Las hablas gremiales
¿Han escuchado alguna vez hablar a dos abogados? Mucho mejor si son leguleyos, de esos que aparecen en las pelis yanquis persiguiendo ambulancias. Sí, sí, ya sé que lo primero es palparse bien las carteras, por si acaso. Pero más tarde notan algo diferente. Particular. Aquellos tipos manejan un idioma diferente al suyo. No es exactamente incomprensible, pero sí manifiestamente distinto. Lo pueden llamar «abogareño», que es un nombre muy eufónico que me acabo de inventar.
Trasladado a otras profesiones, y aun amplificado, a esa forma de hablar se le denomina jerigonza (también pueden verlo por ahí como habla gremial), otra palabreja bien bonita que proviene del provenzal (el latín es su abuelo), y hace referencia a la garganta y a las gárgaras y en general a aquello que es incomprensible y suena borborígmico. Hoy en día apenas tiene importancia, porque gracias a la tele todos platicamos de forma (casi) idéntica, y estas particularidades se limitan a diversas voces muy concretas (escuchen a un carpintero nombrar todas las herramientas de su oficio… es un festín). Pero hasta no hace tanto manejar adecuadamente tales formalidades era fundamental para el desempeño de este o aquel trabajo.
Las hay por todas partes, y algunas han llegado a ser muy, muy conocidas. Del cockney, por ejemplo, no sabemos bien el origen (puede que ni siquiera tuviera que ver con laburo concreto), pero pasa casi por cliché, aunque hoy en el East End de Londres se hable con acento tirando a pijo y el cockney rimado sirva para poco más que dar cosita. También está el lunfardo, parlar de los delincuentes bonaerenses, muy conocido a través de los tangos, Borges y algunos futbolistas de Primera División.
Pero a nosotros nos interesan las otras. Las desconocidas, las que apenas nos permiten aprehender un par o tres de términos entre tanto retinglar incomprensible. Y aquí las tenemos a patadas, oigan. Está la xíriga, por ejemplo, que es el habla de los tejeros en la zona oriental de Asturias (tengan cuidado allí si les mandan a bringar) o el mansolea, jerga de los zapateros en Pimiango, actual Rivadedeva y antiguas Asturias de Santillana. Los constructores tenían su buen latín dos canteiros o verbo dos Arginas en Pontevedra y Ourense, cesteros usaron varbeo en Peñamellera, caldereros declinaban bron en la zona de Grado. También hay construcciones de estas allende la cordillera Cantábrica, no se vayan a pensar. La gacería, por ejemplo, que es la lengua de los fabricantes de trillo y ganaderos en Segovia (cuidado no llamen a los sinífaros si usted lo declina mal) y los buhoneros manejaban el barallete (salvo Manuel Blanco Romasanta, que se comunicaba con aullidos). Algunas de estas rarezas subsistieron hasta hace nada, y es bien conocida la anécdota de un asturiano exiliado a Francia tras la guerra civil que pudo explicar a otro paisano, este internado en el campo de prisioneros de Argéles-sur-Mer, la batalla de Dunkerque sin que el régimen colaboracionista pudiera impedirlo… porque no supieron descifrar aquel galimatías. Ñansoña arrenquisiada de xidez y zuerpos baldomina p´abricia. O, lo que es lo mismo, el mar estaba cubierto de aceite y de cadáveres boca arriba…
Ya ven, todo un mundo (casi) desconocido.
Y luego estaba ella. La pantoja (siempre acabamos escribiendo de la pantoja), que es la forma de comunicación secreta que tenían los canteros trasmeranos.
Pero ¿cómo? ¿No me siguen?
Esperen, esperen…
Hay un cantero en Trasmiera
Estamos en la Edad Media. Para que se hagan una idea es como Poniente, solo que con menos dragones y más peste negra. Hiede a heces (la ausencia de mal olor llamaba mucho la atención a Hob Gadling, recuerden), las comunicaciones están regulares y, en general, hay que tener treinta y siete hijos para que dos o tres lleguen a edad adulta. Un sitio pintoresco.
Vamos a contar una historia de aquel tiempo. Siglo XI. Hay unos paisanos trabajando para levantar las murallas de Ávila (no, no, las que ven ustedes no son romanas, amigos, sino románicas). Saben cuidar con mimo la piedra, trazar estructuras gigantescas en planos que hoy nos parecerían de juguete, los hay entre ellos que manifiestan calidad suprema como escultores. Y, además, consideran que su trabajo debe mantenerse en secreto, transmitirse solo de padres a hijos, del maestro al aprendiz.
¿Qué? ¿Les suena a masones?
Bueno, pues algo parecido. Aquí se les llama canteros (sí, como en Los Simpson), término que identifica de forma casi indistinta (hay matices y otras denominaciones, pero no queremos complicarnos en exceso) a trabajadores en todos y cada uno de los procesos constructivos, desde lo que hoy llamaríamos albañiles hasta el arquitecto principal. Nada menos. Hay menos glamur que con franceses o escoceses, porque aquí no tuvimos un Fulcanelli puesto hasta arriba de opio, pero la idea es similar.
Bien, nosotros nos vamos a centrar en unos canteros particulares. Unos que provienen, número enorme, de lo que hoy en día es Cantabria. La comarca de Trasmiera, concretamente, entre las desembocaduras del Miera y el Asón. Playas, olas, surf y anchoas, para que todos nos entendamos. Desde allí emigraban cada año docenas de canteros a repartir amor y goticismo (su especialidad eran las bóvedas de crucería; tipos clasicotes, para entendernos) por toda la península ibérica y buena parte de Europa. No crean que exageramos, no. Tenemos noticias de canteros provenientes de Trasmiera trabajando en las Coronas de Castilla y Aragón hasta bien entrado el siglo XIX. Más aún, nos encontramos con tipos de esa procedencia en sitios tan pintorescos como Colonia, Praga, el norte de Italia o Bélgica. Ya ven, canteranos por el mundo. Algunos llegaron a hacer fama y fortuna, que es algo que proporciona mucho pedigrí. Le ocurrió, por ejemplo, a Juan de Castillo. De las catorce construcciones patrimonio de la humanidad que albergó la Corona portuguesa nada menos que cinco llevan su firma. Pásmense.
Todos ellos compartían características más allá del paisanaje. Eran, en su casi totalidad, hidalgos. Es decir, nobles. Que aquí, en Cantabria, eso no epataba demasiado (teníamos nueve hijosdalgos por cada pechero) pero en el conjunto de la Corona resultaba bastante llamativo, porque la proporción era exactamente la contraria. Sabían, además, leer y escribir; también, claro, nociones relativamente amplias de matemáticas y geometría (sin eso no se puede levantar ni un muro, no lo intente el lector en su casa). Y además solían agruparse en cuadrillas marcadas por las más diversas líneas de afecto, desde genealogía directa hasta procedencia común (barrio, pueblo, valle, junta) o, directamente, la propia amistad, que no todo era triste en aquellos tiempos.
Y luego estaban los misterios. No queda del todo claro, pero la mayoría de los autores sostienen que no existió organización gremial de canteros en la monarquía española hasta la Ilustración (en Italia, por ejemplo, los muratori tienen estatutos desde principios del Renacimiento). Lo más que hubo fueron diversas cofradías (sí, como las de Semana Santa… de hecho exactamente esas) pero tales figuras tienen más de agrupaciones con fines religiosos que otra cosa. O, dicho de otra forma, secretos, técnicas y lo que podríamos llamar hoy cierta ética profesional quedaban al albur de los propios obreros. Transmisión, ya dijimos, de padres a hijos. De vecino a vecino. Apenas conservamos contratos de aprendizaje entre canteros trasmeranos, pues todo quedaba en casa (o en el villorrio, ustedes saben).
Porque aquello generaba dinero. Sus conocimientos, digo, sus trucos. Los mejores en lo nuestro, por eso nos llaman de sitios tan lejanos. Cada año, al principio de la primavera, los canteros de Trasmiera se reunían en un lugar determinado e iban repartiendo encargos a las diferentes cuadrillas. Sí, somos cojonudos trabajando, así que intentemos seguir siendo especiales. ¿De qué forma?
Consiguiendo que nadie sepa detalladamente cómo hacemos lo que hacemos.
Está naciendo la pantoja.
Hablemos de la pantoja
Vale, hagamos una suposición. Imaginen que están trabajando muy lejos de su casa. A jornadas de viaje, nada menos, que las distancias antaño eran más distancias. Sus compañeros son todos de la misma comarca, con suerte incluso del mismo pueblo o hasta familia. Dicho de otra forma, solo hablan entre ustedes (y si creen que es una tontería paseen por uno de esos espantosos bares españoles que hay en Londres o Bruselas). Empiezan parloteando jerga para su labor, día tras día. Que no se enteren los demás de mis secretos, valen sus buenos cuartos. Pero evolucionan, poco a poco amplían su radio de actuación. Ese idioma (que se llama pantoja, se lo juro) va completándose con términos y más términos hasta posibilitar su uso en casi cualquier situación. Ojo, más de ochocientas palabras en idioma pantojo conocemos a día de hoy. Existen novelistas que manejan léxico muy inferior para ganar premios de esos que tienen muchos ceros. Ya ven, cosa seria, aunque no lo parezca.
A lo que íbamos. Que ya no nos dedicamos solo a esconder pesos, medidas o herramientas con pantojo, sino que también lo ampliamos a cualquier tipo de conversaciones. Sobre el tiempo, sobre la comida, sobre la naturaleza. También, claro, hablamos en pantoja cuando pasa el jefe por delante. Lo hacemos así, voz lo suficientemente alta como para que nos escuche, sabiendo que no puede comprender. Y luego nos echamos a reír, mientras él se sulfura, jura en arameo (que es otro idioma muy complicado). Blasfemar no, porque la mayoría de las veces se trabaja en obra pía, y los de la sotana intentan evitar ciertas tentaciones. Alguna chiquitita, pero casi por descuido.
Precisamente a esos quebrantos debemos la piedra de Rosetta que desencripta (buena parte de) esta jerga. El muy sulfúrico cura Bezares, un gallego malhostiado que a mediados del siglo XIX cansose de escuchar a los canteros trasmeranos que trabajaban en su parroquia haciendo befa sin alcanzar a entenderlo. Así que cogió a uno aparte y empezó a untarlo hasta lograr su objetivo, porque poderoso caballero es etcétera.
Recoge la anécdota, y los frutos de tal pesquisa, Fermín Sojo y Lomba, autor del seminal La pantoja. Jerga de los maestros canteros de Trasmiera, una especie de diccionario castellano-pantojo/pantojo-castellano que resulta delicioso por abundancia y complejidad. Y la gracia, además, de que Sojo pudo recoger directamente un puñado de estos términos, pues conversó con algunos de los últimos ancianos que recordaban el habla durante la primera mitad del siglo XX. Cosa de no creer, ya verán.
Esperen, que se lo contamos.
Algunos ejemplos y una referencia a Quico
Pero entremos en materia, para que ustedes puedan ver lo complicados, retorcidos, paradójicos y, en general, raretes que eran estos canteros a la hora de hablar. Sí, de hablar. Porque esto se usaba, oigan, no es broma.
Empecemos con algo sencillito, ¿vale? Los números, por ejemplo, que es de lo primero que aprendemos en cada idioma. Aquí se ven influencias sobre todo del euskara, además de un enrevesamiento rayano a la mala hostia. Veamos. Nugo es uno, batebi es dos, iro es tres. Hasta aquí los euskoparlantes (o los que hayan pedido pinchos alguna vez en Donosti) nos siguen más o menos. El problema es que estos canteros trasmeranos trabajan para sus cuentas con una base doce, en lugar de la habitual diez (cuente sus dedos y verá la causa). Lo cual es, a la larga, bastante lioso. Yemazuquena es seis o media docena, mientras que zuquena es doce. Pero prueben a decir números altos echando la cuenta en doce en lugar de diez. Les saldrán cosas tan graciosas como chogo zuquenas chogo para decir ciento cuatro (o, lo que es lo mismo, ocho docenas más ocho) o zuquena de zuquenas para expresar ciento cuarenta y cuatro. Para el ciento cuarenta y nueve nos iríamos a zuquena de zuquenas bosto (docena de docenas y cinco). Ya ven, una delicia. Así se mantenían los secretos bien a resguardo, claro. A mí mismo me cuesta hoy.
¿Términos concretos? Pues también un señor desbarajuste. Pensaban que esto iba a ser más fácil, ¿verdad? Escojamos algunos al azar. Una iglesia es una caicoa, y un santo será caicoceño, porque habita, generalmente, en los templos. Fumarreira será gallina, que podremos cocinar a la fustaxe o leña. Mejor hacerla en luzgiche, las primeras horas del día, y luego dejarla reposando junto a la lucerna o ventana. Por cierto, con fumarreira xaraba sale buen xarabelo… traduzcan ustedes. Algunas palabras provienen de otros idiomas (chez por casa, man por hombre), hay términos que hoy en día significan cosas muy distintas, como maquear, que era algo así como curtir a hostias, o arropar, que significa morir. Sandariega dicen a la camisa, selemperansia es en su poder, zaquiro por testículo… podríamos tirarnos aquí horas.
Claro que mis expresiones preferidas en la pantoja son las perífrasis. Es aquí donde la particular y laberíntica mente de estos tipos luce con toda su brillantez. Cómo si no explicarnos que para decir ricachón haya que tomar aire y escupir man que le paran chusmus saspes. O los verbos. Que vaya las que se traen los pantojos con los verbos. Veamos. Oretear es llover. Hasta ahí asumible. Llampos son los ojos. Pues bien, tienen una expresión que es oretear por los llampos. Llover por los ojos. Ya ven, con lo fácil que es decir llorar… y no. Oretear por la gumia, aprovechamos, es llover por la boca. Escupir, cochinos. ¿Y la oreta? Bueno, la raíz es idéntica a oretear, así que será algo parecido. Oreta es agua, porque oretean gotitas de líquido, ¿no? Hay una construcción particular, oreta clama de la iriona, que siempre me ha hecho gracia por deliciosamente retorcida. Oreta, agua; clama, blanca; iriona, vaca. Sí, amigos, la oreta clama de la iriona es la leche. Ya ven, sencillísimo. Qué tipos estos.
Ah, y no piensen que me olvidaba. Si hablamos de la pantoja hablamos del Quico (aquí también se le llama Quicoa). Terminamos esta pieza mureando los verbos del Quico. Murear, que es trabajar; los verbos serán las palabras. ¿Y el Quico? ¿Es que nadie ha pensado en el Quico? Quico es… Dios. Trabajar las palabras de Dios.
Recen porque no les hagan un examen nunca en habla pantoja.
El lenguaje es lo más intrascendente, superficial e inestable, y su encanto se desvanece por completo cuando se advierte la intención en su manejo.
https://youtu.be/b-KCF9zYURY
Existen sustantivos terminados en «ción» o «sión» que derivan de verbos como «medición» (acción de medir) o «precisión» (acción precisar).
Pero luego están apareciendo verbos que me chirrían consistentes en añadirle a dichos sufijos la terminación verbal «ar».
Por ejemplo, el sustantivo «recepción» tiene como significado «acción de recibir», que sería el verbo del que proviene. Pues bien, en un momento dado comencé a escuchar un nuevo verbo denominado «recepcionar», el cual aparece en el DRAE como:
1. Recibir mercancías y verificar su estado.
2. Aceptar la cosa que se recibe, en especial si se trata de una edificación.
ej. » El ayuntamiento no recepciona las obras que no tengan todas las formalidades en regla».
Me da la sensación de que cada vez hay personas que intentan «significarse» con un lenguaje provisto de términos pseudotécnicos o pseudocultos que ellos mismos inventan de manera innecesaria, pues ya existen otros que cubren esa denominación.
Si añadimos la terminación verbal «ar» a cualquier sustantivo terminado en «ción» o «sión», pueden aparecer nuevos verbos «exclusivos» como «imitacionar» en lugar de imitar , «localizacionar» en vez de localizar o «agresionar» por agredir.
¿Qué pensáis?
El castellano es latín mal hablado…
https://youtu.be/vQ6oTVUmws0
El castellano es un dialecto del catalán
El catalán es un dialecto del mallorquín…
El gallego también es un dialecto del catalán.
Espero que estés tirando de ironía.
Tú eres catalán como Colón y aún no te habías enterado.
En Ourense los paragüeros hablaban barallete, otra habla gremial al listado
A cholón…entrar limpio, sin interferencia.
Macarraque…cualquier tipo de grasa de uso especial.
Taconazo…escurrir el bulto, escaquearse de un trabajo ingrato.
Cachonda…elemento de de calefacción de aire caliente forzada.
Maikelyakson…acción de huir reculando de un trabajo desagradable.
Amor, dar cariño…uso desproporcionado pero justificado de una maceta de cobre.
Grasa…La maceta de cobre.
Uespoint…sujeto que ascendió en el escalafón por oposición.
Petiscazo…destino funesto aunque evitable (en honor a Petisco).
Flis…cualquier tipo de spray.
Máquina…Personaje expeditivo en cuanto a la realización de cualquier labor.
Etc etc etc
Al habla de los abogados (y sujetos afines) la llamaba el venerable Antonio Vaquero Sánchez «legalés».