Suman mil quinientos millones los estudiantes que no están yendo a clase por la pandemia, el 90% del total mundial. Fueron aislados por ser los jóvenes, teóricamente, los transmisores más letales: aunque padezcan la enfermedad no presentan síntomas. Al menos esa es la hipótesis, porque a falta de hospitalizados no hay datos fiables sobre este segmento de población. Y tampoco parece haber un plan claro y sólido para cambiar el modelo y educarles a distancia.
Un estudio de la revista médica The Lancet ha puesto de manifiesto que el encierro les está pasando factura, tanto física como mental. Aunque el nivel de impacto es diferente para niños o adolescentes, países pobres o ricos, todos pueden ser paliados mediante una vuelta a su rutina de aprendizaje. Un amiga comentaba esta semana que viste todas las mañanas a los niños con la ropa de ir al colegio. La pregunta es si podemos suplir con tecnología el intercambio intelectual de las clases presenciales, pero sobre todo ese aprendizaje no académico que es socializar. Estamos en medio de un inesperado experimento sociológico en educación, que parece que desafortunadamente no vamos a poder aprovechar para obtener conclusiones válidas por muchos motivos. Pero al menos se están buscando alternativas.
El país pionero en intentarlo ha sido Corea del Sur. Su curso escolar comenzó la pasada semana, y lo ha hecho exclusivamente con clases online. Los fallos técnicos y dificultades en un sistema no diseñado específicamente para esto han sido frecuentes. El más común, que las preguntas acumuladas de los estudiantes en cada clase colapsaron el sistema de chat. Dar clase online no tiene nada que ver con dar clase presencial. Ken Bain analizaba en su libro Lo que hacen los mejores profesores universitarios quince años de estudios sobre el tema. Pero estaba muy enfocado en la clase magistral presencial. No quiere decir que no sea valioso, pero no es lo mismo. Ambas son complementarias. En ambas hace falta conocimiento, metodología y contenidos apropiados. Y sobre todo un mínimo de recursos.
Por ejemplo, descubrimos con estupor que allí también hay brecha digital. El gobierno ha estimado que trescientos mil alumnos no disponen de ordenadores y conexiones por la pobreza de sus familias. Y aunque ha prometido dotarlos con equipos, lo ha hecho después de haberse iniciado el curso. ¿Fallo de planificación previa o dato inesperado? En cualquier caso, un grave problema. Hablamos de un país con tal presión sobre sus estudiantes que presenta cifras inaceptables en otros lugares de universitarios que se suicidan.
Tal estrés es impensable en Occidente, pero el encierro sí ha provocado un aumento de tensión en los hogares, común a toda Europa. Con padres teletrabajando no siempre hay tecnología disponible para todos, ni tiempo para ayudar a los hijos en sus tareas. Donde los ingresos son bajos ni siquiera existe la posibilidad de la educación a distancia. Si la educación era todavía mínimamente una herramienta que servía como ascensor social (la otra sería la política, pero mejor no nos hagan hablar), esto pinta mal para los que siempre les pintan mal las cosas.
Bajo esa premisa explicó su decisión para Italia su ministra de educación Lucia Azzolina. Como no podían estar seguros de que los estudiantes hubieran accedido en las mismas condiciones a la educación a distancia, los exámenes no hubieran sido relevantes, así que optaron por decretar el aprobado general. Francia ha optado por reabrir, según Macron porque los niños de familias desfavorecidas sufren un grave perjuicio, al depender de servicios como el comedor escolar para alimentarse. Abrirá gradualmente colegios e institutos a partir del 11 de mayo, no así la educación universitaria. Y ello con el convencimiento de que ya han tenido tiempo para prepararse y tratar a todos los enfermos si la epidemia rebrota. Alemania lo va a hacer un poco antes, el 4 de mayo abrirá sus colegios, aunque Merkel ha advertido que un margen estrecho les separa de la saturación del sistema sanitario. En este caso reabren la educación con miras a que los estudiantes se examinen.
Todos estos planteamientos generan una duda importante. ¿Es por la educación o se antepone la marcha económica del país a cualquier otra consideración? Ni en Francia ni en Alemania, ni en el resto de países que han levantado las restricciones se ha contemplado por separado el sistema educativo. El caso más significativo es Dinamarca. En palabras de su primer ministro Mette Frederiksen, reabrir los colegios «permitirá a los padres volver a trabajar y hará funcionar la economía de nuevo». Pretenden además que los niños no se reúnan en grupos de más de cinco y mantengan dos metros de distancia entre ellos. La propuesta ha cabreado a muchos padres daneses, que temen un experimento con sus hijos, enviados como cobayas a contagiarse para ver qué pasa. Bueno pues, todavía se está estudiando pero una cosa que puede pasar es que les salgan erupciones en los pies. Los dermatólogos estudian contra reloj si los casos de sabañones y erupciones que están apareciendo, de manera inesperada, tienen una relación directa con el virus.
En nuestro país se esperaba que la intervención de Celaá el miércoles despejara dudas. En teoría sí, con un modelo que aparentemente no es un aprobado general pero que hace «exámenes diagnósticos». Dicho en plata, se trata de que todos los suspensos pasen curso y el profesorado ponga la nota del trimestre anterior al resto. ¿Es posible suspender? Sí, lo contrario sería el aprobado general, pero los suspensos tienen que ser en casos muy justificados. El problema es que esto deja un amplio margen a las decisiones subjetivas, lo cual genera incertidumbre. Y eso, en medio de la ya notable incertidumbre en todo lo demás, lo hace más complicado.
La Comunidad de Madrid tachaba esto de aprobado general y se mostraba en claro desacuerdo, optando por hacer los exámenes e incluso reabrir los centros en cuanto las autoridades sanitarias se lo permitieran. Lo que significa impartir los contenidos del último trimestre online, nada fácil. ¿Por qué? Lo dicho, por la brecha digital, la falta de plan previo, y la falta de medios o de tiempo de algunos profesores y alumnos, más el de sus padres / tutores / mentores / revisores / motivadores / coworkers compartidores del equipo informático. Murcia y País Vasco tampoco se mostraban conformes, lo que significa que aplicarán sus propias medidas fuera del acuerdo.
Reflexionar sobre las consecuencias de un aprobado gratis viene muy a cuento, pero la excepcionalidad de la situación parece invitar también a tomar decisiones excepcionales y únicas en la vida. Especialmente si la opción online o a distancia no estaba contemplada de antemano, y la adaptación no se puede hacer lo bastante rápido. La otra opción reclamada por algunos, abrir los colegios en verano, queda descartada como opción docente. Celaá ha acordado permitirlo si se hacen actividades de refuerzo y lúdicas. Pero claro, eso supone un desembolso adicional que cada comunidad autónoma tendrá que asumir. Así que ya veremos. Y este es el quiz de la cuestión: ¿hasta cuándo podemos ver? Se asume con cierta confianza que después de verano la crisis habrá terminado, cuando hay estudios que plantean dos años mínimo hasta poder volver a hacer una vida similar a la que hacíamos antes.
Lo que no es nuevo en nuestro país es que la infancia y la juventud tiene un papel ínfimo en las decisiones políticas. Algunos se han dado cuenta, y ya aluden al adultocentrismo en la gestión de la crisis. Ni se ha prestado mucho interés a qué pasaba con los alumnos ni a si había manera de pasearlos como a las mascotas (con perdón). Mientras otros países dejan salir a los niños de manera controlada, y permiten hacer deporte, en aras de la salud, España está enclaustrada. En general a todos se les ha olvidado que no se trata de una vuelta a la normalidad, porque la normalidad es el problema.