Cuando la palabra se convierte en discurso, sustituye a la acción y amputa su fuerza. (Jesús Ibáñez, Más allá de la sociología)
El mito de la Torre de Babel relata el riesgo que vieron los dioses cuando los seres humanos mostraron que eran capaces de construir un conocimiento conjunto y autogestionario.
La libertad de pensamiento se basa en esta capacidad de las comunidades para entenderse. Y ello implica armonización de la diversidad. La adaptación tiene que ver con integrar polaridades y puntos de vista contrarios. Previamente a esto, es necesario que sepamos con claridad lo que cada palabra nombra.
Sapere significa al mismo tiempo: saber y saborear, de ahí el relato de la manzana del Árbol de la Ciencia, que sintetiza las dos acepciones, ya que fue comida para saber y a la vez, para saborear el conocimiento[1].
Lo contrario de lo que estamos diciendo sería la desconexión de la palabra del objeto que nombra. La confusión acerca de a qué hace referencia el discurso. Precisamente en esto consistió el castigo divino a la altanería de los hombres de Babel: en la confusión de las lenguas. De este modo podemos prescindir de la etimología e incluso sustituir significados sorteando la semántica y dirigiéndonos directamente a las emociones de nuestro interlocutor, que es el mecanismo con el que suele tomar las decisiones.
Todo sentido de la vida es construido por las personas y las comunidades, la existencia no lo aporta previamente. El proceso camina del caos al cosmos. «Es el lenguaje el que crea la realidad», como apuntó Marshall McLuhan[2].
El primer discurso de la ordenación del mundo fue jurídico como nos enseñan los antropólogos de la escuela de Gregory Bateson[3]. Después vino el discurso político, después el científico, que va camino de convertirse en una religión, y en último lugar, el social. Este último siempre existió, pero le costó mucho ser reconocido.
Por su parte, la gramática transformacional de Chomsky[4] apunta a que el discurso (estructura superficial) es producto de la información sensorial que tiene la persona del mundo (estructura profunda). Dicho en los términos de Aristóteles: «Nada puede llegar a pensarse si no ha pasado previamente por los sentidos».
Vivimos un momento histórico en el que se prefiere influir y modificar lo imaginario y emocional en las personas, antes que dialogar con ellas acerca de las cosas que ocurren. Un ejemplo de ello es el discurso político vigente, cada vez más parecido a la prensa del corazón. Las plazas del cotilleo, de las habladurías y las autopistas del rumor han desplazado a la periferia el análisis de contenidos y procesos.
Otro ejemplo es el marchamo de enfoque científico que se quiere otorgar al conocimiento para relegar áreas del saber que funcionan empíricamente pero que se les tilda de no científicas o pseudociencias para invalidar sus efectos. Aunque lo que realmente ocurre es que la ciencia no es capaz de explicar estos fenómenos. Por tanto, los sitúa en un limbo de cosas que funcionan, pero no pueden ser explicadas con el código científico vigente.
Actualmente hay una gran riqueza de alternativas terapéuticas, seguramente porque el ser humano es complejo y necesita de muy variados abordajes. Algunos de ellos son milenarios y han funcionado durante tiempos inmemoriales. Incluso muchos de ellos son aparentemente contradictorios, es decir, que se rigen por principios contrarios. Es el abordaje paradójico del conocimiento.
Sin embargo, el ser humano tiene la costumbre de convertir las paradojas en dilemas. La consecuencia de ello es que nos obliga a elegir como buena una de las partes de la contradicción y calificar de mala a la otra. Ahora vivimos una época de fuerte polarización del conocimiento.
Los argumentos contra las propuestas alternativas a lo oficial no hablan de que estas hagan daño a los clientes, sino que los pueden llegar a entretener y confundir a la hora de optar por los tratamientos formalmente establecidos.
Para que esta tecnología lingüística tenga buen resultado se necesita tomar el mando de cómo deben ser nombradas las cosas. Quién, cómo y en qué condiciones se nombra un problema.
El sociólogo Jesús Ibáñez afirmaba[5] que el peor artefacto lingüístico de la modernidad ha sido la cosificación, también llamada reificación o nominalización. Consiste en convertir procesos en cosas. La frase: «Tengo una depresión» haría referencia a ello. Ya que convierte un proceso biográfico, activo, cambiante y anclado a la realidad, en un objeto congelado y, en consecuencia, cosificado. Esto detiene el proceso de investigación de la persona y dificulta su capacidad de acción.
—Tiene usted el mal de Liberman.
—¿Y es grave doctor?
—Aún no lo sabemos señor Liberman.
(Bernardo Ortín) [6]
Esta epistemología científica ha contribuido a hiperdiagnosticar a la población como ya mostré en otro artículo para Jot Down[7], en el que citaba modernos diagnósticos vinculados a experiencias comunes como la ailurofobia o miedo a los gatos o la disponesis: dDolencia referida a no sentirse enfermo, pero tampoco bien del todo (el síndrome de no deberías quejarte) [8].
En otro orden de cosas, todo texto se da en un contexto y no podemos entender algunos mensajes si no acudimos al escenario en el que se producen. Actualmente el discurso está muy despegado de los escenarios que lo producen. Me llama la atención alguna anécdota vista en televisión, en la que un periodista pregunta a un político sobre algo que él mismo dijo días atrás. El político lo niega y el periodista saca el ordenador portátil y le muestra una grabación en la que él dijo lo que ahora niega. La respuesta del político ante esta prueba irrefutable suele ser: «Bueno, esta grabación la han sacado de contexto». La palabra ya no hace referencia a la realidad.
La ficción debe sujetarse a las reglas de la verosimilitud, la realidad no.
(Mark Twain)
En la actualidad se ha logrado la hipertrofia de la palabra escenificada sobre la referencia lingüística a la realidad. Es más importante el plano emocional y sensorial, al que nos remite la palabra que la misma realidad que nombra[9]. Esto hace que lo ideológico acabe siendo superficial y demasiado polisémico. El éxito de este simulacro lingüístico reside, como hemos dicho antes, en la capacidad que ha tenido la palabra para desconectarse de aquello que ella misma nombra.
Gregory Bateson es una referencia intelectual obligada y ya citada. Es el primero que empezó a pensar desde una perspectiva sistémica en la modernidad. Inspirador de muchas de las actuales escuelas psicoterapéuticas. Escribió libros esenciales como Pasos hacia una ecología de la mente, o El Temor de los ángeles[10]. En ellos afirmó que prefería construir una teoría para cada caso, en lugar de buscar casos que se acoplaran a las teorías.
Referencia obligada a ello es el concepto del efecto panóptico, descrito por Michel Foucault en su libro Vigilar y castigar. Las personas exhiben su comportamiento más adaptado cuando se sienten observadas y nombrar técnicamente su comportamiento es un modo de ejercer la observación sobre ellos. El artefacto más antiguo en este sentido, es la torre de vigilancia de la cárcel, a veces con cristales tintados, para que el preso no sepa si en ese momento le están observando o no. En la actualidad, el panoptismo ahora lo detentan los medios de comunicación. Como inaugura la obra de 1984 de Orwell, en la que el gran hermano es la televisión que guía el comportamiento de todos los miembros de la comunidad. Tener un diagnóstico de nuestras cosas que, a veces son simplemente peculiaridades, nos convierte en alguien que necesita tratamiento.
Finalmente hay que decir que se hace necesaria una abertura del pensamiento científico. El mantenimiento de la curiosidad sobre la realidad y sobre los procesos terapéuticos que funcionan aunque aún no seamos capaces de explicarlos. El abuso de la idea de efecto placebo solo menoscabará el avance de la ciencia. Es importante aceptar el empirismo como sistema de codificación del conocimiento.
En este momento necesitamos un trabajo de integración. Tenemos suficientes desafíos que afrontar como para distraer la atención sobre el análisis de disciplinas cuyo éxito no somos capaces de explicar, aunque efectivamente funcionen.
Notas
[1] Paul Auster. Trilogía de Nueva York.
[2] Marshall McLuhan (1962): The Gutenberg Galaxy: The Making of Typographic Man;1st Ed.: University of Toronto.
[3] Antropólogos como Bronislav Malinowsky y Margaret Mead entre otros. Consultar Bateson, G. (1998): Pasos hacia una ecología de la mente. B. Aires: Lolhé-Lumen.
[4] Chomsky, N. (1976). En Bandler, R. y Grinder, J. (1994). La estructura de la magia. Vols. I y II. Santiago Chile. Cuatrovientos.
[5] Ibáñez, J. (1986): Más allá de la sociología. Madrid: Siglo XXI.
[6] En Bernardo Ortín (2005): Cuentos que curan. Barcelona: Océano-Ámbar. Pág. 123.
[7] Me refiero al artículo: «El placer como señal (o el instinto bajo sospecha)». Publicado por Jot Down en su monográfico sobre libertinaje.
[8] Mc Dermott, I. Y O´Connor, J. 1996: Ver pág. 157-158. También las notas al capítulo 7. Págs: 282-283.
[9] Revisar la obra de Michel Foucault: Las palabras y las cosas: (1974). Madrid: Siglo XXI.
[10] Bateson, G. (2013). El temor de los ángeles. Hacia una epistemología de lo sagrado. Barcelona: Gedisa.
No dudo de que este caballero sabe de lo que habla. Pero tengo mis dudas de que sepa explicarlo a un público generalista y no experto, al que su profusión de citas y jerga puede no servir de ninguna ayuda.
Por ejemplo: «Referencia obligada a ello es el concepto del efecto panóptico, descrito por Michel Foucault en su libro Vigilar y castigar».
En ningún momento el autor nos explica qué es el efecto panóptico, ni tampoco el panoptismo. ¿Debemos leer a Foucault para enterarnos? ¿O deberíamos saberlo, no vaya a ser que nos castiguen por incultos?
De «sapere» vienen saber y saborear. El autor sabe mucho, pero debería explicar mejor lo que sabe, si quiere que saboreemos su sapiencia.
El ejemplo escogido para la crítica no es muy acertado. Precisamente si uno lee el texto más allá del entrecomillado queda claro a qué se refiere.
Siento el exceso de jerga. Estoy en tratamiento de eso y prometo mejorar. El panoptismo es el efecto que se produce cuando las personas mejoran su comportamiento al sentirse incluidas, observadas y tenidas en cuenta por colectivos sociales de su referencia. Algo más abajo desarrollo más el concepto. Muchas políticas de integración de personas con dificultad cognitiva, sensorial o comportamental se basan en este criterio cuando los integran en comunidades que manifiestan tener una mayor competencia y pueden servir de referencia.
Lamento la profusión de citas. Mi objetivo con dar a conocer obras y autores, es que cada lector pueda seguir su propia investigación. De todos modos lo tendré en cuenta. Gracias por el apunte
El texto me parece interesante. Creo que el exceso de citas lo dispersa, lo debilita. Como si hubiera una inseguridad que se respalda en argumentos de autoridad. Aporta buenos datos pero los hilvana apenas, toma la escena el estallido de fuegos artificiales. Pero leí todo eh?
Ha tenido un error de tecleo: el miedo a los gatos es Ailurofobia no Silurofobia
Sí gracias. Es Ailurofobia. La verdad es que hace honor al título del artículo: cuando la palabra no se refiere a lo que nombra. Gracias por la corrección
Entre citas, bibliografía y vocabulario, el autor nos quiere endosar una falsedad colosal, muy en boga de aquellos que defienden las pseudociencias.
«Otro ejemplo es el marchamo de enfoque científico que se quiere otorgar al conocimiento para relegar áreas del saber que funcionan empíricamente pero que se les tilda de no científicas o pseudociencias para invalidar sus efectos, aunque lo que realmente ocurre es que la ciencia no es capaz de explicar estos fenómenos. Por tanto, los sitúa en un limbo de cosas que funcionan, pero no pueden ser explicadas con el código científico vigente»
Mire, rotundamente no. Esto es falso, y o bien malintencionado o bien ignorante. La ciencia cuando no sabe explicar las causas de algún fenómeno, no lo rechaza si no puede explicarlo. Lo declara sin explicación provisional, y se pone a intentarlo.
Las pseudociencias, sobre todo en el campo médico, que es lo que parece esconderse detrás de este alegato, son rechazadas no porque no puedan explicar su funcionamiento, sino porque directamente no pueden demostrar que siquiera funcionen.
Es decir, no hay causa que comprender, si no hay efecto que analizar.
Marcar como premisa que un efecto existe sí que es algo que la ciencia no puede ni debe hacer.