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Una cárcel libia

Después de cuarenta y cinco días como prisionero de las fuerzas gadafistas retorné a Libia para cubrir los últimos meses de la guerra.

El tiempo en presidio había transcurrido entre la incertidumbre, el miedo, la paranoia y algunos momentos de ácida comedia surrealista regalados, casi siempre, por la incompetencia de nuestros guardias. Estos momentos se cuentan con los dedos de una mano.

Después de más de dos semanas en aislamiento —semanas de exhaustivo monólogo interior y llamamientos a mi propia cordura— fui trasladado a la prisión de Jdeida. Allí fui a parar a la celda de Jamal, Homsa, Hassan, Wajdi y otros cinco compañeros de los que el tiempo ha borrado el nombre. Tabaco y café frío. Tras unas palmaditas en la espalda y consolar mi disgusto infantil, un preso de la celda 4, nuestro muecín, llamó a la oración. 

Me retiré a la cama superior de una de las literas y arropado con una manta les observé rezar. La luz naranja que baña Trípoli al atardecer se colaba por el ventanuco de aquella puerta de acero gastado. Motas de polvo que flotan en un haz de luz y el conjunto de reos, siguiendo una coreografía milenaria, flexiona, susurra, escucha y contesta la oración dentro de la celda 7. 

Justo en aquel momento pensé por primera vez en mi cámara de fotos. Tomé distancia de mi autocompasión y vi la historia que se me ofrecía como periodista y como ser humano, en las imágenes que me perdía a diario como fotógrafo. Desde aquel día hasta el día de mi liberación este pensamiento también formó parte del castigo. Cada día había una, dos… siete imágenes que capturar; impotente, hacía fotos mentales, me esforzaba en recordarlas todas.

A mi regreso a Trípoli, no sé si por verdadero interés periodístico o como ejercicio de catarsis, decidí retomar mi historia con Libia donde lo habíamos dejado: en la cárcel. Comencé entonces un trabajo de tres años subrayando las pésimas condiciones de los prisioneros de guerra libios. Paradójicamente, con el tiempo, me he llegado a sentir mucho más afín a los que un día fueron mis captores. No hay rencor.

Si hay algo que caracteriza a la Libia post-Gadafi es el revanchismo. Esto, que se hizo evidente ya en los últimos meses de la guerra, ha marcado las pautas de comportamiento de la sociedad en el país norteafricano desde que cayera el régimen. Desapariciones, detenciones arbitrarias, ejecuciones sumarias, milicias enfrentadas, ciudades enfrentadas, tribus… La ofensiva final de los rebeldes sobre Sirte, vista con el tiempo y la distancia, fue un negro augurio de lo que hoy es el país.

Con la caída de la capital, las cárceles de la Trípoli libre, vaciadas durante la ofensiva rebelde sobre la ciudad, comenzaron a llenarse de nuevo. Acusados de pertenecer de una u otra forma al régimen, las celdas estaban superpobladas de migrantes subsaharianos, de ciudadanos de Tawerga, de supuestos combatientes y, como en cualquier otra guerra civil, de aquellos que simplemente pasaban por allí o de aquellos que debían a quien no debían.

Durante los siguientes cinco viajes y veintiocho meses que me ha tomado este trabajo, los diferentes gobiernos libios y muchas de las milicias han sido señalados por el trato a sus prisioneros. Son decenas las denuncias de agencias humanitarias internacionales que detallan torturas físicas y psicológicas a prisioneros de guerra. Los treinta y cinco mil habitantes de Tawarga han seguido recluidos en campos; sobre los centros de detención de migrantes y las milicias que los controlan pesan informes de malos tratos y esclavitud de los prisioneros.

Hoy, la situación de los centros de detención en Libia a buen seguro no es mucho mejor.


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A mediados de septiembre de 2011 comienza la batalla por Sirte, ciudad natal de Gadafi y último bastión del régimen. Todos aquellos sospechosos de pertenecer al régimen que caían durante el avance rebelde eran trasladados a centros penitenciarios improvisados como esta escuela de Misrata. Muchos de los detenidos eran soldados del régimen, muchos otros podrían serlo. En la imagen, un supuesto leal a Gadafi reza en su celda en una prisión improvisada en Misrata. Septiembre de 2011.


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Acusados en un principio de pertenecer a las fuerzas mercenarias de Gadafi, muchos migrantes subsaharianos terminaron en presidio. Con el tiempo, pese a haberse desprendido de aquella acusación, este colectivo ha sido perseguido y encarcelado en centros de detención en condiciones infrahumanas, donde se sufre de enfermedades, hacinamiento, malos tratos e incluso explotación laboral. En la imagen, un migrante mira al exterior desde su celda, básicamente un contenedor metálico con rejas que comparte con al menos otras diecisiete personas. Guerian, Libia. Noviembre de 2013.


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El campo de detención de migrantes de Guerian ha cambiado de «dueños» dos veces desde que lo visité por primera vez en 2012. Las condiciones del centro durante mi última visita a finales de 2013 se habían deteriorado más que notablemente. En la imagen, dos migrantes, prisioneros en el centro de detención de Guerian, limpian los alrededores del centro. Noviembre de 2013.


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«Los no musulmanes del centro son particularmente vulnerables a los abusos. Un cristiano de Eritrea relata haber sido atacado por guardias al encontrarlo rezando en su celda. Prisioneros nigerianos cuentan haber sido apedreados cada vez que son vistos inmersos en sus oraciones». Informe de Amnistía Internacional de diciembre de 2013. En la imagen, un migrante cristiano muestra su tatuaje en un centro de detención de Guerian, cuarenta kilómetros al sur de Trípoli. Noviembre de 2013.


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Jdeida era una de las principales prisiones del régimen en Trípoli. Días después de la toma de la ciudad, todos aquellos sospechosos de pertenecer al régimen se hacinaban en las innumerables celdas del presidio. Hombres, adolescentes, locales o extranjeros, mujeres… sobre todos ellos existía una acusación de ser leales al régimen. Desde supuestos mercenarios ucranianos de sesenta años hasta supuestas concubinas del mismísimo Gadafi. En la imagen, un prisionero asoma sus manos a través de la rejas de su celda en la prisión de Jdeida, Trípoli, Libia. Agosto de 2011.

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Un comentario

  1. Wow, espectacular fotografía documental, y gran articulo.
    Todo mi apoyo siempre a los compañeros que están en esos lugares.

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