A través de un caso sin resolver, Anthony Adeane (Londres, 1991) periodista de la BBC, se enamoró de Islandia. Pero después de haber publicado su libro, Sombras de Reikiavik, sobre el supuesto doble crimen histórico de Gudmundur y Geirfinnur, todavía no ha logrado averiguar ni llegar a entender qué pudo pasar. Ni él, ni el conjunto de los islandeses, que casi medio siglo después siguen elucubrando teorías sobre la desaparición de estas dos personas. Un chico que, borracho, desapareció en la nieve, y un hombre que fue al bar y nunca volvió a casa. No aparecieron los cuerpos, pero el misterio fue escalando de manera delirante, aunque también trágica, hasta hacer intervenir a la OTAN en plena Guerra Fría.
Ha escrito un libro sobre unas desapariciones que no se sabe si fueron un crimen, tampoco se sabe si los acusados fueron culpables, ni siquiera se encontraron los cuerpos, es decir, no hay nada…
Efectivamente, igual no hay nada. Eso es lo que me llamó la atención en primer lugar. Tiene todos los ingredientes del true crime, pero cuanto más vas rascando, más certezas van desapareciendo hasta que te quedas sin nada. Al final, la verdadera historia no es lo que pudiera pasar, sino lo que cuenta la gente. Eso y este pequeño país, Islandia, con sus paisajes tan particulares, fue lo que más me atrajo.
Cuando dice que es importante lo que cuenta la gente, también especifica que Islandia es un país donde cada islandés es un gran contador de historias.
Existe una tradición que viene de la época en la que la mayoría eran granjeros y, de noche, se dedicaban a cardar la lana. Para no aburrirse, se pasaban las horas contándose historias unos a otros. Fundamentalmente, para no quedarse dormidos y poder seguir trabajando lo máximo posible y subsistir. Hay generaciones de niños que crecieron rodeados de una fuerte cultura oral. Es un fenómeno fascinante: contar historias para sobrevivir.
Donde vayas en Islandia, te vas a encontrar esta cultura de cuentacuentos. Es normal también porque los inviernos son muy largos, solo hay dos horas de luz al día, ni siquiera esa luz es luz, es algo muy tenue. Me parece perfectamente comprensible que se recogieran y se pusieran a contarse historias unos a otros; no veas las que hay de vikingos. No tenían más remedio que pasar el tiempo de esa forma. Está tan arraigado que podemos hablar de que es una nación de contadores de historias.
Que sean así fue algo fundamental en el desarrollo del caso de la desaparición de Gudmundur Einarsson y Geirfinnur Einarsson.
Son, generalmente, un poco reservados. Hay algo muy británico en ese carácter. Quizá son de entrada desconfiados, pero luego, cuando empiezas a hablar con ellos, sobre todo de este caso, empiezan a contarte sus teorías personales y cómo la desaparición de Gudmundur y Geirfinnur afectó a sus vidas. Incluso a gente a las que no les tocaron los supuestos crímenes de cerca, en cuanto abordas el tema, se ponen a hablarte de cuando eran niños y escuchaban la evolución del caso en las noticias y lo que les contaban sus padres. Me resultó muy chocante que todo el mundo tuviera una historia personal sobre el caso. Es muy curioso que un crimen así haya impactado tanto en una sociedad, porque no tiene nada de particular. Este crimen en otro país no habría llamado la atención.
Los islandeses no estaban acostumbrados a los crímenes. En esa época igual había un asesinato al año y casi siempre era por violencia doméstica. Alguien se emborrachaba, alguien estaba celoso, etc. Pero algo premeditado era inhabitual. Solo había habido un caso, siete años antes, de un hombre al que dispararon por la espalda, y tampoco se resolvió. Nunca se supo si hubo premeditación, pero no capturó la atención pública de esta manera.
¿Por qué llamaron tanto la atención las desapariciones de Gudmundur y Geirfinnur? Una de ellas, al menos, no era más que un borracho que había desaparecido en la nieve.
Fue la de Geirfinnur la que alarmó a la población. Un hombre recibe una llamada de teléfono, va a un bar y desaparece. Claramente, parecía que había una planificación detrás. Esto llamó la atención de la gente justo en una época en la que la televisión empezaba a ser fuerte y los tabloides iban en auge. De repente, había una historia espeluznante que nadie podía explicarse ni resolver. Esa mezcla, en un país aislado del crimen, muy protegido y cerrado, dio la sensación a sus habitantes de que el mundo exterior estaba tocando en la puerta de Islandia. Eran los años setenta, había hecho acto de aparición la droga, pensaban que las malas influencias del resto del mundo estaban penetrando en esa pequeña comunidad.
¿Quiénes eran los desaparecidos?
Para mí lo interesante, más que las desapariciones, que era algo habitual, era cómo se conectaron los dos casos. Gudmundur tenía dieciocho años, vivía en un suburbio a unos diez kilómetros de Reikiavik. Se fue a un club con unos amigos una noche de 1974. Salió del club muy borracho y solo, serían las dos de la mañana. En ese momento, le vieron dos amigos. Estaba nevando, iba andando solo, muy borracho, por un camino muy oscuro, el que llevaba del club a su casa, y rodeado de campos de lava, que pueden tener muchos kilómetros de extensión.
Al dirigirse hacia él con el coche, los amigos le vieron levantar la mano como pidiendo que le llevasen, pero, al pasar a su lado, la volvió a meter en el bolsillo. No pararon entonces y siguieron conduciendo. Hubo otros dos coches que, esta vez, le vieron andando con otro hombre al lado. Era alguien con una camisa amarilla y no parecía tan borracho. Iba un poco detrás de él. Sobre las cuatro y pico de la mañana, un marinero le vio arrastrándose solo por el camino. Esa es la última vez que fue visto.
Lo primero que pensé fue que, seguramente, se habría caído a los campos de lava, pero entonces el cuerpo habría aparecido. Islandia tiene los mejores equipos del mundo de búsqueda y rescate. Son increíbles, todavía se les llama cuando hay algún desastre, como lo que pasó en Haití. Tienen a gente que se entrena desde muy joven y son, como digo, mundialmente reconocidos. Buscaron en esos campos de lava durante mucho tiempo. Hablé con ellos y me dijeron que si hubiera estado ahí lo habrían encontrado seguro. Eso es lo raro de la primera desaparición. Si alguien desaparece cerca de un camino de lava, no puede llegar muy lejos. Es imposible que los cruces de noche y menos borracho.
Geirfinnur, el segundo, desapareció en noviembre, once meses después. No hay nada que le conecte a la desaparición anterior, menos el nombre, que es muy común que en Islandia terminen igual, porque ese sufijo significa «hijo de». Este hombre tenía mujer y dos hijos. En noviembre de 1974, a las diez de la noche, le dijo a su mujer que se iba a un bar; en su caso vivía a cuarenta y cinco kilómetros de Reikiavik. Se metió en su coche y se fue al bar. La camarera le vio mirar alrededor, como si estuviera buscando a alguien, e irse enseguida. Se metió de nuevo en su coche y volvió a casa. Al llegar, sonó el teléfono. Lo cogió y dijo: «Acabo de estar ahí, voy a volver». Colgó el teléfono y se volvió a ir. Su hijo intentó ir con él, pero le dijo que no. Volvió al mismo bar, y nunca más se supo. Se encontraron el coche con las llaves puestas.
El primer caso es menos enigmático. Un chico que vuelve tarde por la noche, hay nieve, está borracho, está muy oscuro: puede que se suicidara. El segundo caso es mucho más sospechoso. Parecía algo más calculado. Geirfinnur estaba metido en el tráfico de alcohol. Los rumores decían que estaba compinchado con ese bar, al que iba gente de la alta política a beber cuando estaba prohibido. Ahí empezó la teoría de la conspiración y todo el país se sumergió en el caso.
Pasa casi un año entre cada desaparición.
Los dos casos están conectados por Erla Bolladóttir, una de las sospechosas y la acusada más conocida. La desaparición que estaban intentando resolver en el momento en el que habló con la policía era la segunda, pero ella habló del primer caso cuando la interrogaron. Declaró a la policía que había tenido una pesadilla que no sabía si había sido real la noche de la primera desaparición. Dijo que tuvo la sensación de que Saevar Ciesielski, el chico que vivía con ella, había entrado en el piso con sus amigos y un cuerpo, y que ella tuvo miedo y defecó en la cama.
Hay que tener en cuenta que cuando la interrogaron no estaba sometida a una presión especial, pero sí la acababan de separar de su hija recién nacida. En un principio, le estaban preguntando por una estafa que había cometido con su novio Saevar tiempo atrás, pero se fue por las ramas con esta historia y a la policía le pareció muy sospechoso, porque Saevar y sus amigos eran jóvenes criminales que trapicheaban con drogas.
Es normal que la policía sospechase, pero también que una madre que lleva seis días separada de su niña estuviera dispuesta a decir cualquier cosa solo para que la soltasen. De esta manera, la desaparición de Gudmundur acabó metida en todo este lío también. Cuando despareció, no tuvo un tratamiento especial en la prensa. En Islandia hay muchas desapariciones y muchos suicidios. Es muy normal que alguien salga de casa un día y no vuelva nunca más. Ha pasado montones de veces. Normalmente, aparece el coche al lado de un glaciar y se da por hecho que el desaparecido se ha tirado.
En esa época, aunque la tasa de asesinatos fuese insignificante, la de desapariciones era muy elevada. A la policía, en cambio, ese testimonio les vino perfecto para conectar las dos desapariciones y culpar a unos jóvenes que ya eran sospechosos de por sí.
El libro detalla varios fallos del sistema que llevaron a toda esta locura. El primero, es el reformatorio de Breidavik.
A Saevar le habían internado allí de adolescente porque había sido expulsado de varios colegios y le habían diagnosticado síndrome de déficit de atención con hiperactividad. En aquella época era muy extraño este diagnóstico, tanto en Islandia como en cualquier país del mundo. Entonces le llevaron a este sitio, Breidavik, en un lugar recóndito. Es muy habitual en Islandia encontrarse casas en lugares remotos que parecen el fin del mundo. Este reformatorio era así, aunque ahora es un hotel precioso.
En este centro, donde metían a los adolescentes con pasados complicados, se abusaba sistemáticamente de los internos. Lo hacía el mismo director del reformatorio. Años después le descubrieron y tuvo que dejar su puesto, pero la persona que le sustituyó hizo también lo mismo, como suele pasar en estas instituciones en las que el abuso es inherente al sistema. Por eso, los chavales que entran en un sitio así salen peor. A Saevar, estos demonios le persiguieron toda la vida. Se hizo alcohólico, logró salir, pero luego a los cuarenta años volvió a beber y entró de nuevo en ese círculo vicioso que acabó con él. De algún modo, nunca pudo escapar al dolor que sufrió en Breidavik de adolescente.
Lo relevante en este caso fue que todos los que trabajaron con él, como psiquiatras o médicos, dijeron que había algo dentro de él imposible de romper. Cuando estuvo preso y le torturaron, mientras le interrogaron durante noches enteras, le pegaban, etc., había algo de él que nunca se dejó doblegar. Eso hizo que los guardias de la prisión le odiasen aún más, porque intentaban que confesase un crimen que nunca cometió y él no hizo como hubiera hecho mucha gente en su situación y no lo reconoció, aunque fuera solo para que dejasen de pegarle. Parece que los años de reformatorio le habían creado un fuck you spirit.
Otro fallo del sistema que lleva a esta situación fue la Ley Seca islandesa, que, por cierto, es curioso que tuvieran que levantarla por las presiones de España en los años veinte, que amenazó con dejar de comprar bacalao si no se podía vender vino.
Pero la prohibición de alcohol duró mucho. Hasta los años ochenta no fue completamente legal y todo el mundo se las tenía que arreglar para conseguir alcohol, como es normal, porque estamos hablando de un lugar remoto. Si estás en mitad de la nada a la gente le suele gustar beber un poco [risas]. Eso generó un tráfico de alcohol que llegaba desde los barcos, generalmente noruegos, en cuyo país no estaba prohibido, y tiraban las botellas por la borda cuando estaban cerca de la costa. En los clubes nocturnos apareció esa atmósfera de ilegalidad, se vendía el alcohol debajo de la barra. Surgió un clima de secretismo y mundos subterráneos, aunque la tasa de delincuencia seguía siendo muy baja.
Sigurjón Ólafsson, un político socialista, justificó las prohibiciones diciendo que los islandeses no podían beber como la gente normal.
No sé cuál sería el equivalente de este político en España, pero en cada país tienes uno de estos. Imagina que hubiera uno que dijese que los españoles no pueden beber porque son tan pasionales que si se toman algo la lían, o en Inglaterra, que como es un país de hooligans, el alcohol debería estar prohibido. Cada país tiene sus estereotipos absurdos y el gobierno islandés tiró de ellos para justificar la prohibición, ese rollo de que son vikingos muy brutos, pero la realidad es que allí se bebe porque todo el año estás en el puñetero invierno, como en Noruega o cualquier parte de Escandinavia. ¿Qué haces en mitad de la nada muerto de frío? Pues beber.
Lo que es importante para esta historia fue la atmósfera de secretismo que trajo la Ley Seca, porque es lo que originó las teorías de la conspiración. La gente empezó a asociar estos clubes con los políticos y traficantes de alcohol, lo que dio pie a que todo el mundo se inventase teorías. Todavía dura, yo sigo recibiendo correos de gente que sigue conectando las desapariciones con la CIA, por ejemplo. Me han llegado teorías muy detalladas de por qué la CIA mató a esas dos personas e intentó adjudicárselo a otros.
Es normal que surjan tantas hipótesis porque nunca se ha aclarado nada y es todo muy oscuro. Se han hecho documentales, ahora se prepara una serie de televisión, hasta hubo un presentador de televisión que escribió un libro en el que decía que sabía qué había pasado, pero que no lo podía contar. La historia está tan profundamente arraigada en Islandia que todo el mundo sabe quién es el asesino.
Y el tercer fallo del sistema era la naturaleza inquisitorial del sistema legal, copiado del antiguo de Dinamarca.
Eso ha cambiado ahora, pero en los años setenta —venía de la época colonial danesa—, el juez tenía autoridad para ir a las celdas a interrogar a los acusados y reunir pruebas. En el caso de Saevar, uno de los jueces instructores de su caso participó en sus interrogatorios como si fuese un policía más, presionándole para que dijera lo que le interesaba para usarlo en el juicio. Los acusados, mientras, no sabían ni quién les estaba interrogando, si eran jueces, policías, fiscales, abogados o investigadores. Habían perdido la noción del tiempo y les hacían interrogatorios de doce o catorce horas.
Hasta aquí, tampoco es nada espectacular. Unos desaparecen, hay Ley Seca, la prensa se alarma, las autoridades buscan un culpable, lo sea o no. Bueno, peores cosas se han visto. Sin embargo, este caso tan absurdo llegó a tener importancia en la Guerra Fría.
La gente no sabe que Islandia tuvo un papel clave tanto en la Segunda Guerra Mundial como después, incluso hoy. Su posición geográfica es vital. Los nazis y los aliados quisieron controlarla y de repente sus doscientos cincuenta mil habitantes de entonces se vieron en mitad de un conflicto. Querían ser neutrales, pero una noche, de buenas a primeras, llegaron barcos británicos e invadieron el país. El gobierno islandés fue pragmático, pensó que, puestos a ser invadidos, mejor que fuesen los aliados. Obviamente, no iban a hacer una declaración pública diciendo lo felices que eran de perder su soberanía, pero hicieron la vista gorda.
La llegada de soldados extranjeros cambió a la juventud, como pasó en España con las bases de la OTAN durante la dictadura.
Pero aquí fue un inicio de relación complicado. Los americanos llegaron un año después de los ingleses. Los islandeses se encontraron con montones de soldados jóvenes hablando otro idioma y sus expresiones y palabras empezaron a introducirse entre los jóvenes. Hubo campañas en la prensa para que no se dijeran palabras como banana, hello, hi, bye, coffee… Se cuenta la historia de que un agricultor escuchó una vez a un imitador de Elvis y murió de un paro cardiaco. La cultura americana podrá no ser muy rica, pero sí puede ser muy dominante, sobre todo en esa época. Trajeron sus restaurantes, su comida, aparecieron barrios americanos para los soldados y se llenaron de adolescentes islandeses atraídos por la música, las drogas y la ropa. Así se empezó a filtrar la influencia exterior por todo el país.
No obstante, lo verdaderamente grave fue que hubo mujeres islandesas que tuvieron relaciones con los soldados. Ahí mucha gente se llevó las manos a la cabeza y dijo: «¡No podemos permitir esto!». Sin embargo, esto no es exclusivo de Islandia, es eterno. Cuando Merkel permitió que los refugiados entraran en Alemania, la reacción principal que hubo en contra fue que iban a violar a sus mujeres. Es el mayor miedo que tienen. En la Islandia de los años cuarenta había pánico a que sus mujeres tuviesen relaciones con los de fuera. Su identidad se diluiría.
De modo que reaccionaron con mano dura, lo convirtieron en un delito y metieron a las mujeres en granjas de reclusión. Se les hacían exámenes médicos, aunque no tuvieran relaciones con los americanos: bastaba la sospecha. Entre los vecinos, incluso familias, hubo acusaciones de todo tipo. Es un ejemplo perfecto de cómo una sociedad de gente muy cercana, ante la adversidad, de repente puede convertirse en claustrofóbica. Se sentían muy seguros y de pronto se volvieron unos contra otros.
El caso de la cantante Soffía Karlsdóttir lo demuestra.
Era una estrella pop islandesa, cantaba «Be With a Soldier is a Dream», que fue condenada en la mayoría de los medios de comunicación del país. La denigraron y tuvo que arrepentirse, abandonar su carrera de cantante y quemar la ropa con la que había actuado. Eso te da la medida de cuál era la situación en ese momento.
¿Ha desaparecido esta paranoia?
Hoy es completamente distinto. La economía del país creció mucho abrazando la globalización en los ochenta y noventa antes de que todo se hundiera con la última crisis. Ahora está el turismo, entran 2,2 millones de turistas cada año y ellos son trescientos cincuenta mil habitantes. Es casi siete veces su población; cualquier preocupación que tuvieran antaño por la llegada de extranjeros ha desaparecido. De hecho, su llegada mantiene la economía.
Solo queda la protección del lenguaje. Trabajan para preservarlo y que palabras que llegan por internet o las redes sociales no sustituyan a las suyas. Hay organismos que buscan traducciones apropiadas para asegurarse de que no se pierda su lengua o se llene de americanismos. Todo el mundo habla inglés perfectamente en Islandia, pero aun así protegen mucho su lengua. Están orgullosos de haberla conservado hasta hoy y de que haya permanecido prácticamente inalterable tantos años.
Hablábamos de que las dos desapariciones llegaron a desencadenar una intervención de la OTAN.
La isla era clave después de la Segunda Guerra Mundial, y los americanos querían mantener su base ahí. Sin embargo, Islandia tuvo un grave conflicto pesquero con Reino Unido y la URSS trató de atraerlos importando su pescado. Mientras tanto, la policía había tenido seis acusados de las desapariciones. Todo a raíz, como he dicho, de que Erla, a la que estaban interrogando por una estafa, hablase de un sueño que tuvo que no sabía si era real o no, pero que le sirvió a la policía para meter en prisión al entorno de Saevar, que vivía con ella.
Les tuvieron en celdas de aislamiento. Les drogaron, les hipnotizaron, les interrogaron una y otra vez y al final la policía tenía montones de confesiones que se contradecían entre sí. En ese estado de confusión, los rumores de la calle sobre la culpabilidad del caso empezaron a apuntar hacia las altas esferas, al Gobierno. Esa línea no se podía traspasar, ese gobierno no podía caer, porque la oposición era partidaria de quitar la base de la OTAN. Entonces, tuvieron que intervenir y trajeron a Islandia a Karl Schütz, un agente alemán, de la RFA, un superpolicía, para que encauzara el caso.
Schütz había trabajado sobre todo en casos de espionaje, en tramas políticas con servicios de inteligencia implicados muy enrevesadas y complejas. Su especialidad no eran precisamente los borrachos desaparecidos en la nieve, como has dicho antes. Schütz, conforme llegó, dijo en la prensa que la policía islandesa no tenía ni la experiencia ni la tecnología para resolver un caso así. Pero luego, si te lees toda la documentación del caso, ves enseguida que su misión fue poner a todos los acusados a cantar la misma historia.
Ahí están las transcripciones donde les está diciendo lo que quiere que digan y lo logró. Va de uno en uno, interrogándolos, pero metiéndoles en la cabeza a uno dónde ha metido el cuerpo, a otro quién ha sido el que mató al tipo. El objetivo era llevar a esa gente a prisión con una declaración en la que se autoinculparan para poder cerrar el caso de una vez, cobrar un montón de dinero del Gobierno islandés y volver a la RFA como un héroe.
Cuando luego salieron a la luz las arbitrariedades y barbaridades del procesamiento de esa gente, ¿no le llamaron?
No, murió antes de que volviese a salir el tema.
El tío consiguió un sumario de diez mil páginas.
Sí, fueron veinticinco tomos. Es una historia muy complicada.
Pero ha descubierto que la historia que la policía y el agente alemán intentaron que cantasen los acusados provenía de otro borracho.
Esta es la parte más loca de toda la historia. Me puse a investigar de dónde podría venir la versión oficial, lo de que habían estado en un barco traficando con alcohol y por una pelea habían hecho desaparecer a las víctimas. Me puse a leer todos los interrogatorios a ver cuándo aparece por primera vez, y resulta que surge en un documento de una declaración que la policía le toma al padre de un niño.
Un borracho, de hecho, cuando le detuvieron llevaba una semana bebiendo, había dicho que él sabía todo lo que había pasado. Su hijo, inocentemente, le denunció y luego el hombre le dijo a la policía que se lo había inventado, que estaba de broma, bebiendo. Pero la historia que le contó a su hijo coincide al cien por ciento con la que luego hicieron confesar a los acusados. Es ahí donde empieza todo. Esa gente estuvo en celdas de aislamiento durante meses y les hicieron repetir y creer que era real… una historia inventada por un borracho.
¿Los acusados llegaron a creer la propia historia que les hicieron confesar?
Hay que tener en cuenta que era otra época, que los policías no tenían experiencia y tampoco eran realmente muy conscientes de cómo le podía afectar a los presos estar meses en régimen de aislamiento con interrogatorios diarios. Uno de ellos estuvo seiscientos cinco días. Los estudios psicológicos dicen que con solo estar siete días ya puedes empezar a sufrir daños mentales; pues multiplícalo por cien. Con seis días en aislamiento sufres daños mentales, a los acusados de este caso les metieron seiscientos. Empiezas a verlo todo confuso, no recuerdas con claridad tu propia vida y, al final, una persona acaba diciendo cualquier cosa. Eres completamente manipulable en ese momento. Por ese motivo les arrancaron confesiones de algo que no habían hecho.
Actualmente, a Erla, que ha estado con ella varias veces, la siguen insultando por la calle. Antiguamente hasta le escupían, pero era inocente.
Hay gente que ha cambiado su opinión sobre ella, pero, por cómo la mira todo el mundo, ves que hay tensión. El problema con ella es que la historia de su sueño con la que se inculpó a tanta gente, su hermano incluido, que era un baloncestista famoso, se considera que no le fue obtenida bajo presión, que lo dijo gratuitamente y que ese fue el origen de todo el lío. Creo que es algo completamente debatible. Ahora, todo el mundo ve a Saevar como una víctima, un pobre hombre que murió alcoholizado como consecuencia de todo esto, y a ella la consideran la causante de todo el problema. Sobre todo, por declaraciones que han hecho familiares de Saevar.
Dices que el caso no se pudo resolver porque en el poder seguían los mismos responsables de ese sumario de diez mil páginas.
Como en todos los países, igual no son ellos los que mandan, pero puede que estén ahí sus hijos, o los hijos de los policías. Los jueces han sido los mismos muchos años. Como es una sociedad pequeña, las élites salen todas de la misma piscina. Eso ha hecho que sea difícil que gire la rueda de la justicia. Tres décadas después, hay cosas que no han cambiado.
Lo curioso es que historias como esta, o como la crisis económica o la erupción del Eyjafjallajökull, no hacen más que aumentar la afluencia de turistas.
Todos estos desastres, que a los islandeses les crean ansiedad, también les ayudan en su economía. Los turistas que entran pagan una tasa. No obstante, las infraestructuras no pueden más con tanta gente, siempre está en las noticias este problema. No saben cómo lidiar con tal cantidad de visitantes. Ha sido un cambio muy rápido. Ahora, la mayoría de los trabajos están basados en el turismo. Es un país de subidas y bajadas. Primero fue la pesca, luego las finanzas y ahora el turismo. Han pasado en muy poco tiempo de tener unos pocos miles de visitantes a tener millones. Parece que se repite siempre el mismo patrón, aparece algo que les salva y luego les destroza. La historia se repite una y otra vez.
¿Cuál es tu teoría sobre las desapariciones?
Ni idea, al final del libro he puesto las que me parecen más convincentes, pero es una pesadilla. Cuanto más te metes a fondo con la documentación, en más agujeros caes. Ahora siento que conozco menos la historia que cuando empecé a investigarla.
El crimen no es más que el pormenor de lo que es, al por mayor, la ley penal…
https://youtu.be/1YMO2jIigP0