(Viene de la primera parte)
El sucesor de Alba —el «simple soldado» de su majestad, en el gobierno de Flandes—, fue un experto diplomático y hombre de confianza del rey, el catalán don Luis de Requesens. El hombre abogaba por un perdón general, la abolición del impuesto sobre las ventas y una retirada parcial de las tropas como bases para negociar un acuerdo con los rebeldes. Pero este cambio del palo a la zanahoria llegaba bastante tarde; ahora la cuestión fundamental estaba en la soberanía, y por mucho que hubiera cambiado de método, se trataba de aceptar un gobierno absolutista extranjero en vez de una autonomía. Así que el perdón de Requesens cayó en saco roto después del paso del huracán Alba, lo que no dejó otro remedio que seguir por la senda castrense para reducir a los rebeldes.
Pero Requesens tendrá muy mala suerte, ya que en 1575 la Hacienda Habsburgo se declaró en bancarrota y se produjo el primer motín a gran escala de los Tercios, faltos de paga. Este curioso fenómeno será una constante durante casi toda la guerra y aunque no tenía contenido político por sí mismo, acabaría afectando gravemente la política española. Cuando un Tercio se amotinaba lo hacía muy disciplinadamente; expulsaban a sus oficiales y se organizaban para caer sobre una ciudad, saquear todo lo saqueable e instalarse allí a vivir a costa de los civiles y sus bienes hasta que recibían su salario, momento en que se desconvocaba el motín y volvían a la obediencia. Don Luis consiguió evitar que asaltaran Amberes, pero le dio por morirse en 1576 dejando un vacío de poder.
Ahora nada separaba a los soldados de su objetivo, por lo que cayeron sobre la indefensa ciudad dejando un saldo de ocho mil víctimas, una cifra muy superior a la del famoso Tribunal de los Tumultos. Ni que decir tiene que por un lado la conmoción fue terrible, y por el otro, el papelón de Felipe II como «protector» de sus súbditos ni les cuento. Lógicamente, ante el ridículo espantoso de las autoridades españolas, incapaces de controlar a las tropas que supuestamente debían protegerlos, los Estados Generales decidieron tomar el mando ellos mismos. Brabante organizó una milicia local que entró en Amberes, procedió a detener al Consejo de Estado, expulsar a los españoles y erigirse en el poder político que parte la pana; la nobleza daba un paso al frente para ponerse en la cabina del piloto.
Aun así, había muchas cuestiones en el aire en el campo rebelde. ¿Cómo había que actuar ante el nuevo gobernador enviado por Felipe II? ¿Y con las dos irreductibles provincias calvinistas del norte? ¿Nos ajuntamos con ellas o qué? Estas dudas las resolvieron las tropas españolas, que derrotaron a las milicias y volvieron a repartir felicidad en Amberes, en una demostración de «furia española» a una escala aún mayor que en su última visita. Se comprende el fraternal afecto que se les tiene a los hispanos por allá, propaganda aparte. Contra el enemigo común, las provincias católicas del sur se unieron el 8 de noviembre de 1576, por la Pacificación de Gante, a las calvinistas del norte con lo que la rebelión se convirtió en general y Guillermo de Orange se puso al frente.
Pero esta unión no podía durar mucho tiempo, porque el problema religioso era muy grande; los calvinistas no eran mucho menos temibles que los españoles, y protegidos por Guillermo, pronto trataron de desplazar a los católicos de los Estados, monopolizando la rebelión y estableciendo su propia dictadura allá donde alcanzaban el poder. Los que desconfiaban de esta actitud preferían negociar con los representantes del rey antes que seguir de la peligrosa manita de los herejes; la manzana de la discordia estaba plantada.
Sin embargo, el monarca español desaprovechó la ocasión de sembrar la división entre los rebeldes, ya que en lugar de nombrar a un experto estadista como gobernador optó por la peor solución, enviar a un joven y aristocrático militar con muchos pájaros de gloria en la cabeza y muy poco dinero disponible; don Juan de Austria. Este chico tenía algunos delirios de grandeza de nada, y esperaba pacificar corriendo los Países Bajos para inmediatamente después dedicarse a su plan de pensiones personal: invadir Inglaterra, casarse con María Estuardo y restablecer allí el catolicismo. Así que llegó, vio y firmó el Edicto Perpetuo, que ratificaba la Pacificación, indultaba a los revoltosos y prometía la salida de las tropas españolas en un plazo de veinte días. Tropas que —¡oh, casualidad!— tenía previsto sacar por mar y tropezarlas sin querer contra las islas británicas. En negarse a permitir este disparate fue en lo único en que tanto Felipe como los rebeldes se pusieron de acuerdo.
Sin autorización para la aventura marítima, los Tercios tomaron el camino de Italia y la posición de don Juan sin sus hombres se reveló como la chapuza que era; fue incapaz de rendir Namur y tuvo que volver a traerse los soldados corriendo para poder tomar Bruselas, que había perdido. Con su ayuda aplastó a los rebeldes en Gembloux (la capacidad de Guillermo de encajar leches de todos los colores es francamente admirable), para quedarse sin dinero acto seguido, permitiendo la recuperación del vapuleado Orange. Finalmente, en 1578 la situación se había enquistado en el mismo cansino punto que antes cuando a don Juan falleció de tifus y se sumó así a la ya larga nómina de prometedoras carreras hundidas en Flandes.
Pero en esta ocasión Felipe II había aprendido en sus carnes la lección y ya tenía preparado el relevo de antemano. Por segunda vez las disensiones eran grandes en el campo enemigo, donde los calvinistas seguían optando por la resistencia total y la marginación y escabechina de sus compañeros católicos, por segunda vez necesitaba un Hombre de Verdad. Y esta vez tenía al candidato idóneo. La elección no podía ser más afortunada; el puesto de gobernador general recayó en la brillante figura de Alessandro Farnese, castellanizado como Alejandro Farnesio.
Educado en Alcalá junto a don Juan, Alejandro era intelectualmente superior a cualquiera de sus pares, además de un consumado diplomático y un magnífico estratega, admirado por sus tropas. En los hombros de este personaje extraordinario recaerá la pesada tarea de conseguir al fin la pacificación completa y la vuelta al redil de los descarriados súbditos germánicos de la Corona española. El obstáculo principal que la joven promesa de la cantera encontró en su labor de poner orden en tan remotas posesiones regias fue el mismo que el de cualquier currito asalariado español de hoy en día: su jefe. Que, al igual que unos cuantos de dichos curritos, era familiar suyo. En última instancia fue el tío Felipe el que hundió los esfuerzos de nuestro héroe.
En efecto, el estreno no pudo ser más prometedor. Farnesio llegó a las provincias que habían formado la Unión de Arrás y procedió a negociar con ellas un tratado (en una demostración de originalidad sin límites, se dio en llamar el Tratado de Arrás) por el cual se comprometía a pagar las tropas y retirarlas de las provincias leales a cambio de la vuelta a la obediencia. Era una jugada muy hábil, porque la presencia de un ejército no era precisamente garantía de paz y prosperidad en aquella época, sobre todo uno tan propenso a amotinarse y cobrar la soldada por su cuenta como el de Felipe.
¿A dónde llevó las tropas el general Farnesio? Pues qué pregunta, a las provincias que seguían en rebelión. Con este sencillo expediente de sentido común, solucionó un problema que llevaba años enquistado. Además, explotó muy bien las divisiones entre la nobleza local adoptando una política coherente; fue muy magnánimo con los que se le mostraron fieles (como Egmont Jr., hijo del conde ejecutado por Felipe II) e inflexible con los que se le opusieron (Hornes Jr, el hijo del otro ejecutado, acabó igual que papá por pasarse a las filas de Orange), pero nunca castigó con carácter retroactivo. Las elites locales sabían a qué atenerse en sus relaciones con la autoridad real, y con esa garantía de seguridad, se apartaron de los rebeldes revolucionarios, en los que no tenían demasiada confianza en que les mantuvieran los privilegios adquiridos (que en el fondo es por lo que las elites se mueven). Farnesio empleó el viejo truco que se llevaba utilizando en España desde los Católicos para apaciguar nobles: cambiarles poder político por económico. Además aún existía una mayoría católica en el sur de las provincias, en Amberes y en otros muchos lugares.
En última instancia estaba el poder militar, porque la autoridad respaldada con una buena ración de tortas luce más contundente. Los rebeldes se coaligaron en la Unión de Utrecht y fueron recibiendo una castaña tras otra en Flandes y Brabante; Ypres, Brujas, Gante, Bruselas y finalmente Amberes cayeron en manos de los españoles. El límite del éxito de Farnesio se estableció allá donde sus tropas no pudieron seguir más adelante, en la infranqueable línea de canales y grandes ríos controlados por la flota holandesa, que resguardaban Holanda, Zelanda y Utrecht. Parecía que con un aporte adicional de dinero y material bélico la situación podría cerrarse definitivamente a favor de los Habsburgo, pero en este punto va a complicarse la política exterior española hasta límites insospechados y las decisiones del Rey Prudente van a echar por tierra el esfuerzo de Alejandro. Y ahora vamos a hablar de flotas y barquitos.
Desde que se comprobó que el imperio americano no solo no eran cuatro islas medio rentables, sino que resultó una auténtica bonoloto, muchas naciones europeas pusieron los ojos en blanco y se aprestaron a discutirle a España su monopolio. La justificación ideológica se basaba en que se había usado el derecho de conquista, que en definitiva no era más que imponerse por la espada y, por tanto, ellos podían hacer lo mismo. Lo que querían lo sabemos todos. Pero la realidad es muy cochina y se suele imponer; la mayoría de ellas tenía menos pegada que Pocoyó con anginas, así que su capacidad para hacerle una guerra colonial a España y arrebatarle esas tierras por la fuerza era muy escasa, sobre todo cuando tras los primeros ataques serios la monarquía filipina reforzó sus hasta entonces inexistentes defensas americanas.
Así que optaron por un tipo de guerra no declarada, extraoficial y de tipo comercial (piratería, vamos) contra intereses españoles. La consumada especialista en este tipo de guerra fría era Isabel de Inglaterra, una especie de Saddam Hussein con tetas para los españoles, que no se cortaba en promover acciones de piratería y jugarretas por el estilo, mientras juraba y perjuraba que era incapaz de controlar la «iniciativa privada» de sus súbditos. A estos se les unían los hugonotes franceses desde sus bases en Le Havre, que dada su condición de protestantes estaban (estos sí) fuera del alcance del monarca francés, y desde la revuelta, los «mendigos del mar» holandeses. Entre todos tenían la vital línea de comunicaciones entre España y los Países Bajos hecha unos zorros; un problema mucho más grave que las correrías inglesas por América.
¿Cuál fue la política adoptada por la monarquía frente a esta amenaza atlántica? En un primer momento, Felipe optó por la vía diplomática ignorando los lamentos de sus mercaderes; no quería enfrentarse directamente con Inglaterra porque temía debilitarla lo suficiente para que la crujieran en una pinza francoescocesa encarnada en María Estuardo. Pero la escalada inglesa fue en aumento, y a la incautación en 1569 del dinero de un préstamo genovés que iba a Flandes, se unieron las expediciones de Drake y Hawkins. Se había perdido un tiempo precioso, y cada día era más evidente la relación entre la defensa del Imperio y los Países Bajos. Pero en 1580 la situación geoestratégica española había dado un vuelco; Portugal formaba ahora parte de la Corona, y Lisboa se convirtió en la base de operaciones navales hispana, el Mediterráneo estaba pacificado tras Lepanto y las cabezas pensantes españolas ya tenían claro que el Imperio se jugaba en la batalla del Atlántico. Es en este punto, ante la imposibilidad de andar jugando al gato y al ratón por toda América, cuando Felipe y sus consejeros decidieron golpear a los piratas en el corazón mismo de su base; Inglaterra. Así nació la idea de la Felicísima Armada, la más grande operación defensiva de todos los tiempos. Que tendría además la virtud de amargarle a Farnesio la existencia.
Respecto al plan de ataque, Felipe II intentó hacer una cosa muy complicada, coordinar un movimiento desde dos lugares tan alejados como Lisboa y Flandes, en pleno siglo XVI. El rey, después de escuchar a unos y otros, tiró por el camino del medio después de marear a todo el mundo: la flota zarparía de Lisboa con unos veinticinco mil hombres y llegaría a costas holandesas, donde recogería a los temibles treinta mil soldados de Farnesio, escoltándolos por el canal hasta desembarcar en la isla. Su leal gobernador le advirtió de los riesgos de la operación, y los requisitos básicos para que tuviera éxito, uno de los cuales consistía en derrotar primero a los rebeldes holandeses. Pero en ese punto el rey tenía otras prioridades: Farnesio debía apañarse con las tropas que tenía para capturar un puerto de aguas profundas (que los españoles no tenían, pequeño defecto que podía hundirlo todo en la miseria y que por supuesto figuraba como «tarea pendiente»), además teniendo en cuenta que en 1587 se le desviaron subsidios para la flota. Esto es España, sí. Así que nuestro hombre dedicó ímprobos esfuerzos a preparar barcazas de transporte, capturar Sluys, puerto que le permitía mover las barcas por dentro de los canales sin salir a mar abierto, pero el que necesitaba, Flesinga, quedó fuera de su alcance.
Cuando por fin la Armada se puso en marcha tras unos lentísimos preparativos, allá por 1588, ocurrió lo que tenía que ocurrir si aplicas la metodología «ya lo iremos viendo más adelante»: cuando Medina Sidonia, que no sabía nada de lo del puerto (ya que al rey se le olvidó comentarle el detalle), llegó con su flota frente a las costas de los Países Bajos, se encontró con que no podía acercarse para recoger los disminuidos Tercios de Flandes. Estos estaban inmovilizados en tierra, ya que salir en las barcazas a mar abierto sin escolta les dejaba completamente indefensos frente a los rápidos filibotes holandeses, de pequeño calado. Mientras ambos oficiales discutían este problema, la aparición de la flota inglesa acabó con la discusión, forzando al pobre Medina Sidonia a zarpar de nuevo. Así que el balance del fracaso final también afectó a la guerra en Flandes, que quedó paralizada con un ejército reducido, sin los recursos necesarios, y con la reputación de su general tocada. En realidad, Farnesio había sido muy franco y honesto y había mostrado independencia de criterio, pero eran cualidades que Felipe no apreciaba demasiado; le llovieron un torrente de críticas de sus enemigos políticos y su imagen quedó dañada, cuando en definitiva había tomado las mejores opciones dadas las circunstancias. Además, la metedura de pata era responsabilidad del Prudente, pero a ver quién le tose al big boss.
(Finaliza aquí)
No están mal estos artículos de «historia novelada» (espero leer próximas entregas). Gracias por adelantado.
Sin embargo, los escritos siguen destilando “matices negrolegendarios” en cada párrafo; no tanto en el contenido, sino en la forma (continuos juicios de valor, algunos con más acierto que otros).
Estaría bien reconocer errores de enjundia por ambas partes de una manera más imparcial. En los Territorios de Países Bajos y Bélgica se fraguaba una GUERRA CIVIL encubierta, al igual que en Alemania (Guerra de Campesinos) o en Francia (Hugonotes); si usted mira bien las cifras y las matanzas contra civiles (San Bartolomé en Francia, por ejemplo), comprobará que los niveles de violencia eran exactamente los mismo por toda Europa.
(El cuento del “ogro Duque de Alba y el Demonio Irracional Felipe II” está ya es muy manido…).
En todo caso, fíjese en la composición de los llamados “Tercios Españoles” (españoles no llegaban de media ni al 15% del total) y en la nacionalidad de los Maestres de Campo (la gran mayoría eran nativos de los Países Bajos). La inmensa mayoría de las tropas del Duque de Alba, también, eran flamencos: de un total de 54.000 soldados, sólo 7.000 eran españoles, 30.000 eran flamencos (La «Furia Española» no era tan «española»…).
(Le puede interesar, al respecto una charla acontecida en el Parlamento Europeo llamada “ Euromind. Cinco siglos de fake news”, gratuita en youtube; la ponente es Elvira Roca Barea.
Un saludo.
Vaya forma de contar hechos ocurridos donde las massacres de miles y miles de civiles por manos de los » tercios españoles» , quedarán como otro capítulo negro de la historia española. Vamos que casi lo relatas como quien cuenta las hazañas del gato con botas.
Y entre chascarrillo y chascarrillo que desborda tu gran inteligencia, pues se van metiendo fechas y masacres y muertos y más muertos y pintando todo de rosa , total ya ha pasado mucho tiempo y si contamos todo como una historieta, pues hacemos como que nunca sucedió, y por lo tanto lo de emitir juicios de valor queda descartado que eso se queda para gente seria , sobria y sabia, o no . Lo nuestro es resaltar de alguna manera que hace siglos a España le gustaba considerarse un imperio, el cual perdió todas sus guerras, pero bueno, eso para gente seria o sobria o sabia o no sabia, o no sobria o no seria, puestas las botas, da igual. Lo nuestro es hacer méritos para algún día salir en el club de la comedia, si eso estaría bien.
La violencia es partera de la historia, dijo el maestro. Es muy difícil, por no decir imposible, encontrar episodios significativos de la historia sin impregnación de violencia, la forma más extrema del conflicto.
Por otro lado, el primer comentarista no ha citado casos de masacres cometidas por los tercios; precisamente lo que menciona son otras guerras donde no había españoles de por medio.
También parece que dice (cuesta creerse el nivelito que aquí despliega) que España creía ser y un imperio y perdió todas sus guerras. Number one, fue un imperio, la Monarquía Hispánica. Number two, para serlo tuvo que ganar muchas guerras y, sobre todo, tener una organización militar, administrativa y política magníficas.
Por cierto, los Países Bajos también construyeron un imperio. Sin embargo, a diferencia del español, que fue generador, el holandés fue sencillamente depredador.
Pues para sólo considerarse el imperio duró, con más y menos extiensión m, 400 añitos de vellón. Para eso como ya ha apuntado Máximo ganó alguna guerra, y en las que perdió, lo hizo repartiendo hostias como panes. Como todos los que en el mundo han sido por otra parte. Que te guste más que la Historia de la humanidad fuera como los unos de Yupi, pues es cuantioso de gustos. La realidad es la que es.
Y tener complejos por lo que hicieron nuestros antepasados hace 500 años, en fin….
Confieso que mi reacción inmediata fue hacer scroll hasta los comentarios, y comprobar cuanto se dilataba la mención a la «leyenda negra» o a cualquiera de sus variaciones formales. Nunca deja de sorprenderme lo rápido que aparece.
El fandom de Roca Barea y los «intérpretes a conveniencia ideológica» de Gustavo Bueno, entre otros autores, juegan a lo mismo que aquellos a los que tratan de enfrentar: a la «leyenda negra» oponen la «leyenda rosa» y su identidad ideológica puede descansar en un cuerpo argumental lo suficientemente atractivo para andar en bucle por él.
Resulta que todos los problemas que arrastra esta entelequia llamada España (me refiero a la concepción idealista en la que se regodea la escuela del materialismo filosófico castizo) tiene su origen en la propaganda negrolegendaria de los enemigos del Imperio español. Nunca a las condiciones materiales de sus habitantes. Y es curioso que nieguen este último punto, siendo Gustavo Bueno un marxista confeso.
Saludos.
Si algo ha conseguido Roca Barea es que la «Leyenda Negra» haya traspasado el mundo de la Academia para instaurarse en la Opinión Pública (de ahí su «reacción inmediata» a la que alude).
Eso le puede gustar más o menos, pero ahí queda.
@Guill
Para “identidades ideológicas” como la suya, ya existen retroalimentaciones propias: como el libelo resentido de José Luis Villacañas o la vergonzosa (e indocumentada) campaña de Elpaís contra Roca Barea (algo inaudito en la Prensa e Historiografía española).
Cuando usted aporte datos de las “condiciones materiales” a las que alude o realice un estudio comparado de la “Leyenda Rosa” francesa, inglesa o española aportará algo al debate; mientras tanto sus juicios acomplejados no dejan de ser un retrato ameno de la España que para usted es una “entelequia” opaca para los que no piensan como yo…
Un saludo.
Gracias por su respuesta, don Andy
Ha dado usted una clave importante para valorar su aportación a este hilo: su mención a José Luis Villacañas. Cualquier crítica fundamentada a los pilares que sostienen la identidad nacional de algunos idealistas de esa España que humedece los sueños post-imperialistas de ciertos sectores reaccionarios, son poco menos que tildados de «traición a España». Valore la dimensión de la hipérbole: ¡atacar a un filósofo por profundizar en una línea argumental crítica! Aunque supongo que tienen sus razones, en el sentido de que la España que defienden los «seguidistas» del intelectualmente sublime Gustavo Bueno (aún con sus caídas en ese ridículo chauvinismo) son pura entelequia.
Comprendo su disonancia cognitiva: ¿Cómo es posible que una idea de España tan aparentemente sólida se materialice en un proyecto nacional en permanente construcción? Imagínese: si ni siquiera las múltiples restauraciones monárquicas lo consiguieron ¿cómo lo van a conseguir unos intelectuales abrazados a un idealismo que prescinde de cualquier otra consideración que defender la gran historia de España de sus «enemigos-sombra»? ¡Y eso que muchos defensores de esa idea de «España como imperio generador» son marxistas-leninistas!
No creí necesario explicar a qué me refiero con las condiciones materiales de los españoles. Imagino, por su inquisición, que sus necesidades básicas están sobradamente cubiertas y no le es necesario plantearse el modelo socioeconómico en el que desarrolla su actividad la base social de este país. Afortunado usted, me alegro por ello.
Un cortés saludo.
https://www.almendron.com/tribuna/caza-de-brujas/
Ahí la propia Roca Barea sobre Villacañas.
https://www.elmundo.es/papel/firmas/2019/12/31/5e0b4924fc6c831b0e8b457a.html
Ahí la autora sobre los errores de su libro que El País generosamente desveló (vía Edgar Straehle en Ctxt).
https://elpais.com/politica/2018/04/25/actualidad/1524668624_926276.html
https://elpais.com/economia/2018/05/30/actualidad/1527691537_230582.html
https://elpais.com/economia/2018/07/06/actualidad/1530878339_966738.html
Ahí tres artículos de la autora en El País de una serie sobre la izquierda que quedó truncada.
Y aquí abajo una entrevista a Armesilla Conde a raíz de su obra El marxismo y la cuestión nacional española como prueba de que se puede ser buen comunista y buen patriota español.
https://www.elviejotopo.com/articulo/entrevista-santiago-armesilla/
Grácias, Máximo. Me expondré a sus enlaces con interés. Me quedo con su frase de «se puede ser buen comunista y buen patriota español» y cómo categoriza ser comunista y/o ser español.
Si relee mis intervenciones verá que mi crítica pivota sobre el concepto de que son los, vamos a llamarlos «imperiófilos», quienes idealizan España según sus parámetros políticos. Los marxistas leninistas como Armesilla por su centralismo, y los conservadores por su misma concepción nacionalista del estado. Dese cuenta que un independentista catalán y un nacionalcatólico de Burgos juegan con la misma idea de España: ajena para los primeros, supremacista para los segundos.
Desgraciadamente quienes consideramos España como una entidad heterogénea somos vapuleados por centralistas e independentistas. Ninguno de ellos tiene un proyecto de España que resuelva esas tensiones, con lo que el conflicto en el futuro está servido.
Saludos.
Hola, Guill
Un comunista pertenece a un cierto movimiento político y comparte una cierta doctrina. Un español es quien pertenece a una cierta nación política; vamos, no que esté imbuido por un espíritu, sino que posea el pasaporte. Creo que es una concepción bien poco idealista.
Estoy de acuerdo en que un nacionalista español y un nacionalista periférico son iguales, en la medida en que tienen una concepción «alemana» de nación (étnica, lingüística, «völkisch», espiritualista…). No es así en quienes tienen una concepción «francesa» (política). A estos se les puede llamar nacionalistas políticos o patriotas o como se quiera (ya se sabe, las palabras son importantes, pero no merece la pena enredarse en ellas). En cualquier caso, aquí el perímetro está en una comunidad que trasciende los elementos culturales y que se ha asentado jurídicamente en un Estado (claro está, conformado históricamente, no puede ser de otro modo).
Por otra parte, no sé en que empece el jacobinismo que aquí expongo con el hecho de la heterogeneidad cultural. Con la heterogeneidad política, sí, desde luego: que partes de una soberanía (la del Estado real) sean a su vez soberanas (lo que pretenden los autodeterrministas, independentistas, soberanistas y demás) es una contradicción lógica. Ahí sí que hay idealismo a espuertas.
Pero, como decía, respecto a lo cultural es poco erosivo el hecho de que un Estado sea más o menos centralista, si respeta democráticamente los derechos relativos a la cultura (depositados en los individuos ciudadanos, no se olvide, no en entes abstrusos como «pueblos elegidos» por lengua, religión o tinte étnico). Es difícil que sea de otro modo; salvo Estados minúsculos, que son excepción, en todos los Estados del planeta hay diversidad cultural. Por otro lado, a poco que la complejidad del Estado lo requiera, también lo habitual es la descentralización administrativa, sin que esto suponga las tensiones centrífugas que padecemos en España.
Habla usted de sentirse vapuleado políticamente. En España, en la cuestión de la organización territorial, el paradigma va de la autonomía al independentismo. Ahora mismo, en ese arco están 298 diputados de nuestro Congreso de 350. Desde el PP a los secesionistas, es el modelo socioliberal imperante que rebulle hacia un sistema federal/confederal (no olvidemos que en España, esta «cárcel de pueblos», la condición de ciertos territorios regidos por modernísimos fueros es ya cuasi-confederal).
Por supuesto, hay unos diputados españolistas recalcitrantes que abogan por la supresión de las autonomías. Son los 52 parlamentarios ultraliberales.
Y yo pregunto ahora: ¿dónde están los representantes de eso que se calcula que llega aproximadamente a un 15% de potenciales votantes y que conformaría un «partido jacobino», es decir, de izquierdas y (mejor que centralista) unitario español?
https://politikon.es/2017/10/24/el-partido-jacobino/
Ya le digo yo que sentirse vapuleado es ser de izquierdas (en mi caso, comunista) y que te tilden de fascista, un día sí y otro también, por tener una opción jacobina (que me digan en qué libros de teoría política se puede justificar esto) y pensar que en la historiografía y en el sentido común españoles y extranjeros hay una leyenda negra de nuestro país.
Saludos.
Pues Máximo, le tengo que decir que ojalá todos los defensores de una España centralista sean como usted. Podríamos llegar a un acuerdo político.
Claro que es erosiva la centralidad en el caso español, porque repercute negativamente en las diferencias culturales de cada «región». Yo, como valenciano, me preocupa que me arrojen a los márgenes de una idea de España excluyente (que afortunadamente aún no se ha impuesto: estado de las autonomías)
¿Acaso soy menos español que usted por hablar una lengua diferente del castellano, y cuyo origen es el propio territorio peninsular? Cito siempre las variaciones lingüísticas porque son más fáciles de ilustrar.
¿Cómo resolvemos esas tensiones centro-periferia? ¿Cree adecuado que desde Madrid se gestionen las necesidades EXCLUSIVAS de mi región? Obviamente en la proyección internacional de España (nación política) las diferencias territoriales jamás han de intervenir.
Con usted, de cómo están configuradas las relaciones de poder jerárquico en España, voy a tener muy pocas diferencias. Ambos sabemos cómo se dan los procesos de extracción de renta desde las bases populares hacia la clase privilegiada. De todas maneras, y sirva como tirón de orejas, me sorprende que la dimensión social se diluya tanto en las discusiones «España como imperio generador». Y es mi principal queja: al final tanto orgullo patrio y seguimos sometidos a intereses que no coinciden con los de la mayoría de españoles.
Un saludo y gracias por su tono.
Sí, seguro que hay acuerdo en muchas más cosas de lo que puede parecer a priori.
Sobre lo de «imperio generador». No es un concepto moral, ni siquiera historiográfico, sino un tipo filosófico. Los «depredadores» exclusivamente se han dedicado a extraer recursos. Los imperios a lo largo de la historia incluso han transitado de un modo al otro.
Decir que en sus orígenes el imperio español fue generador no quiere decir que no hubiera latrocinios o crímenes o errores políticos, significa que había un «plan» que pretendía universalizarse. Esto también puede decirse de Roma, EEUU o de la URSS, y no de otros.
No es casual un Vitoria y la Escuela de Salamanca y no es casual que haya países hispanoamericanos con poblaciones mayoritariamente indígenas o mestizas. No le tengo que contar lo ocurrido en otros lares.
Siempre recuerdo esta canción con estos asuntos.
https://youtu.be/qsOPbN8ViEg
Y tiene razón en que nada de esto debe servir para escaquearse de cuestiones sociales. Otra cosa es que precisamente la permanencia de la comunidad y la defensa de la soberanía, para los que piensan como yo, sean requisitos para la acción política socialista.
Saludos
Me ha gustado el srticulo, muy interesante y el autor sabe de que habla
Cosa rara hoy día
Saludod
https://elpais.com/cultura/2020/09/04/babelia/1599223518_722812.html
Más leyenda negra fresquita.
La guerra de Flandes tuvo varios frentes. Uno de ellos todavía continúa desgraciadamente continúa. La leyenda negra española continúa. La defensa de Guillermo de Orange ante la orden de detención de Felipe II contra el, fue también propagandista. Su carta de defensa fue enviada a todas las cortes europeas. Comenzó con ella, esta leyenda que ha perseguido a España, durante todo su imperio y que continúa actualmente
La orden de captura de Guillermo de Orange, desencadenó la Leyenda Negra Española. Guillermo de Orange contraatacó con una carta que repartió por los principales Reinos de Europa. Estos aprovecharon para confirmar y ampliar las acusaciones contra España, ya que militarmente era difícil de atacar de frente. La guerra de la propaganda había comenzado. Y sus consecuencias duran has hoy en día, a pesar de haber trascurrido mas de 500 años.