Allá por el año 1991 recuerdo ir al cine con mis padres a ver «Hook». Fuimos la familia entera, creo que era abril y si no es así me lo estoy inventando. No lo de ir, que fuimos los cinco, me refiero a la fecha en la que se estrenó en España. Para lo que viene da un poco igual, espero me permitan la licencia. En esa película Steven Spielberg imagina un Peter Pan mayor y le pone la piel de Robin Williams. En sus imágenes, con la música de un John Williams que es como un regalo que todo el tiempo se abre, nos muestra a un Peter Pan que había olvidado quién era. Convertido en un adulto que solo sabe de negocios y que es esclavo de un teléfono móvil gigante que le lleva de un sitio a otro para dejarle cada vez más lejos de su familia. Peter y sus hijos viajan a Londres por Navidad. Regresan a Wendy para dormir en la habitación donde Peter había hecho puerta en nuestro mundo. Allí los niños son raptados por Garfio, madre mía Dustin Hoffman, y el señor Pan se ve obligado a seguir a una Campanilla que con la sonrisa de Julia Roberts le hace un pack completo de viaje a Nunca Jamás. Allí Peter se verá obligado a rebobinar, porque no entiende nada. Su imaginación se ha olvidado de hacer ese trabajo que todos necesitamos cuando llueve. Termina sentándose en una mesa a comer, rodeado de críos, para observar cómo saborean lo invisible mientras no entiende nada. ¿Qué está pasando? ¿Los platos vacíos pero las bocas llenas? Y todos los niños perdidos le miran. Es entonces cuando usted llega al final de este párrafo y se encuentra la palabra coronavirus.
Cambiemos de escenario y volvamos al «ahora». Sin Campanilla, pero también de viaje. Entiendo la saturación sobre el tema, pero en esa mesa Spielberg nos puso hace más de veinte años un símil. Ahora le quitamos el apellido Pan a Peter y se lo vamos a poner a un linfocito. Linfocito Pan, por ejemplo. Suena raro, pero a lo mejor ya intuye por dónde van a ir las flechas. Recuerde que en esa isla también vivían los indios. Digamos que puede que el coronavirus se esté beneficiando de cierta pérdida de imaginación.
El nuevo coronavirus (SARS-COV-2) una vez entra en el organismo se enfrenta a nuestro sistema inmune innato. Este se encuentra conformado por un conjunto de células cuyo principal trabajo es rastrear y comprobar que lo que circula tiene permiso. Ese sistema inmune innato dispone de una delantera que se recita de carrerilla. Michael Robinson habría estado orgulloso de ella. Por un lado, los linfocitos citotóxicos o CD8. Se dedican a explorar cada célula para preguntar si está todo bien. En el caso de verse infectadas por un virus, por ejemplo, esas células guiñan un ojo y sacan bandera roja. «Oye, estimado CD8 mírame, que me pasa algo». Ante eso, el citotóxico hace el trabajo que va implícito en su nombre. Se pega a la célula enferma y la rompe. Ha sido un placer. En el caso de que la cosa no sea viral, los CD8 envían un WhatsApp a los neutrófilos para que vengan a echar una mano. Los neutrófilos se encargan fundamentalmente de bacterias y hongos. Tienen su interior repleto de toda serie de trucos para destruir. Pirotecnia de la inflamación.
A la vera de ambos y en menor cantidad, pero también sospechando, se encuentran los monocitos. Estos, cuando ven que los CD8 se han puesto a trabajar hacen lo que mejor se les da: comer y digerir. Además, son capaces de hacer un pokémon. Evolucionan en caso de tener que abandonar el torrente sanguíneo. De monocito a macrófago en una diapédesis, que así se llama la cosa esa de salir del vaso sanguíneo.
Finalmente, nos encontramos con la cuarta pata de esta mesa. No tengo dudas de que van a intuir para que sirven los siguientes en ponerse a bailar. Aparecen por sorpresa y no son tampoco muchos, pero son hábiles en poner punto y aparte a todo aquello que no encaja. Probablemente tengan el nombre que más me gusta de todas las células blancas. Ignoro qué publicista le robó el trabajo a un inmunólogo para llegar a él, pero por ahí vienen saludando las natural killers. Están especialmente preparadas para hacer lo que prometen. Como un político, pero al revés. Así linfocitos citotóxicos, neutrófilos, monocitos y natural killers se ponen de acuerdo para detectar, limpiar y dar esplendor. Son como la Real Academia Española de la lengua pero en células blancas. Hablan entre ellos utilizando un lenguaje en el que las letras son citoquinas haciendo un discurso que debe tener pocas faltas de ortografía. Además, se encargan de poner en marcha la respuesta adaptativa. La que nos permite hacer memoria y generar inmunoglobulinas. Es en ese momento cuando SARS-COV-2 se estira el traje. Sonríe y presume de as en la manga, dispuesto a disfrutar de las trampas.
Este coronavirus, como su primo el responsable del SARS, es capaz de lograr que las células del sistema inmune innato se hablen pero no se digan cosas. Mimos que no son capaces de jugar entre ellos a las películas. Les pone el volumen en silencio y eso se traduce en dos hechos. Por un lado, el virus siente que nada le daña. Es un turista con pase VIP. Por otro, y consecuencia de lo primero, provoca una inflamación que se perpetúa lentamente y durante días. Lo que le rodea se convierte en un espacio cada vez más dañado y con menos funciones. El coronavirus se construye un hogar mientras los leucocitos se gritan unos a otros. La peor versión posible de No me chilles que no te veo. Piden cada vez más madera para un fuego que ni sienten ni son capaces de parar. Pirómanos que no se enteran de la que están liando. Este hecho es crucial, pues en la respuesta a una infección es importante el principio, pero también es fundamental saber el hasta cuándo. Si la inmunidad innata sabe empezar pero no terminar las consecuencias serán o malas o peores. Ya sabe, potencia sin control no tiene freno. De ahí que palabras como «disregulación inmune» o «síndrome de activación macrofágica» hayan poblado los medios. Términos que se han escapado del torrente sanguíneo a los faldones de algunos programas del corazón. Y el coronavirus sonriendo y nosotros sin saber con certeza cómo ponerle fin a la llama. Aplicando inmunomoduladores para apagar la luz sabiendo que es un riesgo dejar a oscuras la respuesta del individuo enfermo frente a la infección. Es en ese punto cuando a lo mejor pensar en los niños nos hace de pista. Regresar a la infancia como cuando leemos el nombre de Spielberg en la pantalla del televisor.
Habrán leído que los niños muestran formas más leves de la enfermedad. La gran mayoría de ellos presentan infecciones con poca clínica y se ventilan el virus como el que se sacude polvo de los hombros. Aún no se conoce la razón por la cual esto se produce. Ya saben que cuando no hay hechos podemos contar con las hipótesis. Si estas además se basan en el conocimiento, digamos que estamos asfaltando el terreno para que se ponga a circular la ciencia. Una de las teorías sobre la infancia pivota sobre la inmunidad innata, ¿se lo esperaba? ¿Puede ver los platos vacíos sobre la mesa?
Al nacer los niños tienen un libro en blanco con estas palabras escritas en el lomo: «Así es como he aprendido a defenderme de las infecciones: historia de una aventura». Desde que abrimos los ojos nuestro sistema inmunitario se enfrenta a un mundo hostil del que debe defenderse. Cuenta con una pequeña ayuda inicial de la madre, ya sea con inmunoglobulinas desde la placenta o mediante la lactancia, pero eso dura unos seis meses. Desde el minuto cero de partido los virus y bacterias están dispuestos a poner a prueba a ese nuevo ser vivo. Los microorganismos estaban antes que lo que llora y tienen cierto interés en conquistarlo. Eso obliga a estas células blancas recién estrenadas a demostrar que lo innato es más que un mote. Al tiempo, mediante el uso de vacunas, nos encargamos de hacer que se ponga en marcha la generación de memoria frente a infecciones que no han sufrido y que por supuesto no queremos que sufran. Se produce un baile que requiere de agilidad y juventud leucocitaria. Que nada cruja para que nada falle. Durante los meses de invierno, por ejemplo, cualquier niño de menos de seis años se habrá estudiado para verano entre seis y diez procesos virales. Digamos que no hay descanso para lo que nos vigila por dentro.
Con el paso del tiempo esa capacidad de respuesta se ve modificada. Vivir permite que el libro que comentábamos se escriba. Cada agente microbiológico es tinta sobre las páginas. Así, cuando llega un extraño a buscar sitio, lo único que hay que hacer es bucear entre ellas. Si ya está ahí se usan las instrucciones escritas. Si hay algo parecido nos vale con repasarlas. Progresivamente disminuyen los espacios en blanco y hay menos necesidad de la alineación innata a pleno rendimiento. Poco a poco, con los años, entramos en la pereza de pensar que todo está más o menos controlado. Eso deriva en una cada vez más limitada agilidad leucocitaria frente a nuevas infecciones. Es por eso que el coronavirus se estira el traje y sonríe. A jugar se va más fácil si sabes que no te van a terminar manchando. Nada más peligroso que un crío para la ropa nueva. Para un virus es más sencillo salir impoluto de su partida con un adulto. Y parece que cuanto más adulto, más mayor, más sencilla le resulta la apuesta. Así, es en este punto, cuando la capacidad de rebobinado supone un hecho más que interesante a evaluar. ¿Y si los leucocitos también pueden recordar de lo que eran capaces? ¿Quizá un viaje a Nunca Jamás para que alguien despierte su imaginación?
Volvamos a la escena que dejamos suspendida en el primer párrafo. En ella, Robin Williams termina viendo lo que no veía. Necesitaba el estímulo de una muchedumbre de niños haciendo de ejemplo. Pero Peter vuelve. Y al volver no solo se encuentra rodeado de comida, también es capaz de saborear el recuerdo de una juventud maravillosa. Es lo que era. ¿Eso podría pasar con nuestro Linfocito Pan? ¿Sería posible que la inmunidad se recuperara de alguna manera? Sin duda es una pregunta interesante que no se responde con un plano secuencia. El uso de vacunas o el estudio de la situación inmune de los pacientes adultos o graves dará primero respuesta sobre el qué ocurre. Después vendrán los argumentos sobre lo que se podría haber cambiado. Haber sufrido infecciones respiratorias por otros coronavirus distintos a SARS-CoV-2 podría facilitar la adaptación a esta infección. Están el libro, no son iguales, pero solo hay que buscarlos. Un considerable porcentaje de los cuadros catarrales está producido por esta familia de virus. Quizá ellos puedan ser los niños sobre la mesa que despiertan una inmunidad un pelín oxidada. Algo parecido ocurre con las vacunas. Algunas de ellas se basan en el uso de virus atenuados. Quizá haber entrenado de algún modo la inmunidad innata, aunque solo sea un paseo con virus atenuados, sirva para que no molesten las zapatillas cuando haya que comenzar a correr.
De Hook recuerdo su momento final y cómo sonreía Robin Williams. Vuelvo a esa película cada cierto tiempo como el que vuelve a casa. Aquello terminaba con un adulto feliz por saber que se puede ser un niño con arrugas. Bendito mensaje. En ese cambio sus hijos reconocían a un padre que echaban de menos. Salí del cine pensando en el paso del tiempo y por supuesto ignorando que el interior de mis vasos sanguíneos estaba repleto de leucocitos. Ahora esos leucocitos están en la boca de muchos y en el cuerpo de todos. Jugando un papel fundamental que se desarrolla invisible y en silencio. Quizá siendo efectivos desde la novedad en los niños y puede que algo torpes en los más mayores al haber perdido práctica. Pero en lo que hagan y en lo que sean parece estar una de las claves para cambiar el guion. Ese en el que SARS-CoV-2 tiene a nuestras células blancas sentadas delante de una mesa llena de platos vacíos. Con Spielberg moviendo la cámara y haciendo un primer plano sobre un linfocito. Mientras le dice que la ciencia, como la inmunidad, avanza en muchas ocasiones con lo que nos hace distintos. Usando esa magia que surge de liberar nuestra imaginación.
Conflicto de intereses y agradecimientos: no tengo ningún conflicto de interés con ninguna entidad o empresa farmacéutica. De todo esto nos liberará la ciencia, pero ahora nos están sacando adelante la generosidad y la responsabilidad de las personas. Mi admiración a todos los sanitarios. No es justo el trato que hemos recibido y es inmensa la lección dada. Descansen en paz todos los que dieron un paso adelante para cuidar en tiempos tan difíciles. No se puede olvidar. Mi respeto más profundo a todos ellos y sus familias.
Bibliografía
• García-Salido A. «Revisión Narrativa Sobre La Respuesta Inmunitaria Frente A Coronavirus: Descripción General, Aplicabilidad Para Sars-Cov2 E Implicaciones Terapéuticas» [published online ahead of print, 2020 Apr 25]. An Pediatr (Barc). 2020;doi:10.1016/j.anpedi.2020.04.016
• García-Salido, Alberto MD, PhD, Three Hypotheses About Children COVID19 The Pediatric Infectious Disease Journal: April 15, 2020 – Volume Online First – Issue – doi: 10.1097/INF.0000000000002701
• Giamarellos-Bourboulis EJ, Netea MG, Rovina N, et al. Complex Immune Dysregulation in COVID-19 Patients with Severe Respiratory Failure [published online ahead of print, 2020 Apr 17]. Cell Host Microbe. 2020;S1931-3128(20)30236-5. doi:10.1016/j.chom.2020.04.009
Gracias por esta maravilla.
Soy médico, y ojala alguien hubiese sabido explicarlo con esta gracia y arte. Creo que Inmuno habria sido mucho mas sencilla…
Muchas gracias Jorge.
Alberto.
Gracias Alberto