Seguramente conocéis el Club de Malasmadres, una web de mujeres «con mucho sueño, poco tiempo, alergia a la ñoñería», que quieren desmitificar la maternidad y romper el mito de la madre perfecta. A las madres se las ha juzgado siempre por las apariencias, como si ser buena madre consistiese en parecerlo: había que planchar las sábanas, tener el salón ordenado como un mausoleo, no salir nunca sin niños y llevarlos siempre relucientes. Si ignorar esas cosas era ser mala madre, debieron de pensar, lo somos. Tienen ciento cincuenta mil seguidores en Instagram.
Me gusta el club y me pone nostálgico, porque yo me crie con una mala madre pionera: la mía. Mi madre estaba separada de mi padre y no tuvo más hijos, así que vivíamos ella y yo la mitad del tiempo. La otra mitad yo estaba con mi padre y ella hacía su vida.
Mi madre era formal en todo lo esencial —me protegía, era firme, me exigía y me quería—, pero descuidaba las apariencias. Algunos días me dejaba no ir al colegio sin mayores explicaciones porque llovía o porque nos habíamos acostado tarde viendo los Óscar. Además, se diferenciaba de otras madres de mi pueblo en que no tenía siempre la comida preparada: «Pero ¡Kiko! —decía alarmada—, ¿qué vas a comer si no hay nada?».
Mi madre cocinaba mal. De pequeño yo pensaba que todas las madres cocinaban igual —mal—, pero fui descubriendo que no. Asumí que era imposible tostar pan sin quemarlo, por ejemplo. Y es que mi madre desayunaba tostadas quemadas a diario, siempre con los bordes carbonizados. ¿Es posible tostar mal el pan? Sí. Su secreto era cortar la barra en transversal, que es absurdo; salían unas tostadas diminutas, con los bordes negros y amenazantes.
En el comedor escolar yo era famoso porque me gustaba la comida que servían. Mi madre entonces fingía enfadarse: «Kiko, no digas que te gusta, que van a pensar que cocino mal», y le entraba la risa. Es innegable que era ingeniosa: cuando fui a la universidad me enviaba tuppers que le hacían otras madres amigas suyas.
Mi madre tenía montones de amigos. Hace tiempo, saliendo de la presentación de un libro, se me acercó alguien a decirme que había conocido a mi madre de joven: «Era divertidísima», me dijo lo primero. Y es verdad. Mi madre era una persona muy divertida, que tenía nuestra casa llena de amigos: «Ten muchos amigos», me dijo un día solemne. Cuando yo me quejaba por cualquier cosa, en plan mamá esto o mamá lo otro, siempre me decía lo mismo: «Te quejas, pero te hago gracia». Y a mí me daba la risa a mitad de enfado.
Como decía, mi madre recibía a mucha gente en casa, sobre todo amigos de su época universitaria. Mis padres habían estudiado en Madrid en los setenta, y supongo que eran hippies o por lo menos progres, así que cuando se instalaron en una casita de un pueblo de Alicante muchos de esos amigos empezaron a visitarlos. Quizás porque la casa era grande y porque Madrid no tiene playa, o porque mi madre era como era. Venían a pasar el verano y se encargaban de hacer la compra y de cocinar; mi madre a cambio los llevaba a la playa en coche. Recuerdo a María, Jaime, Mati o Pepe tirando de ella, esperándola en la puerta, desesperados porque no acababa de estar lista: «Vamos, Elena, que son ya las tres…», y mi madre contestando desde otra habitación: «Voy, voy, voy».
La impuntualidad de mi madre era legendaria. Aunque llegábamos tarde al colegio, los profesores nunca me reñían, supongo que porque yo entraba rojo y mis padres estaban separados (que por entonces era una rareza). Cómo sería la cosa que, cuando alguien reservaba para comer fuera, a mi madre y a mí nos daban una hora falsa. Nos decían que la mesa era a las dos y reservaban a las tres. Pero mi madre lo anticipaba y al llegar al restaurante se defendía: «¿Cómo que llego tarde? Si me has dicho a las dos y aún son las tres», pero daba igual: «Elena… es que son las tres y media».
A veces le daban arrebatos de buena madre. Cuando empecé la carrera y me marché a estudiar a Valencia, decidió ofenderse porque yo no le llevaba ropa para lavar, como hacían los demás hijos. Se suponía que la ropa lavada en casa quedaba mejor, pero yo nunca noté gran diferencia. Al final llevé una bolsa de ropa sucia… y por descuido se me coló un sujetador. Mi madre me lo devolvió con el resto de la ropa sin mencionarlo —en casa éramos reservados—, pero estoy seguro de que se lo estuvo contando a todo el mundo.
No solía preguntarme por novias, aunque en un pueblo todo se sabe, pero si lo hacía siempre acababa con la misma frase: «Pero me quieres más a mí, ¿no?», y otra vez le daba risa.
Yo no siempre me porté bien con ella. Cuando mis padres se divorciaron, que debía tener yo diez años, le dije una noche muy preocupado que cómo íbamos a vivir los dos solos… si ella perdía las llaves. Y es que perdía las llave mucho, eso es un hecho. En realidad, se arregló perfectamente, y sin mi ayuda (no fui uno de esos niños que cuida de su madre, sino que me dediqué a darle trabajo).
Mi madre nunca habló mal de mi padre y siempre me insistió en que cuidase mucho a mis amigos. Es algo que yo no he hecho, pero que ella desde luego sí hizo porque murió rodeada por ellos.
Mi madre fue una «mala madre» estupenda. Fue también la madre que quiso ser, o eso me parece. Y aunque renunció a muchas cosas por mi culpa —a viajar más, a conocer a más gente, leer más libros y hacer muchas cosas divertidas—, no dejó nunca de ser una persona completa incluso a mis ojos. Yo miraba a mi madre y veía eso, a mi madre, pero también intuía la persona que ella era para los demás… aunque la viese al trasluz y sin querer mirar, con el egoísmo de cualquier hijo.
Muy bonito.
Yo tengo una buena madre. Impoluta, me vestía como una princesita, repeinada. Una cocinera maravillosa (odiaba la comida del comedor). La recuerdo siempre enfadada, ni un recuerdo jugando conmigo, durmiendo conmigo o simplemente estando.
Mi madre es de las buenas buenas, trabajó, jugó conmigo y mis dos hermanas, es una excelente cocinera y tiene sensibilidad artística. Además cumplimos años el mismo día. Aún no tengo decidido dónde ponerle un monumento.
Me gustó tu artículo, gracias.
Un bonito texto. Creo que tú madre se sentiría dichosa si pudiera leerlo.
Yo solo intento ser una buena malamadre.
Mis hijos se ríen conmigo a veces, otras veces, reñimos. Supongo que la vida tiene de todo, porque para aprender y valorar lo bueno hay que conocer lo malo.
Me pregunto cómo serán mis hijos de mayores, confío, en que buenos y felices. Y me pregunto que pensarán de la madre que fui cuando eran pequeños.
¡Qué buen texto! ¡Y qué comentarios! Agradecido.
En los cumpleaños, antes de que lleguen
los primeros y somnolientos augurios
llamar a mi madre es un acto reflejo.
¡Jamás vi tal acto de arrojo, de buena
Ignorancia y tenaz osadía de multiplicar
esta puta vida que sin embargo amo!
Y me quedo en silencio, y es ella que habla.
De todo, menos de lo que hizo aquel día.
Cuando supe que había varones y hembras
pregunté el porqué y me trajo unos versos
de una milonga olvidada:… Según mi mama
nací varón porque pa’l pique faltaba un peón.
Muchas simplemente vagas se consideran malas madres por no aceptar que lo son. Nada tiene que ver el ser feliz con el no ser trabajador. No cocinar, planchar y depender de los demás que te saquen la vida adelante te puede provocar una sonrisa constante pero no es algo de lo que estar orgullosa. Pero en este mundo del infantil buenismo que hemos creado ahora es incluso algo de lo que estar orgullosa.
Mi madre negó mi existencia desde que nací . En ese mismo instante negó a mi padre . Mi padre era el culpable de mi nacimiento y eso fue el castigo por no haber decidido quedarse “ soltera “ y sola en la vida . Su realidad era otra , la de ser la de “ en medio “ , ni la que llevaba toda la casa , mientras mi abuela trabajaba en él campo , ni la pequeña que jugaba . No quiso que nadie la ordenara nada , no quiso tener responsabilidad alguna sobre nada . Sin embargo vivió a costa de los demás , fue un parásito social , que lo que atesoró lo daba a quien quería y fue amado por ellos y no a quien debía , que nunca la odiaron porque era de ellos donde obtenía sus tesoros . A mi padre con su devastador desamor , le produjo micro infartos hasta que el último le mató , treinta años antes de lo normal en la familia y en ella misma , que prácticamente todos vivieron cien años . A mi vomitos sin parar desde los tres años , a los once mi cerebro era incapaz de distinguir entre él hambre y las ganas de comer . A esos tres , sabía sumar , restar , multiplicar , dividir y leer . Creo que aprendí sola con un diccionario de mi abuela , un libro de hidroterapia de ella y dos libros de mi bisabuela , que ella nunca tuvo en sus manos . Mi padre me enseñaba matemáticas en la cama de ellos , yo estaba en medio y ella a mi derecha . Supongo que nunca oyó nada . A los doce quiso ponerme a trabajar porque era tonta y no servía para estudiar . Ni se entero de que era secretaria a los diez años después de estudiar dos en mi nuevo colegio porque no le dije que al anterior , monjas de la Caridad no volvería nunca , que me escaparía , porque eran raras y estaban locas , justamente lo mismo que me llamaba a mi . Fue su hermana mayor la que le convenció de que siguiera estudiando , la que me regalaba libros , la que hacía que cuando pasaba todos los veranos en su casa , dejara de vomitar y fueran los mejores meses del años . A los Diez me “ atonté “ , pero los directores de mi nuevo colegio respetaron mi decisión . Estar dos años sin jugar con las niñas de mi edad , ya no pude soportarlo . A los quince , poco antes de entrar en mi escuela técnica y justo después de pasar mi último verano feliz , mi cerebro no pudo más : dos impulsos de suicidio en una semana , fueron dos milagros seguidos . sin más seguí mi pasión en la uní , los motores y la mecánica como mi padre , que además era inventor . A los siete sabía manejar el torno y la fresa . Su muerte me dejó absolutamente sola en este mundo donde “ la cigüeña me ha dejado en un mundo que no es el mío “ . Mi padre sin saberlo , me enseñó a la perfección a manejarme y sobrevivir entre lo que he llamado “ terráqueos “ , cuyo razonamiento es cero . Vivimos sin saber cuándo acabará nuestra vida , en un universo maravilloso , en precioso planeta azul y donde solo con contemplar la belleza de una naranja sería suficiente para ser feliz . Sigo siendo la rara/ loca . Me he casado dos veces y tengo cuatro hijos . Ahora sigo luchando por mi vida , donde nadie quiere a los viejos como siempre ha ocurrido a lo largo y ancho de la humanidad . En esta caída del Imperio Romano en vivo y en directo , han copiado su destrucción punto por punto , incluido el abandono de los niños , el circo Romano en plan gore con sus películas y él hambre con el trigo gratis VAE VICTIS Por supuesto queda que cuide a mi madre hasta el último segundo de su vida . Los seres humanos como todo , se dividen en dos : BUENOS y MALOS , las dos caras de la misma moneda que todos podemos serlo dependiendo de la sociedad en la que te hagan vivir PAZ Y AMOR para todas las padres y para todos sus hijos , aunque nunca puedan tenerlo ?????♀️???? Siempre Mi río lo es
Sin palabras. Solo quedarme quieto… cuatros hijos, un planeta azul, bellos cómo una naranja. Admiro y envidio su coraje. Gracias por el momento de lectura.
Estoy llorando. Leer el cariño, el amor y el humor con el que hablas de tu madre me hace no perder las esperanzas para ser recordada de la misma manera. Yo tampoco fui la madre al uso, la madre que se esperaba. Seguro que lo sabes pero tu madre estaría tremendamente orgullosa de ti. Tanto orgullo como el amor que debió sentir por ti
No, no conozco al club ese. Hasta donde yo sé (porque así lo aprendí en la escuela) madre es un rol, dentro de esa institución que es la familia. El rol lo puede cumplir cualquier persona, no necesariamente la madre biológica ni siquiera tiene que ser familiar ni hace falta que sea mujer de hecho, pero es un rol y debe cumplirlo. Incluye educar, dar afecto, tiempo, y todo eso. Cualquier mujer puede tener hijos, no cualquiera puede ser madre, muchas menos logran ser buenas madres.
No, no conozco al club ese. Hasta donde yo sé (porque así lo aprendí en la escuela) madre es un rol, dentro de esa institución que es la familia. El rol lo puede cumplir cualquier persona, no necesariamente la madre biológica ni siquiera tiene que ser familiar ni hace falta que sea mujer de hecho, pero es un rol y debe cumplirlo. Incluye educar, dar afecto, tiempo, y todo eso. Cualquier mujer puede tener hijos, no cualquiera puede ser madre, muchas menos logran ser buenas madres
Estaría de acuerdo con Nico en casi todo, pero eso del «rol» no lo digiero. Rol es una ficción, pero tener aparato reproductivo y sus accesorios me llevan a pensar que no lo es. No es un rol nuestra fuerza física que a ellas les falta. En ese aspecto no somos actores. Reconozco que hay madres que mejor sería perderlas, o por lo menos tenerles compasión porque, qué culpa tienen si vienen con fallas de fábrica?
Con la siguiente modificación creo que me exprimo mejor sobre mi madre.
En los cumpleaños, antes de que lleguen
los primeros y somnolientos augurios,
algunos de hasta etnias olvidadas
llamar a mi madre es un acto reflejo.
Jamás vi tal acto de arrojo, de buena
ignorancia y tenaz osadía de multiplicar
esta puta vida que sin embargo amo.
Y me quedo en silencio, y es ella que habla.
De todo, menos de lo que liberó aquel día.
Cuando supe que había varones y hembras
pregunté el motivo y me trajo unos versos
de una milonga olvidada: … “quién me enseñó,
quién me enseño, según mi mama nací varón
porque pa’l pique faltaba un peón.
Con años de anticipación a las modernas teorías biológicas, y sin tener acceso a una educación como la que tenemos nosotros, ya sabía que ser varón o mujer respondía más o menos al lance de una moneda que no permite que una faz se sobreponga a la otra manteniendo un cierto equilibrio. Pura estadísticas. Pero lo notable es que sentía que también entraba en juego la presión psíquica y social del entorno para determinar el sexo de los futuros hijos. No recuerdo bien cuál de los dos géneros, pero después de la guerra hubo un repunte de uno de los nacimientos. Y en octubre, según el profesor Carlo Flamigni, hay una inexplicable mayor natalidad. Por lo menos en occidente.
Precioso texto.
Hubo un dia en mi vida cuando era joven, tenía 20 y pocos años, y decidí que nunca tendría hijos, no haría madre (buena o mala) a ninguna mujer. Luego con los años, apunto estuve de ser padre, pero finalmente siempre me resistí y he cumplido hasta la fecha la promesa que me hice. La historia de por que decidí no se padre jamas es bastante vulgar y sospecho que muy frecuente.
Mi padre tenia un amigo, que tuvo un hijo a una edad algo tardía, pasaba algo de los 40 y a los 3 o 4 años de nacer el crio, el matrimonio tuvo problemas y acabó divorciandose bastante mal. Entonces ocurrió eso que me marcó para siempre y que a pesar de ser habitual nunca había reparado en ello, hasta entonces.
El juez como era habitual, le dio la custodia a la madre, y como era habitual tambien, el amigo de mi padre se quedó sin casa, tuvo que irse, desbaratar su vida para siempre. Volver con sus ancianos padres, puesto que pagando una pensión le era imposible comprar otra casa.
Bien este caso que es ordinario por lo frecuente, me dejo un pensamiento muy concreto: Una vez que eres padre, tu vida y tu «libertad» depende totalmente de que tu mujer quiera seguir contigo. Si ocurre algo en el matrimonio puede echarte a la calle cuando quiera, condenarte practicamente a la indigencia. Y aqui es cuando lo tuve claro, ¿quiero arriesgar mi vida, teniendo un hijo? ¿Quiero darle a alguien el poder de hundirme para siempre? Para mi esto era lo que significaba tener un hijo. Arriesgar TODO. Acababa de ver las consecuencias en el amigo de mi padre.
A punto estuve de incumplir mi palabra, en una relacion, pero fue tal la impresión que me causó de joven esta historia, que he tenido claro siempre, que jamas pondría mi vida en el alambre, al criterio de otra persona; Siempre supe que ese no sería mi problema.