La momia
El 29 de mayo de 1970, los Montoneros argentinos secuestran al general Pedro Eugenio Aramburu. Los Montoneros son guerrilleros de la izquierda peronista, entusiasmados desde que el general Juan Domingo Perón, en 1967, escribió estas palabras tras la ejecución en Bolivia de Ernesto «Che» Guevara: «Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor». El general Aramburu, ya retirado, fue el jefe de la Revolución Libertadora (una típica dictadura militar, pese a su nombre pomposo) que en 1955 depuso y envió al exilio al general Perón, después de bombardear la Plaza de Mayo y asesinar a más de trescientas personas.
Los Montoneros interrogan al secuestrado para saber dónde está el cadáver de Evita Perón.
La historia que reconstruyen es la siguiente. El 22 de noviembre de 1955, por orden de Aramburu, el teniente coronel Carlos Eugenio Moori Koenig y un grupo de soldados roban el cuerpo embalsamado de Evita, que, desde su muerte, el 26 de julio de 1952, es venerado en la sede bonaerense de la Confederación General del Trabajo. Antes de llevárselo, la tropa orina encima del cadáver. Moori Koenig se obsesiona con la momia. La guarda durante meses en una furgoneta y pasea con ella por la ciudad. Luego la entrega a un subordinado, el mayor Eduardo Arandía, quien la esconde en un desván. Arandía desarrolla tal paranoia que una noche oye ruidos en casa y, convencido de que se trata de un comando peronista, dispara al bulto. El bulto es su mujer, embarazada. La esposa muere. Moori Koenig recupera la momia y la instala, en posición vertical, en su despacho de jefe de los servicios de inteligencia, para poder vejar los despojos durante la jornada de trabajo.
Aramburu se entera y envía a Moori Koenig a la Patagonia. Logra un pacto con el papa Pío XII y traslada en secreto la momia hasta Italia, donde es enterrada en Milán, bajo el nombre de María Maggi de Magistris.
Obtenida toda esta información, los Montoneros matan a tiros al general Aramburu.
El regreso
La muerte del exdictador Aramburu deja en una posición indefendible al dictador vigente, el general Juan Carlos Onganía, un tipo empeñado en aporrear estudiantes hasta que se corten el cabello y en censurarlo todo. Ha prohibido, por ejemplo, que se represente en Argentina el balé El mandarín maravilloso, de Béla Bartók. Onganía va al cuartel del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y entrega su renuncia. Los militares eligen presidente al general Roberto Levingston, agregado en la Embajada de Washington y completamente desconocido por los argentinos. Por un momento, Argentina parece Suiza: nadie sabe quién es el tipo que ocupa la presidencia. Levingston dura menos de un año y en 1971 le sucede el hombre fuerte del Ejército, el general Alejandro Agustín Lanusse, quien acaba aceptando el retorno de Perón.
El hombre que vuelve desde su exilio madrileño de Puerta de Hierro tiene ya setenta y ocho años, está casado en terceras nupcias con María Estela Martínez, una bailarina de cabaré a la que conoció en Panamá, y no quiere saber nada del «Che» Guevara ni de los Montoneros: ya no le sirve la retórica revolucionaria. El día de su gran retorno, el 20 de junio de 1973, la izquierda peronista y los Montoneros acuden al aeropuerto de Ezeiza para recibirlo. También acuden unos dos mil miembros de la derecha peronista, es decir, los sindicatos, armados con rifles y pistolas. En pleno recibimiento, la derecha peronista, al grito de «Viva Perón», empieza a tirotear a la izquierda peronista, trece de cuyos militantes mueren gritando «Viva Perón». Más de trescientas cincuenta personas sufren heridas.
El 1 de mayo de 1974, se juntan ante la Casa Rosada dos multitudes, la derecha peronista y la izquierda peronista. El nuevo presidente Perón (ha ganado las elecciones con el sesenta y dos por ciento de los votos) llama «estúpidos» e «infiltrados» a los izquierdistas, que abandonan la Plaza de Mayo.
El brujo
Perón tiene como vicepresidenta a su esposa, «Isabelita» Perón. Pero quien maneja el poder es su mayordomo y secretario en Puerta de Hierro, José López Rega, nombrado ministro de Bienestar Social.
López Rega nació en Buenos Aires en 1916. Fue tintorero, vendedor ambulante, cabo de la policía y autor de un libro tan delirante como indigesto (758 páginas) titulado Astrología esotérica. En 1965 conoció a María Estela Martínez de Perón durante un viaje de esta a Buenos Aires y la fascinó con su voz dulce y sus parrafadas místicas. María Estela se lo llevó a Madrid como secretario y escolta. En Puerta de Hierro, López Rega se atribuye el poder de curar mágicamente los achaques de Perón. También dice ser adivino y amo del universo. Perón se ríe con esas tonterías, pero utiliza al fiel López Rega, quien con los años se convierte en una figura imprescindible. En la mansión de Puerta de Hierro ocurren cosas bastante raras, más allá de los ritos espiritistas del secretario López y la señora Martínez. A Perón le han devuelto el cadáver de Evita en 1971, y lo tiene sobre la cama de uno de los dormitorios. Las visitas se hacen cruces.
La peripecia del cuerpo de Evita no acaba ahí. En 1974, los Montoneros secuestran de nuevo al general Aramburu, ahora en forma de cadáver, para exigir que la momia de Evita viaje desde Puerta de Hierro (Perón la ha dejado allí como quien olvida un paraguas) a Argentina. El intercambio de rehenes difuntos funciona. Evita vuelve al fin a Buenos Aires y es enterrada en el panteón familiar del cementerio de la Recoleta.
Volvamos a López Rega. El hombre al que algunos llaman «el Brujo» es uno de los organizadores de la masacre de Ezeiza. Desde su ministerio funda la organización secreta Alianza Anticomunista Argentina (Triple A), formada por policías, militares y sindicalistas, para secuestrar, torturar y asesinar izquierdistas. Perón, enfermo, finge no saber qué es la Triple A ni quién está detrás. El presidente fallece el 1 de julio de 1974 y le sucede su viuda, una mujer incapaz y aterrorizada.
«El Brujo» maneja a la presidenta como un títere. Cuando «Isabelita» se bloquea, López Rega la desbloquea con un bofetón. Circulan por los mentideros políticos comparaciones con Rasputín, el hombre que fascinó a la última zarina rusa, alimentados por el rumor (cierto, según el biógrafo Marcelo Larraquy) de que López Rega posee un pene de dimensiones bastante monstruosas. «El Brujo» negará hasta su muerte haber mantenido relaciones sexuales con María Estela Martínez, «pese a las tentaciones».
López Rega instala una mesa ante la puerta del despacho presidencial y desde allí dirige el Ministerio de Bienestar Social y la organización terrorista de ultraderecha Triple A, además de filtrar el acceso a la presidenta María Estela Martínez de Perón. Es él quien forma un nuevo gobierno y elige como ministro de Economía al ingeniero Celestino Rodrigo, autor del llamado «Rodrigazo»: una devaluación del sesenta por ciento y un fuerte aumento de las tarifas y los combustibles que, según numerosos historiadores, marca el principio del interminable desastre económico argentino.
El «Rodrigazo» enfurece a la gente, incluidos los militares, que exigen a la presidenta la desaparición inmediata de López Rega. María Estela Martínez nombra a López Rega «embajador plenipotenciario de Argentina en España» y lo envía a Madrid para siempre. «El Brujo» huye poco después a Estados Unidos.
Ya sin su amo y asesor espiritual, la presidenta sigue firmando decretos que conceden plenos poderes al Ejército para exterminar a los Montoneros peronistas, a la guerrilla marxista del Ejército Revolucionario del Pueblo y a cualquiera que pase por ahí. Los Montoneros responden con sus propias matanzas. La presidenta cae en una depresión y cede temporalmente el poder al presidente del Senado, Ítalo Luder. Tras su regreso, los militares se preguntan para qué les sirve la presidenta. Se responden a sí mismos que para nada. El 24 de marzo de 1976 la secuestran, la derrocan y la encarcelan en una residencia patagónica. Una junta militar de gobierno, formada por el general Jorge Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier general Orlando Ramón Agosti, asume el poder. Ellos y sus sucesores matan o «desaparecen» a unas veinte mil personas, hasta caer con ignominia en 1983 tras la derrota en la guerra de las Malvinas.
(José López Rega muere en 1989 en Buenos Aires, donde ha sido extraditado por la justicia estadounidense, mientras permanece en prisión preventiva a la espera de sentencia. María Estela Martínez de Perón, la primera mujer presidenta de Latinoamérica, está viva y reside en Madrid. En 2008, la Audiencia Nacional española rechazó la extradición solicitada por los tribunales argentinos, con el argumento de que los crímenes de la Triple A habían prescrito).
La historia es alucinante. La manera de contarla de Enric para quitarse el sombrero.
¡¡Lujazo!! Maravillosa forma de contarlo, un placer para los ojos.
«Enciende los candiles, que los brujos piensan en volver a nublarnos el camino», ¡Gracias Enric!
Enric González escibe muy bien, como siempre. Si la historia también es buena, ya podemos darnos con un canto en los dientes. Si al final tenía razón Borges: «Los peronistas no son ni buenos, ni malos; son incorregibles». Ah, y mi más sentido pésame al autor, que es periquito como yo.
Si bien la intención del artículo no es detallar con precisión exacta lo acaecido en más de los 30 años que abarca el relato (desde la muerte de Eva Perón hasta el final de la última dictadura cívico-militar en Argentina, periodo en el que más hincapié hace), la cifra de la cantidad de «desaparecidos» no es la correcta, ya que entre 1975 (con la triple A) y 1978 se contabilizaban por lo menos 22.000 «desaparecidos» y probablemente la cifra total supere los 30.000 (en el período 1975-1983).
En la actualidad hay una «corriente» (si así se le puede llamar a algo que no es un argumento ni opinión, sino más bien una expresión de odio) que trata de deslegitimar la «cifra».
Disfruté el artículo, saludos.
Putos fascistas…
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