Muchos aspectos de la vida han sido tratados en las series de HBO, pero solo hubo uno cuya magnitud fue inabarcable, infinita: la estupidez masculina. No hay reino de fantasía ni galaxia ni concepto de ciencia ficción de mayor envergadura que las tonterías que puede llegar a hacer un hombre de edad que ve que pierde el tren, que se le pasa la vida, que quiere volver a sentirse joven. Emprender un regreso al pasado edénico de una adolescencia cuyo recuerdo ha distorsionado a voluntad y comodidad para mayor gloria de sí mismo.
Y digo hombre de edad, sin más, porque el varón de hoy afronta varias crisis a lo largo de su vida. Desde que deja de tener dieciséis, podríamos asegurar que cada año sufre una crisis porque ya no tiene dieciséis. Así hasta que muere. Antes eran un par, la de los cuarenta y la de los cincuenta. Ahora han aumentado como una epidemia en cada cumpleaños.
Veremos pronto a hombres, con sus entradas y su tripa cervecera, llorar compungidos y preguntarle a su mujer por qué ya no son un bebé. Todo se vino abajo cuando el sistema opresor les impuso aprender a andar. Babear y cagarse encima era lo verdaderamente auténtico y rebelde. Tiempos que nunca volverán.
En la serie En terapia (In Treatment, 2008-2010), adaptación de la israelí Hagai Levi, tuvimos un caso paradigmático, el de Paul. El psicoterapeuta que intentaba ayudar a sus pacientes sin darse cuenta, mientras iba cayendo, de que estaba peor que ellos, algo que notó cuando se estrelló contra el suelo. En una primera temporada que es ya un clásico en forma y fondo, a través de una interpretación magistral de Gabriel Byrne asistimos a tal exhibición de idiotez masculina que merecería pintarse a modo de mural para sustituir los frescos de la Capilla Sixtina, una pertinente renovación más acorde a los problemas de nuestro tiempo.
Por resumir con un spoiler, digamos que Paul la mete donde no debe meterla. Surge un idilio con una chica mucho más joven, Laura, interpretada por Melissa George, que ha experimentado con él, en su relación médico paciente en la consulta, una transferencia emocional. Él sabe que no debe hacerlo, todo le indica que no va a salir bien, pero va y la mete. O la intenta meter, porque ni se le levanta. Pero en el camino se ha quedado sin su mujer, Kate (Michelle Forbes), se tiene que mudar él solo a un apartamento y alejarse de sus hijos, que le necesitan quizá no tanto como él a ellos. Todo por esos pocos segundos de gloria que le iban a confirmar que sigue siendo capaz de conquistar a una hembra en edad de merecer. Y la pregunta es por qué. ¿Por qué se cumple siempre la fábula del escorpión y la rana?
El fenómeno, que parece una maldición oriental, está tratado de forma arquetípica en la ficción. Por mencionar a un personaje que desgraciadamente está de actualidad, Kevin Spacey. Su American Beauty iba de cómo se enamora, cuando está en plena crisis de los cuarenta, de una amiga de su hija adolescente. O incluso podemos hablar de Kubrick, cuya auto-pene-percepción debió de empezar a renquear cuando solo tenía treinta y cuatro años y convirtió una novela de Nabokov, Lolita, sobre el egoísmo de los hombres de mediana edad obsesionados con una niña, a la que encima acaban defenestrando, en una historia en la que una adolescente seducía a los adultos haciéndolos enloquecer, como pobres víctimas. Porque la niña, cómo estaba la niña…
Siempre llega un momento en el que uno ve que no es inmortal, pero darse cuenta es un éxito. Al contrario de lo que pueda parecer, significa que no te has muerto con veintisiete años como una estrella del rock que será místicamente recordada mientras disfruta del estatus glorioso de que los gusanos estén devorando sus restos.
No obstante, usted que me está leyendo, cuando llegue el día, en lugar de alegrarse, optará por la vía del pánico. Primero, porque mirándose al espejo descubrirá el cansancio. Cada día le agota más todo. Luego, la pereza: ya no tiene tantas ganas de hacer cosas divertidas y fantásticas, menos aún de prepararlas. Y no hablaremos de las enfermedades porque tienden a ponerle a uno con los pies en la tierra, ya que, si usted está sano, lo que hará será cometer un pecado muy grave: recordar Sodoma y Gomorra.
Por supuesto, no tendrá en cuenta las páginas del Evangelio donde Lucas (17:32) citó la advertencia de Jesús: «Acordaos de la mujer de Lot». Les sermoneo: esta señora y Lot fueron los únicos elegidos para dejar atrás Sodoma y Gomorra. Las dos ciudades fueron destruidas por Dios, Nuestro Señor, mediante una lluvia de fuego y azufre, según Génesis (19:24-25), o «reduciéndolas a cenizas» (Pedro 2:6-9), por lo que parece que también pudo usar armas nucleares. El caso es que a ellos dos los salvó solo con una condición ridícula, absurda. Nada más pidió: «No miréis atrás». Pero ella lo hizo, y el Señor la convirtió en sal. Estatua de sal.
Eso es usted, amigo en la crisis de la mediana edad y posteriores, una persona que se convierte en estatua de sal por mirar atrás. En el ecuador de la vida, la época de hacer balance sobre lo que uno ha hecho, logrado, vivido o dejado de vivir, cuando ve cómo se incorpora una nueva generación de adultos al globo terráqueo que tiene como denominador común pasar de usted como si fuera completamente transparente e insonoro, le invadirá la nostalgia de recordar la etapa en la que era uno de ellos, echará la vista atrás y la maldición bíblica se cebará con usted. Inexorablemente, se convertirá en algo reseco y sediento.
Pero tampoco se sienta culpable. Estamos determinados. Un estudio publicado en la revista académica científica estadounidense PNAS reveló que a los simios les pasa lo mismo. Concretamente, a quinientos ocho tipos de monos, incluidos chimpancés y orangutanes. Ellos también, en la mitad de su vida, se deprimen, se vuelven caprichosos y llevan a cabo ideas de bombero para compensar el vacío existencial.
En el estudio de la conducta humana en sociología, se ha hablado del término «grisedumbre». Hace referencia al pesar de encadenar rutinas y monotonía. Pero no solo incide en la pérdida de alicientes, el filósofo canadiense Charles Taylor contraponía en su libro Fuentes del yo: la construcción de la identidad moderna la imagen de la familia que tenía que salir toda a recolectar y cortar leña para poder calentarse en invierno con la teoría del «paradigma del artefacto», de Albert Borgmann. Este filosofo alemán de la tecnología sostenía que los valores sobre lo perdurable y el compromiso se veían reflejados en las mercancías del mundo contemporáneo, de uso rápido, fácilmente reemplazables y, para entendernos, made in China.
En las relaciones es igual, venían a decir ambos. Los compromisos con los demás se vuelven también circunstanciales. En palabras de Taylor: «Al individuo se le ha sacado de una rica vida de comunidad y ahora en cambio ha entrado en una serie de asociaciones móviles, cambiantes, revocables, a menudo meramente destinadas para fines sumamente específicos, y terminamos relacionándonos unos con otros a través de una serie de roles parciales». En esta tragaperras de la vida, lógico que el macho extraviado se pregunte: ¿quién coño soy?
Hablo con Carme Freixa, psicóloga especializada en sexualidad humana, para llevar estas teorizaciones a algo comprensible. Ella denomina al fenómeno, con más precisión, «andropausia». Durante años, explica, hubo dos corrientes. Una negaba su existencia, pero otra más clínica, basada en datos empíricos y científicos, afirmaba que, aunque no tuviese la magnitud de la menopausia femenina, lógicamente también les pasaba algo a los hombres: «En las mujeres era un descenso brusco de hormonas, una bajada que también se daba en ellos, con la diferencia de que en su caso era mucho más paulatina».
Se trata de la testosterona. Según Freixa: «La hormona la tienen los hombres y las mujeres, solo que estas en menor proporción. Funciona como un antidepresivo, cuando está baja, llegan las ansiedades, la depresión, la fatiga…». Pero el problema tiene casi más de cultural que de biológico, sigue: «Depende todo de la actitud. Con la menopausia, sabemos que a las mujeres galesas, cuando les daba un sofoco, lo veían, por tradición, como una especie de limpieza del organismo, por lo que en lugar de sentirse mal, lo veían como algo bueno. En el caso del hombre, la bajada de hormonas dependerá de cómo responda a las preguntas típicas de la edad de qué he hecho yo en la vida, si ya no le queda nada por hacer, o si piensa que todo es una mierda. Si encara esa crisis de forma positiva, la sintomatología va a ser menor, de lo contrario…».
Porque esa crisis, insiste la doctora, «no sabemos hasta qué punto está condicionada por la sociedad, hay mucha mitología y una convención de que existe». Sí es cierto que en esa fase el hombre es más dado a observar su vida con un poco de perspectiva, pero hay miradas y miradas, concluye Freixa: «A los hombres siempre les ha preocupado mucho su rendimiento sexual y ya desde los veintitrés años el tiempo que pasa entre una eyaculación y la siguiente erección se va alargando, muy despacio, pero va creciendo. En el momento en el que el varón percibe que ese tiempo es mucho más grande, coge la andropausia, pero desde un punto de vista psicológico, no es un achaque físico. El problema es si quiere recuperar la juventud perdida porque la sociedad le dice que está a las puertas de la vejez. Ahí siente una presión escénica».
Y llega el colapso: «De repente se da cuenta de que tiene que resolver muchos problemas para poder ser como era cuando tenía veinte, pero lleva veinticinco años sin serlo y lo que pasa es que no se ha dado cuenta en todo ese tiempo. Entonces se observa a sí mismo con el condicionante de la profecía autocumplida: no rinde sexualmente porque la mitad de su cerebro se está preocupando porque teme que no va a rendir sexualmente. La imagen del triunfo extendida socialmente para los de su edad se basa en eso en gran parte. Es la del hombre mayor que es exitoso porque tiene una pareja más joven y va y le hace un hijo, un triunfo de su virilidad, lo que demuestra que la imagen de la masculinidad sigue adscrita a la capacidad de reproducción. Si me reproduzco es que soy más potente».
Luego está la vertiente social del problema: «En una sociedad competitiva como la nuestra, muchos hombres se encuentran en una edad en la que se sienten empujados por los que vienen detrás y los que hay delante todavía no se han ido, le impiden que sea el dios, mientras el retrato social vende a un tipo de hombre que, en su madurez, puede con todo. Hay una presión de grupo que refuerza este concepto, pero si bajamos a la realidad encontramos que ellos sienten que no llegan. Con la pérdida de hormonas cada vez acumulan más grasa, están más irritables, padecen de insomnio, y eso aumenta la ansiedad y la depresión. Se sabe que hasta un 80 % de los hombres sufren algunos de estos síntomas».
Y no olvidemos tampoco, recalca, la lucha de clases: «El trabajador más humilde, preocupado por llegar a fin de mes o pagar la hipoteca, no está para estas cosas, entiende que si la mujer no tiene ganas de sexo es normal a su edad, él se masturba en sus ratos libres o lo que sea y sigue con su vida, pero si asciendes en la clase social, este tipo de pensamientos de andropausia son más frecuentes».
Recordemos en este punto la película Novecento, de Bernardo Bertolucci. El patrón, Burt Lancaster, ya no tiene una erección al pedirle a una joven campesina que le masturbe, esta le contesta inocentemente con la mano en su pene flácido: «No se puede ordeñar a un toro», y él entonces toma la decisión de suicidarse. Leo Dalcó (Sterling Hayden), su capataz, se lo encuentra ahorcado en el establo y, tras años de servirle, le comenta al oscilante cadáver: «Tal vez, la verdad es que cuando un hombre no hace nada en toda su vida tiene mucho tiempo libre para pensar. Y dale que te dale, todos los días pensando, al final se vuelve medio tonto».
Un best seller estadounidense de los setenta sobre estas crisis de edad, Passages: Predictable Crises of Adult Life, trataba el inexorable fenómeno del envejecimiento como un viaje a otra dimensión que ríete tú de Matrix, 2001: una odisea del espacio o Interstellar. Decía a modo de consejo: «No puedes llevar contigo todo cuando partes para el viaje de la edad madura. Vas a ir muy lejos. Lejos de las pretensiones institucionales y de las incluidas en el orden del día de otras personas. Lejos de las valoraciones y acreditaciones externas, cuando lo que tú buscas es la validación interior. Te alejas de los roles y penetras en el yo».
Ese es el gran drama y ahí empiezan los problemas. Porque, en este proceso, una aventura dentro de uno mismo, después de bucear por aguas pantanosas, introducirse reptando en simas, saltar al vacío en fosas abisales y ver Rayos-C brillar en la oscuridad de la Puerta de Tannhäuser, cuando al final de la odisea nos encontramos por fin con nuestro propio yo, no estamos del todo preparados, no resulta sencillo gestionar las emociones, digamos que es algo delicado y no muy fácil de llevar descubrir que ese yo tuyo es un puto gilipollas.
Tiene alguna relación con lo dicho por ti, espero que te haga gracia: http://eldesiertodejuantengo.blogspot.com/2020/03/give-out-but-dont-give-up.html
muy bueno
Jajajajajá, muy bueno!
Muy buen artículo. Gracias.
Mi crísis de los cuarenta empezó a los 37 y duró hasta casi los 45, así que hazte una idea. En mi caso, sentía que me había hecho viejo para todo y que nada podía competir con la juventud, que mi tiempo ya había pasado y sólo me quedaba vegetar esperando una habitación libre en algún asilo. Casi así de ridículo fue todo. No me dio por reverdercer viejos laureles ni tuve problemas con las erecciones, aunque sí notaba que ya no eran tan potentes como veinte años atrás pero no me afectó. Lo mío fue diferente.
No voy a contar mi vida aquí pero desde adolescente he tenido una vida muy activa por equis motivos, siempre rodeado de gente (amigos, conocidos y pasajeros temporales) y moviéndome mucho. Y un día va todo y se acaba. Sin más. Y me quedé como cojo, huérfano y tuerto, todo a la vez. No es que le diese importancia a salir con mujeres más jóvenes que yo, es que simplemente ya no quería salir con mujeres, ni jóvenes ni mayores. Me dedicaba a lamerme mis heridas en soledad pensando en qué rápida pasó mi vida. Así de gilipollas estuve.
Viví la misma vida durante casi treinta años y cuando se terminó, no me di cuenta que no sabía hacer otra cosa y por eso nada me satisfacía. Vivía (vivo) rodeado de música, cine y libros y nada me decía ya nada valga la redundancia. Aparte me mudé de ciudad y a todo el drama se le añadió la soledad (¡pero porque a mí me dio la gana!). Y un buen día, tal como vino, se fue.
De repente eres autoconsciente de que la vida es así. Prefiero tener cuarenta y x#@X</ que haber dejado un cadáver joven y feo (en mi caso lo de bonito no cuela). Ahora, no es que haya encontrado otras cosas que hacer, es que he aprendido a valorar todo lo aprendido durante años y años y disfruto desde el otro lado. No tengo redes sociales (ni loco), pero me comunico con la gente que me importa por Whatsapp y antes del puto Covid, solía salir un par de veces al mes para comer con colegas y pasar el rato.
La diferencia es que cuando alguien decía mirando la hora "Hostiaaaa, qué tarde se ha hecho" no lo decía porque fuesen las cinco de la mañana sino las cinco de la tarde. A las 18,00h, todos recogitos en casa jajaja… Pero para llegar a este punto hay que pasar antes obligatoriamente entre las dos esfinges de la Historia Interminable e intentar que no te dejen frito con un rayo.
El problema y bien gordo es el que van a vivir las generaciones actuales cuando les toque, tan pagadas de sí mismas con la eterna juventud como bandera, que en su caso se agota a los 24 años. Una vez oí a una chica decir que no saldría con "Tal" porque era "muy viejo". Ella debía tener 19 o 20, él 24 (lo oí en la conversación). Tela la que les espera a algunos/as. Las mujeres viven esta crísis a su manera también, esto es unisex, pero sí es cierto que el mayor ridículo lo hacemos los tíos, las cosas como sean.
No voy a contar mi vida dice
A mí esa crisis me llegó al final de la treintena (ahora tengo 47). Comprobé con horror que la fiesta, el ligoteo, tocar en grupos, los viajes aventureros etc ya no me llamaban. Por cuestiones de la vida me fui a un pueblo pequeño y me alejé de todo eso. A los 40 acepté lo que estaba pasando y se acabaron las angustias. Ahora estoy mejor que en ninguna otra época de mi vida. No me faltan las relaciones porque estoy sin ansiedades por tenerlas, así que vienen solas. También me preocupé de vivir intensamente en la juventud, así que no me faltan experiencias, con lo que ahora soy, como me dice una vieja amiga, «un madurito interesante». En eso le saco ventaja a mis amigos que se casaron jóvenes y se dedicaron a trabajar y criar niños (y que obviamente ahora están separados): ellos no tienen nada interesante que contar. Sexualmente tengo menos potencia (¿Echar dos polvos en una noche? Ni puedo ni quiero, qué coñazo; lo pongo todo en el primero) pero más experiencia, con lo que disfruto yo más y ellas también. Resumiendo: a los jóvenes les diría que vivieran su vida todo lo plenamente que puedan para que no tengan que recuperar tiempos pasados cuando no toca; para los de mi edad, el gran concepto: ACEPTACIÓN.
A mí todo esto de las crisis de los 30, 40, etc, con sinceridad, siempre me han parecido milongas, estimuladas por los más interesados en que creamos estar pasando una, esto es, los terapeutas.
Obviamente, los hombres – hablo de lo que sé – al ir cumpliendo años nos damos cuenta de que ya no podemos hacer ciertas cosas ( esto es muy evidente en lo sexual ), o sencillamente no nos apetece ( porque el coste a pagar es mayor que el placer que proporciona ), pero a cambio hay otras ventajas: estás mucho mas tranquilo, y eres mucho más sabio, y no, no es un tópico. Si alguna ventaja tiene la vejez ( en mi caso, 68 ) es que has pasado ya por todo, o casi todo, y nada, o casi nada, te sorprende.
Un ejemplo, al leer una novela o ver una película, nos es muy fácil adivinar lo que vá a pasar, por la sencilla razón de que eso mismo, o muy parecido, lo hemos visto ya en otra; o incluso lo hemos vivido. Por eso parecemos mas listos, sencillamente porque hemos visto mucho.
Y en todo caso, para esto ( las crisis ) hay una solución que, de tan obvia dá vergüenza decirla: capacidad de adaptación, unan cualidad necesaria para la vida. Imaginemos qué pasaría si alguien no la tuviera, sería incapaz de adaptarse a un empleo nuevo, a otra pareja, a otro coche, a otra ciudad…
Muy cierto, muy cierto. Pero no son los terapeutas es el capitalismo. Ya exprimieron a las mujeres todo lo que pudieron, ahora vienen por los hombres. Nos quieren disconformes para vulnerarnos y así vendernos su basura. Esas «crisis» son casualmente problemas de la clase media/media-alta y del «mundo desarrollado». Por algo será.
Pues yo debo de ser un caso raro. Cuando cumplí treinta me vi mejor que cuando tenía 20. Cuando cumplí cuarenta pensé que lo mío era la hostia. Y hace poco que hice cincuenta y me veo de puta madre. Claro que siempre he tenido claro que esto son cuatro días, que no vale la pena comerse el tarro y que si tengo un problema, tengo la bendita suerte de tener una montón de genta alrededor que me quiere y que escuchará mis problemas si quiero contárselos, así que buena gana de gastarse las perras en psicólogos. Evidentemente el físico ya no el mismo que el de hace treinta años. Pero el que quiera engañarse, allá él. Yo con tener cuidado con las expectativas, voy servido.
Por cierto Álvaro, me ha hecho mucha gracia lo de que los trabajadores más humildes, con pelársela en su ratos libres evitan las preocupaciones de las clases más altas y ociosas.
Creo que te comprendo perfectamente, y sé lo que pasa ( tampoco es tan difícil, no es que uno sea tan listo )
Como digo unos comentarios mas arriba ( 13/05/2020, 10:48 ), al ir cumpliendo años uno se hace mas sabio, y también, añado ahora, con la experiencia, corrige parte de sus defectos, pule el carácter, aprendiendo de los errores de juventud, por ej. gana confianza y seguridad en sí mismo; a la vez que el deterioro físico no es muy evidente.
Hoy día, a los 50 tacos, cualquiera que lleve una vida sana – alimentación adecuada, práctica deportiva, no fumar, etc. – puede tener un aspecto y una salud todavía muy buenos.
En suma, uno es mejor psicológicamente, y físicamente es algo peor, pero no mucho.
Me ha gustado mucho este artículo y creo que es de los poquísimos en los que estaba expectante por leer los comentarios de los lectores, realmente interesada por saber qué piensan los hombres de más de 50 respecto a este proceso vital. Como ha dicho alguien ya esto es unisex que nos pasa a todas y a todos. En nuestro caso se va desarrollando un proceso en el que te vas volviendo invisible pero estoy de acuerdo con que es algo mucho más cultural y social que otra cosa. Si tú no te vuelves invisible en tu mente siempre hallarás el camino para seguir sacando el meollo a la vida, o eso creo. Algo que a mi me hace ser muy consciente de que me hago mayor (tengo menos de 40) es la brecha cultural, mental, social, tecnológica y espiritual con los jóvenes y pienso mucho en si eso es ley de vida, si a todxs nos pasa al cruzar el umbral o si es que realmente esta juventud es para echarle de comer a parte. Por cierto, a mi me da pánico lo de la menopausia! ¿quién querría pasar por todo este cúmulo mental y además lidiar con los cambios físicos?.
Si tuviéseis alopecia androgenética sabríais lo que es convertirse en invisible apenas cumplidos los 20.
Cumplir los 40 y quedarme sin mis amigos de toda la vida fue uno. Lisardo comenzó a interesarse por los deportes de riesgo: esquí (se rompió la clavícula), vuelo sin motor y parapente (así perdió la vida). Jaime, alguien que gastaba menos que un soviético en catecismos, comenzó a realizar inversiones arriesgadas en fondos de inversión que apenas nadie conocía. Un día, arruinado, se lanzó por el balcón interno de su edificio. Calculó mal y tuvo una atroz agonía de tres días. Javier cambió a su esposa por una petarda que podría haber sido su hija. Tras un par de años haciendo el imbécil, perdió su pequeña industria en los abogados y desapareció. No he vuelto a saber de él. Pero mi esposa, a los 30, también tuvo su momento de crisis. Quiso tener un hijo cuando las condiciones económicas nuestras no nos lo permitían. Como me negué, quiso ser inseminada. Hubo un divorcio de por medio, favorable para ella (gracias ZP) y la década de los 40s fue para mi llevadera debido a que no tuve tiempo salvo para tener dos y hasta tres malos medios trabajos, pagar la pensión de la ex y salvar la habitación-apartamento de poco más de 20 m. donde ahora existo. La pitopausia se llevó a mis amigos, sí. Pero también pague caro una década antes el pavor de mi ex a la sequedad de sus ovarios.
Y si encima vuelves a escuchar al maestro Sabina…lo rematas..
A los cuarenta uno empieza a saber de qué va todo esto. Te sientas solo en una terraza de un bar una mañana de primavera. Pides un café con leche con sacarina mientras notas parsimoniosamente como los rayos de sol acarician tu cara, detrás de tus gafas de sol. Olvidas por un momento el bla bla bla y el gasta gasta gasta de la mujer. Olvidas la cretinez enciclopédica de tu cibernético hijo y la de todo el mundo, así, en general. Empiezas a sonreír mansamente, beatíficamente, mientras te lames las heridas y lloras, lloras de alegría por aún estar vivo.
Como nota casi al margen, yo, que estoy un poco en los cincuenta, estoy volviendo a ver películas clásicas, que debo haber visto hace 20 o 30 años, y con la experiencia de los años vividos, las veo de otra manera, descubro el enfoque correcto justo ahora… para nada es 100% malo tener una biografía detrás, aunque solo sea para eso.
Bueno, ya que todo el mundo aporta su granito de arena, voy a hacer lo propio. Veamos: todas las características de declive físico mencionadas están ahí y puedo constatarlo. Aun así, no me cambiaría por una versión de mí más joven y por una sola pero importante razón: el control de la emociones.
No sé Rik
Muy interesante, tanto el artículo como las opiniones. No creo que esto sólo tenga que ver con recuperar experiencias no vividas o momentos no disfrutados, creo que una parte importante es no querer ser lo que para los que ahora rondamos los cincuenta, nos parecían los cincuentones cuando éramos veinteañeros. Hoy en día ves una foto de tu padre cuando tenía tus mismos 50 y comparándola con una tuya actual sigue pareciendo tu padre , y ante eso te rebelas, no quieres parecer eso porque entonces sí estás muerto en vida (como les dabas tu por muertos vivientes hace 30 años). Somos la generación de cincuentones más activa de la historia y cualquier tiempo futuro será peor.
Echando la vista atrás, veo un par de cosas bastante claras. Una, es cierto que uno, haga lo que haga, se va deteriorando físicamente (no se muere de golpe, se muere poco a poco durante muchos años). Dos, que por lo demás no vamos necesariamente a menos en el resto.
Creo que a los veinte, o a los treinta, uno simplemente cree que es la hostia, y aunque no lo sea siente que todavía puede serlo en el futuro. Si practica deportes (y no digamos si es bueno) cree que lo que hace es importante. Siempre hay mucho potencial futuro (o eso cree uno), y entonces se siente… joven. Ah, y es ingenuo en muchas cosas, y la ingenuidad es una gasolina impresionante (y necesaria en el mundo, por supuesto). Además, siendo ingenuo todo te sorprende y te maravilla sin esfuerzo por tu parte.
Lo que pasa a los cuarenta o cincuenta, a poco que uno madure, es que se da cuenta de que no, de que nunca va a ser la hostia, pero tampoco lo ha sido, y que jugar bien a algo o ganar nunca sirvió para nada, en realidad. También se va enterando de cómo funciona todo y perdiendo un poco de inocencia, y si no está un poco preparado, ve el mundo como una mierda gris. Y tienes que tomar las riendas porque ni la sorpresa ni el interés vienen solos.
En resumen, si sigues con los mismos valores y creencias que a los veinte, a los cincuenta sufrirás como un perro porque ya no puedes ser lo que eras. Si te has ido enterando un poquito de las cosas, te darás cuenta de que a los veinte eras básicamente gilipollas, y que buena parte de tu entusiasmo era pura ignorancia. Al menos desde ahí puedes darte cuenta del valor que tiene tu vida actual, que es mucho. Has cambiado cosas que tenías a los veinte por otras que no tenías ni podías tener. Si tu vida se basa en la plenitud física, tu vida va a ser muy, muy corta. A mí es una opción que no me convence.
Mi caso es un poco especial, a los veinte tenía un complejo enorme: por no ligar nada, por no tener ni oficio ni beneficio y por creer que no podía aspirar a ello ni a algo serio, el género femenino me ignoraba y prefería a fantasmillas de tres al cuarto. Así estuve durante años.
Por circunstancias de la vida los cuarenta han sido mucho mejores, mejoré mi aspecto, envejecí bien por genética y todo lo que no follé en mis veinte lo he hecho en la madurez, con lo que no los cambiaría por nada. Por mis vivencias personales no miro mi juventud ni con nostalgia ni con mitificación y las circunstancias sociales y económicas actuales hacen que no tenga envidia de las generaciones jóvenes actuales sino todo lo contrario.
Un placer leer vuestros comentarios, de verdad.
Muy buen artículo, pero se olvida de un detalle: ahora existe el viagra.
Has escrito un artículo muy interesante. El declive, el envejecimiento y el ostracismo masculino. Yo estoy en esa fase. Tengo 47 años, pero calculo que la difusa frontera que me separa del ideal que tenemos todos los hombres, que me separa de esos años testosterónicos, gasolínicos, como apuntaba algún comentarista más arriba, comenzó a los 37, si bien es cierto que, en aquel momento, no me di cuenta de ello. Además, si después de tantos años sigo hundiéndome sin colapsar de forma absoluta, supongo que es porque, por algún irracional motivo, el Superman que llevo dentro se resiste a morir. No se muere el cabrón… y mira que me esfuerzo por matarlo. No obstante, con la andropausia, me cabreo porque no recibo el respeto y el cariño que merezco pese a que yo se lo proporciono a los demás en su medida correcta, con una cordialidad calculada, como si yo fuera un psiquiatra —quizá lo soy en la realidad—, consciente de que el héroe que vive dentro de cada hombre quiere morir y quiere vivir. Yo me cabreo. Me enervo. Me golpeo el cráneo frente al espejo mientras grito. Pagaría lo impagable por volver atrás en el tiempo; por ser ignorante; por ser estúpido; por hacer todas aquellas cosas que no condujeron sino al fracaso. Sentir dentro el impulso de decirles otra vez que las quiero; sin saber que el amor y la sinceridad me llevaron al pozo. Volver a aquella inconsciencia vital. No reniego, pese a lo que he escrito en las frases anteriores, a la época en la que estoy. ¿Es esto una contradicción? Yo no lo creo. La búsqueda de la calma no excluye al fuego de la pasión. En el aspecto físico y biológico, me refiero ahora al «óxido» del aparato locomotor, al descenso de la tasa metabólica basal y al consiguiente aumento de los adipocitos en el abdomen, es algo que todos los hombres aprendemos rápido; especialmente notamos cómo cambian los domingos resacosos. La solución es pasar hambre y hacer deporte. ¿El sexo? El sexo mejora en muchos aspectos; pero no negaré que follar con mujeres de dudosa reputación encima del capó del coche los sábados de madrugada es «mejor» que masturbarme viendo porno en internet o acostarme con alguna amiga de forma esporádica. La crisis de la mediana edad a mí me ha sumido en la depresión; algunos dicen que yo he conseguido mucho en esta vida; otros creen que no he conseguido nada; en cualquier caso, para mí no es suficiente. Ése es precisamente el problema; que me siento insatisfecho. ¿La competitividad con los otros machos, con los que vienen por detrás y con los que no abandonan el trono? Meeh… No soy un hombre alfa; soy más bien un hombre omega. Entiendo perfectamente los motivos por que eligen las mujeres a los hombres. Este hecho, que parece nimio, me hace follar con ellas con mayor intensidad: «ahora las comprendo». En estos 47 veranos no he podido evitar llegar hasta aquí. Sería incapaz de cambiar ninguna de las grandes decisiones que me han convertido en una especie de vagabundo social. El suicidio pasa como única vía para cargarme al superhéroe, pero mientras tanto hay libros, pelis, música…
iQué jóvenes sois todos!.
El ensayo no va de sucesivas crisis vitales. Va de la crisis de los cincuenta que algunos anticipais. Las crisis por las que pasais, o habeis pasado, no son de las que habla el autor.
Sin pretender ser erudito, sabio o pedorro, un breve mensaje: Ya llegareis.
La impotencia mayor no es la sexual. La impotencia mayor es la existencial. De buena gana cambiaría todos los polvos que me quedan por saber para qué los echo.
¿ Qué no sabes para qué echas un polvo ?
Bueno, puede que yo tampoco lo sepa, pero mientas tanto, me lo paso muy bien.
Hagamos una cosa: pásame todos los polvos que no puedas / quieras atender.
Un saludo
He reído con el artículo, es muy bueno, y también con algunos comentarios. Pienso que es mejor tomársela así la vida, sin importar si tienes 20, 30, 50 o ya estás Matusalem, me refiero a tomar las cosas con humor, porque si pensamos en sentirnos como toros a los 60, las chicas seguirán riéndose hasta no poder más. Hay que aceptar lo que se venga con los años, total se hizo lo que mejor se pudo y si no llegó la fama no importa, si hay poco dinero hay que apañarse y seguir silbando por las calles. Me han gustado las frases de Novecento, es una expresión finísima de humor negro y esa imagen del cadaver colgando, es brutal.La frase del best seller norteamericano y el cierre es de carcajada. Gracias Alvaro, me fascinó el estilo franco y desenfadado para abordar este tema.
Interesante artículo que trata uno de los temas más controvertidos del paso del tiempo. Posiblemente sea complicado enfrentarse a determinadas cosas sin una preparación previa
Veo aquí a mucha gente que descubrió que a los 20 años eran gilipollas. Cosa que nos pasa a todos.
La verdadera sabiduria es reconocer que a los 50 seguimos siendo gilipollas. Y un poquito menos llenos de nosotros mismos, aceptar todas las cosas buenas y malas que la vida nos va dando
El nombre de la serie de origen israelí es BeTipul. Hagai Levi es el nombre del guionista.
Saludos.
Lo mejor de tener 54 es que ya has metido el palito en todos los agujeros que hacia falta, y cuando una pedorra te intenta calentar la cabreza, la mandas a paseo y te pones a leer jordown o a ver un video en youtube. Y tan feliz, oiga.
A mí todo esto me resulta marciano.
Para empezar, nunca he entendido la obsesión enfermiza con la infidelidad, ni me ha preocupado lo más mínimo que mis parejas (tres) me fueran «fieles». ¿Eso qué es?
De hecho me parece hasta cruel prohibirles que echen un polvo con alguien que les mola para dar satisfacción a no sé qué complejo de su pareja. Y si, he pasado por el trance y de hecho, creo que perdí una por no reaccionar como un moro celoso.
Y nunca me he mirado al espejo en plan doliente y autocompasivo: me parece una gilipollez y, sobre todo, una molestia. No necesito proohibírmelo, es que no me sale. Y no soporto a la gente que ademas de autocompadecerse, te castiga con sus «sufrimientos» ¿Tienes para comer?¿Un techo?¿Puedes disfrutar de cosas bonitas de la vida? ¿Cómo se te ocurre lloriquear porque ya no eres no se sabe que cosa que crees que fuiste o porque alguien no te quiere lo bastante o porque algo no ha salido como querías? Sé adulto, y pasa a lo siguiente.
Es evidente que igual que no puedo levantar el mismo peso o correr como hace 30 o 40 años, no puedo tener erecciones como las de entonces. Ni me afecta ni me importa. Follar es divertido, como lo son otras muchas cosas que dejas de hacer. No pasa nada. De hecho, compro pastillas para tener más potencia y me caducan sin usarlas. Y ni mi mujer ni yo hacemos un drama de eso.
Pasando el mismo trance, unos hombres se sentirán estimulados y otros deprimidos, lo que certifica que los sentimientos son un coñazo y que hay que evitar darles importancia.
Lo importante es lo que haces. ¿Te encuentras mal? Resuélvelo. ¿Te falla algo? Cambia o aprende a vivir con ello. ¿Te dolerá? Seguro, ¿y qué? La vida es muy corta como para andar haciendo dramas.
Qué gran artículo!