Si algo ha demostrado esta pandemia es que la fuerza laboral mundial ha quedado definitivamente dividida en dos extremos. En el lado más favorecido los teletrabajadores, cuyo empleo intelectual puede ser ejercido a distancia mediante la tecnología. En el menos, los trabajadores manuales con condiciones de trabajo esclavas.
Trabajador en remoto
Empresas como Mastercard han anunciado que mantendrán el teletrabajo para todos los empleados que lo deseen hasta que haya una vacuna. Prevé que hasta entonces sus oficinas no estén ocupadas en más de un 30%. Pero esta empresa no está revolucionando nada: el 90% de su fuerza laboral ya trabajaba en remoto desde diversas partes del mundo antes de la crisis. Ahora compañías análogas como Visa y American Express anuncian que van a hacer lo mismo, y otras como Facebook y Google mantendrán el teletrabajo hasta fin de año. Twitter ha sido más radical, y lo va a imponer a sus empleados para siempre.
Los beneficios de trabajar en casa pueden tener un lado perverso. El CEO de Microsoft Satya Nadella advertía esta semana de que la pérdida de relación social e interacciones de la oficina afectan en el largo plazo la salud mental del empleado. Los españoles, que somos muy de salir y de bar, complementamos la relación social fuera del trabajo, lo que no es tan común en las sociedades anglosajonas, ni hace tan descabellada, ahora que hemos estado o estamos confinados, esa afirmación.
Tenemos además que mirar el país que somos. Aquí solo el 10% de los empleados teletrabajan antes de la pandemia, porcentaje que se ha elevado al 30,2%. Pero se está haciendo de forma forzada, si consideramos que en abril, el mes pasado, únicamente el 14% de nuestras empresas tenían planes de digitalización que permitieran teletrabajar. Eso explica en parte por qué de momento solo cuatro empresas españolas o con sedes aquí, el Banco Santander, Movistar y la parte administrativa de 3M y Toyota han apostado por seguir con el teletrabajo.
IPSOS ha publicado además un estudio que nos habla de la aceptación de este modo de trabajar, y de las condiciones de quienes lo ejercen. Más de la mitad admiten haber rendido más que en la oficina. Pero solo un 34% ha contado con móviles y ordenadores proporcionados por la empresa. En estos momentos ya se ha duplicado el número de los que están deseando volver a sus lugares de trabajos.
Esto es lo que lleva haciendo IBM desde 2017, pedir el regreso a las oficinas, después de haber sido pionera en el teletrabajo. El gigante tecnológico planteaba los principales problemas de estar en casa, como la ciberseguridad y el impacto en la capacidad de innovar. Y reconocía que el enfoque de aceleradoras como Y Combinator era el más acertado. Para algunos procesos juntar a la gente en un mismo sitio durante un cierto periodo de tiempo es imprescindible.
Algo parecido va a ocurrir con la formación. La Universidad de Cambridge ha decidido reducir la incertidumbre anunciando que el próximo curso académico será online. En estas fechas los alumnos eligen universidad para sus estudios de grado y posgrado. Pero las dudas sobre si se podrá ir a clase o no, y cómo será el mercado laboral post-COVID, son demasiado fuertes. Las grandes escuelas de negocio del mundo, que primaban la diversidad internacional, exigida asimismo en los rankings, se enfrentan a importantes retos para el próximo curso. Sobre todo porque la formación online no es para todo el mundo, ni aporta el mismo valor, ni se imparte de la misma manera.
Aun así, el gran reto del teletrabajo, y también del trabajo en general, es el derecho a la desconexión digital, algo que todavía tenemos en pañales y que requerirá legislación. Máxime cuando los profesionales de la salud mental insisten en la importancia de desarrollar rutinas que impliquen hacer una vida parecida a la que tendríamos si salimos de casa para el trabajo. Sobre todo evitando el famoso Free-jama, el pijama de los freelance o autónomos. Una prenda imprescindible, que te permite sentirte en casa como en el trabajo y en el trabajo como en casa. El problema es que también te sientes…
Esclavo
Aparte de tonterías como saquear el papel higiénico o pelearse por la levadura, las tiendas de alimentación españolas han proveído hasta ahora a quien ha podido pagarlo de suficientes alimentos de todo tipo, frescos, congelados y procesados. Las cadenas de suministro han funcionado y los productores también. No todo se ha conseguido de forma limpia.
El relator de la ONU advertía en febrero de la explotación de inmigrantes en el campo español. Como lo hizo en febrero, luego vino la pandemia y lo olvidamos. Un informe anterior de Cáritas también se pronunciaba en términos parecidos. Para recordárnoslo, y siempre en segunda plana, se han sucedido las noticias este mes de mayo: redes de explotación en Córdoba y en Valladolid, irregularidades graves en la campaña del ajo, o furgonetas piratas en Murcia.
El campo es necesario. El campo es duro. El campo explota. Y lo hace en continuación de lo ocurrido el año pasado, con casos de explotación en los campos de naranjas, condiciones de cuasi esclavitud para temporeros rumanos, el hallazgo del cadáver de un temporero abandonado por el empleador, y hasta trabajadores liberados por la guardia civil. Nuestro cerebro, sesgado por el exceso y las prioridades, tiene olvidados los treinta y nueve inmigrantes muertos en una furgoneta frigorífica en Essex en octubre de 2019. Antes fueron unos ciudadanos chinos. Esto pasa en la UE. Esto y lo que no sale a la luz.
La fruta llega con garantía sanitarias a nuestro súper, pero no las ha habido entre quienes la recogían. Tampoco tenemos seguridad de abastecimiento debido al cierre de fronteras. Los trabajadores inmigrantes que se encargaban de este trabajo llegan a cuentagotas. Hace seis días, y tras muchas gestiones, aterrizaron los esquiladores uruguayos, sin los cuales la ganadería ovina española no se sostiene. Porque las ovejas necesitan que les quiten la lana, aunque esta no se venda, para evitar problemas como la sarna y estar más frescas en verano, lo que influye en su producción de leche.
La llegada de inmigrantes especializados o no, es anecdótica, y al campo le faltan brazos. Se estimó que cien mil españoles buscarían trabajo allí, y el gobierno intentó promover el desplazamiento, pero pronto las explotaciones agrícolas aseguraron que estos nuevos temporeros no les duraban ni un día. Hubo casos peculiares como el de la propietaria de pisos para alquiler en Airbnb que se convertía en temporera de la fresa para pagar las facturas. Hasta que finalmente este miércoles un BOE prorrogó los permisos temporales y de residencia para migrantes para facilitar esa mano de obra extranjera, oculta, ignorada y trabajadora, que aceptará duras condiciones físicas y retribuciones muy bajas.
La gran paradoja. No les queremos aquí porque vienen a quitarnos el trabajo que no queremos o ya no sabemos hacer; mostramos oídos sordos a las lamentables condiciones en que trabajan y que somos incapaces de aceptar para nosotros; y vigilamos la llegada de pateras en lugar de organizarnos para poder incorporar en nuestras vidas ingenieros, médicos, técnicos, especialistas o simplemente gente con ganas de trabajar y labrarse un futuro, que a menudo escapan de un mundo peor. Existen excepciones como Humans in the Loop, una empresa búlgara que enseña a refugiados y migrantes en peligro de exclusión habilidades digitales para que puedan trabajar en IA, y así estimular el sector tecnológico del país.
El virus ha dejado en evidencia nuestras paradojas o vergüenzas en un problema que es global. El Donald Trump del muro con México está flexibilizando las normas para obtener visas de trabajo, temiendo que sus cadenas de suministros se rompan. Alemania promete reformar su legislación laboral por las protestas de temporeros rumanos. Reino Unido va por libre, y apunta a un brexit duro dentro de cuarenta días que cerrará aún más sus fronteras a la emigración. Aunque el jueves, asustados por quedarse sin trabajadores sanitarios —la gran mayoría emigrantes —incluyeron una reforma de última hora. Mientras los problemas para cosechar sus campos continúan.
Cuando en los dos extremos del mercado laboral encontramos problemas, se hace evidente la urgencia de disponer de una legislación que garantice el bienestar y retribución de los empleados. No para responder a las demandas «populistas» de la izquierda o frenar el «neoliberalismo» de la derecha, sino para que personas, seres humanos como cualquiera de nosotros pero que tuvieron la mala suerte de nacer en otro sitio, puedan adquirir coches, casas, y hasta acciones y fondos. Es decir, participar activamente de una economía de la que ya son parte. Incluido pagar impuestos. Vivimos en un sistema económico donde estamos todos conectados, y donde no somos conscientes de los ligeros equilibrios que mantienen el sistema funcionando. Hasta que todo salta por los aires.
El trabajo a distancia parece que puede afectar negativamente a la salud a largo plazo, pero hay gente que se juega la salud y la vida para recorrer largas distancias y tener un trabajo que les permita sobrevivir a corto plazo. Dice el refrán que ojos que no ven corazón que no siente. El problema es que tras décadas reduciendo la pobreza mundial, de mejor o peor manera, ahora nos enfrentamos con el riesgo de ver cómo cientos de millones de personas caen de nuevo en ella por todo el mundo. Si ocurre será imposible no verlo, ya que nos afectará de múltiples maneras. Por ejemplo, al ver que no hay comida en nuestra mesa porque los que no tenían para comprarla ya no pueden recogerla. O al comprobar que el teletrabajo nos ha convertido también en esclavos en perpetua cuarentena, atados a nuestras casas y conectados de forma permanente.
«En el menos, los trabajadores manuales con condiciones de trabajo esclavas. »
«El relator de la ONU advertía en febrero de la explotación de inmigrantes en el campo español.»
Y así unas cuantas perlas más.
Cuando se pretende hacer periodismo «teletrabajando», basándose en lo que dicen otros -lo de la ONU como argumento de autoridad es obsceno- , que narran a su vez basándose en narraciones de otros, cuando de la excepción se hace norma; del incidente categoría, entonces tenemos artículos como éste, donde la realidad se nos presenta como una distopía.
Usted no conoce mucho Almería, ¿verdad?
Lo diga la ONU o no lo diga ahí hay basura para que la inspección de trabajo limpie y limpie.
Y si los trabajadores (ja ja autónomos) de Glovo y demás no están puteadísimos que venga San José Obrero y pase su cepillo.
No hay más ciego que el que no quiere ver.
Tienes razón en lo que dices pero caes en lo mismo, hacer de la anécdota categoría: el diagnóstico es correcto, no veo muchos españoles trabajando en el campo o de empleados de hogar; se necesita poner atención en la regulación de la inmigración y de las condiciones laborales, de forma urgente e inteligente
Esa es una afirmación que encuentro con bastante frecuencia “no veo muchos españoles trabajando en el campo”. Me lo imagino a usted como a ese Yahvé bíblico omnisciente, que está en todos los lugares posibles… al menos en todos las explotaciones agrícolas de esta piel de toro y así su palabra se convierte en encuesta del CIS sin Tezanos mediante. No hay españoles trabajando en el campo, usted lo ha comprobado con sus propios ojos. Yo puedo decir que tampoco veo a muchos españoles faenando en Gran Sol. ¿Será porque nunca me he subido a barco de pesca?
Cómo fastidia al liberal contemporáneo que se hable de hambre, pobreza, exclusión, discriminación y desigualdad.
Artículo brillante…como la gran mayoría de la serie. Muchas gracias.