Arte y Letras Fotografía

La mafia no comunica a través de imágenes

benetton 1992 mafia edit
Franco Zecchin, el fotógrafo italiano al que hizo famoso una polémica campaña de Benetton, recuerda los años más sangrientos de Cosa Nostra.

Por el paseo marítimo de Marsella, con camisa blanca y sombrero, parece un turista más. Nadie repara en ese individuo que camina parsimoniosamente. Nadie lo reconoce, aunque casi todo el mundo haya visto algún trabajo suyo. Es Franco Zecchin (Milán, 1953), nombre destacado de la agencia Magnum, el mismo que se hizo mundialmente famoso gracias a una fotografía suya que sirvió como campaña para la casa Benetton: la imagen de tres mujeres de luto ante un cadáver asesinado por la mafia.

Pero antes de eso, había tenido tiempo de licenciarse en Física Nuclear, enamorarse de la fotógrafa Letizia Battaglia y convertirse por azar en cronista gráfico de la Palermo bañada en sangre por las guerras de Cosa Nostra. «Me hice fotógrafo a través del teatro», recuerda. «Yo había tenido la fotografía como curiosidad juvenil, cuando estudiaba Física, hasta que en el 74, durante un seminario-residencia organizado por la Bienal de Venecia con actores de la compañía de Jerzy Grotowski, en una villa veneciana de Palladio, pasamos un mes encerradas unas treinta personas para hacer una experiencia teatral, de búsqueda formativa. Era un trabajo sobre la persona muy profundo, muy adictivo…».

Pero la principal adicción que encontró fue una de las asistentes, Letizia Battaglia. «Fui a buscarla a Palermo, donde ella había empezado a colaborar con L’Ora. Había un grupo de fotógrafos que cubrían la crónica de la ciudad veinticuatro horas al día, con una especie de contrato de servicios fotográficos. Yo era del norte, no tenía trabajo y Letizia necesitaba gente, así que empecé a trabajar como fotógrafo del modo más natural, sin dificultad. Me resultó extremadamente sencillo».

Con lo que no contaba Zecchin en aquel año 1975 era con el inicio de la llamada segunda guerra de mafia, que pillaría de lleno. «Los corleoneses empezaron una escalada de poder mafioso usando estrategias violentas y de terror frente a los rivales de las otras familias, para alcanzar también a la Magistratura, a los periodistas, la sociedad civil… Lo interesante es que trabajar en una ciudad como Palermo te pemitía acceder a varios estamentos sociales. El fotero no es como el plumilla, que se puede especializar en algo. Con la cámara cubres desde el concurso de miss al pleno del ayuntamiento, los deportes, los homicidios. Tienes contacto con todas las manifestaciones, y eso incluye por supuesto la violencia mafiosa. Vivir con la mafia es estar bajo una forma de totalitarismo: un grupo que impone su interés sobre la mayoría, a través de prácticas ilícitas».

Ahora, viendo las sangrientas instantáneas tomadas por Battaglia y Zecchin en aquel tiempo, parece difícil imaginarlos llevando a los niños al colegio por las mañanas, o cenando tranquilamente tras una jornada de trabajo. «No hacíamos una vida normal», admite. «No al menos según lo entiende la mayoría de la gente. Nuestra vida consistía en codearse con el juez Giovanni Falcone, con el jefe de la Squadra Mobile, con el presidente de la Región Siciliana… Pero fíjate, seguí haciendo teatro en Palermo, con Michele Perriera, que formaba parte de la vanguardia literaria de los sesenta, como Gaetano Testa», agrega.

Mientras, la sangre no paraba de correr por las ciudades sicilianas, especialmente por la capital. El frenesí homicida del boss Totó Riina no parecía tener fin, aunque para Zecchin «fue una estrategia para perder: cuando decide matar a Falcone y Paolo Borselino, tenía que saber que se estaba cruzando una línea roja, sabía que se estaba forzando al Estado a ir a por todas contra ellos. El clan queda autodescalificado y anima a Tommaso Buscetta a colaborar en calidad de arrepentido. «Miren, estos tipos masacran a las familias, no son hombres de honor como yo». Buscetta no era un cretino, prefirió colaborar antes de ser asesinado en la cárcel por sicarios de los corleoneses. Supo analizar los mecanismos, adivinar hasta dónde llegaba la conexión del poder con la mafia y desde dónde podía empujar. Abrió el camino a otras formas de colaboración, y a comprender los mecanismos de Cosa Nostra, porque hasta entonces la Magistratura y la policía iban siempre por detrás de los hechos».

El miedo pasó a formar parte de la cotidianidad de la pareja. Miedo de los mafiosos, a los que estaban expuestos, pero también a la policía. «Nosotros hacíamos lo que ellos no podían, y a veces nos hacían responsables de las críticas que recibían», explica Zecchin. Una de las curiosidades que surgen viendo su trabajo es cómo lograban que les dejaran pasar a la escena del crimen, con una indulgencia asombrosa. «Era algo dejado a la discrecionalidad del funcionario de turno. La mayoría de las veces te decían «dale, hazlo rápido y a correr», como mucho te pedían el carné de identidad. Hoy eso sería impensable. Solo pasa la científica con sus guantes y sus gafas especiales, no puede caer nada, no se puede contaminar el escenario. Por otra parte, han surgido los gabinetes de prensa, ellos te proporcionan los datos, y eso es evidentemente un modo, también, de controlar la información. El poder del periodista independiente se ha reducido mucho», asevera.

¿Y a los mafiosos, no les importaba su trabajo? Zecchin sonríe antes de responder: «La mafia nunca reivindica una imagen, no comunica a través de ellas, sino con un lenguaje simbólico, violento, que viene de una cultura agropastoril: la piedra en la boca, la cabeza cortada, imágenes truculentas que ponen los pelos de punta. O los pizzini  [mensajes en papelitos] de Bernardo Provenzano, ese tipo de escritura que fue uno de los puntos débiles de los corleoneses».

«El caso es que no consideraban la comunicación exterior, no lo creían relevante», prosigue el fotógrafo. «Tan es así, que Cosa Nostra tomó imágenes que venían del cine, de El Padrino de Coppola, la imagen del boss, ese imaginario de respeto y valor donde los mafiosos se reconocerán, pero que no nace de ellos. Así, la imagen general de la mafia es que es una invención: no existe, es un invento de periodistas. Por eso empezaron a hostigar a aquellos que desde los medios querían hacerlos visibles».

Así, llegó el día en que Zecchin sintió el deseo de cambiar de aires. «Al final de la hegemonía de los corleoneses, con el arresto de Riina, terminó la segunda guerra de la mafia. Era el resultado de la decapitación de una organización piramidal, distinta por ejemplo de la Camorra y la ‘Ndranghetta, más potentes y ricas hoy. El error de Cosa Nostra fue, por un lado, emprender una estrategia terrorista por la que fue castigada y perseguida por la Magistratura, incluso luego con Berlusconi. Por otro, esa estructura piramidal hizo que tras perder la cabeza ya no hubiera ningún otro boss. Se hablaba de Matteo Messina Denaro en Trapani, pero no hay más.  Aunque la piovra [literalmente «el pulpo», término usado para referirse al crimen organizado] siguió existiendo, y ahora sabe que aunque cambie el gobierno y el poder nunca deja de controlar el territorio y la economía, ya gobiernen los democristianos, los comunistas o los fascistas. Ahora, si hay que matar a alguien, hacen desaparecer el cadáver. Y por otro lado, es verdad que hemos pasado de más de cien muertos al año a dos».

El nombre de Franco Zecchin volvió a hacerse mundialmente famoso cuando, en 1992, Oliverio Toscani escogió una fotografía suya para una campaña de publicidad de Benetton: la imagen de Benedetto Grado, asesinado en el suelo, contemplado por su esposa, su hija y su nuera. «Benetton concibió una campaña publicitaria en la que pretendía usar la fotografía periodística para llamar la atención. Entre los temas que barajaron estaba la mafia, y fueron a la sede de Magnum en Nueva York a buscar material que testimoniara este fenómeno. Y encontraron la mía. Por suerte, Magnum hizo firmar a Benetton una cláusula por la cual esta asumía los posibles daños derivados por el uso del periodismo en el ámbito publicitario», recuerda Zecchin.

«La propuesta me sorprendió, claro. Me preguntaron si estaba de acuerdo, y pensé que sí. Yo no había hecho esa foto pensando en vender camisetas, pero me daba la posibilidad de tener acceso a otro nivel de público, y de mantener viva la atención sobre el fenómeno, mucho tiempo después de los hechos. Porque la mafia pega un tiro o pone una bomba, pero tres meses después todo sigue igual. El hecho de activar la memoria jugaba a favor de la batalla contra la mafia. Tener la posibilidad de ver esa imagen en un cartel de 3×5 metros, enorme, solo con el simbolito verde de Benetton, era algo muy atractivo».

Nunca ha olvidado las circunstancias en que hizo la foto. «Fue una mañana, en el barrio de Brancaccio, bajo control de la mafia. Yo daba vueltas con mi vespa, porque no existían los teléfonos móviles, pero aprendías a reconocer los indicios, a coger las señales al vuelo y dejar que te llevaran al lugar donde pasaba algo. Cuando llegué a la escena ya había varias personas, algún periodista, algún magistrado, la policía. Lo primero que me llamó la atención desde el punto de vista visual es que era una escena completamente limpia: un cadáver sobre el asfalto, cubierto, y detrás aquellas tres mujeres. Y de fondo, un muro limpio, sin nada escrito, ningún elemento gráfico. Traté de componer mi imagen con esos tres elementos, sabiendo que el protagonista no era el cadáver, sino esas tres mujeres que estaban de luto, porque también habían matado al hijo unos meses antes. Era un luto sobre luto, tenía algo de rito. Traté de aislarlas y componer todo con la mancha de sangre, buscando una imagen esencial. Y esta búsqueda compositiva me regaló un bonus inesperado: en la mancha de sangre se reflejaba el rostro de las mujeres. Eso se ve en blanco y negro, no en rojo».

El éxito de la campaña acarreó otros inconvenientes. «Cuando ya estaba todo firmado, un año antes del lanzamiento de la campaña, alguien me avisó de que la misma imagen, pero cortada, estaba siendo usada por el Movimento Sociale Italiano para recoger firmas contra la ley Gozzini, que favorecía por ejemplo la reinserción de presos en la sociedad permitiéndoles conservar su puesto de trabajo cuando cumplían la pena, y no recaer en la delincuencia. Una ley de la que yo era totalmente partidario. Y me encuentro este movimiento que sin autorización, sin acreditar la foto y cortándola, la usa para oponerse a ella. Llamé a un abogado, vencimos y fueron obligados a publicar en La Repubblica, el Messaggero e Il Corriere, a cuerpo doble, una nota en que se dice que yo no tengo nada que ver con esa campaña. El Movimiento lo vivió como una agresión. Buscaron a la familia Di Grado, las víctimas del homicidio de la foto, y los animaron a abrir un proceso contra Benetton y contra mí. Por suerte, existía aquella cláusula y Benetton asumió todo. Acabaron pagando a los Di Grado».

Ahora que vuelve a abrirse el debate sobre si es lícito o moral mostrar la enfermedad y la muerte, Zecchin tiene sin duda una opinión autorizada. «Siempre me han molestado las imágenes de la gente que muere de hambre. No quiero decir que no haya que sacar imágenes de la guerra, pero me surge una problemática de tipo moral, si existe el derecho de hacer esteticismo o si se cae en lo que Susan Sontag llamaba miseria moral. En el fondo, siempre me he dicho que uso mis fotos como denuncia, para provocar una reacción. Así, tienen una función social más allá de la búsqueda estética. Es evidente que, si quieres comunicar algo, tu mensaje será más eficaz si la imagen tiene calidad. Si en cambio es una imagen banal, perderá potencia. Es una cuestión de cultura visual que viene del Renacimiento».

Volver a Italia sería, asegura, su última opción. Cuando se le recuerda que Marsella también tiene su mafia social, vuelve a sonreír. «Sí, es una mafia radicalmente fuerte sobre el territorio, y al mismo tiempo posee una gran difusión internacional. Se trafica con drogas, armas, emigración… Siempre ha habido de eso. Tengo entendido que Bernardo Provenzano vino a operarse aquí de la próstata, y pidió protección».

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