Hay tres tipos de personas de las que inmediatamente suelo desconfiar. Me sirven como radar para detectar cretinos, algo de una tremenda utilidad en estos tiempos convulsos que vivimos:
1. Los que se meten con los últimos Simpson.
2. Los que desprecian lo último de Aaron Sorkin.
3. Los que critican al último Woody Allen.
Si alguien reúne los tres requisitos mencionados anteriormente, es del todo imposible que pueda llegar a entablar cierta relación de amistad con dicha persona. Y estoy siendo generoso otorgándole la categoría de persona, y no rebajándole a la de homínido poco evolucionado, cercopiteco, protozoo o insignificante coleóptero infrahumano. ¿Prejuicios? No. Optimización del tiempo. De su tiempo y del mío. ¿Cómo compartir un café con alguien que no valora que Los Simpson sigan creando situaciones descacharrantes tras veinticinco temporadas en antena? ¿Cómo ir de viaje, cenar, compartir confidencias o ser el testigo en la boda de una persona que desprecia sistemáticamente cada nueva película Woody Allen? Sí, definitivamente puedo permitirme prescindir de la amistad de este tipo de personas. A fin de cuentas, como escribía David Trueba en Cuatro amigos, la amistad está sobrevalorada, como los estudios universitarios, la muerte y las pollas largas.
Cuidado. Obsérvese el matiz recurrente de «último». Es importante. Porque no tengo problema alguno con aquellos a los que nunca les han gustado Los Simpson, Aaron Sorkin o Woody Allen. Ahí hay una coherencia, unos principios atornillados. Un credo. Si bien incomprensible, me parece algo respetable. Mi problema reside en tener que soportar a esos ventajistas que se declaran fans únicamente de los «primeros trabajos» de Woody Allen. De su «primera época». Esos mismos que tienen una lámina glicée de Manhattan colgada en el salón de casa y luego se permiten la osadía de despedazar Blue Jasmine sin miramientos, proclamando que Woody Allen está acabado.
¿Acabado? Decir que Woody Allen está acabado es una boutade de una temeridad insultante, es una muestra de una lacerante falta de humanidad y, sobre todo, es una mentira de proporciones extraordinarias.
Pero esto no es ninguna novedad. Woody Allen lleva colgando toda su carrera el sambenito de que sus películas inmediatamente anteriores —da igual que estemos en 1978 o en 2003— son siempre mejores. Ese «tú antes molabas» ha sido una constante en su vida. Incluso cuando dejó de rodar esas sucesiones de sketches como Toma el dinero y corre (1969) o Bananas (1971) para comenzar a hacer películas algo más «serias», como Annie Hall (1977) o Manhattan (1979), le cayeron palos por todos lados. Muchos lo consideraron como una traición a su propio estilo. De hecho, su película Recuerdos (1980) fue duramente criticada porque se interpretó (creo que con toda la razón) como una parodia de sus fans y críticos más iracundos. Hay una escena inolvidable en esta película en la que un Woody Allen en plena angustia existencial establece contacto con unos extraterrestres buscando respuestas, y estos le contestan con la eterna cantinela: «La verdad es que nos gustaban más tus primeras películas».
Los que se meten con el último Woody Allen suelen ser los mismos que usan comillas en el aire cuando hablan, los que emplean ergo en sus discusiones de Twitter y los que siempre tienen un «su primer disco era mejor» en la boca. Esa gente que repite lugares comunes porque se aburre de la excelencia. «La quinta temporada de The Wire es muy floja». «Los Planetas no vocalizan». Cuñados ilustrados. La corriente más peligrosa del haterismo: los permanentemente insatisfechos. Los toreros de salón que se permiten dar consejos al matador que salta al ruedo. Y suelen llevar coderas en la chaqueta.
No tengo reparos en admitir que a veces me gustaría llevar un guante y abofetear con un seco movimiento de muñeca al primero de mis amigos que me diga durante un cena que Woody Allen está acabado y que ya solo se dedica a rodar postales desde ciudades europeas. Y citarnos al acabar los postres a la salida del gastrobar al que nos hayamos visto arrastrados, y que nuestras novias nos sujeten las gafas de pasta, las libretas y nuestros portátiles, mientras nos remangamos los jerséis de pico de lana merino y nuestras camisas de leñador, para partirnos la cara como si formáramos parte de un Club de la Lucha nerd.
Porque Woody Allen forma parte del acervo de mi cultura sentimental y no estoy dispuesto a que se mancille su honor de forma gratuita. Cada película de Woody Allen me fue enseñando a acercarme a la vida, como un animal que se arrima por primera vez al fuego. Woody Allen no es simplemente un director de cine. Woody Allen son los discos de Dylan y de la Creedence de mi padre, los libros que leía a escondidas, los amigos de la adolescencia, el colegio de curas, mi equipo de fútbol, las noches frías en el parque, la chica a la que intentaba hacer reír, Casablanca y Fellini, las tardes bañadas en Barcardi en la playa, el póster de Nueva York colgado en mi habitación, los chicles de fresa ácida, las monedas en los bolsillos, los autobuses al cine, buscar con el dedo Manhattan en el atlas y a Nabokov, Freud o a Wagner en la Larousse del salón. Si construyera una máquina del tiempo, volvería sin dudar un instante a la primera tarde que vi solo en un cine una película de Woody Allen, aquella primera vez en la que me reí con sus frases porque las entendía realmente, y no porque algún mayor al que admiraba se reía a mi lado. Esa sofisticación que tiene descubrir torpemente los límites de tu propia inteligencia. Sí, volvería a aquella tarde. Jamás volvería al primer beso. Qué horror. Un perro nunca vuelve sobre su propio vómito. Ni siquiera volvería para asesinar a Hitler. Llámenme cobarde y egoísta. Jódase la humanidad. Me da igual. Volvería a ese cine apolillado en el que reponían Manhattan para caer otra vez como un piano de cola desde un ático en los ojos de Mariel Hemingway.
Se habla mucho de la corrección política. No estaría mal tratar la corrección intelectual, ese volátil conjunto de normas sociales no escritas que dictaminan que todo aquel autoproclamado intelectual tiene que declararse fan del primer Woody Allen (Manhattan, Annie Hall o Hannah y sus hermanas) y repudiar al Woody Allen europeo (Match Point, Scoop o A Roma con amor). Sucede últimamente algo parecido con Joaquín Sabina. Lo intelectualmente correcto estos días es decir que era mejor cuando se drogaba. Ni siquiera es moderno ni estimulante afirmar que 19 días y 500 noches probablemente sea el mejor disco en español de los últimos veinte años. Es considerado como algo rancio y casposo. Del mismo modo también parece obligatorio decir que al de Nueva York se le acabó la gasolina hace tiempo. Porque está mal visto que alguien con talento sea tan prolífico. Va contra los cánones. Un verdadero genio no trabaja. La inspiración tiene que llegarle y sus obras tienen que espaciarse generosamente en el tiempo. ¿Una película cada año? ¡Blasfemia!
Pero vayamos a los hechos: Match Point es una película colosal y de un gran belleza. Y sirvió para reencontrarnos en Londres con el Woody Allen más salvaje y sentimental. Midnight in Paris es una obra maestra. A los puristas no les gustará porque trata de forma superficial a Dalí, a Buñuel o el París de aquella época. Seguramente estos querrían un biopic de tres horas protagonizado por un atormentado actor de método que hubiera engordado cuarenta kilos para encarnar a Hemingway. Y qué decir de Blue Jasmine con una Cate Blanchett magistral que encarna a la generación de la crisis subprime. Un retrato agridulce de toda una época.
Por supuesto que no todas las últimas películas de Woody Allen son obras maestras. Ni mucho menos. Vicky Cristina Barcelona se me hizo de difícil digestión (por muy bien que estuviera Penélope Cruz) y, a pesar de recibir buenas críticas fuera de nuestras fronteras, no la considero uno de los grandes trabajos de Woody Allen. El sueño de Casandra es una Match Point fallida. Scoop nos demostró que Hugh Jackman no encajaba bien con el estilo alleniano. Y también se criticó duramente su película romana: A Roma con amor. Y estoy de acuerdo: no es uno de sus trabajos más inspirados. No obstante, la historia del hombre dotado con un vozarrón magistral pero que solo sabe cantar cuando está bajo la ducha, por lo que termina dando un recital en la ópera frente a un auditorio entregado mientras se enjabona en una ducha portátil, es una genialidad tremenda. Y ahí está todo Woody Allen: en cada una de las películas, incluso en sus proyectos más mediocres, siempre hay una frase, un momento, un destello que emerge de la nada y compensa el precio de la entrada. Y que la convierte automáticamente en una obra superior a la vasta mayoría de estrenos de viernes con gafas 3D y efectos especiales millonarios. Woody Allen es como ese periodista al que jamás dejarías de leer. Podrás estar de acuerdo o no. Pero siempre encuentras un motivo por el que merece la pena leerle. Porque simplemente te interesa su mirada personal y única sobre el mundo que nos rodea.
Dentro de quince años, o de veinte, o de veinticinco, Woody Allen morirá. Y correrán ríos de tinta sobre su vida, obra y milagros. Y los que ahora despotrican contra él se rasgarán las vestiduras. Se llevarán el dorso de la mano a la frente, como una dama victoriana, y clamarán al cielo que qué haremos nosotros, oh, simples mortales, sin la chispa de Woody Allen iluminando este valle de lágrimas. Sin nuestra ración anual de su ingenio. Y todo el mundo pondrá ocurrentes citas de Woody Allen en Facebook ilustradas con una foto con su pelo alborotado y sus gafas de pasta negra inspiradas en Mike Merrick. Y escritores de relumbrón publicarán en los diarios principales artículos de seis mil caracteres sobre aquella vez que coincidieron en un ascensor de Oviedo con el genio de Manhattan y este les dijo una frase ingeniosa solo para sus oídos.
Por eso ahora es cuando hay que ensalzar el trabajo de Woody Allen. Ahora que podría dedicarse perfectamente a almorzar sus sándwiches de atún y a tocar el clarinete por Nueva York, o a dar de comer a las palomas, o a esconder la cabeza como un avestruz tras sufrir de nuevo acusaciones sobre su vida personal en los medios estadounidenses, y en lugar de todo esto, cada año hace una nueva película, con más o menos inspiración, pero siempre rezumando buen gusto, cuidado por los detalles y sentido del humor.
Yo no considero a Woody Allen un genio. Ninguna de sus películas me parece un diez redondo. Tal vez porque fui educado por un profesor que siempre decía que el diez solo estaba reservado para Sophia Loren y para Dios. Pero sí creo firmemente que el mundo es un lugar un poco mejor con una película suya cada año.
En la icónica escena de Manhattan, viendo sentados el amanecer en un banco junto al puente de Queensboro, Woody Allen le dice a Diane Keaton: «Qué maravilla. Esta es una gran ciudad. No me importa lo que opinen los demás. ¡Es tan extraordinaria!».
Siempre que salgo del cine tras ver algo de Woody Allen, sobre todo si se trata de alguna de sus peores películas, pienso exactamente eso mismo: «Qué maravilla. Es un gran director. No me importa lo que opinen los demás. ¡Es tan extraordinario!».
Y cuento los días para su siguiente estreno.
Porque la vida es eso tan aburrido que nos pasa entre película y película de Woody Allen. Y que me perdonen la Loren y Dios.
Coincido en casi todo con el artículo aunque confieso: yo también caigo en la corrección intelectual y suelo decir que las primeras películas de Allen son las mejores o que los Simpson de ahora me aburren. Me pasa lo mismo con la música de Mark Knopfler (mi debilidad personal)
Pero ojo! A menudo ponemos el peso de la crítica en el objeto (la peli, la música, la serie) y no en nosotros mismos. Claro que Woody Allen ya no nos sorprende como antes, le conocemos tan bien que es uno más de la familia. Claro que Los Simpson me aburren, en los últimos 25 años la televisión ha cambiado tanto (en parte, también, gracias a los Simpson) que ahora no resultan iconoclastas, irreverentes y feos, si no entrañables, divertidos y tiernos.
Somos nosotros los que cambiamos, y buscamos el subidón que nos dio cuando conocimos todo aquello por primera vez. Pero pasada cierta edad, difícil es que algo nos sorprenda y nos resulte atractivo. La sorpresa viene acompañada de disgusto o de incomprensión, y la inevitable coletila de “ya no se hacen pelis/música como las de antes”. Y así nos convertimos en señoros cascarrabias, enfadados con el mundo entero porque lo que hemos perdido no es otra cosa que nuestra juventud.
Coincido con el autor (Javier, un canto de amor a la obra de Woody Allen, felicidades) y con el comentario de Sergi. De hecho, en mi caso, artículo y comentario se complementan. Así que mi domingo será, por culpa vuestra, un poco mejor. Gracias ambos.
Hace mucho tiempo yo tuve dos preferirás que eran matrimonio. El nos daba clase de Lengua e Historia y ella de Matemáticas, Dibujó y Religión. No me preguntéis el porqué de se reparto. Sexto de EGB. Un día en la clase religión el tipo (que es un comediante cojonudo) entró en él aula a decirme no se que a su mujer y se encontró una frase escrita en la pizarra que decía “Sonríe. Dios te ama”. La leyó, se volvió hacia nosotros y dijo: No se vosotros pero yo preferiría un mensaje que dijera: “Sonríe. Sofía Loren te ama”. El descojone fue total y su mujer le echó de allí por reventarle la clase.
Que Dios guarde a Woody Allen muchos años.
Coincido en lo que respecta a Woody Allen. Los simpson nunca los he seguido, y ese otro señor que nombra no sé quien es. Pero eso, hay mucho listo poniendo a parir a Allen y diciendo que ya no es lo que era. Yo me saltado varias de sus últimas pelis, por razones que no vienen al caso, pero la última «Día de lluvia en Nueva York» es magnífica, así que a ver si saco tiempo y veo las que me salté. Por cierto, la primera que vi fue «el dormilon», para mi la mejor de esa época, quizás por ser la primera.
¿Alguien se ha parado a pensar que cualquier película y serie hecha en un futuro y que acontezca en este año 2020, tendrá por cojones que poner a todo dios con mascarillas arriba y abajo? También las de Woody Allen, supongo.
Amén
He disfrutado leyéndote. Es como si, al fin, alguien publicase la percepción que tengo de Allen de unos años a esta parte.
Aquí otro fan de Alllen.
Sus últimas peliculas, en efecto, no son obras maestras, incluso hay alguna francamente floja ( Vicky Cristina Barcelona, Scoop ), pero yo siempre digo que un W. Allen flojo es bastante superior al mejor trabajo de muchos directores.
Todo iba bien hasta Joaquín Sabina. Qué horror, por Dios
Soy fan del neoyorquino. Allen es un excelso guionista, un extraordinario contador de historias, pero , a mi modo de ver, no es un cineasta. Su fuerte son los diálogos, las situaciones. Su lenguaje no es visual como lo es el de John Ford o Scorsesse,.por poner dos ejemplos. Un saludo. Si tuviese que quedarme con una de sus películas, esa sería Match Point, de lejos.
Un saludo.
Yo discrepo contigo Ramon. Su estilo igual no es predominantemente visual, pero es un muy buen cineasta. Hay películas donde ha usado recursos narrativos y metanarrativos con mucho talento, como con Annie Hall, Zelig, La Rosa Púrpura…, Maridos y mujeres o Desmontando a Harry, por poner unos ejemplos. Y luego su nivel de puesta en escena (planificación, encuadre, iluminación…) de películas como Interiores, Manhattan, Hannah y sus hermanas o Match Point es excelso. Amén de su innegable talento en la dirección de actores. Todo ello virtudes que lo convierten en un gran cineasta.
Jajajajajaja… me he reído mucho con el artículo.
Por otra parte, Sr. Aznar, toleraré su existencia aunque no comparta sus gustos por Joaquin Sabina (del que también hay que tolerar su existencia… jejejeje) o por que consideraciones como que Midnight in Paris sea una obra maestra.
En todo caso… cierto, Woody Allen debe estar a la altura de Sophia Loren (wooow…!). Lo de Dios, mejor dejarlo para otro artículo ;
AMÉN. A cada una de tus palabras. Todas. Me guardo tu artículo. Es genial. Gracias.
??????
He disfrutado mucho con el texto. Sin embargo soy de los que creen que aunque Allen sigue haciendo muy buenas películas (Match Point, Blue Jasmine o Midnight in Paris lo son) ya no tiene el nivel medio que tenía antes. Es algo que me parece evidente. Y también perfectamente normal y nada criticable. Empalmar Love & Death, Annie Hall, Interiores, Manhattan, Recuerdos, Comedia sexual…, Zelig, Broadway Danny Rose, La Rosa Púrpura del Cairo y Hannah y sus hermanas es algo más que meritorio, no se puede mantener siempre ese nivel, sobre todo realizando una película cada año, y compaginándolo con la música y una vida que parece que ha sido algo convulsa.
A mí Allen me parece siempre entretenido. Nunca magistral, pero siempre merece la pena.
Lo de los Simpsons no lo compro. Si alguien no puede ver las evidentes diferencias entre las brillantísimas primeras temporadas y las últimas… madre mía. No es sólo la calidad, es el tono, el tipo de humor. Hay episodios clásicos que son directamente hitos por si mismos.
Visionar algo tan enorme como el episodio aquel de la ley seca, con el Baron de la birra y luego ponerse un episodio actual le hunde el día a cualquiera.
Pues yo fui un fan de Allen en mi juventud. Después maduré y podría dormirme con cualquiera de sus películas, incluyendo las más oscarizadas (si es que le cayó algún metal).
Estoy de acuerdo en que hay algo de postureo en criticar siempre lo más reciente.
Pero en el caso de los Simpson esas críticas son completamente justificadas.
Las últimas temporadas son pura basura, a años luz del nivel de las primeras. De hecho es preferible ver un capítulo de los clásicos por decimoquinta vez que ver uno de los nuevos por primera vez. Y no es que hagan más o menos gracia, es que son otra cosa, de otra calidad, y para otro público.
Si el autor del artículo opina que soy un ignorante y que no merezco su amistad por decir esto… Pues me alegro, porque es justamente lo mismo que yo opino de él.
Es que vamos a ver… no hay ni un sólo episodio en las últimas casi 20 temporadas que se acerque, ni que sea remotamente, a una maravilla como el episidio del sosías de Michael Jackson encerrado en el frenopático. Por tierno y descacharrante.
Lisa hoy es tu cumple, POR FAVOR.
De todas formas, creo que el fondo el autor sabe que esto es cierto, pero escribe a modo clickbait…. porque no puede ser tan idiota. Sí, han leido bien, hay que ser idiota ( o quizás jovencisimo) para no ver la diferencia.
acá un seguidor de hace años de jotdown … coincido con todo menos lo de los simpson…. horribles sus ultimas temporadas…
Allen es nuestro amigo. Todas sus películas son «la película de Woody Allen». De hecho, muchos de los sketchs los recuerdo perfectamente pero confundo la película que los incluía. Yo voy al cine a ver qué me cuenta esta vez. Es un reencuentro anual con alguien con quien tengo una relación personal sin que él lo sepa. Y no le pido genialidades, solo trato amable y que no me tome por imbécil. Y cumple.
Woody Allen se ha convertido en parte de mi vida, intelectualmente, emocionalmente y sociológicamente. Tengo muy presente lo aprendido viendo «Broadway Danny Rose», «Otra mujer», «Melinda y Melinda» o «Match Point», como veis una selección parcial y totalmente exclusiva. Y las demás que no nombro. Ese es el poder de una creación artística.