Los amigos de Raymond Chandler (1888-1959) se reían de él porque escribía magníficas novelas, pero no sabía suicidarse. En eso era un desastre. Media vida escribiendo sobre tipos duros, con un arma encima, y poco después de su intento de suicidio, el 22 de febrero de 1955, confesó que «jamás había disparado un revólver». Ya en un texto de 1951 admitió: «no me considero un tirador de primera, pero soy bastante peligroso con una toalla mojada. Aunque en definitiva creo que mi arma favorita es un billete de veinte dólares». El Chandler real era muy distinto al que la gente se precipitaba a entresacar de sus obras. Se supone que «soy un escritor “duro”, pero eso no quiere decir nada. Se trata simplemente de un método de proyección. Personalmente, soy sensible e incluso tímido», se sinceró en una ocasión con su editor londinense, Hamish Hamilton.
Pero ¿por qué lo hizo? ¿Por qué intentó suicidarse? ¿En qué pensó? Chandler estaba abatido, ciertamente. Dos meses antes había muerto su mujer, Cissy Pascal, a la que había amado con locura, y hacía apenas unos días había sido su aniversario de boda, pese a lo cual llenó la casa de rosas rojas e invitó a un amigo a beber champán, como siempre hacía el matrimonio. Fue un «gesto inútil y probablemente tonto, porque mi amor perdido está perdido del todo», admitió, pero «nosotros los tipos duros somos todos en el fondo unos sentimentales sin remedio».
Estuvieron juntos treinta años, diez meses y cuatro días. A su lado se inició como escritor, llegó a Hollywood, alcanzó la fama. Para él Cissy era «la música que se oye levemente al borde mismo del sonido». Aseguraba que su mayor frustración había sido no escribir nunca nada que le gustara de verdad, ningún libro que pudiera dedicarle. «Lo tenía planeado, pensé en ello, pero nunca lo escribí. Quizá no fui capaz de escribirlo», le contó al director de The Sunday Times de Londres, Leonard Russell.
Cissy Pascal, diecisiete años mayor que Chandler, padecía fibrosis pulmonar. En 1948 empezó a apreciarse la enfermedad en las radiografías. Poco a poco su estado se fue agravando. Él sabía que perderla sería cuestión de tiempo, pero eso no lo hacía menos doloroso. «Fue la luz de mi vida, mi única ambición. Todo lo que hice no fue más que fuego para que ella se calentara las manos», escribió en una carta a Hamish Hamilton. En las últimas semanas Cissy estaba todo el tiempo conectada a una bombona de oxígeno. El mediodía del 12 de diciembre de 1954, una enfermera telefoneó al escritor para avisarlo de que estaba muy mal. Era domingo. El hijo de su cuñada Vinnie «me llevó al hospital a ochenta por hora, saltándose todas las leyes de tráfico, cosa que le dije que hiciera porque los amigos de La Jolla eran amigos míos». Llegó a tiempo de ver cómo el médico colocaba en estetoscopio sobre su corazón, y negaba con la cabeza. «Le cerré los ojos, la besé, y me marché». Ella había luchado hasta el último momento. Él decía que tuvo que morir centímetro a centímetro.
A partir de entonces las noches del novelista se volvieron terribles. Ni siquiera conseguía emborracharse lo suficiente para sentir sueño. Su lujosa mansión de La Jolla, comprada con la fortuna obtenida en Hollywood, se volvió inhabitable. Cissy y él habían sido demasiado felices en ella. Desde el cuarto de estar se veía toda la bahía de San Diego. Oían el rumor del mar, del que solo los separaba el ancho de la calle y un pequeño acantilado. Amaban aquella casa. En unas semanas, la vendió y la abandonó. Estaba en su naturaleza. «Era un desarraigado, con más de cien domicilios distintos en el curso de su vida», según Tom Hiney, uno de sus biógrafos.
Antes del 22 de febrero de 1955 la comisaría de La Jolla había recibido tres avisos de tentativa de suicidio con arma de fuego, sin llegar a consumarse. Ese día, según el atestado policial, «la cuñada de Chandler llamó a la comisaría para comunicar que de nuevo estaba amenazando con suicidarse. El agente de servicio, consciente de la situación, habló con Ray por teléfono para entretenerlo hasta que llegaran otros agentes a su casa». A las 15:50 horas, uno de ellos se encontraba ya en la vivienda, con Vinnie, cuando «oyó dos disparos en el cuarto de baño». Salieron corriendo y al llegar encontraron a Chandler sentado en la ducha, con un revólver en el regazo, vestido con bata, pijama y zapatillas… «Parecía hallarse bajo los efectos del alcohol», afirmaría el agente. Estaba completamente vivo.
El propio Chandler explicaría que el primer tiro salió sin que se propusiera disparar. «El gatillo era tan sensible que apenas lo había tocado para colocar bien la mano, cuando se disparó y la bala rebotó en las paredes de azulejos de la ducha y salió por el techo. También podría haber rebotado en dirección a mi estómago. La munición me pareció muy débil. Se confirmó cuando el segundo tiro (el que debía hacer el trabajo) no salió», le explicó a un directivo de su editorial en Londres. Los cartuchos tenían cinco años y supuso que con el clima de California la carga se había descompuesto. En ese momento perdió el conocimiento. «El agente de policía que entró me dijo después que yo estaba sentado en el suelo de la ducha intentando meterme el revólver en la boca, y que cuando me pidió que le entregara el arma, yo me limité a reír y se la di». Él no recordaba nada. De hecho, «no podría decir si de verdad me proponía llevarlo a cabo o si mi subconsciente estaba representando un drama barato». En todo caso, después de aquello, no sintió culpa ni vergüenza. Simplemente siguió estando triste por la ausencia de Cissy.
Sus amigas crearon la «Patrulla Chandler», para vigilar su estabilidad metal. Siguió escribiendo, pero la decadencia ya había llegado. En Poodle Springs, novela que dejó a medias, incurrió en la debilidad de casar a Philip Marlowe con una multimillonaria. Murió en 1959, por enfermedad, y a su funeral asistieron diecisiete personas.
La relación con Cissy era de amor-odio, creo recordar. En «La Ventana siniestra» ella aparece encarnada como la avinagrada Elizabeth Bright Murdock. Tampoco su autoconcepto era demasiado grato; quedó reflejado en el escritor Roger Wade en «El Largo Adiós», un literato que ha perdido el norte.
La popularidad de Chandler en la España se produjo durante la transición se debió a las sobre-traducciones de la editorial Bruguera. Y digo sobre-traducciones, pues, por ejemplo, el hacer de Josep Elías de «Adiós Muñeca» fue una reescritura del libro, llevando su lenguaje a cotas impensables en el original. Lo mejoró.
Con todo, era una literatura de impacto, pues el puritanismo de la sociedad norteamericana que se refleja en su obra era similar al imperante en España durante la transición: persecución del aborto, de la marihuana, los homosexuales, el adulterio, etc. Una vez la sociedad española se relajó, estas novelas perdieron también el público de aquí.
Yo lo he leído en inglés, y muy buen trabajo habrá hecho el tal Josep Elías para mejorarlo. Lo que lo hace diferente, al menos antes de que lo reescribiera Josep Elías, es el humor.
El citado Elías era tremendo. Conserva el humor y añade el ideolecto de los bajos fondos de Barcelona. Por ejemplo:
«Smokes in here, huh? Tie that for me, pal.» = ¿Mucho betún por estos pagos, eh? ¡A ver si me lo aclaras, viejo!
«Moose Malloy» = Iniciativas Malloy.
No le quita un ápice de humor. Lo lleva a otra dimensión. Yo comencé a leer una edición fiel (creo que de Grijalbo) y la dejé. Porque ese traductor (para mí desconocido) poseía recursos lingüísticos que, una vez leídos, echas de menos.
Ocurre como en la traducción de los cuentos de E. A. Poe de Cortázar. Tienen tanto de Poe como de Cortázar. Si usted lee cualquier otra traducción después, le sabrá a poco. Si lee el original, también encontrará que le falta algo.
No siempre el traductor es un traidor.
Gracias por ilustrarme. Realmente los buenos traductores se merecen mucha más gratitud de la que reciben. Borges discurre muy lúcidamente sobre este tema. De adulto, un día reparé en que mi adorado libro de Cuentos Populares Rusos que acompañó mi infancia, debía muchísimo a su traductor, que era genial por cierto. Coincido totalmente con Cortázar traductor. Tengo entendido que Javier Marías también se toma muy a pecho el asunto.
Extraordinario escritor. Con pocas novelas negras he vibrado más como con El largo adiós. Supongo que el título resultó profético.
Billy Wilder se reía de Chandler por lo torpe que era ligando con las secretarias del estudio.
Chandler, el escritor, no estuvo siquiera a la altura de su imaginación. Pero es el más citado.
Por cierto, venimos advirtiendo una cierta repetición en los contenidos de Jotdown. En este caso, por ejemplo:
https://www.jotdown.es/2012/12/chandler-como-misterio/
El creador del género fue Dashiell Hammett. Quizás no sea tan gracioso, pero escapó de ciertos estereotipos (su detective es un tipo gordo, fofo, feo y, a menudo, calvo, no el «handsome» Marwlowe, que parece que cuando camina se tropezara con su pene). Pero él encarnaba la personalidad viril de sus personajes. A diferencia de Chandler, que fue más tirando a Truman Capote.
Hammett se alisto en la 1GM y también en la 2GM. Era tan abiertamente anti-fascista, que se afilió al partido comunista estadounidense. Recaudó dinero para liberar a los compañeros del gremio encarcelados por el macarthysmo, hasta que fue incluido en la lista negra. Fue encarcelado al negarse a revelar los nombres de otras personas del partido porque «debía cumplir con su palabra». Estuvo enfermo de tuberculosis, alcoholismo y cáncer. Los últimos años no tenía ni un centavo. Aguantó estoicamente lo que le tocó, «porque era un hombre». Y los hombres de verdad, esos que ahora disgustan, no lloran, ni se quejan por lo que a ellos les ocurra, trabajan en silencio para dejar a los suyos en la mejor posición, aunque les hagan de menos, y simplemente, encajan los sopapos.
Se dice que cuando salió de la cárcel, mortalmente enfermo, L. Hellman fue a recogerlo. Ella creyó que precisaría consolarlo, pero él dijo un «Olvídalo».
En lo relativo a sus novelas, siempre hay un texto de filosofía detrás. Por ejemplo, en «Cosecha Roja», el «Leviathán». Es la guerra de todos contra todos. Sus personajes, como él mismo, se fían relativamente de las mujeres. En «El Halcón Maltés» se lía con su cliente, Mrs. O’Shaughnessy, pero cuando llega la necesidad le registra hasta las bragas. Sin dramatismos.
Nos encontramos en las antípodas del mundillo legado por ZP y, por eso, a Hammett, el creador del género, ni se le cita. Se prefiere a Chandler, ocurrente y como un osito para las féminas.
El único personaje contemporáneo que se acerca a ese mundo viril es Michael Ehrmantraut. Y como cabía esperar, ya hace años que ha sido criticado:
https://slate.com/culture/2015/03/mike-ehrmantraut-is-the-worst-character-on-better-call-saul.html
Será porque que no es un «boy toy».
Esto da para un artículo aparte. Dilthey llamaba a eso «Weltanchauung», cosmovisión, paradigma. En nuestra época, más tendente a la radicalidad, teoría del NWO. Me queda la curiosidad de saber por qué ladera te inclinas.
¡Dios mío! Sumo a mi catálogo de pesadillas la «teoría del NWO». Ya veo que es de inspiración cristiana. He visto a Mayor Oreja enredado en esa conspiranoia. Desconsolador panorama.
Mi referente era «Die Welt von gestern», de Stephan Zweig. Es uno de mis libros de cabecera.
Lo de Mayor Oreja no lo sabía. He trasteado y veo que le acompañan en esa aventura María San Gil y Manuel Pizarro (ministros virtuales de interior y hacienda de haber él ascendido a presidente). Hasta tienen una fundación para su NWO particular. Tiene vídeos. Sin desperdicio. La tienes en:
https://www.valoresysociedad.org
Favorables a Hammett frente a Chandler, aunque por otros motivos muy apartados de Zweig.
Se me han erizado los pelos viendo a Mayor Oreja, un presidenciable de tiempos pretéritos, hablar del NWO, dando respetabilidad absoluta a la variada fauna que oscila en el espectro que pulula entre los espectáculos de Iker J. y forocoches.
No. Yo no me refería a «valores milenarios», sino al tipo de código al que se atuvieron ciertos varones, para encarar situaciones inhumanas, más allá de la prescripción de un determinado credo. Pongo por ejemplo, una de sus obras menos conocidas, «El Camino de Regreso», un cuento corto publicado en diciembre de 1922, donde, «in nuce» expresa el concentrado de sus protagonistas futuros más memorables. Ocupa sólo 4 páginas. En él, aparece:
– el detective que lleva dos años tras un sinvergüenza que asesinó a un hombre en el atraco a un banco.
– su incorruptibilidad ante el soborno.
– el deseo de regresar al lado de alguien que le importa.
– la necesidad de subordinar ese deseo a su trabajo.
– el imperativo de salvar al sinvergüenza de ser devorado por los cocodrilos, aunque eso signifique que escapará y tendrá que volver al principio del trabajo.
Ese modo de ser, de haber sido contratado para un trabajo y atenerse al encargo por encima de los deseos, es un modo de comportamiento, hoy reducido a novela, que caracterizó la dureza de la conducta de los hombres de otros tiempos. Un modo de ser por el que algunos seguimos teniendo nostalgia.
Conocer el pasado es una forma de liberarse de él porque solo la verdad permite asentir o repudiar con total lucidez.
https://youtu.be/x-4lueHXa1g