Según la UNESCO, la mitad de los seis mil idiomas hablados en el mundo actualmente desaparecerá en los próximos cien años. En la última edición de su Atlas de las lenguas en peligro figura una lista con dos mil quinientas lenguas, de las que doscientas treinta ya se han extinguido. Los países con mayor diversidad lingüística, entre los que se encuentran India, Indonesia, Brasil y México, son asimismo los que tienen más lenguas en peligro; la excepción es Papúa Nueva Guinea, el país con más lenguas minoritarias pero con menos de ellas en peligro. Hay una docena de lenguas consideradas muy mayoritarias, las habladas por más de la mitad de la población del planeta, dato que contrasta con que cada quince días desaparece una minoritaria. Ante este panorama, aquellos interesados en salvar las lenguas trabajan contra reloj.
¿Vale la pena salvar una lengua?
El argumento a favor más convincente es que cada una de ellas es parte constituyente de una cultura y portadora de unas señas de identidad, además de proporcionar una manera diferenciada de pensar y de comprender el mundo. Si una lengua muere, según este punto de vista, una gran parte de la mentalidad y cultura de sus hablantes muere también. Para demostrar esto se han diseñado estudios que revelan que las lenguas pueden tener un efecto en el modo de pensar de sus hablantes. Uno de esos estudios fue el realizado con hablantes de ruso e inglés en Boston en 2007, propuesto a raíz del conocido caso del idioma ruso en el que se emplea una palabra para referirse al color azul oscuro —cíniy— sin relación alguna con la que se usa para el azul claro —golubóy—, y demostraba que los hablantes de ruso eran unos milisegundos más rápidos que los de inglés en distinguir entre las distintas tonalidades de azul. Como curiosidad les diré que el traje de Superman no es azul sino golubóy, término que por cierto se utiliza también para referirse a un hombre demasiado afeminado. Si desapareciera el ruso, se entiende que también se perdería esa competencia —si es que no existe en hablantes de otros idiomas— y Superman alcanzaría el culmen de la masculinidad en la antigua Unión Soviética. El argumento es parcialmente convincente. Esos milisegundos, perceptibles solo en un laboratorio, no constituyen un punto de vista ni un aspecto cultural importante. Lo que consigue ese estudio y otros del mismo tipo es, más bien, extrapolar implicaciones cognitivas a partir de diferencias entre idiomas. Todavía queda mucho por demostrar para poder afirmar que hay puntos de vista patrimonio exclusivo de ciertas lenguas.
Que toda la cultura o parte de la misma se pierde es un hecho. Pensemos, por poner un ejemplo, en los cincuenta hablantes de mawayana, pobladores de la región del Esequibo en Guyana; no tienen contacto con otras tribus y su entorno les es desfavorable. Tarde o temprano morirán, y con ellos morirá su cultura y su lengua. Es lo que ocurre ahora con las poblaciones que viven aisladas. Sin embargo, en el momento en que hay contacto con otros grupos, se puede perder la lengua, pero no tiene por qué perderse (toda) la cultura. Si pensamos en los judíos de Nueva York que hablan yidis, sin duda es probable que constituyan una comunidad más unida, que vela por conservar del mejor modo posible su cultura, que los que no hablan la lengua, sin embargo, para ser judío en Nueva York no hace falta hablar yidis, y aquellos que solo hablan inglés siguen siendo judíos.
¿Y por qué justificar salvar un idioma para salvar una cultura? Desde ese punto de vista, la cultura está por encima de la lengua, una supeditación absurda no solo para un lingüista. Independientemente de la lengua, hay manifestaciones culturales que cambian, evolucionan. Y otras se pierden, a veces por fortuna. Defender que cada manifestación cultural debería existir para siempre demuestra un deseo de anclarse en el pasado y obviar el futuro. Otra cosa es estudiar la cultura y dejar constancia de la misma.
Entonces, ¿vale la pena salvar una lengua? Aunque no siempre suponga la pérdida (total) de unas señas de identidad, ni de (toda) una cultura, ni siquiera de un punto de vista, sí vale la pena y es sensato estudiar y dejar constancia de las lenguas que van a desaparecer —difícilmente vamos a salvar el mawayana—, y ayudar a los hablantes de lenguas minoritarias que deseen conservarlas. Las lenguas son científicamente interesantes independientemente de si muestran características culturales o puntos de vista; ofrecen una variedad equivalente a la diversidad de la fauna y la flora. Si se gastan enormes cantidades de dinero en proteger las especies y la biodiversidad, ¿por qué no proteger del mismo modo aquello que nos hace singularmente humanos? Esto lo entendía muy bien Ken Hale, lingüista del MIT que hablaba más de cincuenta lenguas minoritarias y que defendía su estudio porque ayudaba a descubrir nuevos fenómenos lingüísticos, tipologías y principios y parámetros. Para Hale, perder una lengua era perder conocimiento, cultura, arte… como «lanzar una bomba en el Louvre».
El mito de las lenguas asesinas
Por la forma en que está escrito este artículo y la mayoría de los que tienen esta temática, hasta el lector más despistado se percatará de que se habla de las lenguas como si fueran organismos con vida propia que nacen y mueren. También intuirá que la culpa de todo esto la puede tener la globalización y alguna que otra lengua asesina como el inglés. Sin embargo, y puestos a seguir haciendo paralelismos, cabe aclarar que las lenguas funcionan más como especies que como organismos, sobre todo en el modo en que se desarrollan (nacen) y cambian o desaparecen (mueren); no se les expiden certificados de nacimiento o defunción. Solo en retrospectiva, y después de muchos años, los expertos se han puesto de acuerdo en establecer el año en que, por ejemplo, en Italia murió el latín y nació el italiano —no sé si por establecer líneas divisorias que facilitaran el estudio de la historia de la lengua, o por desconocimiento sobre cómo cambian las lenguas, o por ambas razones—. Y así con todos los idiomas.
Una lengua se expande o contrae según el uso que se le da, y su estructura cambia cuando los hablantes la modifican al preferir unos parámetros sobre otros. Por ejemplo, la gramática de la lengua en que se escribió Beowulf en torno al año 1000, que los expertos clasifican como inglés antiguo, presenta sustantivos y artículos con tres géneros, características que cambiaron con el tiempo. Cambios de la misma envergadura presentó el paso del latín al italiano. Desde este punto de vista, una lengua es también una herramienta que modificamos y usamos según nuestras necesidades. Aceptar que una lengua es un instrumento de comunicación ayuda a entender por qué actualmente se expanden lenguas como el inglés; es tan ventajosa que sirve para entenderse con hablantes de otras lenguas, conseguir mejores trabajos, divulgar conocimiento, etc. Pero elegir usar el inglés no pone en peligro, de ninguna manera, las lenguas minoritarias. Si bien es cierto que la colonización de Norteamérica y Australia supuso la pérdida más o menos gradual de la mayor parte de las culturas y lenguas autóctonas hace unos pocos siglos, la situación actual, la globalización, no crea las circunstancias como para que una lengua extranjera como el inglés sea una lengua asesina. Se expande como lingua franca, con dominios de uso restringido y sin competir con las lenguas locales; ni viajar ni ver la BBC ni películas dobladas ni apuntarse a la mejor academia de idiomas del barrio pueden poner en peligro el mapa lingüístico de un país como Brasil. En las últimas décadas, el inglés ha desplazado al francés como lengua extranjera favorita, pero la amenaza para las lenguas minoritarias del Amazonas es autóctona. La situación es la misma en todas partes: las lenguas locales compiten con otras locales y las francas con otras francas.
La globalización actual, pues, no crea un contexto propicio como para que una lengua invasora extermine a otra. La colonización de hace unos siglos sí, fue entonces cuando empezaron a cambiar y en muchos casos a desaparecer las lenguas que ahora son minoritarias; la industrialización y urbanización de las últimas décadas solo han acelerado el proceso. Pero la situación fue un poco más compleja: cambiar no siempre significa morir o desaparecer, y del mismo modo que se extinguieron algunas lenguas, aparecieron otras como las lenguas criollas o los pidgin, aunque de eso hemos hablado en otra ocasión.
El enlace del final no funciona, debería ser este:
https://www.jotdown.es/2020/06/una-lengua-es-un-dialecto-con-un-ejercito-y-una-fuerza-naval/
Muchas gracias por avisar. Ya está cambiado.
Es la lengua cstellana asesina de las lenguas mesoamericanas? Y de las otras lenguas ibéricas?
En América, el español y el inglés han sido las asesinas. Y en España el español castellano, nada del inglés.
Gracias por el interés :)
Dos conceptos me parecen muy acertados: el de lengua asesina y el de la competencia entre sí de las lengua locales que debo entender como un asesinato en escala local. Un artículo interesantísimo del que comparto especialmente la idea de que al morir una lengua muere una cultura completa y el ejemplo más claro para nosotros es el latín: entenderíamos el mundo de otra manera si pudiéramos leerlo, si lo conociéramos.Aprendí de mi abuela a rezar el Credo en latín y cuando pude leerlo entendí cómo evolucionan las lenguas…¡nada que ver! Enhorabuena por el artículo.
A lo mejor no he entendido bien el artículo, pero creo que viene a decir lo contrario.
Digo que es interesante documentar las lenguas que van a desaparecer y ayudar a los hablantes de lenguas minoritarias si es que necesitan ayuda. Pero podría ser que lo que necesitan es aprender una lengua asesina, y también merecen ayuda.
También digo que las lenguas no son como personas que nacen y mueren. Algunas mueren, cierto es, pero otras se desarrollan y simplemente adoptan otro nombre.
Y respecto a las manifestaciones culturales digo que a veces valen la pena y otras veces no. Yo no dudaría en quitar los toros, que parece una manifestación cultural heredada de los anfiteatros romanos.
Gracias Laura. Te he respondido más abajo ?
A mí no me da pena ninguna, y lo dice uno que habla 4 idiomas, de los cuales sólo ha usado dos para ganarse las habichuelas en algo productivo de verdad (es decir, sobre todo en el sector privado), y uno lateralmente. ¿El cuarto? Lo tuve que aprender obligatoriamente, y sólo me ha servido realmente para entender a los grupos que tocan en las fiestas de mi pueblo en verano (casi parece que por contrato no pueden hablar en castellano, jeje).
Sólo he usado el inglés y el castellano (español) y algo el francés, por una cuestión de mínima masa crítica de población. Y he trabajado por varios países del norte de Europa, incluido Alemania, donde llevando un buen nivel de inglés es más que suficiente.
En mi experiencia, por debajo de los 300 millones de hablantes, no merece el esfuerzo -ni personal, ni económico- aprender un idioma a no ser que te tengas que relacionar con el sector público, o que te dediques a lo «micro» (tienda de barrio). No hay mayor rendimiento económico en aprender alemán, italiano, sueco o ruso, que el que hay en aprender inglés (por supuesto), chino, árabe o español. Y ojo, este último porque lo habla todo un continente, y porque es el segundo en USA.
Es cierto que yo trabajo mucho a nivel internacional, pero esto cada vez va a ir a más. Si tenéis que elegir idiomas para vuestros hijos, y no tenéis intención de hacerlos funcionarios o lameculos del político local de turno, ya sabéis: sed prácticos, y dadles una cultura que les dé libertad de verdad, que no los ate a un terruño determinado.
Aunque claro, también es posible que en 20 años ya existan traductores automáticos implantados en las orejas, y aprender idiomas sea algo pretérito…
Hola, Carlos.
Todo depende del prisma con el que valores algo tan complejo como una lengua (que suele llevar aparejada una cultura, una literatura). Si el criterio principal es economicista, como me parece que aplicas en tu comentario, te aconsejo que al inglés (lengua franca actualmente) vayas pensando en agregarle el chino. Con esas dos, te sobras en cualquier lugar «macro».
El resto, no te va a servir para nada en tu vida… siempre bajo ese criterio, ya que el español, por ejemplo, será como ese que te hicieron aprender gentes malvadas «obligatoriamente», y solo te va a servir para artículos «de verano» de un par de pueblos como este en el que nos encontramos.
Si me guiara por mi experiencia y siguiera tu criterio, la verdad es que solo hablaría inglés y me perdería el resto de lenguas que hablo y chapurreo: adiós italiano, adiós portugués, adiós latín, adiós español… Pero como lo «micro», la literatura, la música, e incluso el sector público… también forman parte, por suerte, de la vida, espero poder darles a mis descendientes los idiomas que elijan y les apetezcan, dejando sus mentes, a poder ser, aparte de prejuicios «economicistas», no vaya a ser que se me vaya alguna criatura a la India (váyase a saber por qué asuntos laborales), por ejemplo, se me «economice» y ya no podamos ni hablar español, ya que, al fin y al cabo, sus habichuelas se las gana con el hindi y no le merezca el esfuerzo personal ni económico hablar otra lengua aun ya aprendida; o lo que es peor, me exija ese esfuerzo a mí para aprender, desdichado, el glorioso indostaní, y poder comunicarnos.
En definitiva, concuerdo con muchas de las cosas que se escriben en el artículo. Las lenguas son herramientas de comunicación, principalmente, por eso evolucionan. Y me parece bastante bueno el símil con especies vegetales o animales y su extinción; económicamente, no suponen ninguna pérdida y me atrevería a decir que desde el punto de vista de la naturaleza, tampoco es nada irreparable: su hueco rápidamente lo llenan otras especies o los ecosistemas siguen su curso inexorablemente (los dinosaurios se extinguieron y no pasó nada, aquí seguimos otras especies).
Incluso si llevamos el argumento al extremo para «ver» su aguante, algunas de las ramas vecinas de la Arqueología (Paleontología, Paleozoología, Paleobotánica…) son «inútiles» desde el punto de vista económico.
Pero he aquí que no parecería sensato abogar por su desaparición solo porque «económicamente» no sea «rentable»; pues con las lenguas pienso que es un poco igual, si una desaparece no pasa nada «económicamente», pero culturalmente (en sentido amplio) es una pérdida irreparable.
E imaginemos ya si en 20 años existen implantes de «traductores automaticos», qué bonito sería poder hablar con cualquier persona, comunicarse, entenderse y que no supusiera que ningún idioma tuviera que desaparecer y fuera útil, ya que sería posible «traducirlo» y entenderlo. Pero… otra vez la economía: quizás no sería rentable y esos traductores solo estarían disponibles para chino e inglés…
Y por último, si hablar una lengua implica atarse a un terruño, ¿no será lo mejor hablarlas todas para ser, de verdad, libre? No veo otra manera, ¿o acaso unas atan y otras no? ¿saber una implica desconocer otra obligatoriamente?
Ante todo, mis disculpas por tardar en responderte. No sé ni si llegarás a leer esto, pero respondo igual porque tú te has molestado en hacerlo, y muy bien.
Sí, mi opinión sobre los idiomas es economicista, aunque es cierto que me falto añadir un criterio relacionado con la economía de la lengua: la facilidad de «transponer» y aprender una sabiendo ya otra mayoritaria.
Por ejemplo, respecto a la masa crítica de primeras veo totalmente innecesario aprender catalán. Pero si ya sabes castellano, (incluso italiano o francés, a las malas), la cercanía es tan próxima que en pocos meses puedes hablarlo decentemente con poco esfuerzo. Y digo hablarlo, porque leerlo cualquiera con un mínimo interés puede hacerlo en una semana (al menos el periódico).
Sin embargo, el euskera no lo recomiendo. Éste me tocó a mí y, sinceramente, aunque fonéticamente es muy bonito, es complicadísimo tanto en manera de formar oraciones como en vocabulario, y sólo es útil en la administración pública. En fin, nadie que realmente esté pensando en el futuro de sus hijos pensaría en el euskera como primera lengua extranjera (o segunda o cuarta). Algo que sí pasa con el inglés, español, francés y mandarín.
Soy economicista porque creo que el consumidor debe mandar, siempre. A la gente hay que darle lo que pide, no hay que obligarla. Y, por supuesto, nada de subvencionar supuesta cultura en vez de gadtar esos recursos en mejoras pensiones o sanidad, que ahí sí que nos va la.vida en ello, de verdad.
Por ello, si el castellano se dejara de demandar a nivel mundial, no tendría ningún problema en enviar a mis hijos a un colegio de habla mayoritariamente inglesa. De hecho ya lo hago. He renunciado a propósito al idioma local, sabiendo que mis hijos van a partir en mucha mayor ventaja para su futuro laboral que aquellos que han ido a ikastolas (tampoco me gustaría que fueran funcionarios, claro). Así de triste, dirá alguno. Así de cierto, añado yo.
El problema es que yo me lo puedo puedo permitir, y mucha gente no. La educación es lo que nos hace ser libres y, cuando empleamos recursos en alternativas «forzadas» que económicamente son una ruina, al final aquellos que han usado sabiamente el dinero nos sacarán ventaja. Y ya no competimos con el vecino del quinto, sino con gente que está a 12.000 km de aquí.
Hola de nuevo.
Ciertamente no creí que respondieras y acabo de entrar de casualidad.
El criterio al que aludes actualmente, lo comparto. En lenguas hermanas como las derivadas del latín, pese a la distancia que actualmente se halla entre ellas, sigue siendo posible aprenderlas sin mucho esfuerzo en un relativo corto espacio de tiempo, a poco que el oído se familiarice con la fonética y los usos habituales. Leerlas, concuerdo en que es todavía más sencillo, pues el grueso de sus léxicos posee origen común (puente, ponte y pont creo que hay que ser muy imbécil para no saber de qué palabra se trata, quizás en rumano difiera un tanto, pero sigue siendo muy próximo).
Sigo sin compartir, eso sí, el economicista, considero que sería inhumano aplicarlo tratándose de lenguas (humanas también ellas) y, basándome en el nuevo criterio que mencionas, no sería especialmente costoso aprender, por poner un ejemplo, en la Península ibérica, las nociones y competencias básicas de todas las existentes (me refiero a la capacidad de comunicarse -hablar y entender- a un nivel coloquial: no hablo de ser especialistas, para ello están las carreras filológicas para quien le interese), habida cuenta que en la infancia/adolescencia, la capacidad de aprendizaje lingüístico es formidable: saldría de la secundaria, con 16 añitos, un alumnado políglota absolutamente (6 lenguas: español, catalán, gallego-portugués, euskera y una extranjera, por ejemplo, inglés; sin desdeñar astur-leonés y navarro-aragonés, que casi caen del cielo estudiando las otras, pues son, en palabras de Lapesa, «dialectos de transición», entendiendo dialecto, naturalmente, sin matiz peyorativo, pues no lo tiene: todas las lenguas románicas son dialectos del latín) y con unas capacidades grandiosas para aprender cualquier lengua que necesitaran laboralmente, a mayores de las penisulares y la «extranjera». Todo por el módico precio de una educación pública de calidad, lo que no restaría (o no debería si hay voluntad política), naturalmente, presupuesto para pensiones o sanidad (donde incluyo la dependencia, naturalmente), como expones y con lo que estoy absolutamente de acuerdo: y tendríamos una sociedad con los tres pilares del verdadero desarrollo humano individual y colectivo reforzados y asegurados a prueba de bombas. (Los pilares, naturalmente: sanidad, educación y pensiones.)
Y todo esto, sin necesidad de «forzar», como dices, nada: si la educación nos hace libres (lo comparto al 100%), esta debe ser de calidad, con recursos, y aprender lenguas tan próximas se puede realizar perfectamente con relativamente «pocos recursos» (el aprendizaje comparatista en el léxico y la sintaxis ahorra una barbaridad: me remito al ejemplo de «puente»; y en cuanto al vasco, por ejemplo en su sintaxis, permite aprender latín, es decir, las dos poseen declinaciones; por cierto, igual que el alemán; y aunque son, obviamente, declinaciones diferentes, saber declinar en un idioma facilita aprender en otro). Resumí mucho todo lo anterior, pero lo que trato de mostrar es que con poco, en lenguas, se puede extraer mucho. Y aprender lenguas es una parte de la «educación», que como bien dices y repito «nos hace libres».
Con todo esto, la ventaja que comentas que nos sacarían, creo que se reduciría a la nada e incluso sería al revés, se la sacaríamos gracias a la diversidad lingüística de una pequeña porción de tierra («terruño» como decías en el anterior comentario) llamada Península Ibérica.
La tierra no es plana. Este artículo, sí. He vuelto a picar por ver si variaba. Es más aburrido que esperar a que una tortuga pase la calle. Dedíquese a la enseñanza.
Plano es su comentario, sin argumentación alguna, de encefalograma plano.
Sus artículos siempre me deparan sorpresas y distintas reflexiones sobre problemas que me los había puesto de otra manera, en este caso las lenguas mayoritarias. Salvando las distancias atemporales y cantidad, a las lenguas -y porqué debemos conservarlas- se les podría aplicar la metáfora de las especies en peligro de exintición: cada animal (o lengua) es el nudo de una gran red, y si un nudo de su trama se rompe y no es reparado, correrán peligro cierto sus adyacentes generando un efecto dominó que llegaría hasta el nudo que, en alguna parte de esa inmensa red nos representa poniéndonos a su vez en peligro. Podrá continuar a servir para sus fines, pero gran parte de lo que debería «atrapar» se perdería. Gracias por la lectura.
Gracias Eduardo. Eso mismo pensaba cuando escribía que se parecen más a especies que a organismos. Queda bastante por pensar y deconstruir en lingüística.
No sé, no acabo de verlo claro. ¿En vez de lenguas asesinas no será que son lenguas más prácticas?
Las lenguas están para comunicarnos, para relacionarnos, y si no cumplen ese papel u otra lengua lo hace mejor o más fácil, se acaban perdiendo.
Lo que digo en el artículo tiene el mismo planteamiento, por eso hablo de «mito de lenguas asesinas»