Deportes

Deportista-soldado soviético, superhéroe de carne y hueso

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Atletas soviéticas durante un desfile en la Plaza Roja de Moscú en 1927. Fotografía: Arkady Shaikhet / Getty.

La Revolución soviética, en un inicio, aspiraba a cambiar toda la sociedad en su conjunto. Hasta el fútbol. Los primeros revolucionarios despreciaban el deporte por burgués. Eso de competir a ver quién gana y es el mejor y darle un premio les parecía de horteras y se propusieron eliminarlo. No es de extrañar, porque hasta entonces el deporte solo lo practicaban los nobles, con influencia victoriana, y no permitían que los trabajadores manuales se afiliaran a sus clubes. 

Cuando luego empezó a popularizarse el fútbol en las calles, los revolucionarios lo consideraban una degradación derivada de la explotación capitalista. Veían al obrero pateando la pelotita como un hámster en la rueda. Mención aparte que desde Inglaterra llegaban noticias, para ellos aberrantes, de equipos, como el West Ham United, que se formaron en las fábricas después de una oleada de huelgas en el sector para unir y confraternizar trabajadores con patronos. 

Un bolchevique, Boris Efimovich Evdokimov, sí vio el potencial del fútbol para que sirviera de cadena de transmisión de las ideas socialistas. Sin embargo, en los años veinte, la URSS rechazó el deporte occidental, por elitista, corrupto y orientado al consumo. Los comunistas querían un deporte proletario, una cultura física, que tuviese como objetivo la higiene y la salud. Para promover estos deportes, se creó la Sportintern en 1921, que también tenía como fin servir de entrenamiento temprano para los jóvenes que pronto estarían en edad militar. 

Una organización, la Red Sport International, inspirada por Nikolái Podvoiski, planificó el que iba a ser el deporte anticapitalista. Llegó a tener dos millones de afiliados en la URSS, Alemania, Checoslovaquia, Francia, Noruega, Italia, Finlandia, Suiza, Estados Unidos, Estonia, Bulgaria y Uruguay. Los Juegos Olímpicos que organizaba el COI entendían que eran un ejemplo de chovinismo y nacionalismo ridículo. Los suyos iban a servir para construir la ética del internacionalismo. Se llamaron Spartakiadas, en honor a Espartaco, y ninguna bandera nacional o himno hizo acto de presencia en la apertura o clausura de los huegos. Todos cantaban La Internacional y punto.

En este contexto, llegó la reforma del fútbol a la URSS en 1923. Tenía que ser un deporte educativo y formativo, no un espectáculo ni una competición. No solo contaban los goles, también puntuaba cometer menos faltas, tener menos expulsados, alinear jugadores que también hicieran otros deportes o fueran profesores de educación física en sus barrios. El Krasnaya Prensya fue el equipo que al final de temporada consiguió más victorias y quedó quinto. En la prensa, el debate giraba en torno a si era ético que alguien cobrase por hacer deporte. Se preguntaban si era lícito que alguien jugase en el club de un sindicato que no era el de su empresa. 

Este fútbol proletario no sobrevivió a la década. Cuando llegó Stalin, ordenó que había que competir con el capitalismo en todos los ámbitos de la vida, deporte incluido. El fútbol y los Juegos Olímpicos eran, en realidad, un escaparate precioso para impresionar a los gobiernos extranjeros con la fuerza soviética. El arma magnífica con la que contaban era el TsSKA, el club deportivo del ejército. 

Los militares introdujeron la gimnasia y la natación en los cadetes militares en 1844. Hasta entonces, habían reclutado a campesinos fortalecidos por las labores agrícolas, pero cuando las ciudades comenzaron a crecer, los chavales que les llegaban a filas dejaban mucho que desear. En 1918 se creó la Vsevobuch, una red para facilitar que todo el mundo hiciera gimnasia. Sus fines, más prosaicos, servirían para preparar a los jóvenes para el combate. Mijaíl Frunze fue en 1925 uno de los militares que más hizo por introducir el deporte en las fuerzas armadas. El Ejército contó con las mejores instalaciones y a los oficiales se les obligaba a dominar alguna disciplina deportiva. 

De esta manera, entre 1941 y 1945, miles de atletas fueron a la guerra. La lista es interminable. Por ejemplo, Aleksandr Spiridonovich Kanaki, participante en decatlón. En Stalingrado, fue gravemente herido al ir a arrojar una granada a las líneas enemigas. Con daños irreversibles en una mano, después del conflicto cambió de disciplina y llegó a ser campeón soviético de lanzamiento de peso. 

En un número de la revista Soviet Military Review de 1981 se publicó un artículo del teniente coronel D. Rostóvtsev, campeón de esquí de montaña, que contaba de primera mano la formación de una brigada de atletas. Una historia para hacer una película. En su caso, no se fue a las dependencias del CSKA, sino a las del equipo de la policía, el Dynamo. Reunió a deportistas como N. Shatov, levantador de pesas, A. Dolgushin, piragüista, los hermanos Georgi y Seraphim Znamenski, corredores de fondo y L. Mitropolski, lanzador de disco. El grupo recibió entrenamiento militar para actuar tras las líneas enemigas. 

Como en un cómic de Marvel, el teniente-coronel explicó que, al principio de la guerra, los cócteles molotov y las granadas fueron fundamentales contra los carros de combate alemanes. Un soldado convencional no podía lanzar una granada más de treinta metros; con estos hombres era otra historia. Para infiltrarse tras las líneas enemigas, los mejores eran los esquiadores y los escaladores. 

Un boxeador, Sergei Shcherbakov, fue herido en una pierna en una misión en el Cáucaso. Al cabo de un año volvió al ring y, con su pierna aún convaleciente, llegó a ser campeón de la URSS. Anatoli Ivanovich Parfyonov, luchador grecorromano, fue ametrallador, luego llevó un tanque T-34 y fue herido en el brazo en el paso del Dniéper. Nunca más pudo doblar el codo, sin embargo, consiguió ganar los títulos de lucha libre de la URSS de 1954 y 1957. Después se hizo entrenador y logró que Nikolái Balbosin se convirtiera en campeón olímpico. 

Ferdinand Kropf, nacido en Trieste, fue instructor alpino antes y después de la guerra. Durante la contienda, sirvió en unidades de partisanos en la Brigada Independiente de Fusileros Motorizados de Destino Especial, en la que, por cierto, hubo un centenar de españoles exiliados. Kropf luego diseñó los sistemas de rescate de montaña de la URSS. 

La unidad de Rostóvtsev atravesó el Cáucaso y los Cárpatos, entró en Hungría por Transilvania y llegó hasta Průhonice, a las afueras de Praga en Checoslovaquia. Para celebrar el final de la guerra, lo primero que hicieron sus hombres fue disputar un partido de fútbol contra el equipo de la localidad. 

Después de la contienda, el debut de la Unión Soviética en el gran escenario del deporte, hasta entonces burgués y decadente, se produjo en los Juegos de Helsinki 52. Buena parte del equipo soviético que ahora aparecía en ropa interior dando saltitos se había pateado el fuego y la nieve del frente oriental en una guerra de exterminio. 

Yuriy Nikolaevich Lituyev, plata en los cuatrocientos vallas, récord del mundo en 1953, del CSKA, había comandado una batería de artillería. Acabó la guerra como teniente. Vladimir Dmitrievich Kazantsev, del Dynamo, fue herido en el frente de Kalinin; ahora era plata en los tres mil obstáculos. Alexander Alexandrovich Anufriev fue herido en el frente de Carelia, luchando precisamente contra los finlandeses que ahora estaban en la grada; comenzó a hacer deporte para recuperarse de sus lesiones y llegó a ser bronce en los diez mil metros. 

En el equipo de baloncesto que perdió la final contra Estados Unidos por el escalofriante resultado de 36 a 25, estaba Ivan Fedorovich Lysov, que había luchado en la Séptima División de Infantería que recorrió Kalinin, Estonia y Leningrado. El caso de los gimnastas fue aún más espectacular. Viktor Ivanovich Chukarin, con tres oros y una plata, tras ver cómo su padre marchaba para el gulag en 1937, fue enviado a la guerra y capturado. Estuvo en diecisiete campos de concentración. Sobrevivió a Buchenwald, pero salió de ahí pesando cuarenta kilos. El armenio Grant Amazaspovich, con dos oros y dos platas, fue al frente voluntario en 1943 y volvió herido en una pierna. 

También en Buchenwald estuvo Ivan Vasilievich Udodov, oro en halterofilia. Cuando Estados Unidos le liberó del campo de concentración, estaba inmóvil. Tenía diecisiete años y corría el riesgo de quedarse postrado para siempre. Los doctores le recomendaron levantar pesas para recuperar el tono, y tanto fue así que acabó imponiéndose en los Juegos Olímpicos. 

Nikolái Nikolaevich Saksonov, que fue plata, fue herido tres veces en la guerra. Plata también en sesenta y siete kilos, Evgeni Ivanovich Lopatin había estado en Stalingrado al mando de una compañía antitanque con el rango de teniente. A finales de septiembre de 1942, en la batalla de Yerzovka, una ametralladora le estalló en la mano izquierda. Eso no impidió que diez años después se proclamara campeón de levantamiento de pesas. Otro levantador, galardonado con un bronce, Arkadi Nikitich Vorobyov, había sido buzo en la flota del mar Negro. Dejó el servicio tras sufrir una conmoción cerebral y fue condecorado. 

En lucha grecorromana, Yakov Grigorievich Punkin se llevó el oro. En 1941, sirvió como tanquista. Capturado en los primeros compases de la guerra, estuvo en el campo de prisioneros de Fullen y luego realizando trabajos forzados en Osnabrück. Se hizo pasar por musulmán osetio para no ser ejecutado, porque se intentó escapar sin éxito dos veces de su cautiverio. Al ser liberado, tuvo suerte. No fue enviado al gulag, como les pasó a muchos otros, pero se comió tres años de mili en Magdeburgo, tiempo que aprovechó para ponerse al día en su disciplina deportiva favorita.

El oro en lucha libre, Shalva Konstantinovich Chijladze, luchó en una brigada motorizada del NKVD, la policía militar; a él le dieron en una batalla en la aldea de Verjne-Kuklino, en Ucrania. Fue herido en el antebrazo izquierdo, donde sufrió daños nerviosos. Estuvo hasta 1942 en el hospital y luego fue enviado a tratarse a Tiflis. Tenía cuarenta años cuando fue incluido en el equipo olímpico que fue a Finlandia. 

Hasta las mujeres tenían su pasado bélico. La lanzadora de peso Galina Ivanovna Zybina fue superviviente del cerco de Leningrado y recibió una condecoración por destacar en la defensa de la ciudad. Se llevó el oro. La gimnasta María Kondrátievna Gorojóvskaya sirvió en un hospital en Leningrado. Se hizo con dos oros y cinco platas.

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Patinadores profesionales soviéticos durante una sesión de entrenamiento en Irkutsk, Siberia, 1965.
Fotografía: Getty.

La Unión Soviética fue segunda en el medallero con setenta y una medallas frente a las setenta y seis estadounidenses. En la siguiente cita, Melbourne 56, la URSS logró ser primera con noventa y ocho, frente a las setenta y cuatro americanas. El propósito de Stalin de plantarle cara al capitalismo también en el deporte, en sus mismos términos, había sido un éxito. Sin embargo, en Finlandia hubo un borrón que le aguó la fiesta al secretario general. En el deporte rey, el equipo soviético fue a caer ni más ni menos que ante Yugoslavia, su peor enemigo en la geopolítica mundial en ese momento. Este tipo de enfrentamientos luego fueron habituales para Moscú, como el partido de waterpolo recordado como «el baño sangriento» en el contexto de la revolución húngara de 1956 o los violentos partidos de hockey contra Checoslovaquia tras la Primavera de Praga. 

Tito y Stalin rompieron en 1948. El yugoslavo era incontrolable y Stalin, mejor que pasarse la vida discutiendo con él, prefirió condenarlo y meter así en cintura al resto de democracias populares con su ejemplo. En todas ellas, hubo miles de purgas bajo la acusación de titismo. Yugoslavia, por su parte, quedó aislada y tuvo que recurrir a Occidente para hacer negocios. No obstante, estos días de enfrentamiento contra el imperio militar soviético fueron los de mayor auge del yugoslavismo en un país que, como es sabido, acabó saltando por los aires por sus dinámicas internas disgregadoras. 

Por los escritos de Vladimir Dedijer, miembro del Comité Central, sabemos que toda Yugoslavia estaba enloquecida con el partido. Antes de la ruptura todo habían sido elogios tras una visita del CSKA en 1945. La prensa dijo que todos los jugadores se habían distinguido en la batalla durante la Segunda Guerra Mundial; ahora eran oficiales, la mayoría tenientes. Eran un ejemplo de emulación dentro y fuera del campo. Así se hizo el Partizán de Belgrado, club del JNA, el Ejército yugoslavo, a su imagen y semejanza. 

Entre los yugoslavos se encontraba el luego famoso entrenador Vujadin Boškov. La selección soviética de Helsinki estaba basada en el CSKA, aunque uno de sus mejores jugadores, Konstantín Ivánovich Béskov, era del Dynamo y había hecho la guerra en el NKVD en Moldavia y en las Fuerzas Especiales en Moscú. Su preparación física era manifiestamente superior, como demostró la remontada que protagonizaron heroicamente. Yugoslavia se puso 5-1 y en la segunda parte los soviéticos empataron 5-5. En el tiempo extra nadie marcó y hubo que repetir el partido. 

El público finlandés iba con Yugoslavia, cuyos jugadores, conscientes de la importancia política del partido, según comentó Stjepan Bobek años después, los días previos ni comieron ni durmieron. Tito, personalmente, les envió un telegrama que fue leído en el vestuario justo antes de saltar al campo. Si Stalin hizo lo mismo con los suyos es algo que se ha comentado y puesto en duda. 

El desempate fue durísimo. El New York Times lo describió como un partido «cercano al fútbol americano». Los jugadores se insultaban con calificativos como «fascista», que se contestaban con «capitalista»; a los rusos les decían que acabarían en Siberia. Al final, 3-1 para los balcánicos. Cuando la URSS dio el partido por perdido, se dedicaron única y exclusivamente a dar patadas a los yugoslavos. Tampoco les dieron la mano tras el pitido final.

La plavi celebró el triunfo cantando canciones partisanas de la Segunda Guerra Mundial. Lo primero que hicieron los jugadores fue enviarle un telegrama de respuesta a Tito, donde decían: «Luchamos y vencimos». En una retransmisión de radio famosa en Yugoslavia, que aparece en la primera película de Kusturica, el locutor Radivoje Marković celebraba emocionado el «golpe a Stalin y a la Kominform» que suponía esa victoria. En todas las capitales yugoslavas salió la gente a celebrar el triunfo a la calle; nunca esa nacionalidad colectiva fue más querida por tanta gente en la federación como aquel día. 

De los soviéticos, en su momento, se publicó que todos habían acabado en el gulag. De hecho, ha quedado ese mito, pero no es verdad. Los más brillantes continuaron sus carreras con éxito. De hecho, dos de ellos, Ígor Netto y Anatoli Ilyin, estuvieron presentes en Melbourne, donde se tomaron la revancha contra Yugoslavia y la derrotaron en la final por 1-0, con Yashin de portero. Pero, para entonces, Stalin ya había muerto. Mientras aún seguía vivo, la prensa no informó del resultado del partido. A varios jugadores del equipo se les retiró la Maestría Deportiva, pero el que pagó el pato fue el CSKA. Bajo la posible influencia de Beria, que era fanático del Dynamo, Stalin se cepilló al club, que estuvo dos años desaparecido, hasta su muerte. Medio siglo después, el CSKA puede presumir de haber dado más de dos mil quinientos oros a su país.

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3 Comentarios

  1. Efrain Valverde

    Hola a todos! Excelente recuento histórico del deporte y su evolución, en un momento de la historia, cuyas circunstancias podrían traspasar los límites del entendimiento común. Les felicito, porque el recuento permite indagar desde otra perspectiva–en este caso, el deporte–en la historia de los pueblos que se vieron abocados a enfrentar la II guerra mundial y sus trágicas consecuencias para la humanidad! La historia no está por demás exenta de reescribirse y comprender nuestro presente en una dimensión más objetiva, y darle al valor y al espíritu deportivo, un lugar en el pedestal que se merece en honor a la justicia. Realmente, para mi persona. estos reportajes me resultan apasionantes y concluyó que vale la pena, el poder haber accedido a este sitio web.

  2. Cimex Lectularius

    El deporte es una guerra sin armas.

    (min. 15:50)

    https://youtu.be/MfalfT1Iqmg

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