Piensa en un dólar, en cinco dólares, en veinte, en cien o en mil dólares. ¡Piensa en un millón de dólares! ¿A que es casi imposible no sentir que se está ante algo más que dinero? Hace tiempo que el dólar transcendió su condición de instrumento aceptado como unidad de cambio, medida de valor, medio de pago. Hace mover el mundo real, sí, pero también aquellos otros que no lo son en absoluto. El dólar es relato. Es algunas veces poesía. Es una imagen mental, que remite casi siempre a una historia de acción. Existe algo parecido a la belleza y eficacia incontestables del billete. El dólar es como un juguete insustituible para cineastas, novelistas, músicos… Da gusto introducir billetes en un plano, o simplemente leer su nombre en mitad de un párrafo. Dólar, dó-lar, d-ó-l-a-r. Tiene fuego en el cuerpo. Raramente pasa en balde. En nuestra mente de lectores o espectadores, los dólares funcionan como un botón estratégico: lo presionas y pasan cosas.
El dólar es ficción. Crea mundos, historias, personajes, atmósferas, diálogos, pasiones. Puede ser un mero efecto visual o puede ser una pieza clave para las tramas. Si de pronto desapareciese su imagen, si olvidásemos la palabra, una parte de la historia de la cultura se llenaría de vacíos, de espacios en blanco las novelas norteamericanas, de silencios los diálogos del cine, de fundidos a negro los metrajes, que puestos en fila quizá durarían años. Hay muchos relatos que sencillamente no pueden contarse, aunque sean inventados, si no es teniendo en cuenta que las cosas poseen un precio. Entenderlas requiere a menudo saber cuánto cuestan, en un sentido parecido al que emplea Richard Ford cuando dice que desarrollar un personaje, y hacerlo plausible ante los lectores, pasa por que sean capaces de ganarse la vida y contar a qué se dedican.
Un personaje dejando diez dólares sobre un mostrador. Alguien contando billetes dentro de un sobre, para comprobar que está todo. Un taxista quedándose con el cambio. El lobo de Wall Street arrojando al aire miles de dólares, solo por diversión, que después caen lentamente, como si fuesen copos de nieve. Una propina abandonada en una mesa, junto a un plato sin acabar. La empleada de un banco llenando una saca con el dinero de caja, mientras una pistola le apunta a la cabeza. Otro personaje apostando todo lo que le queda a la última mano de cartas. Y así hasta el infinito. Nuestra memoria está llena de imágenes de dólares que solo sirven para hacer mover nuestra imaginación, dólares de mentira, sin los cuales, sin embargo, dejarían de existir muchas creaciones de verdad.
A veces un dólar es un personaje en sí mismo. Un solo billete podría contarnos una parte de la historia de la humanidad. Sería interesante hacerlo confesar, y que nos hablase de los sitios en los que estuvo, lo que vio, los bolsillos en que se parapetó, las carteras de las que entró y salió, las cajas registradoras en las que pasó la noche, los bienes que adquirió, las veces que solo fue parte del cambio de un billete mayor, la cocaína que canalizó formando un cilindro, las monedas con que se mezcló, las vistas que tuvo cada vez que lo posaron en una superficie, los días que fue un regalo de cumpleaños, o una propina, los maletines en los que viajó, los estados que recorrió en coche, en avión, en tren, a pie, las manos que lo tocaron, los olores que se le pegaron, las bacterias que transmitió, el mercado negro del que salió y entró sucesivamente, y muchísimas otras aventuras que en realidad sirven para conocer no solo la vida del dólar, sino de las personas.
Bueno, pues parece que a «algunos» se les ha- había metido entre ceja y ceja, hacer desaparecer el dinero en metálico. Billetes y monedas. Espero que no lo consigan nunca o cuando menos, que yo no lo vea.
No podía faltar el clásico comentarista cateto que intenta llevarse el artículo a su terreno par hacer su apología política correspondiente.
¿»Cateto»? ¿Aún se emplea ese término? Me soplan por aquí que lo usan mucho los propios catetos como tú, que debes pagar una barra de pan con targeta, majo…
«Cuando nací, debía doce dólares..»
El dólar es ficción. Cuánta verdad en tan escueta frase XD En cualquier caso al menos conmigo, funciona mejor el oro. Los famosos lingotes de oro siempre presentes en infinidad de series y películas al punto de que casi son un objeto cotidiano a pesar de que nunca ví y tal vez nunca veré ni uno sólo en el mundo real jaja :)
Y qué ficción! El dólar es la causa y consecuencia de las mayores atrocidades. No estaría de más que se reinventase o mejor, que se sustituye por algo menos… ¿Ficticio?
Qué bien escribe Tallón. No entiendo que en este país escritores como Tallón no sean superventas. Esta revista tiene autores reconocidos a lo largo y ancho del país, pero Juan Tallón, bajo mi punto de vista, marca la diferencia a la hora de escribir. He leído todo lo que ha escrito y no me canso en absoluto, sino más bien todo lo contrario. Su estilo resulta genial.
In God We Trust