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Esperando el próximo arcoíris (Bad Frankenhausen, Turingia)

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Bauernkriegspanorama (Panorama de las guerras de los campesinos), de Werner Tübke.

En Turingia el milenarismo no va a shegar, porque nunca se fue. Uno de los Länder peor conocidos por los turistas y desde luego por los alemanes mismos, Turingia no solo presenta la mayor densidad de huellas de los grandes de la cultura alemana por kilómetro cuadrado y por habitante (ya solo Weimar puede medirse con cualquier ciudad alemana menos Berlín), sino que además siempre se mostró especialmente receptiva a cualquier profeta alucinado y carismático que anunciara el fin de los tiempos y por ende el de la injusticia. Aún en los primeros años del período entre las dos guerras mundiales la Neue Schar, el grupo de seguidores del «santo de la inflación» Friedrich Muck-Lamberty, consiguió reunir a más de diez mil personas en la plaza de la catedral de Erfurt y hacerlas bailar hasta alcanzar el éxtasis colectivo, como si la Edad Media solo se hubiera tomado un respiro desde la época de los movimientos anabaptistas y hubiera despertado con más fuerzas que nunca en la recién proclamada República de Weimar. No sería el último ni el peor revival medieval al que la joven República hubo de enfrentarse.

A medio camino entre Erfurt y Weimar al sur, Mülhausen al oeste, Halle an der Saale al este y la ciudad Patrimonio de la Humanidad de Quedlinburg al norte, se encuentran los montes del Kyffhäuser y en su extremo sureste Bad Frankenhausen. Estos dos últimos nombres hacen volar con su sola mención la imaginación del germanista más sobrio. En el Kyffhäuser se supone que duerme desde su desaparición camino de la cruzada el emperador Federico Barbarroja, sentado ante una mesa de piedra a cuyo alrededor su barba debe crecer hasta darle tres vueltas completas, antes de despertar definitivamente de su sueño de siglos y ponerse al frente de sus fieles para dar la batalla a las fuerzas del mal en la hora final. Muy cerca, en Bad Frankenhausen, tuvo lugar en mayo de 1525 la batalla en la que el pastor protestante y profeta apocalíptico Thomas Müntzer dirigió los ejércitos de los revolucionarios campesinos en el choque final contra las tropas de los príncipes, fue derrotado, capturado, torturado y ejecutado en Mühlhausen el día 27, fecha que por cierto no me resulta difícil retener por coincidir con la muerte de mi adorado Joseph Roth, el nacimiento de Vincent Price y Christopher Lee y con la de mi cumpleaños. Müntzer fue un personaje maldito en la historia alemana oficial hasta que fue reivindicado por la RDA como protorrevolucionario, y ese es el origen de una fantástica obra de arte única en su género que puede admirarse hoy dentro de un horrendo edificio construido ad hoc y que los lugareños llaman cariñosamente «el váter de elefantes» (Elefantenklo). 

Mi viaje a este lugar de poder del milenarismo alemán por excelencia tuvo lugar en una época en la que mis estancias en Turingia eran frecuentes, al ser mi entonces marido originario de Erfurt y tener a casi toda su familia allí. Con mi entonces suegra y mi entonces cuñado nos metimos mi ex y yo un día de verano en el coche y pusimos proa o más bien parachoques en dirección a Bad Frankenhausen para ver el museo dedicado a la gigantesca obra del pintor Werner Tübke Panorama de las guerras de los campesinos, pintado por el más destacado de los miembros de la escuela de Leipzig entre 1976 y 1987 y abierto al público muy oportunamente dos meses antes de la caída del muro, en el año del cuarenta aniversario de la fundación de la RDA. El Panorama es un gigantesco lienzo circular de ciento veintitrés metros de circunferencia y catorce de altura encargado a la URSS sobre el que Tübke pintó más de tres mil figuras en un estilo que recuerda a veces al Bosco y a Brueghel el Viejo, a veces a Durero y a Cranach, a veces al surrealismo de entreguerras o a Otto Dix. Las prolijas explicaciones de la tela corrían a cargo de un sesentón impecablemente vestido y sin ninguna intención de ocultar el chusco acento turingio ni su vocabulario lleno de términos del socialismo realmente existente que hacían mascullar cada poco a mi familia política «de la Stasi, fijo, míralo, no hay más que verlo» con exactamente el mismo acento que el guía.

El lienzo puede dividirse en cinco partes temáticas organizadas alrededor de la escena de la batalla de Frankenhausen y en medio de ella un Thomas Müntzer con la bandera del Bundschuh, el zapato de cordones símbolo de la rebelión campesina, bajada a tierra, consciente de la derrota que se avecina bajo el gigantesco arcoíris que le hizo creer engañosamente que Dios estaría con él, que puso el arcoíris en su bandera como signo de la Alianza, y con los campesinos en la batalla frente a los todopoderosos y mucho mejor pertrechados ejércitos de los príncipes. A lo largo de las cinco partes de la obra, plagadas de figuras y de un simbolismo que a veces raya con una clave estrictamente personal, Tübke nos plantea un viaje alrededor de una época y de su mentalidad, en el que se retrata el descontento social, los inicios de la rebelión, la corrupción, las tensiones entre las distintas concepciones de la Reforma y de todas ellas con la ortodoxia papista, la ilusión alimentada por la profecía apocalíptica que históricamente ha sido siempre la esperanza de los pobres, la fatalidad de ser el Gedeón elegido para liberar al pueblo por un ángel terrible (como todos, según Rilke, ein jeder Engel ist schrecklich, pero este particularmente) que solo puede ofrecer la palma del martirio, la batalla decisiva y el Apocalipsis, que parecen ser todo uno, la Weltgeschichte als Weltgericht (historia universal como juicio universal) de la que hablaba Schiller

No hay que rascar mucho, y menos aún sabiendo que en la RDA, como en la España tardofranquista, siempre había que leer entre líneas, para ver que Tübke no está hablando solamente de unos hechos históricos del siglo XVI y de la ideología subyacente, sino de su propio presente, del que tampoco excluye su vida sentimental. El monumento al fracaso del sueño igualitario de los campesinos de Turingia es también un monumento a la esperanza de los humildes traicionada por la RDA realmente existente, que hizo el encargo a Tübke con el tiempo justo para verlo terminado antes de desaparecer juzgada finalmente por la historia universal. Muchos de los personajes de aquel maremágnum pictórico ponen cara a los personajes de las historias de un mundo apenas desaparecido que me contaba aquella familia de Turingia devastada por la Stasi que fue mi familia durante dieciocho años. 

Salimos los cuatro del Elefantenklo pensativos, en silencio, y montamos en el coche camino de vuelta a Erfurt, a la ciudad cuyo enorme casco histórico del XVI recuerda a Lutero y a la Reforma a cada paso. Comimos cerca del Puente de los Mercaderes los inevitables Klöße de patata rallada y miga de pan con gulasch y col roja y seguimos administrando nuestros silencios familiares con el humor seco y contundente de los turingios y apurando una Köstritzer tostada para facilitar la digestión y la espera a la llegada del próximo arcoíris.

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Panorama de las guerras de los campesinos (detalle).

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2 Comments

  1. Cimex Lectularius

    La Historia universal como Juicio Universal…

    https://es.m.wikipedia.org/wiki/Punto_omega

  2. Gracias por el artículo, me ha hecho «navegar» de nuevo un rato por la web, como se hacía (se hace?) antaño. También recalé en tu blog, y estuvo bueno hacerlo

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