Durante el confinamiento hubo un colectivo que no estuvo pendiente de si tenía o no balcón, si más o menos metros para teletrabajar y la gimnasia, si se acabaría el papel higiénico o la levadura en las tiendas, o si quedaba chula la librería en sus videoconferencias. Toda su atención estaba centrada en someterse a su pareja para evitar ser agredidas, física y verbalmente, o serlo menos de lo habitual. Para salvar la vida y la de sus hijos. Muchas han conseguido aplazar la pesadilla, poniéndose en contacto con el 016, recibiendo ayuda por WhatsApp, presentando denuncias —87 354 en el período de marzo a junio—. Desconocemos el número de las que lo han aguantado a solas, atrapadas en casa. Y ocho han sido asesinadas durante el estado de alarma por la persona a la que habían elegido amar, convivir y hasta crear una familia. Nunca, desde 2003, se habían registrado cifras tan bajas en los registros de violencia de género.
Menos mujeres agredidas por sus parejas
Las estadísticas que proporciona el Ministerio de Igualdad no dejan lugar a dudas, da igual cómo se hagan las consultas. Durante la cuarentena impuesta por el estado de alarma ha habido menos denuncias y menos muertes de lo habitual. Las ocho muerte de marzo a junio son pocas, es un decir, si las comparamos con las trece de enero y febrero. La antigua normalidad, que ahora vuelve, es que muera una mujer a la semana a manos de su pareja. Así ha ocurrido en nuestro país durante los últimos dieciséis años, sin excepción.
Son cifras y datos que recoge en un informe el mayor estudio realizado y publicado hasta la fecha, el del Consejo General del Poder Judicial, con las estadísticas de las primeras 1000 víctimas hasta 2019. En esta última semana de junio, 1021.
Que las cuarentenas hayan hecho descender las muertes y las agresiones no es una buena noticia. La reclusión obligatoria ha reforzado la conducta de las agredidas, habitualmente convencidas de que deben aguantar en silencio sin contárselo a nadie. La pasividad y la sumisión a su maltratador es un comportamiento habitual y fruto de la necesidad, como se razona en esta sentencia del Tribunal Supremo. Cualquier persona agredida física o sicológicamente desarrolla un cuadro de depresión que la incapacita para impedir el abuso o huir de él, llegando a desarrollar el síndrome de la mujer maltratada. Bien conocido en el ámbito jurídico, llevó a alertar a las autoridades sobre la situación en que quedaban estas mujeres cuando se decretó el confinamiento. Apenas quince días después de ser declarado, Vicente Magro Servet, magistrado de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, advirtió «la prohibición de salir de la residencia habitual hará más víctimas a las víctimas».
Las estadísticas le han dado la razón. Lo hemos sabido a través del medio estatal que centraliza y coordina el esfuerzo de los sicólogos, trabajadores sociales y personal de apoyo, el 016. Del 14 de marzo al 21 de junio ha habido 30 000 peticiones de ayuda, un 60% más que en el mismo período del año pasado. Ese porcentaje es una suma de llamadas telefónicas, solicitudes online y asistencia sicológica vía WhatsApp. Y habría que añadir las 245 000 actuaciones de la policía y guardia civil en acciones de protección a las víctimas, con 8790 detenidos.
Las cifras por sí mismas no cuenta el relato de esas mujeres que han despertado y se han acostado con miedo, soportando más gritos, golpes y palizas, y conduciéndose de manera más pasiva y sumisa con tal de no enfadar a su pareja. Junto a ellas están muchas veces sus hijos e hijas. Hasta diciembre de 2019, veinticuatro menores habían sido asesinados junto a sus madres. En enero solo uno. Durante el confinamiento ninguno. Y ahora que se ha recuperado la movilidad, ya han matado a otros dos en junio. Porque una vez pasado el infierno, era su pesadilla cotidiana lo que les estaba esperando. El CPGJ volvió a advertir sobre ello.
Repunte tras el fin del estado de alarma
A medida que se sucedieron las fases de la desescalada descendieron también las llamadas al 016, y aumentaron las agresiones y muertes. El agresor suele ser un varón que establece su relación sobre el dominio de la conducta de su pareja, y el confinamiento le había proporcionado la cercanía permanente de su víctima, aumentado su imposibilidad de escapatoria. Pero perder esa ventaja ha hecho que su agresividad aumente de nuevo. Victoria Rosell, delegada del gobierno contra la violencia de género, lo explicaba diciendo que en el maltratador la «sensación de pérdida de control puede ser desproporcionada».
Y de hecho ha vuelto a manifestarse en todas las áreas geográficas, sin distinguir entre niveles de renta, nacionalidades o situaciones de pareja. Si algo caracteriza a los agresores es que carecen de un perfil que permita identificarlos. Así al menos lo refleja el CGPJ en su informe, admitiendo que solo puede explotar los datos estadísticos de denuncias y procesos, pero no establecer un patrón de comportamiento ni identificar atributos en la relación de pareja. Ni trastornados, ni drogadictos, ni alcohólicos, los episodios de violencia ocurren en situaciones cotidianas y sin estímulos químicos o cuadros siquiátricos.
Las características de estos hombres que maltratan parecen responder a una distribución de características acorde con la propia demografía española: más nacionales (66,4%) que extranjeros (33,6%) y con una media de edad de 46,3 (abarcando desde chavales de 16 a ancianos de 95). Si complementamos esos datos con los de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género encontramos personas con todos los niveles de estudio, de básico a superior, rentas altas y bajas, con trabajo o pensión en la mayoría de los casos. En lo único que coinciden es que el 75% de sus agresiones se producen en el hogar, y sus víctimas tardan una media de ocho años y ocho meses en denunciarles.
Su nueva normalidad será la de siempre
El 73,9% de las mujeres agredidas no han presentado denuncia, y los sicólogos lo explican por su concepto de relación de pareja. Esta mujeres aceptan con naturalidad que sufrir agresiones sicológicas, sexuales y económicas es parte inseparable de las relaciones de pareja. Además la violencia física no siempre se presenta al principio de la convivencia en común, bofetadas pellizcos y empujones pueden tardar años, lo mismo que las lesiones físicas que requieren atención médica. Se producen de forma alternada con manifestaciones de cariño y atenciones, consiguiendo que la persona agredida tarde aún más tiempo en comprender su situación y pedir ayuda. Incluso hay mujeres que salieron de esa situación y no han vuelto a hablar de ella.
El sentido común parece dictar, con las cifras en la mano, que este fenómeno debe combatirse desde las instituciones del Estado, y hacerlo sostenidamente en el tiempo, con independencia del partido que gobierne. De hecho así ha sido, con altibajos, desde 2004. Pero la nueva polarización ha hecho de esta violencia bandera y excusa para buscar votos. El pasado martes Vox defendía en el Congreso —a gritos— que la Ley de Violencia de Género es fruto de las consignas ideológicas de la izquierda, deja desprotegidas a otras víctimas de violencia doméstica como puedan ser parejas homosexuales, o convivientes en el hogar como abuelos o hermanos, y victimiza el hombre retratándolo como un agresor.
María Ángeles Carmona, presidenta del Observatorio Contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial, ha recordado a Vox que se dedica a negar un problema real, y a crear mitos alrededor de él. En su condición de letrada de la Administración pública, con catorce años en un juzgado de violencia de género, aportó datos interesantes, como que las denuncias falsas apenas suponen un 0,019% del total. O que los agresores no están trastornados ni drogados, simplemente son hombres violentos que pueden convertirse en asesinos cuando llevan su agresión demasiado lejos. Es interesante también su apunte sobre que las mujeres más jóvenes denuncian más, indicando que el esfuerzo social está logrando que incluso las niñas reconozcan la violencia de pareja y la identifiquen como un delito.
A todo eso habría que añadir que la ley está pensada para prestar una especial protección a las mujeres, pero eso no significa que el resto de agredidos quede sin amparo legal y judicial en los tribunales.
Es la otra epidemia mundial
«El COVID-19 ya nos está poniendo a prueba de maneras que la mayoría de personas nunca habíamos experimentado con anterioridad». Amina Mohammed, número dos de la ONU, advertía esta semana de que los hombres que cometen agresiones contra mujeres son unos cobardes. Una forma de denunciar el espectacular aumento de este tipo de violencia que ha provocado la cuarentena en todo el mundo. Es una pandemia en la sombra, con ejemplos muy recientes en toda Europa, Estados Unidos, Latinoamérica y en especial en Colombia, entre otros.
Y deja cicatrices
J. K. Rowling, la autora de Harry Potter, ha hablado veinte años después de cómo fue maltratada en su primer matrimonio. El artículo es la respuesta a la polémica suscitada por su tuit, donde se quejaba del término «gente que menstrúa» para definir a la persona nacida biológicamente mujer. Y que le consiguió la amenaza de los trabajadores de Hachette de no colaborar en la publicación de su próximo libro infantil. No es baladí, ya lograron que su editorial no publicase las memorias de Woody Allen. La polémica es más extensa, y ha llamado la atención por el debate suscitado entre feministas TERF y el feminismo transinclusivo, que viene de largo y se amplifica en estas fechas próximas a la celebración del Orgullo LGTBIQ+. Pero la relevancia de la escritoria puede servir para subrayar sus palabras referentes al maltrato, y llamar la atención sobre este fenómeno. «Las cicatrices que dejan la violencia y la agresión sexual no desaparecen, sin importar cuánto amor consigas recibir ni cuánto dinero hagas». A menudo se tiene peor suerte que ella, y esas cicatrices son las heridas dejadas en familiares, amigos e hijos por el simple asesinato.