Hay un elefante en la habitación. Un elefante enorme. Un elefante esférico, con espículas en vez de trompa. Un elefante que mata al uno por ciento de los que se cruzan en su camino, aunque de manera desigual. Muy rara vez si eres joven; casi siempre si ya has cumplido los ochenta.
Hay un elefante en la habitación. Enorme, gigantesco. Un elefante que lo llena todo, que no deja pasar la luz, que huele a formol de depósitos de cadáveres improvisados en polideportivos.
Y sin embargo, nadie quiere verlo.
Los gobernantes no quieren verlo. Siguen empeñados en el falso dilema salud o economía, sin aprender del caso de Suecia, donde no hubo encierro y se ha pagado en una tremenda tasa de difuntos el mantener abierta una economía que se ha resentido de todas maneras.
No quieren verlo los hoteleros y dueños de discotecas, los que tienen gimnasios y restaurantes, porque les va en ello las habichuelas.
No quieren verlo los jóvenes, que están convencidos que la cosa no va con ellos y se dicen a sí mismos que —por arte de magia— a sus padres o sus abuelos tampoco les tocará.
No quieren verlo los miles y miles de españoles que siguen pegados a la barra del bar.
Pero el elefante está ahí y cada minuto que pasa crece y crece.
Los gobernantes quieren conjurarlo dictando medidas testimoniales. La gente se pasea al aíre libre asándose tras mascarillas que se quitan para tomarse los pinchos en chiringuitos playeros atestados. Los que trabajamos en investigación seguimos teniendo que sufrir tediosos protocolos para entrar en nuestros laboratorios, pero nadie nos impide irnos a la discoteca a ligar y contagiar al día siguiente al compañero de trabajo. Nos embadurnamos las manos con gel hidroalcohólico como si fuera agua bendita, y los camareros frotan las mesas del restaurante con energía sansónica, mientras el aire acondicionado del local recircula los virus. Un paseo por la playa capta de vez en cuando el aroma de la marihuana o el hachís, cerca de algún corrillo de bañistas. Cigarrillos colectivos que viajan de boca en boca. Elefantes creciendo en las playas y las discotecas, en las mesas atiborradas y las reuniones familiares donde primos y cuñados se abrazan al segundo gin-tonic.
Los médicos sí ven al elefante. Lo ven porque han sufrido cada uno de los muertos que ha causado. Lo ven, porque no les dejan irse de vacaciones en septiembre y es porque todo el mundo sabe, incluso los que dicen que no, que el elefante está aquí. Lo ven, porque saben lo que nos espera.
Los medios de comunicación envían señales de humo cada día. Nos cuentan que la infección está cambiando. Es mentira. Dan a entender que hay más asintomáticos, menos casos graves. Es mentira. Sugieren que la vacuna podría estar aquí pronto. Es mentira también.
El virus-elefante es el mismo de siempre. Hay muchos asintomáticos, sí. Siempre ha habido muchos asintomáticos. Lo malo no es el 70 % de la población que torea al bicho. Lo malo es que un 10 % acaba en el hospital y quizás un 5 % en la UVI y a un 1 % —al menos— el elefante, que también es un Miura bravo, se los lleva para adelante de una cornada. Lo malo es que los mayores que se mueren son los abuelos —o los padres— de los jóvenes que se pasan el porro en la playa.
El virus-elefante llena las UCI porque el 5 % de un millón es 50 000 personas que no caben en ningún hospital, y el 1 % de 10 millones son 100 000 muertos que destrozan de dolor un país y el virus es un especialista en infectar. Ya lo demostró en marzo y lo está volviendo a demostrar ahora.
La segunda ola ya está aquí. A pesar del discurso de los brotes y el bombo de medidas que a menudo son más cosméticas que efectivas. A pesar de las quejas de una patronal turística que se ve condenada a la ruina y los discursos de algún iluminado que asegura que en la República Utópica el elefante sería menos gordo y las trompas del virus menos mortíferas. La segunda ola, la ola anunciada, la ola escrita en la pared, el elefante en la habitación ya está aquí. Tenía que llegar tarde o temprano, pero lo ha hecho muy temprano.
Se preguntará el lector: ¿no están estas Casandras agoreras exagerando?
¿Estamos seguros de que ha comenzado una auténtica segunda ola, no solo un «repunte»?
La pregunta no es baladí: la información que ofrecen las administraciones y los medios de comunicación en España es un festival de confusión, ocultación, medias verdades y mensajes interesados. La realidad que llevamos denunciando meses aquellos que intentamos entender cuantitativamente el problema es que no existen mecanismos de comunicación apropiados y sí una lamentable falta de competencia y responsabilidad por parte de las administraciones.
Pero una imagen vale más que mil palabras:
Examinen, amables lectores, la figura 1, que muestra el número de casos de Covid-19 contabilizados por día en España desde el inicio de marzo, tal como los recoge la base de datos ourworldindata.org [1]. Los complicados —e ineficaces— mecanismos de conteo hacen que los datos fluctúen mucho entre días consecutivos, de manera que hemos tomado una media móvil sobre una semana.
El gráfico muestra, el número de PCR positivas por millón de habitantes. Observamos, durante todo el mes de marzo, el aumento exponencial del número de casos característico de la fase inicial de una epidemia: extremadamente pronunciado al principio (el número de casos se doblaba cada 2-3 días), algo menos en la segunda mitad del mes —4-5 días—. Hacia finales de mes, un par de semanas después del inicio del confinamiento, se alcanza el pico. Primera y archisabida lección —que de hecho ya conocíamos a principios de marzo—: los largos tiempos de incubación de la Covid-19 hacen que el impacto de cualquier medida contra la propagación llegue solo tras un par de semanas. Tras el pico, una bajada también exponencial, aunque mucho más lenta que la subida, mantenida hasta un par de semanas después del final del confinamiento. Durante el mes de junio, el número de casos sube muy ligeramente: algo parecido a la situación menos mala posible, en la que el porcentaje de población infectada aumenta muy poco a poco, de forma sostenible para el sistema sanitario, mientras se protege a los vulnerables.
El problema llega con julio: una nueva y clarísima subida exponencial, esta vez con un tiempo de doblaje de alrededor de una semana, como muestra el ajuste a los datos. Y recuérdese la inevitable inercia de dos semanas: basta extrapolar para concluir que a finales de la primera semana de agosto llegaremos a una prevalencia detectada cercana a 100 casos por millón de habitantes, similar —como veremos luego— a la que teníamos a mediados de marzo.
¿Está ocurriendo solo en España?
No. Aunque la casuística es variopinta, hay un amplio grupo de países europeos que se pueden comparar a España porque su evolución ha sido similar. Aunque no les va a todos igual. En el panel superior de la Figura 2 comparamos España, Bélgica e Italia. Los belgas lo hacen igual de mal que nosotros. Los italianos empezaron peor, corrigieron antes, desescalaron mejor y se mantienen razonablemente planos. En el panel central vemos la evolución de Francia, Alemania y Gran Bretaña. Los británicos van de farolillos rojos de ese grupo, pero las tres curvas están más bajas que la nuestra, si bien empiezan a sugerir repuntes. El último grupo lo forman Estados Unidos, Suecia y Portugal. Este último pasa por el pico, desciende un poco y se mantiene constante. Estados Unidos sigue escalando, con setenta mil casos al día y de camino a los 150 000 muertos, un buen ejemplo de lo que pasa cuando se decide «abrir la economía» e ignorar al elefante en la habitación. Por último, Suecia es un experimento cuyos resultados todavía no se conocen bien. También aquí se optó por evitar medidas de confinamiento, contando con la responsabilidad de la población y apostando por la eventual inmunidad de grupo. El experimento les ha salido caro en términos de vidas humanas y no ha salvado su economía, pero la curva sueca empieza a bajar mientras la nuestra sube.
Es necesario hacer una salvedad muy importante: que la forma y la altura de las curvas se parezcan no quiere decir que los números sean comparables, debido a la diferente capacidad de detección. Aún así, claramente la situación en España no es única. Por otra parte, la evolución futura de la pandemia en cada país va a depender de lo que se ha hecho desde el final del confinamiento y se siga haciendo. Y aquí sí que es posible que las características españolas no ayuden. Si consideramos la dependencia muy elevada del turismo y los servicios de nuestro país, la escasa tradición de cooperación científica que lleva a un oscurantismo escandaloso a la hora de gestionar los datos públicos que los hace a menudo inútiles, los reinos de taifas autonómicos, la lentitud de respuesta y la complacencia de la autoritarias autoridades —que pasan de calvos a siete pelucas sin solución de continuidad— llegaremos a la conclusión de que quizás, después de todo, Spain is different.
De acuerdo, pero ya que sabemos que el número de casos en marzo estaba muy subestimado, y que ahora hacemos muchísimas más pruebas. ¿Es la situación actual comparable a la de marzo?
No lo es en absoluto. Durante la primera semana de marzo la batalla ya estaba perdida, y un confinamiento duro era indispensable para evitar una masacre —y, para los más cínicos o previsores, el consiguiente hundimiento total de la economía—. Ahora aún no lo está. Y la clave yace precisamente en la diferencia en la capacidad de detección, de la que hablábamos hace un momento.
Veamos lo que ocurre con las pruebas:
En España hay datos fiables solo desde finales de abril, y se observa que de hecho las cifras bajan durante la desescalada, y empiezan a aumentar de nuevo solo en julio, aunque por supuesto de manera mucho más suave que el número de casos. Esto significa que el porcentaje de resultados positivos está aumentando significativamente, otro signo más de tensión en el sistema. De paso, observamos que España es el país que menos pruebas por habitante realiza en esta comparación.
Suponiendo que el sistema de detección actual esté «cazando» la mitad de los casos, no uno de cada diez como en marzo, las cifras de insostenibilidad sanitaria que se alcanzaron durante la primera ola no llegarían hasta mediados de agosto. Eso nos daría un margen de una semana, a lo sumo de diez días, para actuar antes de vernos abocados a un nuevo confinamiento. Por supuesto, la incertidumbre de esta previsión es grande, porque depende mucho de la efectividad del sistema: si estamos detectando el 80 % de los casos tendríamos una semana más; si estamos detectando solo el 25 % ya casi nos habríamos quedado sin margen de actuación. Las cifras de hospitalizaciones deberían ser muy valiosas para calibrar el sistema de detección, pero son aún más confusas que las de casos, y su gestión aún más opaca.
¿Qué podemos hacer?
La respuesta es la misma que en marzo, en abril, en mayo y en junio: muchas pruebas y, sobre todo, rastreo y aislamiento de contactos, una y otra y otra vez. Esta es la única estrategia que por ahora ha conseguido contener los estallidos del virus: en Corea del Sur o en los países del centro y el norte de Europa que la han combinado con confinamientos menos estrictos que los del sur. En España, ese rastreo es competencia de las CCAA y la respuesta es enormemente dispar, al igual que los criterios [2], tal como se puede ver en la Figura 4. Recordemos que la cifra recomendable es de entre 200 y 250 rastreadores por cada millón de habitantes.
¿Cómo es posible tal descoordinación? La necesidad de organizar equipos competentes y numerosos de rastreadores, al igual que la necesidad de app informáticas que podrían ser extremadamente útiles para localizar contactos, ha sido predicada hasta el agotamiento por todos los expertos. Y, como siempre en España, llegamos tarde, mal o nunca. No solo eso. Es una verdad de perogrullo que debe existir una coordinación de las medidas para combatir el bicho. En España, solo nos coordinamos cuando el Gobierno nos sometió a la versión más brutal y menos inteligente del confinamiento, si excluimos de la comparación la de algunos regímenes autocráticos. Sí, el confinamiento era imprescindible; no, no hacía falta prohibirnos salir de casa para dar un paseo a los abuelos o a los niños, ni poner a la policía a controlar cada movimiento de cada ciudadano con la inestimable ayuda de la Brigada de los Balcones. Que esas medidas brutales vengan seguidas de un decreto de «Nueva normalidad» que permite lo obviamente inviable (como el ocio nocturno), mantiene precintados los parques infantiles y en el limbo las actividades educativas y en general se desentiende de coordinar el esfuerzo colectivo, es digno de una monarquía bananera.
Es urgentísimo, cuestión de días, que las administraciones empiecen a aplicar de manera decidida los métodos de contención que han sido refrendados por la evidencia científica, monitorizados de cerca por expertos con capacidad ejecutiva. Es necesario volcar recursos, organización y coordinación en una batalla desesperada contra el tiempo.
La travesía de las minas de Moria es uno de los pasajes más magistrales de la monumental obra maestra de Tolkien, «El señor de los Anillos». Cuando la Compañía del Anillo ya ha cruzado la oscuridad, después de innumerables terrores, sobre el puente de Khazad-dûm aparece el peor de todos: el formidable Balrog de Morgoth. Gándalf se enfrenta a él y consigue derribarlo, enviándolo a la oscuridad de donde surgió; pero es atrapado por el látigo del monstruo y arrastrado con él. Antes de caer, grita a sus compañeros: «Fly, you fools!».
Su última frase viene a cuento: ¡Huid, insensatos!
[1] Que, a su vez, los obtiene del Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades.
[2] https://maldita.es/malditodato/2020/07/17/rastreadores-comunidad-autonoma-diferentes-criterios-calculo/
La salud es un estado transitorio entre dos épocas de enfermedad y que, además, no presagia nada bueno.
https://youtu.be/lEzDEImsVBc
A día de hoy sigo haciéndome 2 preguntas que no han sido respondidas por las autoridades ni hechas por los periodistas: ¿Por qué hemos sufrido el confinamiento más estricto del mundo? ¿Por qué somos el único país donde (hoy solo se libra Canarias) la mascarilla es obligatoria al aire libre? La mascarilla al aire libre no tiene ninguna efectividad respetando la distancia, como si voy andando con casco por la calle.
En los últimos 6 días, tomando el mejor dato de la mejor jornada (835 contagios), solo ha habido 6 muertes por Covid-19. No parece que 6 fallecidos sea un dato escalofriante, seguramente ha habido más muertos en accidente de tráfico etc. Si hubiera un contador de muertes por otras causas la psicosis cambiaría de disfraz. Más del 90% de los positivos son asintomáticos. O somos muy listos, o muy tontos o hay algo que se nos oculta.
La realidad es una alucinacion causada por la falta de alcohol, ¿eh?
https://youtu.be/0Wy1r2wVR14
If you say so…
Un vaso de vino en el momento oportuno, vale más que todas la riquezas de la tierra.
https://youtu.be/4S7MylVCeYE
Pues Dani, seguramente porque, como dice el autor, vivimos en una monarquía bananera. Y una monarquía bananera la conforman sus políticos bananeros y sus ciudadanos bananeros. Vivo en una gran ciudad y, cuando la mascarilla aun no era obligatoria al aire libre, llegue a contar que 2 de cada 3 personas que me cruzaba no la llevaban, ni bien ni mal puesta. Como mucho algunos en la mano o el codo. ¿Usted cree que esa gente se ponía la mascarilla cuando se iban a cruzar conmigo? ¿Y los que ni en la cara, ni en la mano ni en el codo? Pues eso. Somos un país de listillos. Por eso llegamos tarde. Por eso tuvimos el confinamiento más duro. Por eso es necesario la mascarilla al aire libre. Porque cuando se nos pide algo nos lo pasamos por el forro. Y cuando se nos obliga pues también pero un poco menos.
De acuerdo. Entonces luego no nos quejemos que la Europa calvinista y frugal nos considere unas cigarras irresponsables. La política es un juego de apariencias, y si nuestros políticos nos tratan con un paternalismo sonrojante para tantas cosas (como no preguntarnos por la monarquía, por ejemplo) tenemos lo que nos merecemos.
Todo eso da igual amigo. Cono da igual el hecho de que mal utilizada la mascarilla cause más mal que bien. Como da igual que, como ya apuntas, en esta segunda fase los contagios se comporten de otra manera. El virus ya se llevó por delante a l parte más débil de la población (con han hecho todas la enfermedades toda la vida) y ahora l situación es distinta. Peor aquí estamos, controlados como borregos, con telediarios monotemáticos de 40 minutos hablando del virus, con servicios esenciales a medio gas siendo generosos. Un par de ejemplos en primera persona:aquí en Asturias la atención sanitaria primaria está cerrada, te atiende un administrativo por teléfono, le explicas lo que tienes, se lo traslada al médico y te llama a las dos horas, para decirte que te vayas a urgencias y ya te miraba allí. Ayer mismo intenté hacer una gestión en un centro municipal y sacar un libro de una biblioteca. Para lo primero hay que pedir cita previa. Vale. Para lo segundo también. Me metí en El Corte Inglés y me compré el libro. Digo yo que correrá el mismo riesgo (muy bajo en la región con menor incidencia del virus de toda Europa) l dependienta que la bibliotecaria. Y podríamos seguir hasta el infinito.
Por no hablar de los “registros” que se quieren empezar a implantar para tener todavía más controlado al personal. Quien eres, de donde vienes, a qué has venido, hasta para ir a tomar un vino.
Una cuestión de estilo: terminar un artículo bastante flojo y muy por debajo de los estándares de la Jot Down mentando a Tolkien y hablando – taaan gratuitamente- del momento de Galdalf y el Balrog en Khazad-Dhum, oye, es de tal cutrismo y de tal pseudo-pedantería, tanto, que no hay calzador que lo resista.
My lady, creo que os habéis levantado de mal humor hoy, porque el artículo me parece muy bueno y la mención a Tolkien pertinente.
A mi el artículo me parece muy claro y conciso, me ha gustado porque expresa muy bien las ideas que quiere transmitir. Más que con el estilo, me quedo con el fondo. El confinamiento y las mascarillas se nos han impuesto porque es la única manera de que la sociedad española haga lo que debe, mediante decretos y multas. Cuando en mi comunidad autónoma la mascarilla era obligatoria únicamente en lugares cerrados y espacios con imposibilidad de distanciamiento, tuve que ir en una ocasión al Corte Inglés. No llevaba mascarilla ni Dios, eso sí, muchas iban en muñecas, codos y papadas. Una señorita que buscaba ropa que comprar con la mascarilla en la muñeca restregó ésta por todas las prendas que tocaba. A los pocos días, mascarilla obligatoria hasta para circular por la calle. Es la única manera porque somos así.
Y ahora seguimos con lo mismo. Como sociedad, cuando nos señalan la luna sólo nos fijamos en el dedo que la señala. Que si en los últimos días sólo ha habido 6 fallecimientos por covid19, que si las mascarillas son impuestas. Miren los muertos que había oficialmente a día 1 de marzo https://www.dsn.gob.es/es/actualidad/sala-prensa/coronavirus-covid-19-01-marzo-2020
Lo que vino después ya todos lo sabemos.
Que si ya han muerto los más vulnerables… Esos a los que se les negó la entrada en las UCIs porque estaban atestadas. Y por quienes estaban atestadas las UCIs? Por gente más o menos joven, luchando por su vida. Y eso lo sé porque trabajo en la sanidad y lo he visto. El virus no ha afectado a toda la población española, solo a un porcentaje. Esto ya se dice en el artículo, pero al parecer la comprensión lectora es como el coronavirus, no afecta a todos por igual. Esto quiere decir que aún hay mucha población vulnerable que caerá en caso de otra oleada, y mucha población en edad de trabajar que pasará por cuidados intensivos y quedará con secuelas si no es que fallece. También quiere decir que con solo un 10% de la población afectada el sistema sanitario se ve sobrepasado. El número de camas hospitalarias públicas es, con suerte, cercano a 95.000. Si las ocupamos con covid, no podemos ocuparlas con infartos, ictus, cirugías y esas cosas que suele atender el SNS cuando no hay pandemia. Con una diferencia sustancial a marzo: los profesionales de la salud estamos hartos del trato dado y de trabajar para una sociedad que se pasa todo por el forro. Yo, si volvemos a lo de marzo, intentaré librarme como sea de volver a jugarme el tipo en cada guardia. Tengo una familia y una vida que pongo en riesgo si es necesario, como en marzo, pero no para que la sociedad se vaya de bares y terrazas a por más madera. Hasta me estoy planteando, cuando todo esto pase, cambiar de país para trabajar porque lo que estoy viendo aquí no es nada sano.
Para los que defienden la reactivación de la economía española, es una lástima que no haya estudios sobre lo siguiente. Me gustaría saber cuántas cañas de cerveza o cuantas consumiciones en un restaurante, o cuantas noches de hotel, tiene que pagar un turista para costear lo que supone a las arcas públicas un paciente covid que tiene que entrar en la UCI. Con el agravante de que por abrir antes de tiempo esto va a ser pan para hoy y hambre para mañana, porque la fama de la industria turística española se va a ver muy mermada para los próximos años en los caladeros habituales de turistas extranjeros.
Ahí lo dejo
Es un articulo muy pesimista. Pero sera tambien realista?
Desgraciadamente solo el tiempo lo confirmará. Porque de nuevo las medidas se tomarán a posteriori cuando ya no quede mas solución que un nuevo confinamiento. Es una pena que tantas horas de telediarios, tantos discursos presidencias los fines de semana, tanto articulo escrito no haya funcionado para educar a la gente en la responsabilidad individual.