Por debajo de los cuarenta grados de latitud sur no hay ley.
Por debajo de los cincuenta, no hay Dios.
(Refrán marinero)
Todos los problemas se dan en contextos. La configuración del espacio remite inmediatamente al conflicto. Una de las preguntas que suele restar angustia a quien cree que tiene un problema consiste en pedirle que recuerde un lugar en el que el problema se manifiesta más suavemente o ni siquiera se produce.
«Contiguos»
Estaban tan acostumbrados a vivir juntos, a mirarse de cerca, que si se veían en la calle se turbaban.
(Adolfo Bioy Casares, Guirnalda con amores)
Precisamente por esa relación entre problema y lugar en el que ocurre los relatos suelen hablar vagamente de los lugares en los que se produce la historia.
La falta de concreción de lugar y época en el que han ocurrido los hechos es uno de los factores más hipnóticos de los relatos.
La suelta de amarras espaciotemporales produce un aumento de concentración sobre el relato que en ese momento nos están contando.
Érase una vez, en un remoto lugar, en tiempos inmemoriales…
(Fórmulas clásicas de comienzo de los relatos)
Cuando una persona experimenta un conflicto suele unirlo al contexto en el que se produce y si después de un tiempo vuelve a visitarlo puede volver a reproducir el conflicto que parecía solucionado.
El miedo suele tener relación con la dimensión territorial. Muchas personas manifiestan no poder alejarse de lugares que viven como seguros: su casa, su barrio, su ciudad. Este es el poder transformador del viaje como experiencia procesual. El mero cambio de aires y hábitos produce efectos sanadores en muchos casos. La metáfora del caminante, del aventurero no arraigado a ningún lugar nos remite a la imagen arquetípica de la libertad.
Cualquier lugar es bueno para pasar de largo.
(Ángel Fernández-Santos. 1988)[1]
Muchos patrones hipnóticos comienzan con frases relacionadas con la visita a lugares que dan seguridad:
Ahora estás preocupado por lo que te ha ocurrido y te duele lo que ha pasado… A continuación quiero que tu mente te traiga la imagen de un lugar en el que te encuentres seguro y a salvo de todo, un lugar en el que tus recursos fluyen, en el que es fácil vivir, un sitio en el que todo surge espontáneamente. Puede ser un sitio que visitas a diario, un rincón de tu casa, una playa, un lugar de una montaña. Puede ser un lugar al que hace mucho tiempo que no vas y que ha quedado nítidamente en tu recuerdo, puede ser un sitio del futuro, un lugar que solo está en tu imaginación, que tantas veces te ha proporcionado bienestar… Ahora solo quiero que te instales allí unos instantes, que observes lo que se ve allí, que oigas el sonido que se oye allí, los olores, sabores, las sensaciones que te produce estar en ese lugar. Quédate un rato en ese lugar y disfruta de todo lo que hay allí…
(Milton Erickson)
La geografía del miedo
Las personas que sufren de miedo inexplicable por distintos motivos, suelen experimentarlo en ciertas áreas geográficas[2]. Temen alejarse de sus espacios que le dan seguridad y notan los límites que no pueden traspasar. Por ejemplo, no pueden alejarse un kilómetro de su casa.
Recordemos que la genealogía semántica de la xenofobia se inicia en las islas griegas. Imaginemos a los isleños en su estrecho espacio viendo llegar barcas llenas de extraños, que estimulan el miedo ancestral de que no habrá espacio para todos en su pequeña isla.
Metáforas espaciales para ampliar la conciencia
El pensamiento se manifiesta en distintos tipos de espacios. Hablamos de ampliar la conciencia, derribar las paredes que estrechan nuestro campo mental.
Pensar en espacios abiertos suele ayudar a conectar con grandes visiones de la vida, ayuda a rebajar la presión de estrés. Por el contrario, la palabra angustia significa angostura, paso estrecho con dificultad para moverse a través de él.
La visión de lo macro y lo microscópico son coincidentes para la imaginación. Su combinación resulta altamente hipnótica.
El arte de la memoria fue inventado según Cicerón por el poeta griego Simónides de Ceos. El poeta fue invitado por Scopas, noble de Tesalia, que le pidió que recitara un panegírico durante una cena de amigos. Scopas no quedó contento y pagó la mitad al poeta, después le despidió. Después unos jóvenes visitaron con urgencia a Simónides para decirle que el techo de la casa del noble se había desplomado, matando y desfigurando a todos los invitados de modo tal que nadie podía reconocerlos. Simónides pudo identificar a cada uno de los cadáveres recordando el lugar en el que estaban sentados en la mesa. Se percató de que una disposición espacial ordenada es imprescindible para una buena memoria.
(Taylor, R. 1987: 15-16)[3]
Los cultivadores del arte de la memoria creaban escenarios con la ubicación de lugares y objetos para ejercitarla. Quintiliano, orador clásico, dice que lo primero es imaginar un edificio con el que el lector esté familiarizado. Debe ser espacioso, pero no muy grande, con buena iluminación, mi demasiado oscuro ni demasiado claro. Debe ser lo más variado posible, con patio interior, salones, alcobas, gabinetes y demás dependencias, con hornacinas, estatuas y adornos. A continuación, hay que ir recorriendo el edificio en su imaginación depositando objetos en ciertas partes específicas: anclas, espadas, coronas, yugos… Cada imagen responde a un asunto o punto concreto que el orador desea nombrar. Mientras pronuncia el discurso, el orador debe ir recorriendo el edificio de manera ordenada recobrando en la mente cada uno de los objetos en su lugar asignado[4].
Otras técnicas hacen referencia a países, ciudades, barrios, casas y habitaciones para conectar con las distintas ramas del discurso que debían recordar.
La creación de meticulosos escenarios teatrales con gran profusión de rincones, cajones y escondrijos también facilitaba la conexión del orador con el hilo discursivo[5].
En el terreno alegórico, una de las metáforas espaciales más potentes es la casa. La casa natal, por ejemplo, es el albergue de nuestros ensueños, supone una sombra más allá del pasado verdadero y más grande que este. El recuerdo de la infancia es más grande que la historia ocurrida en aquella época.
El desván y el tejado alojan la edificación de los sueños y el sótano alberga los poderes subterráneos, la acción del inconsciente[6].
Dice Jung que la conciencia se conduce como el hombre que oye ruidos sospechosos en el sótano (inconsciente) y corre al desván (coartadas del consciente) para descubrir que allí no hay ladrones[7].
El sótano es oscuro y misterioso. Sus paredes son de una sola cara, están enterradas y allí el miedo crece y todo se exagera.
La lámpara en la ventana es el ojo de la casa, ya que todo lo que brilla, de alguna forma, ve. La lámpara en la ventana espera al habitante y vigila[8].
La casa vivida y habitada trasciende el espacio físico. Es nido, choza, lugar de producción de intimidad, rememoración de rincones, que son la madriguera del yo.
Los armarios de la casa no siempre se pueden abrir, o bien porque se pierden las llaves, o porque no funcionan las cerraduras, o porque la llave no es la adecuada. Lo mismo ocurre con los escritorios cerrados o secreters, baúles, cofres y cajones. Estos muebles nos insinúan secretos familiares y revelaciones profundas. Vivimos junto a ellos cotidianamente y permanecen cerrados a nuestro lado. Los secretos que albergan están presentes y nos afectan.
La torre de la casa es otro tipo de espacio, pertenece al pasado, nunca al presente. Una torre siempre es añeja, un tipo de edificación antigua que simboliza a un hombre de un solo piso, tiene el sótano en el desván[9].
La habitación de los padres y sus rincones privados. Los cajones del armario, la mesilla de noche. La habitación de la infancia, la del hermano mayor… el comedor, la cocina, el despacho del padre, la sala de estar… Cada imagen tiene sonidos, movimientos, escenas que al rememorarlas producen una sensación física en distintas partes del cuerpo.
El yo también es una casa con su sistema de armonización y sinergia. Como indican algunos viejos relatos filosóficos en los que cada ámbito de la vida humana corresponde con habitaciones destinadas a tal efecto. El Habitat como la habitación del cuidado personal. Aedes, referido a la atención a la familia. Ambitus, relacionado con el trabajo que nos da de comer. Fundus, son las relaciones sociales y humanas. Creatio, relacionado con lo que aporto al mundo y antes de mí no estaba. Foro, el espacio de lo que le digo al mundo. Terra ignota, o mi habitación dedicada al estudio y Caelus o el espacio que reservo a cuidar mis creencias.
Percepción del campo mórfico
La mente de conexión a campo[10] es la que nos procura el conocimiento mediante la conexión a los distintos escenarios vitales que habitamos. Los espacios tienen memoria y nos la transmiten mediante nuestra experiencia de habitarlos. La regulación de aprendizajes y dosificación de emociones tiene una íntima relación con los lugares que habitamos.
Notas
[1] Ángel Fernández Santos (1988): más allá del oeste.
[2] Giorgio Nardone (2020): Miedo, pánico, fobias. Barcelona: Herder.
[3] René Taylor (1987) El arte de la memoria en el nuevo mundo. Madrid: swan.
[4] Taylor. Op.cit: 17
[5] Josep María Català (1993): La violación de la mirada. Madrid: Fundesco.
[6] Gaston Bachelard. (1965). La poética del espacio. B. Aires: Fondo de Cultura Económica. Pág. 46
[7] Bachelard. Op. Cit.: 49
[8] Bachelard. Op. Cit.: 65
[9] Joe Bousquet. En Bachelard. Op. Cit.: 57.
[10] Ruppert Sheldrake (2010): El séptimo sentido: la mente extendida. Madrid: Vesica Piscis
Ese refrán marinero, ¿no se referirá más bien a los grados de latitud, en concreto de latitud sur?ja
Pues sí, tienes razón. Aunque aparecen las dos versiones en Google (temperatura y latitud) es la de la latitud la que tiene más sentido. Gracias por la información.
Sí, gracias por la corrección Javier
La latitud 40 grados sur es donde estan los 40 rugientes, vientos feroces olas enormes, para la navegacion a vela un infierno, mas al sur no hay Dios porque ya puede pasar de todo y la soledad que transmite esa parte del mundo da a entender que ni Dios cabe en ella.