Es viernes por la tarde. Nico, María y Andrea están en la puerta del centro de salud, la nueva sala de espera, guardando las distancias. Anoche empezaron a tener fiebre, se encuentran muy mal, algo de tos. Es para preocuparse. De hecho, los tres tienen COVID-19: les esperan semanas difíciles.
Otra de sus preocupaciones, claro, es haber podido contagiar a otras personas. Nico vive solo, María vive con su marido y sus dos hijas pequeñas, Andrea con tres compañeros de piso. María y Nico van al trabajo en coche, Andrea usa el transporte público. En el trabajo, Nico y Andrea tienen poco contacto con otras personas, todo está muy controlado; no así para María, mucho contacto con clientes, con la débil barrera de la mascarilla de por medio. Además, a lo largo de la semana han tomado un par de cervezas en terrazas, el domingo pasado María y su familia fueron a celebrar los setenta y cinco años de la abuela Carmen, Andrea jugó un partido de baloncesto entre amigos… En febrero, cuando nadie tomaba precauciones, y la media de personas contagiadas por cada persona infecciosa estaba alrededor de tres, quizás Nico habría contagiado a una persona, María a ocho, Andrea a tres. Ahora esa media está entre una y dos. No lo saben, quizás nunca lo sepan, pero han contagiado en total a cinco de las decenas de personas con las que han estado en contacto cercano en los últimos días.
A un par de miles de kilómetros de distancia, una escena muy parecida. Los protagonistas se llaman Víctor, Anja y Birol. Todo lo demás es igual, incluidos los números y la preocupación, sobre todo por la abuela Renate. No tanto por los extraños: allí, cada persona enferma contagia, en promedio, solo a otra, así que haber contagiado a cinco entre los tres ya tiene algo de mala suerte. Entre febrero y marzo el número llegó a ser más alto, pero bajó rápidamente, a pesar de que no han sufrido un confinamiento tan estricto como el impuesto a Andrea, Nico y María. Las niñas de María y la abuela Carmen lo pasaron realmente mal.
A los seis les harán una PCR, aunque Andrea, que solo tiene unas décimas, y tose pero no tiene problemas respiratorios, tendrá que insistirle bastante a su médica. Sus resultados también tardarán más, el laboratorio está empezando a saturarse. Hasta que estén listos, no iniciará el protocolo de rastreo, que en cambio sí ha empezado en el caso de Anja, Birol y Víctor: nada más salir del médico rellenaron un cuestionario en su móvil, y al rato una persona los llamó y les estuvo haciendo preguntas sobre sus desplazamientos y su vida laboral y social durante los días anteriores. Naturalmente, no recuerdan todo, o no lo recuerdan bien: la información que proporcionan a la red de rastreo es incompleta, aunque ayuda mucho que dos de los tres tienen instalada desde hace un mes una app de rastreo disponible como software libre: eso permite contactar a muchas de las personas con que coincidieron. Nadie sabe su nombre, pero les llegará un mensaje al móvil explicándoles que han estado cerca de una persona infectada, y que les recomienda minimizar contactos, vigilar síntomas, quizás ir al médico. En total, la red consigue que el 40% de los contactos acaben aislados y bajo control sanitario: no es ni la mitad, pero basta para que, de las cinco personas que han contagiado entre los tres, dos sean aisladas rápidamente. Eso significa que solo otros tres podrán contagiar a su vez. La cadena de propagación no se rompe, pero está encauzada y tampoco se dispara.
A Andrea la primera llamada de rastreo le llega tres días después de ir al médico. A Nico, cuatro. A María, que se ha encerrado en una habitación de su casa con tres botellas de lejía y no deja de pensar en su abuela entre los delirios de la fiebre alta, no la llegarán a llamar. Hay muy poco personal en la red de rastreo, que además no está coordinada con las de otras regiones; y eso es un problema, porque dos compañeros de trabajo de María están de viaje hacia otra sede. Además, nadie tiene una app en el móvil: la administración ha decidido no utilizar las disponibles, y está pagando a una empresa para que desarrolle una nueva que lleva semanas en fase de pruebas. En total, solo se conseguirá identificar a uno de los cinco contagiados: los otros cuatro terminarán contagiando a siete personas, de las que solo se rastreará a una; las seis que quedan contagiarán a diez, de las que solo dos serán identificadas… El tablero empieza a llenarse otra vez de granos de trigo.
Cada una en su comedor, la abuela Carmen y la abuela Renate ven un programa de canciones de los años sesenta, y piensan en lo grandes que vieron a sus nietas el otro día.
Si te llega la noche, no esperes que te llegue la mañana. Y si te llega la mañana no esperes que te llegue la noche. Toma de tu salud para tu enfermedad y de tu vida para tu muerte.
https://youtu.be/Wmb6xZCC1WE
Nunca hubo capacidad ni de rastreo ni de detección, probablemente nunca las habrá. Del poder del Estado no emana suficiente autoridad para confinar a los sintomáticos. El sistema de salud se ha revelado altamente colapsable. Todo lo anterior ha provocado la muerte de miles de ancianos y la debacle económica del país. Más allá de los insultos que se dedican mutuamente los rojos y los fachas en twitter, aquí no queda nada. Nada.
La obsesión por adelgazar el Estado mata.
https://youtu.be/qYsmBBc_a4w
Como siempre muy interesante tu articulo. Estamos en Agosto y sobre la app de rastreo no hay noticias. A ver si puedes investigar sobre ese tema, me huele a que alguna empresa va a dar un pelotazo. Cuando hay ya varias apps funcionando en el mundo resulta que nosotros vamos a inventar la rueda!