El presidente estadounidense huyendo a su búnker de la Casa Blanca es un suceso con regusto a Bastilla y a guillotina. El ejército protegiendo Washington D.C, la capital del país, suena a distopía, y el toque de queda en veinticinco ciudades el pasado domingo a aparente disparate, casi inconcebible en una democracia en tiempos de paz. Los saqueos, la brutalidad de la policía y los excesos verbales de Trump han conseguido que muchos piensen lo que el filósofo y líder afroamericano Cornel West, considerado heredero intelectual de Martin Luther King: que Estados Unidos, como sociedad, es un experimento fallido.
La chispa no fue el vídeo de Floyd, sino el de Jackson
Por duro que resulte el vídeo del ahogamiento de George Floyd, casi nueve minutos de ahogamiento por un policía a un detenido que gritaba «I can’t breathe», no sorprendió a los afroamericanos. Era una prueba más de las muchas que circulan a diario entre la comunidad negra. En 2013 ya eran tantas que se agruparon bajo el hashtag #BlackLiveMatters, las vidas negras importan, y dando así origen a un movimiento implicado en la denuncia de los abusos policiales sobre la población negra.
Pero lo que tocó los corazones americanos negros para echarse a las calles fue el emotivo vídeo de Stephen Jackson, exjugador de la NBA. «They have killed my bro, everybody knows he was my twin». Muchos hombres y mujeres afroamericanos se sintieron profundamente identificados con el sufrimiento provocado por la muerte de Floyd. Porque en un vecindario negro tener un «brother» o una «sister» significa contar con un amigo íntimo, una relación de protección, apoyo y defensa mutua. Especialmente útil para avanzar en los estudios y no caer en el dinero fácil de la delincuencia, o ser víctima de la violencia policial o la de las bandas. El último vídeo emitido por George Floyd cuando estaba vivo refleja esta realidad: «no puede ser que los muchachos negros se acuesten con las rodillas temblando por los matones armados de nuestros vecindarios». Lo ha contado el cine independiente afroamericano desde que se estrenó Do The Right Thing de Spike Lee en 1989, además de todos los vídeos de hiphop, rap y resto de músicas negras contemporáneas.
El coronavirus como combustible
Las personas negras ocupan la mayoría de los denominados «trabajos esenciales», un estudio de principios de abril le ponía cifras para demostrar que eran mayoría en estos puestos. Fue publicado al mismo tiempo que comenzaba a saberse que el ritmo de contagio por coronavirus entre afroamericanos se multiplicaba por tres, y el de muertes por seis. Esta semana su probabilidad de morir por coronavirus ya es el doble respecto al resto de la población, incluso en aquellos estados donde demográficamente son minoría.
El motivo no es solo que desempeñen trabajos muy expuestos al contagio. Los centros de test y control se han situado mayoritariamente en vecindarios blancos. Y al tener más bajos salarios su cobertura médica también es menor, por lo que tienen más dolencias crónicas como hipertensión y obesidad, que aumenta la mortalidad por coronavirus. Antes de que empezaran las protestas ya había cuarenta y tres millones de personas en el paro en EE. UU., y más de la mitad de ellas eran de raza negra. El polvorín estaba servido.
Y el presidente encendió el fuego
El pasado viernes Donald Trump corrió a refugiarse en el búnker de la Casa Blanca acompañado por sus servicios secretos. Estaban lloviendo bengalas y botellas de agua congelada rompían los cristales del edificio, saltando desde el otro lado de la verja.
El domingo se apagaron las luces del exterior, y los alrededores quedaron iluminados solo por coches en llamas y la sacristía de la iglesia de Saint John, a la que habían prendido fuego. A partir de ese momento las protestas se dividieron en tres hechos que han corrido paralelos: la narrativa de Trump vía tuits, los saqueos y quemas violentas, y las manifestaciones pacíficas.
El lunes, mientras lanzaba su discurso a la nación, las fuerzas de seguridad dispersaron con gases lacrimógenos a una multitud pacífica para que Trump pudiera acudir caminando a la iglesia de Saint Johnn y hacerse una foto con la biblia en la mano. Un mensaje claro para sus simpatizantes y votantes, seguido de un tuit donde aseguraba que nadie había hecho tanto por los negros como él desde Abraham Lincoln (que también fue del partido republicano). Fue también una reacción política al acto de su opositor, Joe Biden, que se había reunido con los líderes afroamericanos. Paralelamente las redes se llenaban de vídeos donde la policía actuaba con brutalidad contra manifestantes pacíficos y muchas veces inmóviles, usando gases lacrimógenos y hasta explosivos.
La semana no había hecho más que comenzar. En una llamada a los cincuenta gobernadores de los estados los llamó idiotas, acusándolos de estar dando una imagen de debilidad, y llegó a proponerles que pidieran la asistencia del ejército para frenar las protestas. Algo que Trump solo podría hacer invocando una ley de 1807, la de Insurrección, empleada por última vez en los disturbios de Los Ángeles en 1992. La violencia y destrucción de entonces estuvo focalizada en aquella ciudad, pero ahora son hay trescientas cincuenta ciudades en las que se producen protestas, unas cuarenta en estado de sitio, y la mayoría con actos violentos. Lanzar el ejército contra ellas no parece una forma de rebajar la tensión. Especialmente porque los saqueos se centran en individuos robando zapatillas deportivas, y en grupos organizados que se llevan electrodomésticos de alta gama. Y una minoría de exaltados que prenden fuego a edificios.
El miércoles las unidades militares desplegadas en Washington volvieron a sus bases, y el jefe del Pentágono aseguró que no es buena idea usar el ejército, salvo en casos excepcionales. Hasta Trump ha salido a asegurar que fue al búnker para ver cómo era, no porque quisiera refugiarse allí. La toma de la Bastilla acaba con un tuit que parece una broma, aunque en realidad es un intento de dominar la narrativa del conflicto. En cualquier caso la tensión se ha reducido, por el momento.
El deporte impulsó las manifestaciones pacíficas
Los deportistas de élite han desempeñado un papel fundamental en estas protestas. En realidad llevan haciéndolo desde 2016, cuando un jugador de fútbol americano llamado Colin Kaepernick puso una rodilla en tierra antes de un partido, mientras sonaba el himno nacional. Cuando al final del encuentro los periodistas le preguntaron, afirmó que protestaba por la opresión de los afroamericanos y por los abusos policiales.
La interpretación de su gesto fue casi unánime en todo Estados Unidos: había insultado a la nación, a su ejército, a sus símbolos. Y lo había hecho un héroe nacional, que es lo que son allí los jugadores estrella, que además lucía un peinado afro como signo de su orgullo de raza. Kaepernick atentaba contra la imagen del negro bueno, esa que encontramos reflejada en los impecables trajes de Sidney Poitier en Adivina quién viene a cenar, o en el Will Smith de En busca de la felicidad. No puede ser que el ejemplo para los muchachos afroamericanos, que miran al deporte como uno de sus pocos ascensores sociales, fuera un activista. La liga NFL canceló su contrato de trescientos doce millones de dólares, no ha podido volver a jugar, y durante un tiempo fue objeto de la ira tuitera de Trump.
Pero esta semana policías y militares han puesto una rodilla en tierra en muchas ocasiones para apaciguar los ánimos de los manifestantes. Para declarar que están a su servicio, al de una misma nación y por encima de diferencias de opinión o raza. También los deportistas de raza negra se han manifestado, especialmente los de la liga NBA. LeBron James, una de sus figuras más destacadas, ha recordado que no había habido nada ofensivo en el gesto de Kap (Kaepernick). Dejando caer que el escarmiento recibido por la NFL obligó a muchos a callarse.
El único equipo al que no se había permitido opinar eran los Knicks, propiedad de James Dolan, amigo de Donald Trump. El club enviaba una carta asegurando que ellos no estaban cualificados para emitir una opinión sobre la muerte de Floyd. Era un mensaje a sus jugadores para que se callasen. Tan impopular que el mismo jueves Dolan tuvo que enviar un correo electrónico aclarando que él sí condenaba el racismo. Ese es el mejor indicador de que las protestas han surtido efecto, y que reformar la policía es algo percibido como necesario para la mayoría de estadounidenses.
Pero el racismo y la situación de las minorías sigue
Trump puede perder o ganar las elecciones de noviembre, pero no serán las protestas violentas las que le aparten del poder, sino los votantes. Aunque ganara Joe Biden, su perfil es de un conservador y no se prevé que traiga grandes reformas sociales.
Hasta noviembre queda mucho tiempo, falta saber cómo expandirán estas protestas los contagios por coronavirus, y si el presidente convence de que es un líder apto para la reconstrucción económica y para asegurar la seguridad de los blancos frente a los negros que saquean sus negocios. Una frase muy celebrada por sus seguidores en Twitter esta semana, «When The Looting Starts, The Shooting Starts» (cuando empieza el saqueo, empieza el tiroteo) tiene su origen en una llamada a la violencia contra el Movimiento por los Derechos Civiles de 1967. Nunca ha ocultado del todo su racismo, ni su simpatía, o al menos su tolerancia, por el movimiento supremacista blanco. Y eso le ha beneficiado electoralmente. La prensa americana teme todavía que el presidente sea capaz de invocar la ley de Insurrección y lanzar al ejército contra los ciudadanos. Y ganar.
Justo en el otro extremo Barack Obama ha llamado a aprovechar las protestas y convertirlas en algo más grande, una imitación del Movimiento por los Derechos Civiles. Desde luego hay paralelismos históricos. Una imagen tan potente como el asesinato de George Floyd fue la de Emmet Till en 1955, linchado por silbar a una mujer blanca, y también dio la vuelta al mundo. Además fue el origen de protestas que condujeron al movimiento del que Martin Luther King sería uno de los líderes más destacados. Y que impulsó el fin de la segregación racial en 1964, y el voto para los negros un año más tarde.
Aquel movimiento y aquellas leyes dejaron desequilibrios pendientes que traen disturbios cuando la situación económica empeora. Los padres negros se ven obligados a enseñar a sus hijos cómo tratar con la policía para no ser asesinados. Y, digámoslo también, muchos blancos, incluso blancos bienintencionados, confían en no tener que adivinar quién viene a cenar.
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Sidney Pollack se hizo negro? Pues sí que se involucró en la causa…
Como a la vida, cada vez amo más a esta Amèrica de m…. Nazca quien nazca o tengan el presidente que tengan.