Franc Abulnar tenía la nariz gordota, pelo raleando, frente amplia y pintas de estibador portuario. Solo que no. Franc prefería la bici, que es más divertido. Bastante bueno, uno de los mejores de Yugoslavia. Fue así como llegó a correr el Tour de Francia en 1936. Cuatro yugoslavos entre los cien participantes, dorsales 59 a 62. Abulnar (no concluyó la novena etapa, quincuagésimo primero como mejor puesto, en Briançon) era el único esloveno, porque había nacido en Ljubljana.
Ochenta y cuatro años más tarde Eslovenia ha dominado la Grande Boucle. Primero y segundo. El ciclista sólido, la gran promesa que asalta los cielos antes de parecer preparado. Curiosidades.
Bienvenidos al Tour de Francia 2020.
El Tour del virus
El mismo que a punto estuvo de no disputarse. En julio de 1946 Berlín es dividida en cuatro partes, una para cada potencia aliada. Estados Unidos se lo pasa genial tirando bombas en Bikini, que primero fue un atolón, después una prenda de provocar sonrisas y ahora parece agujero deshabitado de donde cualquier día surge Godzilla. Ese ambiente. Pues bien, aquel mes de julio, tan lejano, tan ajeno, fue el último en que no hubo Tour de Francia. Hasta este.
Ustedes quizá no se han enterado, porque es algo que apenas salió en los medios, pero desde primavera arrastramos una pandemia bastante gorda. Covid-no-sé-qué, creo. La cosa se puso tan seria que hubieron de suspenderse todos los acontecimientos lúdicos, incluidos el fútbol, la zarzuela y varios conciertos de José Manuel Soto. También el Tour, no se vayan a pensar. Solo que esta Boucle es tan Grande que propuso nuevas fechas. Agosto y septiembre, que hace aún calorcito y van a quedar unas imágenes preciosas por la tele. Dicho y hecho. Nos vamos a Niza, que tiene glamur y viejos tomando el sol a espuertas.
Tantos meses esperando… para esto. Los ciclistas decidieron desaprovechar uno de los comienzos de Tour más duros de siempre rodando con retraso de manera sistemática los primeros cinco días. Se vieron cosas, claro. Un par de huelgas por ejemplo (parcialmente reconocidas por los interesados). La primera en la etapa inicial, nada menos, por lo de ir marcando territorio. Que hay jabón en el asfalto y el recorrido es peligroso. Lo que, de ser tan grave, debería haber motivado un plante, y no la visión rebañesca de doscientos tíos abroncados por Tony Martin mientras sesteaban por Niza, qué hermosa eres. La segunda jornada… en fin, no sé, no conozco la explicación. Protesta contra el cambio climático, igual.
Decepcionaron también las dos primeras llegadas en alto. Al menos en lo ciclista, que lo literario se cubrió dignamente. Orcieres-Merlette y el recuerdo de Ocaña, Mont-Aigoual y siestecilla con el libro de Tim Krabbé. Ya ven, ese era el tono.
Hasta entonces, algunas cartas. La más importante, quizá, era el cambio de dominador. Donde años antes tiraba Ineos (o Sky) ahora lo hacía Jumbo-Visma, la nueva potencia en esto de las dos ruedas. Los holandeses llegaban con un equipo casi imbatible: el gran favorito (Roglič), la mejor alternativa (Dumoulin), gregarios excelsos para montaña (Bennet, Kuss, Gesink) y ese tipo que parece un John Deere mejorado (Wout van Aert). Parecía incluso difícil que no lo ganasen todo (tres etapas hasta el primer viernes, nada menos), pero varios factores jugarán a la larga en su contra. Por ejemplo que Roglič no sacase más tiempo cuando tenía piernas. O que sus directores fuesen los mismos que ya perdieron una Vuelta por no filtrar a nadie en la fuga del último día importante y un Giro por pararse a mear frente al Lago di Como. Cierto aroma a dislates por suceder. Pepe Gotera y Otilio. No le puedes poner a un equipo nombre de circo y pensar que nadie se va a dar cuenta.
Ah, más cosas. Abanicos, por ejemplo. Que pillaron a Landa, claro, porque se llama Mikel Landa, y estas cosas son así. Lo ves en cabeza y a la siguiente toma… hop, ya no está. También andaba por ahí Pogačar, un chavaluco bastante bueno. Para que se hagan una idea la diferencia de edad entre Pogačar y Valverde es (casi) la misma que entre Valverde y Greg Lemond (por poner un nombre al azar que no anuncia nada sobre el final del relato). A esos grados de precocidad (y madurez) hemos llegado. En fin, a lo que iba, que minutito y medio para los dos, aquí no ha pasado nada, sigan, sigan.
Hasta la llegada de los Pirineos las cosas llevan el guion previsto en una primera semana de Tour. ¿Etapas con retraso? Check. ¿Protestas de los corredores porque las carreteras son malísimas y no como hace años, que todo eran tapetes? Check. ¿Lucha de Alaphilippe, con etapa y maillot amarillo? Check. ¿Abanicos? Check. ¿Fabio Aru penando? Check. ¿Landa pierde tiempo? Check. Pero, no sé… siento como si faltase algo. El Tour aún no es el Tour. Ese cosquilleo. Sí, ya sé. Eso.
Tranquilos, ocurrió subiendo el Port de Balès.
Supongo que debe ser jodido llamarte Thibaut Pinot. Porque te pasan cosas. La principal, que vives un tiempo distinto al tuyo. Pinot es un ciclista ochentero, uno de esos que avanza a golpes de inspiración, que hoy gana tiempo y mañana sufre pájaras, que se cae, se levanta, se vuelve a caer, se cae una vez más. Rinde bien o mal en las cronos dependiendo de si hay cuarto creciente o luna nueva. Y además tiene un bamboleo sabrosón en el sillín, un péndulo estropeado por los hombros. Todo ello, cosas frecuentes hace cuarenta años, torna hoy obstáculo infranqueable para aspirar a Grandes Vueltas. Lo que no es demasiado problemático (hay carreras prestigiosas por doquier en este calendario nuestro)… salvo si eres Thibaut, francés, y todos dicen que sucederás a cierto bretón con mala hostia. Así que, unas razones u otras, Pinot capitula. Su cabeza, su espalda, su cadera (en este Tour sufrió una fuerte caída)… pero capitula. Primer puerto serio y uno de los máximos favoritos queda descartado. Caretas fuera.
Al margen de eso los Pirineos muestran tendencias. Que Jumbo no asusta tanto, porque solo tiene un líder, y ese además prefiere contemporizar antes que sacar provecho de su (presunta) capacidad física. Que Pogačar viene con todo. Que Bernal es una roca, pero le falta. Que hay cuatro tíos por encima del resto cuesta arriba (a los tres citados, sumen Mikel Landa). Que Quintana sí pero no. Que Yates (entró de amarillo, salió de Mitchelton) no pero no. Que Movistar aspira un año más a la clasificación por equipos. Ah, y que Hirschi es un multiherramienta con futuro y presente.
¿Las etapas? Bueno, correctas. Moviditas. Marcajes, síntomas. Pero todo muy igualado, lo que no suele ser buena noticia para el espectáculo. ¿Quieren un ejemplo? Justo antes de la primera jornada de descanso el sexto clasificado estaba a treinta y dos segundos del líder. El noveno de la general, Claudio Chiapucci, perdía treinta y tres segundos en el Tour de 1994… después del prólogo.
Las causas ya las hemos señalado más de una vez, pero es difícil resistirse a la repetición. Kilometrajes de juveniles, descenso generalizado en el número de dificultades orográficas (si antes teníamos tres grandes cols en una etapa ahora nos conformamos con la parejita) y, sobre todo, ausencia de crono. La gran contrarreloj que el Tour siempre ponía antes de la montaña abría diferencias, lo que generaba inconformismo entre, fundamentalmente, los escaladores (es difícil conformarte si vas el 43 de la general a siete minutos). Ello provoca movimientos, que, a su vez, desencadenan cosas. Cosas. Contraataques, pájaras, malas decisiones. Cosas. Parece difícil retomar la senda del pasado, porque incluso la sociedad (y con ella los consumidores de ciclismo) es otra, pero nunca está de más dejarlo por escrito.
Días de bostezo y rosas
Comenzaba la segunda semana con pruebas PCR a todos los miembros de esa pequeña ciudad que es el Tour. La organización fue taxativa: dos positivos en uno de los equipos, con independencia de si son de ciclistas o mecánicos, suponen expulsión inmediata. Así que… en fin, bastantes nervios. Al final nada (y tampoco en el segundo día de descanso), porque la burbuja funcionó y el show debe continuar, o viceversa.
Curiosamente estos días estuvieron animados por una pelea secundaria. La del maillot verde, la regularidad, los puntos. El premio no era poco… Peter Sagan estaba en condiciones de ganarlo por octava vez. Ya ven, toda una leyenda. El problema es que Sagan cada día es menos Sagan. Antes le podía bastar con su (inmensa) clase, pero el tiempo pasa para todos y «que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde». Además, el eslovaco tiene pinta de que se ha tirado el confinamiento jugando al Fortnite y comiendo ganchitos. Vamos, que no anda. Pero tiene orgullo, mucho. Tanto como para poner a trabajar a su equipo desde el principio algunas jornadas para descolgar a Sam Bennet, albañil metido a ciclista que sufre hasta en los cambios de rasante. La cosa es que Bennet llevaba el verde sobre sus anchas espaldas (el tipo es un Platón, y si no pillan la referencia pregunten a Guillaume Martin, que es filósofo) y la única manera de arrebatárselo parecía ser a las bravas. Rendición. Vamos, que llegase a dos horas. Ánimo para un Tour que, por lo demás, sesteaba a la hora de las siestas.
Bora, el equipo de Sagan, es uno de los que rindió cercano a la excelencia, logrando exprimir al máximo su talento. El otro fue, sin duda, Sunweb. Primero de la mano del increíble Hirschi, suizo con metrónomo en la cabeza y un rodar elegante hasta decir basta. La otra etapa para Sunweb en estos siete días llegó de la mano de Kragh Andersen, culminando la guerra de guerrillas que su escuadra planteó camino de Lyon. Repetiría en la tercera semana. Enorme premio.
¿Y los favoritos? Pues oigan, qué quieren que les cuente, yo estaría encantado en decir más cosas, pero… A ver, que nos centremos. Todos detrás del Jumbo, no vaya a ser que nos pegue demasiado el viento y cojamos un catarro, que este año lo de estornudar está muy mal visto. Caídas, sí. Bardet al suelo. Quintana también al suelo. El primero abandonó, el segundo sigue en carrera, aunque mermado en su rendimiento (y su rendimiento ya iba en curva descendente). Así las cosas… Ah, sí, lo de Bernal.
Sucedió en el Grand Colombier. Puerto durísimo, uno donde los colombianos se mostraron en Europa hace casi medio siglo. Alfonso Flórez, historias para no dormir. Pues bien, allí, espacio sacro, terminó el Tour del dorsal uno. Egan salió de Niza como favorito y se descolgó al principio del col, sufriendo como un perro, demostrando que la evolución prometida en su forma no se iba a producir. Un carro de minutos, otro camino de Villard de Lans. Abandono. El Tour de Ineos-Grenadier ha sido desastroso desde la concepción del equipo hasta el kilómetro final, por mucha victoria parcial que lograsen. Froome y Thomas fuera (el primero penando por esos caminos de Europa, el segundo sin ganas de subirle bidones a Bernal), Egan irreconocible, Carapaz jugando en la liga de los cazaetapas (que es muy digna, pero no parecía la suya hace doce meses), Sivakov estazado el primer día, los gregarios rindiendo regular. Como estas cosas son cambiantes resulta arriesgado escribirlo, pero parece que la época british en el Tour, esa que se inició al calor de los Juegos Olímpicos de Londres, ha llegado a su fin. Aunque, oigan… Egan tiene solo veintitrés años.
Claro que Pogačar suma veiintiuno y ganó en la cima del Grand Colombier. Quitando caretas, o algo parecido. Ataque en las vallas, no se crean ustedes, pero la correlación de fuerzas (y de ambiciones) parecía quedar asumida. Los dos de Eslovenia (patria querida) jugaban a ganar, el resto (los Landa, Urán, Porte, López y similar) venderían a su madre y a Fluffy, aquel perrito que tanto quisieron en la niñez, por un puesto de podio. Así que pareja para el amarillo. Pegados el uno a la rueda del otro. Diferencias de bonificaciones, para lo que ha quedado este destructor de organismos que siempre fue el Tour. Cuarenta segundos entre ellos, a favor del veterano, antes de la semana final. Y todo el mundo se hace la pregunta. ¿Podrá Tadej? ¿Tendrá ambición suficiente?
Pongamos en perspectiva el asunto. Con su edad un ciclista no sumaba dos etapas en el Tour desde antes de la Gran Guerra. Si asaltase al jaune sería segundo más joven de siempre. El primero se llamaba Henri Jardy, solo que corría con el pseudónimo de Henry Cornet, porque el ciclismo es cosa de golfos y pilluelos, y no quería que nadie lo señalase por la calle, mira, mira, ese es el que va enseñando las piernas a todo el mundo. Cornet ganó en 1904 sin haber cumplido los veinte años. En realidad quedó quinto, pero como expulsaron a los cuatro primeros por fruslerías como hacer etapas en tren o envenenar a rivales pues… Esa era la magnitud del reto que tenía ante sí Tadej.
Un desafío directamente a la historia.
No desearás al vecino del quinto y tampoco te vestirás de amarillo
Lo del «Landismo» es curioso, no se lo voy a negar. Quiero decir, ustedes cogen a un tipo tirando a taponcete, fofisano (siendo generosos) y con más vello corporal que una marta cibelina y lo convierten en paradigma de macho ibérico. Que, oigan, habla un poco regular de la península, pero vaya, no venimos aquí a tocar esos temas. Pues bien, en las bicis hay también Landismo, porque también hay un Landa, solo que este se llama Mikel y no Alfredo. Por lo demás pueden tener un cierto aire. Las pasiones, digo. Por extrañas. Por (vamos a ser benévolos) confundir deseos con realidad.
Digamos que la cosa consiste en ver un escalador de leyenda dentro del cuerpo de cierto mocetón alavés. Mikel Landa lleva un lustro en la gran élite y, salvo el Giro de 2015, nunca ha dado muestras de ser alguien fiable para generales. Regular sí, mucho, pero sin ese jenesaisquoi necesario para asaltar los cielos. No importa, seguimos confiando en él. Si el otro Landa pudo ser un icono sexual…
Así que el Landismo pinó las orejas cuando su equipo, el Bahrain McLaren (qué raro se ve escrito) empezó a tirar con (algo de) fuerza subiendo Madeleine, el puerto de paso más duro en esta carrera falta de puertos de paso duros. Se terminaba en el Col de la Loze, que ni es col ni es nada, solo una pista de esquí a la que han echado asfalto para la ocasión, como si no hubiese carreteras de sobra en los Alpes. El resultado era artificial, subía a toboganes, a ratos tenía un punto de malabarismo. Pero, eso sí, encerraba rampas, muchas rampas.
Pues eso, que todo el mundo excitado con Landa. Nunca antes había afrontado la segunda cordillera (tiende a mejorar con los días) a tan poca distancia del liderato. Hombre, quizá vestir de amarillo parecía lejos, pero rascar pódium… a por ello. Y entonces… agua. Mikel es de los primeros en quedarse a cuatro de meta, cuando la cosa se pone realmente seria. Tiene algo de ciclista clásico, de fallar cuando lo más sencillo perece ser que termines ganando. Por eso se le aprecia, porque al campeón solo le quieren los horteras.
La etapa sería para Miguel Ángel López, un colombiano que cada vez mide más sus fuerzas, desdeñando sistemáticamente las locas aventuras. En fin, cosas de la modernidad. Por detrás Roglič (sainete mediante con Sepp Kuss) le metió a Pogačar la friolera de diez segundos, y la cosa parecía quedar sentenciada. Los tres primeros en minuto y medio, pero sentenciada. A esto hemos llegado, Sancho, a mí no me mires. El día siguiente, último alpino, solo sirvió para el ataque de Landa (que pareció de cara a la galería pero, oigan, tampoco estamos para ponernos exquisitos), el premio a Ineos-Grenadier en la persona de Kwiatkowski y… bueno, y nada más. Ah, que Van Aert hizo tercero en un día con dos puertos de Primera y un Hors Catégorie. No eran gran cosa, pero anoten el dato. Y que Miguel Ángel López no aprovechó un pinchazo de Porte. Que le saco suficiente, dijo el colombiano. No necesito más. Todo atado y bien atado antes de la crono. Roglič gana el Tour, Pogačar se lleva dos etapas y el segundo lugar del pódium, López es tercero, Carapaz rey de la montaña.
Trámite.
Posdata: la crono
El último sábado. Única contrarreloj de la carrera. Mixta, terminando en La Planche des Belles Filles, que es un puerto escénico pero pelín estomagante. Algo parecido a cuando aquel amigo suyo aprendió a hacer esferificaciones y ya en su casa todo se comía con forma de pelota, lo mismo daba que fueran guisantes o chuletón de vaca tudanca. Pues ese estilo. En realidad tampoco había nada especial por decidirse. Tarde dispuesta para que Roglič gane la etapa, para que entre brazos en alto, maillot amarillo refulgiendo, sonrisa eslovena ante los fotógrafos, mira aquí, Primož, un gestito para la cámara, así, muy guapo. Apoteosis de Jumbo-Visma, el mejor equipo de la carrera, el que lo había controlado todo desde que Tony Martin decidió en Niza que aquel día mejor darse un paseo, no vaya a ser que…
La realidad, qué cabrona.
Tadej Pogačar salió sin nada que perder. Absolutamente nada. Estaba a menos de un minuto de su compatriota y a menos de cuarenta y ocho horas de cumplir veintidós años. Juventud, divino etcétera. Así que empezó a pedalear como si no hubiese mañana, pistonazos tremebundos que parecían partir las bielas. ¿Problemas para el líder? Pues oigan, tampoco. Si todo va como la seda, hombre, si hasta Dumoulin y Van Aert marcan los mejores tiempos. Igual el mozo nos jode el triplete, pero nada más.
Solo que sí. Que hubo más. Roglič lo entiende demasiado tarde. Tres semanas corriendo como Greg Lemond y al final te das cuenta de que eres Laurent Fignon. Su pedaleo es torpe, desarrollo ridículamente bajo, sin encontrar jamás la postura. Entrará en meta con el casco echado hacia atrás, pintas de cicloturista, toda la frente al aire. No solo perdió el Tour sino que pareció haberse quedado calvo en esos treinta y seis fatídicos kilómetros.
Empiezan a pasar cosas. Cosas raras, se entiende. A López no le sobraba tiempo, ¿eh?, salió disfrazado de Rasmussen en Saint-Ettiene y eso no es buena señal. Perdió el pódium con Porte (premio en la prórroga para el australiano), el cuarto puesto con Landa, el quinto con Mas (en progresión, mucho mejor de lo que casi todos auguraban antes del Tour). La cagada del colombiano fue importante, pero tuvo una inmensa suerte: lo de Roglič hará que quede (casi) en el olvido.
Porque el líder iba penando. Metro a metro, segundo a segundo. Cuando empieza la subida aun aguanta el amarillo, pero la pinta no es buena. De allí a meta… suplicio. Casi dos minutos le metió su compatriota. Dos minutos. Si lo piensan fríamente tampoco es demasiado, ¿no? Ciento veinte segundos. El problema es que Primož y el Jumbo-Visma desperdiciaron las anteriores diecinueve etapas, esas en las que parecían tan superiores. Igual lo eran, igual iban de farol. Nunca lo sabremos.
Lo que queda, lo que quedará siempre, es que Tadej Pogačar ganó el Tour de Francia. En su primera participación. Como Anquetil, como Merckx, como Hinault. Con veintiún años, el más joven desde 1904. Maillot amarillo, maillot blanco, maillot a lunares. Botín inédito desde Eddy, nada menos. No son comparaciones, aclaro, solo datos. Los que nos arrojo una tarde extraña, vibrante, en plenos Vosgos.
Larga vida al Tour.
Casi perfecto análisis del tour que hemos vivido, solamente tengo que ponerle un pero.
Personalmente creo que Roglic hizo una buena crono, siendo quinto apenas a 45 segundos de Dumoulin, quien me parece uno de los mejores especialistas, sin embargo, su único problema es que Roglic voló, literalmente.
El principal problema del Jumbo creo que fue la confianza sobre Pogacar, sin creerse que podía ganar el Tour. Se confiaron quizá en exceso, aunque apenas tres meses antes este le hubiera ganado el campeonato de Eslovenia de CRI.
Por cierto, en cuanto a Miguel Ángel López, habría que recordar sus palabras sobre Movistar del año pasado tras finalizar la etapa en Toledo, algo así como «son los tontos de siempre». Quizá eso influyera en su decisión de no tirar…
Un abrazo y enhorabuena por el artículo
Me ha gustado más el artículo que el tour. Y eso que tuve la inmensa suerte de no dormirme y ver la contrarreloj. Quizás fuera que como desde hace años no lo sigo día a día no me sonasen ni los equipos ni buena parte de los corredores, y me perdía bastante. Hasta la semana final no me enteré que el segundo (finalmente ganador) pintaba algo en esto. En fin, que gracias!!!
Bravo, joder, bravo. Me gusta más cómo lo has escrito tú aqui que como lo describe Perico en la tele: «Los corredores van a entrar a toda pastilla en la meta». No mataron a Pogačar sería un buen titulo para el tour, la verdad, y coincido contigo, es que no sé si habrían sido capaces de matarlo.
Jotdown Owners, pagadle el doble a este señor por escribir: Algo parecido a cuando aquel amigo suyo aprendió a hacer esferificaciones y en su casa ya todo se comía con forma de pelota.
El tiempo dirá si el referente de lo aquí escrito es un cóctel de imposturas. Quisiera equivocarme.
Sinceramente, nunca diría que una revista que trata de todos los temas pero que no se puede definir como «generalista» (ya que exige cierto nivel cultural mínimo a sus lectores) pueda tener entre sus redactores gente con tan buena prosa en la sección de deportes.
Pero ea que es brutal, entre lo del Roland Garros y lo del Tour ahora que quito el sombrero.
Nota: soy aficionado al tenis, pero el Tour dejé de verlo cuando Induráin se retiró. Y me he tragado con deleite hasta la última coma hoy.
Buen articulo aunque he echado en falta que se mencionara a los directores del UAE, asi se entenderia mejor algunas cosas…
Pogacar: Muy sospechoso lo que hizo en la última contrarreloj. Si además el manager del equipo es Matxin…
Movistar: Que alguien le diga a Valverde que es mejor ganar una etapa y ser protagonista un dia que quedar el 14 en una carrera de 3 semanas. No se si ya será tarde.
Buen artículo
Excelente!, en su análisis y su tono, desternillante por rachas. Gracias