Alrededor de la maratón se han generado infinidad de leyendas, grandes victorias en la implacable distancia de los 42 kilómetros y 195 metros. Pero dejando de un lado ejemplos paradigmáticos como el del gran perdedor Dorando Pietri —descalificado en los Juegos Olímpicos de Londres en 1908—, que fue recordado por encima del ganador de la carrera, en la historia de los maratones también hay un gran número de héroes invisibles. No ganadores que hicieron algo excepcional que han quedado para el recuerdo abandonado de unos pocos. Antoni Peña Picó fue testigo y partícipe en la sombra de uno de los acontecimientos más recordados del atletismo español: la triple victoria en el maratón de Helsinki.
Esta es la crónica de un trigésimo segundo puesto.
Helsinki, agosto del año 94. Antoni había estado durmiendo mal y poco. Nervios, expectación y la luz de las aún breves noches de agosto que se metía insolente en los apartamentos de la villa olímpica del barrio de Käpylä. En ese mismo complejo se habían alojado los atletas que participaron en los juegos olímpicos del año 1952. Los primeros juegos para la Unión Soviética y República Popular de China —participación que provocó la renuncia de la República de China el día después de la apertura—. En esa ahora muy lejana cita olímpica, el checo Emil Zátopek ganó el oro en los 5000 metros, los 10 000 y el maratón, haciendo historia del deporte. Historia como la que iba a hacer el equipo español en el europeo que se celebraría cuarenta y dos años después en ese mismo lugar. El Estadio Olímpico de Helsinki.
Antoni llegaba a los europeos de atletismo con solo veinticuatro años. Había sorprendido ganando el maratón de San Sebastián dos años antes con una marca de 2 horas, 11 minutos y 35 segundos. Se trataba, sin lugar a dudas, de una de las grandes esperanzas del atletismo español en la larga distancia.
Pero vayamos atrás unos meses. La historia de Antoni y el maratón de Helsinki del Campeonato de Europa de Atletismo del año 94 comienza con él y su preparador, Luis Miguel Landa, en la ciudad boliviana de Cochabamba entrenado a 2500 metros de altitud. Su prioridad era el europeo y habían decidido trabajar desde marzo en Bolivia para entrenar en altura, y competir, inmediatamente después de ese periodo de entrenamiento, en el maratón de Boston, que se celebraba el 18 de abril, el Día del Patriota. La de Boston es una cita de altos vuelos —uno de los seis grandes del mundo, que forma parte del grupo de los World Marathon Majors— pero, a pesar de o tal vez por culpa del entrenamiento en altitud, Peña tuvo que retirarse, mientras que su compañero de equipo, Martín Fiz, lograba un muy meritorio decimosegundo puesto y el récord de España de maratón.
El maratón del campeonato de Europa de Helsinki se celebró el último día de competición: el 14 de agosto. Ese día el equipo español madrugó a fin de que los atletas se activaran adecuadamente y tuvieran tiempo de comenzar la carrera con la digestión hecha. El cielo estaba cubierto de nubes, la temperatura era de 25 grados centígrados. El recorrido del maratón eran cuatro vueltas de poco más de 10 kilómetros por las proximidades del estadio olímpico, algo que en realidad suponía cruzar media ciudad de este a oeste y de oeste a este.
Una vez en la carrera, Antoni aguantó bien la primera vuelta. Su paso por Mannerheimintie —la calle más larga de Helsinki, nombrada en honor del mariscal Carl Gustaf Mannerheim, héroe de la Guerra de Invierno— le daba cierta sensación de alivio gracias a la brisa que llegaba desde la bahía Töölö y a que se trataba de una calle amplia y recta. Después del kilómetro quince se fue descolgando del grupo de favoritos, y a partir de entonces la carrera se convirtió en un calvario que se agravaba cada vez que pasaba por los aledaños de la playa de Hietaniemi, en el oeste de la ciudad, para luego tener que recorrer la parte más sinuosa del circuito, que llegaba hasta la zona del estadio y lo rodeaba por las calles Nordenskiöldinkatu, Vauhtitie y Helsinginkatu.
En el grupo de cabeza estaban casi todos los favoritos, incluidos los tres españoles que ese día habrían de copar fotos, portadas y podio: Martín Fiz, Diego García —fallecido en 2001 tras sufrir un infarto agudo de miocardio— y Alberto Juzdado. La carrera se le hizo muy larga y en la última vuelta, Antoni estaba pensando en abandonar. Decepcionado por su rendimiento y sufriendo como estaba, le costaba mucho seguir. Con la decisión prácticamente tomada vio a Rodrigo Gavela animando desde el público, y poco después también se encontró con Esteban Montiel entre los paraguas que se superponían tras las vallas de seguridad. Ambos integrantes del equipo español de maratón, ambos se habían retirado. Las piernas de Antoni no estaban respondiendo bien, pero, unos kilómetros después, ya a la altura del monumento a Sibelius —el gran compositor nacional. El de «Finlandia», el del «Valse triste»—, se encontró con el seleccionador nacional gritándole desde el público. «¡No te puedes retirar, vamos primeros en la copa de Europa!».
Peña habría de ser, en un futuro aún por llegar, campeón de España de maratón y de media maratón (tres veces). Ganaría la maratón de Otsu en Japón y sería segundo en Berlín, quedando, además, como el último corredor blanco (en categoría masculina) en subir al podio de esa carrera. Habría de ser también olímpico en 2004, e internacional por España en más de veinte ocasiones. Pero eso no lo sabía él en el momento en que la imagen de Fiz, García y Juzdado abrazándose había dado ya la vuelta al mundo. Cuando se hablaba de una hazaña histórica para el fondo español —tal vez solo equiparable a aquella llegada al oro de Fermín Chacho en la prueba de los 1500 metros de los Juegos Olímpicos de Barcelona, narrada por José Ángel de la Casa— Antoni Peña se estaba dejando la piel para recorrer los últimos dos kilómetros de la carrera.
Toni debió entrar en el estadio olímpico de Helsinki con distraídos aplausos y la atención del público puesta en la hazaña realizada por sus compañeros de equipo. Él, que no habría de recibir las medallas de la gloria de mano de Zátopek, corría por la pista en la que cuarenta y dos años antes Paavo Nurmi había extasiado a los espectadores portando la llama olímpica en unos metros antológicos recogidos por la Sports Illustrated con un «su célebre zancada era inconfundible para el público. Cuando apareció, las oleadas de gritos se intensificaron hasta llegar a ser un rugido, y después un trueno». Para Antoni Peña no habría aplausos ni portadas, ni el rugido del público a su paso, pero él siguió, zancada tras zancada, para llegar a meta en un olvidado trigésimo segundo lugar, y hacer de su capacidad de sufrimiento y su compromiso los pilares que llevaron al equipo español de maratón a ganar —además de los consabidos oro, plata y bronce individuales— el oro por equipos.
Alberto Juzdado, no Juzgado.
Amigo David, el verdadero reportaje está en la sopa de aleta de tiburón que sin duda tomaron los héroes del triplete, recetas que ya no volverán y que a los adolescentes de entonces nos sabían a gloria y a los maduros de hoy nos saben a engaño y decepción
Si Borges hubiera tenido tiempo de escribir «Historía universal de la infamia deportiva» esta carrera aparecería seguro.
No rendirse ni cuando tus objetivos se muestran inalcanzables, tu cabeza desiste ya de pensar qué falló, qué hice mal y se centra en no pensar, en no escuchar «los sensores» y en vencer las ganas de abandonar el sufrimiento del que ha agotado sus energias. Esa es la enseñanza que nos da el atletismo de fondo y que te marca de por vida si no te rindes antes.
Gracias David.