El secreto de la teoría es que la verdad no existe. (Jean Baudrillard. Fragments, 1997)
Es un moderno, es un hipster, es impostado, es prefabricado. Es falso. Estás por encima de todo y de vuelta de todo y sueltas tu mirada condescendiente sobre el hombro del mundo que te rodea. No entiendes que la gente —la gente— disfrute de las bombillas y las tiendas y los millones de clics de sus millones de smartphones colocados en el extremo de sus millones de palos para selfis. No entiendes que la gente se haga selfis. No quieres que la gente se haga selfis. No entiendes que la gente —la gente— no sea como tú. Tú perteneces a otro mundo. A un mundo auténtico. Uno de cigarrillos a medio consumir y de miradas perdidas en fotografías en blanco y negro. Un mundo de ceja arqueada y bon vivants y enfants terribles. Uno de calles estrechas y bares canallas. Tú eres auténtico y no entiendes cómo es posible que tanta gente —gente— llene los centros comerciales. Para ti son el mal. Son falsos, son impostados, son prefabricados. Y tú eres auténtico. Eres de verdad.
Ya, claro.
¿Sabes qué pasa? que no. Que no eres distinto ni auténtico ni de verdad. Crees que no sigues las imposiciones sociales pero no eres más que el producto de otra imposición social. La de la nostalgia adquirida desde un pasado extranjero. La que te dice que lo bueno son los bares canallas y que tú nunca irías a un centro comercial porque los centros comerciales son engendros creados para gente —gente— sin cultura y sin inquietudes.
Y tú eres sofisticado. Tú tienes inquietudes. Tú eres auténtico y de verdad. Te lo dicen los anuncios y las películas y las revistas de estilo de vida y los magacines de cultura. Te dicen que los centros comerciales solo son artefactos modernos cuidadosamente diseñados para provocar el adormecimiento social.
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Es el año 107 de nuestra era y el emperador Trajano quiere agrupar en un solo espacio las decenas, quizá cientos de tiendas que gotean por las calles de Roma. Así que encarga a Apolodoro de Damasco la construcción de un edificio único que permita a los comerciantes unificar logística: transportes, almacenaje de mercancías e incluso clientes. Apolodoro no se toma el encargo como un mero trámite, sino que quiere levantar el mejor edificio posible, el mejor espacio posible. No solo para los vendedores sino sobre todo para los clientes, los beneficiarios últimos de su construcción.
El Mercado de Trajano se levantó junto al Foro en un edificio semicircular que abrazaba a los romanos, a los miles de ellos que lo visitaban cada día, y que encontraron un espacio distinto, verdaderamente especial y específico, destinado a una labor tan aparentemente mundana como comprar. Apolodoro era el arquitecto del propio Foro, así como de la Columna de Trajano y posiblemente del Panteón; pero no hizo verdaderas distinciones derivadas del uso de su edificio. El Mercado sería un espacio cómodo, flexible y agradable. Y enorme. Porque en sus seis plantas de hormigón, ladrillo y mármol incluía galerías, espacios a doble altura, una iluminación —exterior e interior— perfectamente controlada, más de ciento cincuenta tiendas, oficinas y una biblioteca de uso público.
Ya ves, la primera en la frente. Si lo bueno es lo auténtico y lo auténtico es lo antiguo, entonces los centros comerciales son estupendos, porque el primer centro comercial tiene casi dos mil años. No fue el único, claro. El Gran Bazar de Estambul data del siglo XV. El Marché des Enfants Rouges de París se abrió en 1628 y aún funciona a día de hoy. Como también lo hace el centenar de tiendas y los más de 53 000 m2 del Gostiny Dvor de San Petersburgo, inaugurado en 1785, o la Galleria Vittorio Emanuele II de Milán, que se levanta con sus más de veinte metros de altura libre desde 1877.
Y todos se construyeron con los mismos preceptos. Aprovechamiento económico, sí, pero también como un regalo a los usuarios: comodidad y bienestar. Luz controlada, temperatura controlada, climatología controlada. Dos plantas, tres plantas, seis plantas, dobles y triples galerías, veinte metros de altura libre. Espacio. Arquitectura.
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Seamos honestos, al Forum de Barcelona no fue ni la familia política de Marta Ferrusola y la Expo de Zaragoza se quedó en un puente sobre mucha agua. A la mayoría de la gente —la gente— que se hace selfies con palos extensibles no le interesan ni las catedrales ni los auditorios ni las bibliotecas ni los museos. De hecho, hace mucho tiempo que, por más que te lo dicen, tú tampoco vas a ningún museo. Y cuando vas, te fijas en las exposiciones, no te preocupas especialmente por su espacio. Pero, aunque no te des cuenta, lo experimentas y lo disfrutas.
Exactamente igual que hace la gente —la gente— en un centro comercial.
Porque, ¿sabes dónde se están construyendo los mejores espacios de la ciudad contemporánea? Sí, has acertado: en los centros comerciales. En 2003, el estudio Future Systems de Jan Kaplicky y David Nixon terminó la construcción de uno de sus mejores edificios en la plaza Bull Ring de Birmingham. Una estructura ondulada de acero que recoge con suavidad la forma de la plaza y cuya fachada de hormigón pulverizado y tachuelas metálicas dialoga en abstracta delicadeza con los edificios preexistentes. Al poco de su inauguración, el edificio se convirtió en uno de los landmarks preferidos de Birmingham, atrayendo a decenas de miles de visitantes y erigiéndose como elemento regenerador de la vida social de la ciudad inglesa. De hecho, en 2004, la construcción recibió premios y galardones desde casi todos los ámbitos del diseño, la arquitectura y la ingeniería británicos; entre ellos el Civic Trust Award, el Project Award Winner del Institute of Civil Engineers y el Premio de Arquitectura del RIBA, el Royal Institute of British Architects. Pero además también fue Premio a la Innovación Comercial de la Royal Fine Arts Commission Trust y la eligieron como Destino Comercial del Año en los Retail Week Awards.
Porque claro, el edificio de Future Systems no es un auditorio ni un teatro ni un estadio ni una biblioteca ni un museo ni el pabellón de una exposición universal, del agua o de las coliflores. Es el nuevo edificio de los grandes almacenes. Selfridge & Co, la segunda mayor cadena comercial del Reino Unido. Y tanto Selfridge como Kaplicky y Nixon le regalaron espacio y arquitectura a la gente —la gente— que va al centro comercial.
Como se lo regalan Winy Maas, Jacob van Rijs, Nathalie de Vries y el resto del estudio MVRDV a los ciudadanos de Rotterdam. El Markthal, proyectado en 2009 y abierto en 2014, es uno de los edificios más libres, más frescos y más atrevidos de lo que va de siglo XXI. Y su programa es sencillísimo: viviendas y un mercado. En cambio, su formalización es tan compleja como interesante. Una superficie comercial que extiende sus más de 12 000 m2 bajo un loop serigrafiado y multicolor de viviendas que despliegan sus fachadas sobre el propio mercado. Sí, has leído bien: el espacio es tan formidable que las casas abren parte de sus ventanas al centro comercial.
Pero ni siquiera hay que viajar por el mundo ni buscar entre arquitectos de renombre. El estudio L35 ha construido una formidable cubierta de ETFE (Etil-TetraFluorEtileno), un material plástico semitransparente que genera singulares espacios mullidos como no lo puede hacer ningún otro sistema constructivo. Sir Nicholas Grimshaw lo usó en el National Space Center de Leicester y en el Eden Project de Cornualles. L35 lo colocan en el centro comercial Islazul. En Carabanchel. Para la gente —la gente— de Carabanchel. Y en Arroyomolinos, a pocos kilómetros al sur de Madrid, podemos visitar un espacio verdaderamente fascinante en su concepto y tremendamente arriesgado en su ejecución. Es la pista de nieve cubierta y «climatizada» del centro comercial Xanadú, proyectado por el estudio Chapman Taylor. La pista hace gala de un consciente riesgo constructivo no solo por los doscientos metros de superficie libre inclinada en semivoladizo, sino también por las dificultades de acondicionar más de 150 000 m3 de espacio nevado. Aunque la nieve sea artificial. Y es fascinante precisamente por eso: porque es artificial. Aunque los remontes, los telesillas, las tablas de snowboard y los esquiadores sean reales. Aunque la nieve sea igual que la nieve de una estación de esquí y el frío sea igual que el frío de cualquier cumbre nevada.
O por qué lo falso es lo real
Tú eres sofisticado. Tú eres de verdad, eres auténtico. No entiendes a la gente. Ni siquiera respetas a la gente —la gente— que va a los centros comerciales porque los centros comerciales son cutres y son chabacanos y además están matando el pequeño comercio. Y la gente no se entera de dónde está lo bueno de verdad. Pero la culpa no la tienen los centros comerciales; solo son vehículos. Vehículos que pueden ser equivocados en su corazón pero que, con frecuencia, son formidables artefactos arquitectónicos. Precisos y controlados mecanismos para el bienestar.
Pero son falsos. Y tú eres de verdad, eres auténtico. Tan auténtico como el gotelé del falso techo de tu cocina. Como la puerta de madera de sapelly con molduras que se abre debajo del gotelé del falso techo de tu cocina. Tan auténtico como las zapatillas New Balance que conseguiste en un mercadillo de Londres y el abrigo de Pepe Jeans London que te compraste en la flagship store que tiene la marca junto al Passeig de Gràcia. Tan de verdad como la conexión a internet que te sirve Orange y de la que disfrutas en tu MacBook Pro de diecisiete pulgadas con procesador Intel Core 2 duo.
Eres así de auténtico.
Pero ¿sabes una cosa? Tú también eres gente porque todos somos gente. Y la gente no puede vivir en un constante estado de bienestar. Necesitamos tener días buenos y días malos. Saltar de alegría y acurrucarnos junto a la canción más depresiva de nuestro Spotify. Necesitamos que llueva en la calle y que haga sol en la playa y que nos pelemos de frío en Navidad y que sudemos como jamones después de echar un polvo. Necesitamos alimentar la emoción porque es el motor de nuestra vida. Pero todos —los romanos, los milaneses, los de Carabanchel, los que se hacen selfis con un palo para selfis, los que beben gin tonics con verduras, los que compran sushi en el Club del Gourmet de El Corte Inglés y los que leen revistas culturales con fotos en blanco y negro—, todos necesitamos de vez en cuando, quizá a menudo, pasear bajo el espacio adecuado con la luz adecuada y la temperatura adecuada.
Necesitamos sentirnos como en casa. Sentirnos mejor que en nuestra casa. Aunque no creamos en ese espacio y esa luz y esa temperatura. Aunque sea falso. Porque como dijo Philip K. Dick, la realidad es eso que, cuando cierras los ojos y dejas de creer en ella, no desaparece.
Un intento de Foster Wallace que, en mi caso, no me siento identificado. Posiblemente porque vivo en el campo.
Las excepciones no hacen la regla. Ojalá los centros comerciales fueran como los que nombras, por desgracia, esos espacios no están creados para «sentirnos mejor que en nuestra casa». Solo pretenden crear una atmósfera uniforme que provoca que no tengas más estímulos que los de los establecimientos comerciales.