El tiempo, que es un cabrón.
El tiempo nos dice que el quinto Tour de Francia ganado por Miguel Induráin (momento de jolgorio generacional) cumple este verano veinticinco añitos. Un cuarto de siglo. Ya ven, qué gracioso. Y qué viejos somos.
Así que vamos a recordar un poco aquella carrera, aquella figura. Que tuvo su importancia. Y, oigan, nos encanta jugar con la baza de la nostalgia millennial y el desconocimiento… En fin, no sé cómo se llaman los nacidos más allá del 2000. Que alguien me lo explique. O no.
Total, yo he venido a hablarles de un tipo peculiar.
Aquellos locos noventa
Bienvenidos al ciclismo de los años noventa. Los maillots son feísimos, las medias de velocidad aumentan de forma (literalmente) increíble, los corredores parecen pasados de peso (al menos según los cánones actuales) y cada día se ven cosas de esas que uno no puede explicar muy bien. A ver, es la época de los Juegos Olímpicos de Barcelona, la «Macarena» y la caspa en Telecinco (hay cosas que nunca cambian, amigos), así que tampoco nos podemos llevar las manos a la cabeza…
Aquellos tiempos tenían, sobre la bicicleta, once meses y un nombre. Julio se llamaba, desde 1991, Miguel, porque tampoco es que julio fuese demasiado original, si ya era una invención por qué no íbamos a poder cambiarlo, eh, ¿por qué no? La cosa es que ese tal Miguel, que se apellidaba Induráin, estaba dominando el verano de Francia con puño de hierro. Como pocas veces antes se había visto. Ninguna, desde luego, con un español protagonista. Cuatro Tours, uno detrás de otro, cada estío más ventaja sobre el segundo que el anterior. Menudo dato. Parecía invencible y, en muchas ocasiones, lo era.
¿Tenía rivales? Claro, pero hoy nos parecen apuntes, pies de página en la gran historia. Si Rominger amasaba un palmarés excepcional siempre parecía poco, porque en la joya de la corona se mostraba impotente contra el navarro. Chiapucci y Bugno eran solo nombres eufónicos y bonitos recuerdos (el primero por su valentía, el segundo por su belleza). Lemond al borde de la retirada, Fignon viendo la carrera desde su París amado, los colombianos fuera de combate desde que esprinters y clasicómanos suben (milagro de milagros) más que ellos. Un páramo desolado. Nadie espera otra cosa en el Tour de Francia que no sea una victoria de Miguel. Aquel a quien los medios franceses ya se refieren casi con aura de divinidad. Él. Yo soy el que soy.
Una zarza ardiendo en bicicleta.
El quinto mandamiento sobre la Grande Boucle.
Si una tarde de verano un ciclista
De Miguel Induráin se decían muchas cosas. Ahora recordamos solo las buenas, y nos parecen unanimidad sobre su figura. Todos lo admiraban, entendían su tranquilidad, su pensar a largo plazo. Cerebro de agricultor adaptado a la bicicleta. Se planta ahora, se cosecha meses más tarde. Sin una no hay otra.
Pero antaño no era así. ¿Consenso? No, no, se equivocan. Es más, grandes campeones del pasado lanzaban darditos a Induráin. Que lo hiciera Bahamontes es casi esperable, porque Fede se cisca en todo y en todos, sin importarle procedencia, edad o palmarés. Sin importar, siquiera, si tiene una pizca de razón. Pero estaban otros. Fuente, por ejemplo, el Tarangu, quien años atrás dijo que Induráin era «un poco globero». Un poco globero. Pásmense. O Fignon y Guimard (Guimard y Fignon) que achacaban al navarro cierta falta de panaché. También Hinault, claro, pero es que para Hinault cualquier cosa debía parecerle poco después de mirarse mañana tras mañana en el espejo.
Básicamente el reproche era siempre el mismo. Que no atacaba. Que era previsible. Mazazo en la crono larga, aguantar en montaña. Como mucho selección subiendo las primeras cuestas serias (Alpes, Pirineos) y después a administrar rentas. Que se maten los demás, que se destruyan entre ellos. Parcialmente falso, aunque no del todo. La épica, ¿dó es la épica? Nada parecía bastar.
Quizá por eso Induráin decidió que su quinta victoria sería distinta. Diferente. Movimientos osados allí donde nadie lo espera. Golpes a la moral más que carros de minutos. Camino de Lieja, por ejemplo. Séptima etapa, primera semana. Esa que es de transición, esa donde jamás ocurren cosas importantes para la clasificación final. Un recorrido quebrado, un final que recoge cotas de la Lieja-Bastoña-Lieja. Calor, ciclistas con chichonera, gemelos tensos surcados por pequeños ríos de sudor. Y sensaciones extrañas. Un primer salto de Induráin, a mucho de meta. Tanto que nadie parece darse cuenta, no se le otorga mayor importancia. Pero es una señal. Lleva piernas de fuego (como a las leyendas siempre se las exige más y más muchos se preguntan cuántas otras veces las habrá llevado). Y, sobre todo, tiene ganas de hacer algo que se salga del guion. Una osadía. El hombre más cuerdo del mundo se ha despertado hoy con ojos de loco.
Quedan veinticinco kilómetros a meta y arranca. Gesto crispado en el rostro, los dientes (blancos, blanquísimos) asomando más allá de los labios. Depredador en busca de sangre. El resto de favoritos caminaban confiados por una senda y acaban de darse cuenta que al final había un acantilado. O algo parecido. Uno que aguanta los embates de cualquier ola. Sacará un minuto al final del día. No gana la etapa, no se viste de amarillo (ambos premios van para Johan Bruyneel, un belga que corre en el equipo ONCE), pero es lo de menos. Moralmente ha destrozado a sus rivales. A todos. Esfuerzo físico inmenso, magra ganancia en la práctica. Pero el ciclismo es, muchas veces, un deporte que se practica con mente y pulmones.
También con el corazón.
En la crono Induráin gana, retoma la camisola de líder. Pero el golpe queda atenuado, no es el de otras veces. En especial con Bjarne Riis, un danés grandote y calvo con gesto de eterno estreñimiento y barro corriéndole por las venas. Apenas un puñado de segundos, muy cerquita en la general. ¿Amenaza real? Tiene la misma edad que Induráin y solo ha entrado una vez entre los diez primeros de una gran vuelta (el Tour de 1993). Tipo gris, gregario venido a más. Desde luego nadie esperaba este salto con treinta y un años cumplidos, pero qué quieren que les diga… Doce meses más tarde, cuando se entere de que Riis está a punto de ganar el Tour de Francia, Lucho Herrera no dará crédito. Pero cómo va a ganar ese, si es un aguador. Y lo dijo así, con media sonrisa en el rostro, contando más con silencios de lo que con palabras podía contar.
Así que el peligro era, como poco, inesperado. Controlar a Berzin, a Rominger, incluso a Pantani. Bueno, todo eso se había hecho años atrás (salvo lo del ruso, pero a esas alturas Berzin ya empezaba a tener la cabeza como unas maracas, y es difícil que no se supiera en el pelotón) pero aquel otro tipo… En fin, la incógnita quedó desvelada en La Plagne, primera etapa alpina. Por mucho que uno lleve motor Ferrari trucado es difícil que se mantenga estable si lo pasas continuamente de revoluciones. Así que Riis petó.
Lo hizo durante el, seguramente, mayor ataque que jamás lanzó Miguel Induráin en montaña. Mientras Zulle protagonizaba una larga escapada (a esas alturas el suizo la había pifiado en la crono y tenía que resarcirse) Miguel acelera casi en la base del coloso (el mismo que domeñó Fignon en su exitoso 1984, en el que repitió tres años más tarde, cuando lo de Perico, Roche, Loro y el oxígeno) y muy pronto se queda solo. El último en ceder, Pavel Tonkov, se clava al asfalto como una marioneta al que le hubiesen cortado las cuerdas, las extremidades deslavazadas. Imagen impactante. El maillot amarillo trepa, al fin, sin nadie a su alrededor, el cuerpo exudando potencia, la mirada perdida al fondo. Otra vuelta de tuerca. Como si supiera que se acerca el final, como si estuviera ansioso por dejar fotografías hermosas. Allí, de facto, sentencia ese Tour. El quinto. Nada menos.
Está en el Olimpo.
Sobre aeródromos, montes y dramas
¿El resto de la prueba? Bien poco. Nada, podríamos decir. Entiéndanme, yo he venido a venderles épica, lucha sin cuartel, diferencias asombrosas, volteos inesperados produciéndose cada tarde. Y oigan, miren, pues no. Les puedo dar un par de situaciones concretas, seguramente difuminadas por la leyenda, por el paso de los años. Pero analizadas con frialdad…
(Claro que aquí no hemos venido a analizar las cosas con frialdad).
Por ejemplo, camino del aeródromo de Mende, una pista diminuta situada sobre un pueblo diminuto en pleno país del Oc. Región desolada, con carreteras estrechas, asfalto rugoso, curvas y más curvas. Cuestas, descensos. Uno de esos sitios en los que no querrías quedarte tirado. Cerca, muy cerca, de donde sucedió todo aquello de la Bestia de Gévaudan. La Bête. Ese tono.
Aquel día la ONCE intentó algo distinto. Original. Si hombre contra hombre Induráin es inabordable probemos una lucha diferente. Escuadras. Como lo de Héctor y Aquiles, pero al revés. Y ahí los de Manolo Saiz arrasan. Organizan una celada al Banesto cuando restan más de doscientos kilómetros hasta Mende. Seis escapados, tres de ellos vestidos con maillot rosa. Uno, Laurent Jalabert, es sexto en el Tour. Pronto cogen ventaja, hasta diez minutos. El francés, líder virtual. El 14 de julio. Fiesta doble.
El resto, en realidad, es historia mil veces contada, y se ha sobredimensionado en exceso. Digamos que, visto en perspectiva, el Tour jamás corrió peligro. El asunto fue osado, sí, pero… realmente a Induráin se le caían los huecos, el diferencial de fuerzas, con Laurent. O, matizando, aquello no podía ser jaque mate nunca para alguien como el navarro. Porque tenía unos compañeros que aguantaban lo justo, sí, pero también arrobas de agradecimiento en forma de dádivas y generosidad para con demasiados en los años anteriores. Cuando Ocaña sometió a Merckx camino de Orcières Merlette, 1971, nadie quiso ayudar al belga, hastiados como estaban de un dominio tiránico, abrumador. Quedaron a su rueda, disfrutando del espectáculo, de la derrota, del daño. Faltos de compasión como él antes. Induráin no era así. Ciclista-labrador. Aquel día tocó cosecha. ¿No hay Banesto? No pasa nada. Ayuda Gewiss, tira incluso Brescialat, que lleva un hombre por delante. No será ese el día en que quede destrozado sobre la carretera, persiguiendo un imposible.
Pero fue hermoso, sí. Y también hubo cierta incertidumbre. Aunque la imagen haya quedado distorsionada por el tiempo.
Todo eso faltó en los Pirineos. La emoción. La belleza. Hubo drama, nada más. Y un largo transitar en silencio, sudando como perros, por algunos de los puertos más duros.
Sucedió en el Portet d´Aspet. Hechos sabidos, no hay necesidad de extenderse en lo macabro. La etapa reina de Pirineos, la que habría de franquear Tourmalet antes de Luz Ardiden. El día anterior Marco Pantani había logrado su segundo parcial. Alpe d´Huez, Guzet Neige. No era mal botín, pero al final quedaba la sensación de cierta inconsistencia. Falta de regularidad.
Nada que no se olvidase con otra demostración en montaña. Pero jamás ocurrió. Cuentan que a Pantani se lo dijeron mientras subía por las cuestas de La Mongie. Algún mecánico sin tacto, algún espectador desaprensivo. Marco, Marco, es Fabio. Mirada interrogante, algo velada por el esfuerzo. Fabio Casartelli. Se ha matado bajando Aspet. Una caída. En el suelo, inerte. Ya no está. Cómo sufrir después de eso, cómo asesinarte a ti mismo poco a poco cuando unos kilómetros más allá quedó ese amigo de juventud. El escalador termina esa etapa lejos de los mejores, llorando, desconsolado. No hubo fiesta aquella tarde en el pódium, todo tenía una sensación de inutilidad, de pesadez.
Como lo del día siguiente. Homenaje a Casartelli, el pelotón a paso de burra atravesando puertos pirenaicos durante más de doscientos sesenta kilómetros. En Soudet la gente jadeaba destruida, pegada al asfalto, incapaz de avanzar. Pero el gran grupo, esa vez sí, disminuye ritmo. Bjarne Rijs, aquel calvo que iba montado en un Ferrari, bufa su desacuerdo. Esta etapa, esta, era la que yo tenía marcada como mi gran ataque al maillot amarillo. Ya ven, casualidades. Dicen que ahí firmó su finiquito con el equipo Gewiss, porque los italianos lo sintieron como una egoísta falta de respeto.
(Años después Manolo Saiz, director de la ONCE, dijo que ellos también tenían preparado un zafarrancho a todo o nada precisamente en este parcial. Las carreras que no llegamos a ver son siempre las más interesantes, parece).
Cuatro días más tarde Miguel Induráin entraba en París vestido de amarillo. Era la quinta vez. Como Anquetil, como Merckx, como Hinault. Ya estaba con los dioses. Solo que él, además, lo hizo de forma consecutiva. En eso los había incluso superado. Un lustro lleno de milagros y dolor.
Un cuento que parecía no acabar nunca.
Todo lo que fue, todo lo que se quedó sin ser
Y después… nada. O casi nada. Deriva anómala, final inesperado. Como si el mundo estuviese empeñado en mantener las tradiciones, los récords añejos. Ellos no pudieron, tú no podrás. Nadie, nunca.
(¿Lance Armstrong? Pues no me suena. Me pongo a mirar y veo que tiene buen palmarés, con un Mundial y etapitas del Tour, pero nada más. En serio que no sé de lo que me habla).
Más de un lustro antes, cuando nada había comenzado aún, José Miguel Echavarri dejó una frase profética. «Veo a Miguel vestido de todos los colores». Rosa, amarillo, blanco… quedaba solo un maillot distintivo, uno de esos que saltan con asterisco entre los títulos mayores. El arcoíris, precisamente. Campeón del mundo, sí. La guinda del pastel. Oportunidad inmejorable, además, con una prueba a disputar en Colombia, recorrido para hombres fuertes, para escaladores. Todo lo que de azarosas tienen las carreras de un día (siempre menos de lo que nos hacen creer algunos) quedaba así atenuado. Perfecto. Casi un trámite.
Solo que…
Solo que Abraham Olano saltó en la penúltima vuelta. Un poco por el córner, como se suele decir. Y allí Induráin demostró que nunca sería Merckx, que jamás pasaría por un Hinault. Donde ellos hubiesen perseguido como perros (soliviantados ante la posibilidad de que un gregario les hurtase la gloria) Miguel se dedicó a controlar. Vigilar. Primero y segundo en meta. El navarro, magnánimo, sonríe satisfecho.
Dura poco.
Porque luego le calientan los cascos. El hermano malote, sus propios maestros. No vinimos aquí a hacer plata, Miguel, no vinimos a que ganasen los de ese equipo. El gigante arruga morro, frunce ceño. Es peligroso enojar a alguien tan grande, alguien que nunca dice palabras de más. Encima le enfangan en un intento fútil para batir el récord de la hora, algo que a esas alturas Induráin sabía imposible (y le daba una pereza tremenda). Más tiempo alejado de la familia, más tiempo enclaustrado, entrenando, por el altiplano colombiano. Sin contar con él. Obligación ante los patrocinadores. Cuando tienes cinco Tour de Francia. Váyanse ustedes a esparragar, era la respuesta más lógica. Pero tenía tantos silencios Miguel…
Malos presagios, sí. Pero en 1996 el hombre que todo lo puede parecía seguir pudiendo con todo. Atila en bicicleta. Carreras menores, claro, aunque sensación de poderío brutal. Más atacante que nunca en montaña, menos dominador, quizá, contra el crono. De cara al Tour todo va bien, todo va perfecto. Quién iba a domeñar aquella fuerza de la naturaleza. A Zulle lo somete cuando se cruzan, con Jalabert pasa lo mismo. El danés, ese Riis, ni siquiera puede subir en bicicleta los últimos metros del Izoard durante la Dauphiné Libéré. Echa pie a tierra, trepa arrastrando su máquina. Diez minutos antes ha pasado por allí, imperial, el navarro. No hay nada que temer, es temido por todos…
El resto es un julio de lluvia y viento, y un Les Arcs interminable, y nieve sobre las cumbres de Iseran o Galibier. Es, también la senda más triste, más larga, hasta Pamplona.
Es… en fin, el Tour de 1996.
Otra historia.
Qué verguenza de artículo. Induráin se dopaba. Así de simple. ¿Se haría un artículo parecido de Amstrong?
Tu comentario lo suscribo.
Un artículo cuanto menos magnánimo.
Evitando manchar nuestra raza ilustre sin mácula en cuanto a dopaje se refiere.
De aquellas aguas estos lodos.
Bendito y malogrado país.
Qué pesados sois los de la matraca del doping. En el peor de los casos, TODOS se dopaban, así que corrían en igualdad de condiciones. En el mejor, nunca nadie ha demostrado que Miguel se dopara. Si fuera catalán e indepe seguro que nadie se referiría a estas idioteces.
Es que la UCI capó la investigación:
https://www.elconfidencial.com/deportes/ciclismo/2017-12-13/indurain-positivo-salbutamol-froome-zulle-ullrich_1492001/
A partir de aquel momento, Indurain dejó de ganar. Se retiraba de todo. Si le pillaban por doping, lo mismo le tocaba devolverlo todo. Y los contratos publicitarios, adiós.
El tema del deporte dejó de ser quién era el mejor atleta para convertirse en quién tenía el mejor médico. Y eso, cuando se destapó, al espectador le pareció una p. m.
Este tipo de artículos se los tragaba el público de finales de los 80s. Yo apenas los leo por encima. Los pies de barro del héroe-deportista comenzaron con Ben Johnson en Seul. Griffith Joyner se retiró rápidamente. Mutis por el foro. Y se destapó la caja de pandora. Hay muchos otros héroes del deporte, tan grandes en su día como Indurais, que van desde Marion Jones a Juanito Mühlegg, pasando por Katrin Krabbe. Lo mismo a Marcos le da por hablarnos de la «Operación Galgo» y otra heroína más, Marta Domínguez, y nos echamos otras carcajadas.
Querido «sincero».
Si fuera «catalán e indepe» estaria seguramente encarcelado y encausado a la espera de las mil y una pruebas acusatorias y retirados sin duda todos los títulos. ¿Lo dudas?.
En todo caso no confundas churras con merinas. No Pertoca.
Saludos «camarada».
*Note la inquina.
Ahora solo te faltaría añadir que si fuera de izquierdas estaria en el Panteón de los gloriosos dioses.
No diga bufonadas Mongusko o Monguska. O es que realmente cree Vd que sólo Induráin iba dopado. No, si resultará ahora que sus rivales no aprovechaban esas ayudas extra, eran todos honradísimos y únicamente el español hacía trampas.
Eso pienso yo. Iban todos bien provistos de EPO, pero según los dos lumbreras de arriba los demás eran muy honrados y sólo se dopaba el navarro.
El ciclismo es un deporte durísimo, agonístico, y SIEMPRE ha existido el doping
Muy buen articulo. Eddy merckx e Indurain han sido los más grandes del ciclismo. Miguel es una persona admirable y se merece esto y más.
En cuanto a ese tal «astron» ¿quién es?
Un adicto al salbutamol, aquel año en que los más grandes del pelotón comenzaron todos a padecer de asma. Un caso de contagio inusitado.
Y sí, hubo mucha diferencia con Armnstrong, porque éste se dopaba con EPO y lo confesó.
Estos artículos hay que enmarcarlos en la categoría de «Épica y farmacología».
Lo confeso depues de años, cuando ya no le quedo otro remedio. Todos se dopaban, si hay que condenar, que sea a todos. Y Armstrong ademas era un macarra dictador que tenia al equipo en un puño
«¿Lance Armstrong? Pues no me suena. Me pongo a mirar y veo que tiene buen palmarés, con un Mundial y etapitas del Tour, pero nada más. En serio que no sé de lo que me habla».
Sí, corramos un tupido velo sobre ello. Tanto daño hizo al ciclismo… Costará que la sombra de la sospecha deje de rondar a un ganador de una gran vuelta, si es que alguna vez lo hace :(
«Y oigan, miren, pues no». Esta revista nos ha acostumbrado durante mucho tiempo a la lectura de textos cuyo tono y estilo narrativos —lo diré de modo similar a como escribe el autor del artículo— ??????? ?? ?????. ¡Dadnos más molla, por favor! Para escribir como se habla, las redes sociales son perfectas.
Gran artículo. Desde aquel año los meses de Julio han sido más fríos
Estupendo artículo. Y que tiempos…. salíamos de la oficina para ver el tour en un bar de al lado, se lo decíamos a los jefes, estamos viendo a Miguel, luego volvemos. Y con el paso de los días ellos mismos nos acompañaban. Luego tocaba quedarse más tiempo en la oficina, pero valía la pena, y mucho.
Qué lujo disfrutar de otro relato del maestro Pereda, con esa prosa tan característica y fascinante no? Algo diferente y genuino. Recuerdos de la última generación romantica del ciclismo posiblemente. Abrazo muy fuerte. Te leemos y disfrutamos!
El médico de indurain era el mismo que el de gurpegui
Indurain se dopaba, bien, pero desde el 87 Greg LeMond lo veía como ganador de Tour. Armstrong apuntaba a gran clasicómano y porqué no a pequeñas vueltas por etapas. Hay una diferencia entre mejorar tus prestaciones y las transformaciones brutales de Armstrong o Riis, que andarán al nivel de las transformaciones de Freezer en Dragon Ball Z
Se dopaban todos. Ergo Induráin era el mejor igualmente. Grande Miguelón!
Sí, Miguel se dopaba, y lo sabíamos. Todos no, aunque a poco que estuvieras metido en cosas de bicis, lo sabías. Pero es que verle ganar era especial.
De Ocaña te hablaban tus padres, de Bahamontes tus abuelos, a Perico le habías visto, pero sólo fue uno. Pegados a la tele para ver a Indurain ganar muy a lo Anquetil, se perdonaba. Te emocionaba, ganaba. Era uno de los nuestros. Se dopaba como todos. Eso decías para auto exculpar tu pasión ciega.
Hoy, que cada vez hay menos careta, sabiendo que todo es mentira, te sigues pegando a la tele. Tarangu te fuiste pero nos dejastes marcados.
No voy yo a defender a Armstrong, ni mucho menos. Creo que está demostrado que en esa época (1990-2010), y supongo que en anteriores y posteriores también, los más grandes se dopaban, hay demasiados testimonios y pruebas como para negarlo. Lo que hay que decir claro es que si todos se dopan (presupongo imposible saber cuánto en realidad), no se puede desmerecer a los que ganaron solo porque ganaran «dopados». El dopaje mejora el rendimiento, pero ha de haber una base física previa. Por lo tanto, en una época de dopaje generalizado, Induráin, Armstrong, Ullrich, Pantani fueron, en su momento, los mejores.
Otra cuestión es que uno confesara tiempo después y le retiraran (como si se pudiera «retirar» o «borrar» lo que se ganó en la realidad dopada del momento) sus victorias del palmarés «oficial» (es como si retiraran a la RFA el Mundial 54 porque iban de «anfetas» o a Argentina el del 86 por «la mano de Dios», es decir, borrar tan a posteriori lo ganado: ¿cuántos años pasaron desde las victorias hasta las anulaciones de Lance?) y otros, pues no confesaron.
Yo, que vi en directo toda esa época como mero aficionado, disfruté de las exhibiciones dopadas de todos esos ciclistas, al menos hasta 2008 más o menos, que dejé de seguir tan a menudo, sobre todo, Tour y Vuelta y me convertí en «aficionado ocasional». Si me cuadra, lo veo, sino, no; perdí el hábito. En todo caso, dopados o no, hay que estar encima de la bici todas esas horas dándole al pedal. Soy incapaz de restarles méritos. Por cierto, recuerdo lo de Casartelli y lo que me emocionó todo aquello, las fotos, las imágenes de Fabio sangrando… correr así, después de eso, también tiene mucho mérito…
Desde el título de Perico en el 88, claramente dopado, las cosas empezaron a cambiar. Lemmond ganó limpió, pero de ahí en adelante nada que hacer: todos estaba envenenados…
¡Indurain se dopaba!
Claro que si.
Igual que Lemond antes o Mercks.
E igual que ahora Valverde (Piti), o antes que él Contador (solomillo)
Pero esa no es la cuestión importante.
De lo que nadie se atreve a hablar es del dopaje sistemático y planificado científicamente?? del deporte Rey.
El fútbol es el deporte con más atletas dopado y el más protegido.
¿Para cuándo un artículo sobre este tema tabú?
Para nunca, el futbol da mucho dinero y no conviene mancharlo. Algun caso aislado en partidos sin importancia para guardar las apariencias.
Me ha gustado mucho el artículo…y de paso…recordar aquella década y el dominio de Indurain.
Pues yo creo que tenía toda la razón Riis, otro que tb iba dopado hasta las trancas por cierto.
Pero tiene razón, en mi opinión, cuando se queja de esa etapa pirenaica echada a perder tras la triste muerte de Casartelli, qepd. Es absurdo e imperdonable «homenajear?? así al corredor tan traumáticamente fallecido.
Se guarda un sentido minuto de silencio y se disputa la etapa, como todas. Es más, ese hubiera sido el mejor modo de honrar la memoria del italiano. Y no convertirla en una penosa marcha cicloturista fúnebre.