Ciencias

Tres semanas de abril (y II)

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Foto: Cordon Press.

(Viene de la primera parte)

Inflamación. 

Las palabras agudas siempre tienen el poder de lograr silencio. Cuando las escuchas o las lees te sientan los tímpanos. 

Aquel niño estaba inflamado. 

Desencadenado. 

Presentaba fiebre, con el corazón afectado, alteraciones de la tensión arterial y sus pulmones ya daban paso a esa imagen que en las noticias siempre acompañaba las referencias sobre el nuevo virus: neumonía bilateral. 

Ante esa circunstancia se decidió frenar lo que había perdido sensación de velocidad. No hay piloto que tenga más peligro que aquel al que no le importa tomar las curvas demasiado rápido. Aquellos leucocitos iban tan veloces que no estaban siendo cuidadosos al realizar su trabajo. Alguien o algo había llamado su atención, pero al disparar para proteger al infectado no estaban poniendo cuidado en evitar al pianista o dejar impolutos los cuadros. 

Hasta ese momento no se había recibido un paciente con un cuadro semejante. No se había descrito el dolor abdominal como un síntoma en niños infectados por SARS-CoV-2. Tampoco la tensión arterial baja, la función cardíaca alterada o las manchas en la piel. Así que tocaba plantear tratamientos aplicando un principio fundamental de la medicina: no hacer daño. 

El nuevo coronavirus es un virus perverso. No solo disfruta de la infección, sino que también es dueño de ese caos que hace que todo se rompa. Se beneficia de la anarquía que supone desquiciar aquello que nos debería defender y lograr que dañe lo que debería proteger. Se genera una disregulación inmune que arrastra y atraviesa el organismo. Además, disfruta de la capacidad de afectar más allá del territorio pulmonar. Lo que en adultos empezaba por los alveolos, en aquel niño parecía haber empezado por los intestinos. Tan solo necesitó una puerta de entrada, un atajo, para hacer que saltará en pedazos la armónica respuesta de los leucocitos ante la infección. Fuego entre los vasos y sobre los vasos. Fuego que marchaba por la sangre como lava llena de hemoglobina. Marcha que ardía sin fronteras por el organismo. 

Se instauraron las medidas de soporte adecuadas y, para tratar esta disregulación inmunitaria, se usaron fármacos que bloquearon el diálogo entre los leucocitos. La inflamación es discurso entre células en el que cada citoquina es una palabra entre ellas. Si hay más de las necesarias, si se convierte en un magma que no se entiende, terminará por generarse una tormenta donde todo se inunda sin contención. Se intentó lograr que dejara de llover usando inmunosupresores (corticoides e inmunoglobulina) y un anticuerpo monoclonal (tozilizumab). Era necesario detener la respuesta inmunitaria asumiendo que con eso se frenaba parcialmente la respuesta exacerbada frente al virus. Una tregua. Bueno para apagar una llama, malo para que el mismo virus u otros microorganismos se beneficiaran de la situación. La medicina haciendo empirismo y poniéndose en una balanza. Tras eso, y puede que por eso, el paciente mejoró. Aquella respuesta se llevó cuatro días del mes. Un caso inverosímil relacionado con un virus extraño. Se consideró que quizá no era más que la excepción que rompía una regla. Pero no hubo que esperar mucho para descubrir que la regla se iba a seguir rompiendo hasta dejar de ser regla en realidad.

En el servicio de urgencias se inició un lento goteo de niños fotocopia. Con precisión matemática, cada dos o tres días, se recibía la misma llamada. Individuos semejantes que se comportaban de forma parecida y que se repetían como un metrónomo haciendo su labor. Entre la sorpresa y la duda se procuraba atención. Se repetía un patrón no descrito con anterioridad en ninguna publicación científica. Todos los casos mostrando una relación temporal con SARS-CoV-2. Las miradas de los sanitarios cruzándose. Ojos al calendario y a la curva de infecciones. Encontrándose ante una complicación no descrita y probablemente provocada por un virus ante el que se enfrentaban por primera vez. Incertidumbre sumada a la duda que se añadía a la falta de datos previos. Bailando todos los tratamientos al son de lo que no se sabe. Medicina extraña donde la mejor evidencia era el sentido común.

De este modo pasaron más de quince días. 

Llamada urgente, historia clínica e inflamación. 

Días en los que se capturaban cada vez con más rapidez estos procesos. Habiendo pasado de no saber qué ocurría a una situación en la que se ofrecía un tratamiento aparentemente efectivo. Soledad en el abordaje de pacientes que se mitigaba mediante el diálogo con otros compañeros gracias a llamadas de teléfono o mensajes por WhatsApp. Recogiendo datos para comunicar con rapidez lo visto y contar lo hecho. Todo como ir avanzando en un pasillo que no sabes cuando termina, a oscuras, y que va encendiendo luces según avanzas por él. Una sensación nunca vivida. La incertidumbre es una compañera habitual en medicina, pero esta era más compleja al ignorar si esa palabra se compartía más allá de las paredes del hospital. ¿Solo ocurría en Madrid? ¿Solo pasaba en España? 

El 26 de abril la sociedad de cuidados intensivos pediátricos del Reino Unido lanzó una alerta en Twitter. Anunciaban estar observando un fenómeno no descrito en la infancia y probablemente relacionado con SARS-CoV-2. Hablaban de un síndrome inflamatorio multisistémico. Fuego y daño en todas partes. Leer aquello fue la confirmación del que descubre que no está aislado. Estábamos igual en todas partes. Lo que no se había visto en China se estaba viendo en Occidente. No éramos navegantes solitarios de aquel tipo de cuadros. Eran una inmensa minoría de niños los afectados por un proceso completamente inesperado. Pero esa minoría había generaría una alarma global en los sanitarios dedicados al cuidado de la infancia. La alerta llegada desde las islas no tardó en cruzar fronteras. Aquello desencadenó una tormenta de preguntas entre los padres. Muchos sanitarios vieron como sus teléfonos vibraban con las dudas de familiares, amigos, amigos de familiares y amigos de amigos. En nuestro país no se comunicó de forma oficial hasta dos días después. Se temía la reacción ante la noticia. La unión de coronavirus, grave y niños era una suma que nadie esperaba en esta pandemia. 

El hecho de no comprender por completo lo ocurrido llevó a buscar comparaciones con otros procesos. Lo hacemos habitualmente con lo nuevo. Habitamos mejor en la semejanza, estamos más cómodos ahí, que reconociendo que lo visto es algo completamente desconocido. Así se usa la enfermedad de Kawasaki o fenómenos de activación macrofágica, con los que comparte algunos aspectos clínicos o analíticos, para construir un edificio que tiene arquitecto pero carece de nombre. Al tiempo aparecen las primeras publicaciones científicas. Se cuenta lo mismo con pequeñas variaciones en los tratamientos y con buenas respuestas en la práctica mayoría de casos. Resulta sorprendente descubrir que sin hablar en los momentos críticos se había tratado de forma parecida algo tan distinto. El sentido común había sido más rápido que el coronavirus. Publicaciones del Reino Unido, Italia, Francia, Suiza, Estados Unidos, España e India. Aún con silencio desde países como China, Japón o Corea del Sur. Se ignora la causa, pero sin duda se estará muy atento a los motivos.

Con la mejoría de la pandemia en nuestro país el número de niños afectados por coronavirus descendió. Se recuperó lentamente la normalidad si es que esa palabra significa algo ahora. La normalidad se nos ha hecho a todos utopía. A propósito de la infancia se comenzó a hablar de la vuelta a colegios y parques. Al tiempo, se destacan todas las interrogaciones que aún quedan sobrevolando el futuro. La infancia y el coronavirus tienen muchos capítulos pendientes y el contagio sigue siendo uno de ellos. Genera sin duda preocupación lo que hay más allá del mes de septiembre. O nos preparamos más y mejor o puede que la segunda ola nos haga dar más vueltas que la primera. Tropezar dos veces no tendría justificación alguna. 

Se ha aprendido mucho. Nunca tantos sanitarios han estudiado juntos y al mismo tiempo sobre un único hecho. Como si el foco sobre el escenario solo fuera capaz de iluminar al protagonista del momento. Con lo que hay alrededor en penumbra. Ahora toca abrir la luz y que se vea también aquello que estaba a oscuras, esperando. En el caso de la pediatría sabemos más sobre la afectación de los niños. Lo hemos visto y lo hemos vivido. Aquel primer paciente distinto puede que fuera tan solo un principio. No sabemos cómo nos sorprenderá el coronavirus, pero es seguro que no olvidaremos esas tres semanas de abril. Aquellos días en el calendario serán siempre cicatriz en unos meses que ya son más que recuerdo.

Conflicto de intereses y agradecimientos: no tengo ningún conflicto de interés con ninguna entidad o empresa farmacéutica. Mi admiración a los sanitarios dedicados al cuidado de la infancia durante estos meses. El diagnóstico de sospecha realizado ha sido clave en la buena evolución. Añado mi más sincero reconocimiento a todos aquellos que han participado en la atención a la población adulta. Han sido un ejemplo por lo hecho. Quiero agradecer la labor de los profesionales del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús. Obviamente y en especial a la gente de cuidados intensivos, esto no se nos olvidará. Finalmente agradecer su confianza a padres y cuidadores de los niños enfermos por coronavirus. A «S». y su familia, seréis siempre ejemplo.


Bibliografía

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