provocar que, durante un episodio con pinta de peli de terror, Abed le soltase a Troy un emotivo «quiero que seas el primer negro que llega al final» al que su amigo contestaría con «Abed, te quiero». Al arrancar Community, Jeff y Britta parecían los dos protagonistas principales, pero ocurría que Abed y Troy eran mucho más divertidos. Y también que molaban más («Troy y Abed por la mañaaaana»).
Lo significativo es que, al margen de su relación con Troy, la personalidad de Abed resulta fascinante. Un sujeto inteligente, minucioso, excesivamente observador, competente como atleta o bailarín y capaz de hablar tres idiomas, pero que se demuestra inútil a la hora de socializar correctamente o entender las emociones. Dan Harmon investigó los síntomas del síndrome de Asperger mientras trabajaba en el personaje de Abed, y no tardó en descubrir que él mismo padecía una variante de dicho trastorno. En Greendale, Jeff había sido creado por el escritor como una versión ficticia de sí mismo, pero según se desarrollaba la serie le quedó claro que Abed era su verdadero espejo. «Yo sé que no soy normal, pero lo importante de esto es que comencé a darme cuenta de que tengo mucho más en común con Abed que con Jeff», explicaba Harmon al rememorar el descubrimiento.
Pero lo verdaderamente brillante de Abed es el concepto en el que basa su existencia. Se trata de alguien que interpreta la realidad a partir de lo que le ha enseñado la cultura popular que consume. Un individuo que cree que su vida y sus desventuras vienen dictadas por las leyes de las series y películas. Se da el caso de que al mismo tiempo él es realmente un personaje de una serie. Y justamente por eso es el único que sabe lo que está pasando. Abed es quien anticipa que la historia está a punto de transformarse una buddy-movie cuando Annie y Shirley son nombradas vigilantes de seguridad del campus, es el que explica qué es un episodio embotellado (un capítulo rodado en una única ubicación para ahorrar gastos) segundos antes de que el show se marque un episodio embotellado, es quien anuncia que lanzar un dado puede crear líneas temporales paralelas justo cuando eso está a punto de ocurrir, el que advierte sobre cómo un idilio entre Britta y Jeff podría degenerar en un spin-off, y la persona que comenta «el paintball en la universidad era un homenaje a la acción y la aventura erróneamente etiquetado como parodia» o «No es tan divertido desde que se fue Troy».
Abed Nadir es el tipo que se pasa todo Community convencido de que aquello es una serie: «Seis años, seis temporadas ¿verdad Abed? ¿Qué pasa en la temporada siete?», le preguntaban durante los últimos episodios, «No sé si habrá séptima temporada. ¿Qué serie ha mejorado tras la sexta?» contestaba. «Los Simpson, South Park, Seinfeld, Friends» le replicaban. «Esas no perdían personajes cada año» sentenciaba el hombre. Abed era quien podía verle las costuras a sus desventuras, exactamente del mismo modo en el que lo hacían los espectadores ante la pantalla. Y también es el flipado que empapelaba su habitación con pósteres de Cortocircuito o Tiburón, el aficionado al cosplay y a las celebraciones de su programa favorito de televisión (Inspector Espaciotiempo, un remedo del Dr. Who real), el que ve pelis malas con los colegas para reírse de ellas, el tío que considera que lo más adecuado para embellecer un hogar es una maqueta de la escena inicial de En busca del arca perdida, alguien que se toma muy en serio las partidas de Dungeons & Dragons y las referencias peliculeras rigurosas.
Es decir, Abed es exactamente igual que el fan medio de Community. Es el espejo de todos los seguidores de esta sitcom, seres fascinados con los chapoteos pop y obsesionados por cazar los centenares de guiños. Personas capaces de señalar pequeñas variaciones ocurridas durante los títulos de crédito de la serie, y de entender su significado: cuando una tirita apareció remendando un lapicero durante la cabecera inicial, los fans no tardaron en apuntar que aquel lápiz se llamaba Steve, y que había sido partido en dos durante un inspirador discurso de Jeff. En un momento dado, Abed etiquetaba sus tres primeros años en Greendale como la «Edad de Oro». En el mundo real, el público y los críticos hacían lo mismo al hablar de las temporadas del programa.
El último episodio de Community (titulado «Consecuencias emocionales de la televisión») incluía un monólogo de Abed donde este afirmaba que «la televisión es un amigo que conocemos […] Y al que debemos permitirle que tenga un mal día» (1). Aquel capítulo también se cerraba con el anuncio falso de un juego de tablero basado en la serie. Un gag delirante protagonizado por una familia cuyos miembros acababan siendo conscientes de que tan solo eran seres ficticios dentro de un anuncio ficticio de una serie de ficción. Pero lo más demencial de todo el sketch era su remate, un aviso legal sobre el juego narrado por el propio Dan Harmon: «Dados no incluidos, requiere montaje. La línea entre la percepción, el deseo y la realidad podrá volverse borrosa, redundante o intercambiable. Los personajes podrán relacionarse sin atender a su inmersión emocional. Hay episodios conceptuales para ser divertidos, otros divertidos para ser absorbentes y algunos tan absorbentes como para no ser divertidos. La consistencia entre temporadas podrá variar. El espectador podrá ser evaluado por un sistema secreto y obsoleto basado en participantes seleccionados que llevarán diarios escritos de todo lo que vean. La serie podrá ser llevada a internet, donde millones de personas la verán, aunque no importe. El falso anuncio podrá acabar con un aviso legal de broma que podrá convertirse en una patada voladora de su creador narcisista. Los psicólogos podrán haberle dicho al creador que esta no es forma de convertirse en buena persona. Quizás nuestros seres queridos nos estén viendo. Podrán querer saber que los quiero pero que soy incapaz de decírselo. Contiene piezas del tamaño del esófago de un niño».
Community puede parecer una bufonada por momentos pero en realidad tiene mucha más miga y es muchísimo más lista de lo que le gusta aparentar. Abed lo sabe, Dan Harmon lo sabe y nosotros lo sabemos. Porque todos somos Abed.
(1) O una mala cuarta temporada.
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Me quito el sombrero. Wow!
Una de las mejores series que han visto mis ojos frikis. Comencé a verla haciendo zapping perezoso en Netflix, y la vi entera en dos semanas. Y me acabo de enterar que el.autor es el mismo que Rick and Morty, mi otra serie de culto. Yo sería su váter si me lo pide, qué tipo más grande, vaya mente más ingeniosa.
El artículo es muy bueno, por cierto. Plas, plas, plas.
Jolines, casualmente acabo de terminar de verla. Gran serie, con grandes personajes (incluidos los secundarios). Adoro a Pierce. Lastima que las 2 ultimas temporadas dejen cabos sueltos y flojeen.
Encontré esta serie buscando algo divertido en Netflix y me di cuenta que encontré lo que había estado buscando toda la put* vida. La he visto 3 veces seguidas buscando los Easter Eggs perdidos!
Gran artículo amigo!
Bien escrito y todo, pero siendo honestos: a no sé ya cuántos años de Community, ¿qué cosa nueva nos dice este artículo realmente que no sepamos ya? Porque a estas alturas todo lo dicho aquí está más que sabido (y reciclado): que la cultura pop, que Harmon y sus historias personales, que el humor meta…
Muchos caracteres para hacer un mero recuento de escenas y reiterar la obviedad de que Abed es el personaje más importante (y un auténtico friki, como el propio Harmon y los espectadores).
Algunos no habíamos visto esta serie hasta hace unos meses (como es mi caso) y para mí este artículo me dice mucho. Empecé a ver la serie durante el confinamiento, aunque el primer capítulo me pareció más de lo mismo, porque creía que la serie iba de Jeff intentando ligarse a Britta y bla, bla, bla. Después de ese primer episodio vi la serie completa en tres semanas. No seré original y seguro que pasaré por el típico snob gafapasta, porque me da igual si Community es una serie de culto o la han visto 200 millones de personas. Nunca había visto nada igual en la «televisión».
Muy buen análisis que da justo al clavo de lo bueno y lo malo de Community, una serie hecha por y para quienes aman la televisión, o más bien para quienes aman buscar significados en la televisión (para bien y para mal). El problema hacía al final (algo similar que ocurre con Rick and Morty) es que su obsesión por lidiar con lo meta (y a su vez con la crítica) es que hace que pierda conexión con el tema original.
Tremendo articulo. De lo mejor que leí sobre la serie. Que estoy cerca de terminar, y para que «dure mas», comencé otra en paralelo ?
Una serie BRU-TAL
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