Ciencias

Cómo salir de una pandemia: los tuertos y los ciegos

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Durante décadas, el espectro de la gripe española ha removido la memoria colectiva cada vez que un brote infeccioso amenazaba con convertirse en pandemia. En tiempos recientes, el SARS (en 2003), la gripe H1N1 (en 2009), o el MERS (a partir de 2012) generaron inquietud en todo el mundo. Una inquietud amplificada, quizás inevitablemente, por los medios de comunicación.

En algunos países, sobre todo aquellos del este de Asia u Oriente Medio que sufrieron más de cerca esas epidemias, la llamada de atención sirvió para desarrollar sistemas robustos de vigilancia y respuesta epidemiológica. En Europa y Norteamérica, como hemos aprendido a nuestro pesar, sirvió sobre todo para desarrollar escepticismo ante la amenaza: el pastor había gritado demasiadas veces que llegaba el lobo.

Este escepticismo ha pesado, indudablemente, en la reacción tardía de los gobiernos, y en los mensajes irresponsablemente optimistas que durante semanas se enviaron al público. El 31 de enero, Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad,  declaró en rueda de prensa: «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado […] [y esperamos que] no haya  transmisión local y en ese caso sería muy limitada y muy controlada».

El 14 de febrero, Antoni Trilla, jefe del Servicio de Medicina Preventiva y Epidemiología del Hospital Clínic de Barcelona, y ahora miembro del comité científico constituido bajo la presidencia de Simón para asesorar al gobierno español ante la pandemia, aseguraba: «Solo es una epidemia en China y, aunque no se descarta que pueda haber brotes puntuales en otros países, lo que tenemos que hacer los demás es estar vigilantes y, si se produce algún caso, identificarlo y aislarlo. Nada más […] En el peor de todos los escenarios posibles a lo que se apunta es a que quizás acabemos con este virus dando vueltas por el mundo cada año formando parte de otros como los de la gripe o los resfriados. Es muy difícil que esto ocurra, pero tampoco es descartable. Lo que desde luego no va a pasar es una epidemia de proporciones bíblicas y de gran mortalidad».

Todos los que nos dedicamos al oficio de la ciencia, sabemos que cualquier conclusión tiene un margen de incertidumbre: y si bien es cierto que no es fácil transmitir al público los tecnicismos relacionados con esa incertidumbre, lanzar desde el púlpito de la autoridad afirmaciones tajantes que la ignoran completamente constituyen una grave falta de responsabilidad. Resulta inquietante que, mientras a la ciudadanía se le están exigiendo enormes sacrificios, quienes nos han engañado sigan a los mandos.

El negacionismo, como ya apuntábamos hace semanas, fue fatal. La evidencia de la propagación local en España fue negada por las administraciones públicas —y no denunciada públicamente por los expertos que ahora las asesoran— hasta el lunes 9 de marzo. A pesar de disponer de una bola de cristal para ver nuestro futuro a diez días de distancia, llamada Italia, las medidas serias no se tomaron hasta el sábado 14 de marzo. Dos días antes, los parques de Madrid estaban llenos de familias desorientadas por la suspensión de las clases escolares y el tiempo primaveral. La excitación infantil y la suspicacia adulta, el temor ya evidente ante la cercanía de un extraño, generaban una atmósfera irreal, que solo era un preludio de lo que llegaba. Era demasiado tarde.

Por ahora, ningún país ha encontrado una manera de atajar la pandemia que no limite de manera dramática las libertades de la ciudadanos. Corea del Sur, la Arcadia pandémica, vive una realidad orwelliana del tercer milenio: las personas están monitorizadas prácticamente de manera individual, para asegurar que los infectados y quienes han estado en contacto con ellos permanezcan en cuarentena, a pesar de que no son pocos los estudios que cuestionan el grado de efectividad de tales medidas cuando el número de asintomáticos es alto, como parece ser el caso con la COVID-19. Parece que medidas similares, que atentan gravísimamente contra la libertad y la privacidad de las personas, se están considerando en España. Es hora, para todos, de volver a leer 1984.

En la obra maestra de Orwell, 1984 era el futuro, pero en 2020 debería ser el pasado. Y sin embargo, los métodos que se están aplicando para combatir esta pandemia son los del siglo XX: lavarse las manos y quedarse en casa es la receta que ya se aplicaba en 1918. En España, en concreto, las medidas de confinamiento se han extremado desde el primer día del estado de alarma (mientras que en Alemania, o Escandinavia todavía no prohíben al ciudadano salir de casa, aquí hemos pasado de calvos a siete pelucas), vistiéndose de paso de tintes heroicos. «Yo me quedo en casa» se ha transformado en una consigna que debe asumirse sin cuestionamiento alguno, so pena de ser tachado de insolidario o irresponsable. Pero considere el lector la siguiente paradoja: un hijo que saca a su padre anciano, necesitado de sol, a dar una vuelta de quince minutos  o un padre que saca a su bebé en el carrito, o lleva a su niña a hombros (actividades que los que suscriben realizaban hasta hace poco), asumiendo que mantienen las distancias y llevan protección personal (mascarilla, guantes), no están más expuestos en ese paseo que el mismo señor, madre o padre que no les queda otra que comprar el sábado, quizás en un supermercado atestado de gente. ¿Qué estudio científico, publicado dónde, contrastado con qué datos, sugiere que es imprescindible confinar totalmente a la población? ¿O es que es más cómodo poner multas que habilitar la logística que permita otras fórmulas?

Entre otras cosas, esa logística tendría que haber previsto la disponibilidad de protección elemental, como las mascarillas, imposibles de conseguir en ninguna farmacia en España, pero distribuidas gratuitamente a la puerta de los supermercados en otros países de esos a los que solemos mirar por encima del hombro (Emiratos Árabes Unidos, por poner un ejemplo). Y para volver a Orwell, hemos asistido durante semanas al ejercicio de double speech, que transformaba la carencia de un recurso esencial (mascarillas) en una ausencia de necesidad (se nos ha repetido hasta la saciedad que las mascarillas no hacen falta, no son efectivas, solo para sanitarios, etc.). Claro está que los ciudadanos no son tontos y casi todo el mundo se las ha compuesto para encontrar soluciones más o menos caseras. Entre tanto, los niños y niñas, las personas mayores, y tantos otros, llevan semanas sin salir de un recinto cerrado; y la brecha socioeconómica se abre vertiginosamente por la destrucción del empleo asalariado más precario y la aniquilación de los servicios de ocio, una de las fuentes de ingresos principales en España. Por supuesto, el mismo escenario, u otros mucho más dramáticos, se abren en todos los países: las consecuencias de un régimen carcelario en la salud y la economía pueden ser devastadoras. Y lo que es peor, a pesar de las incertidumbres, a pesar del daño, es posible que no haya alternativas mucho mejores, al menos en el corto plazo, para evitar cientos  de miles, quizás millones de muertes prematuras. Algunos países como Japón, Suecia y hasta cierto punto Alemania, parecían haber evitado las peores cadenas, pero, a la hora de escribir estas líneas, todos ellos están considerando la posibilidad de endurecer las medidas de emergencia.

No estábamos preparados para el impacto, y por lo tanto tampoco para la gestión de la crisis. Falta material, falta organización. El personal sanitario, castigado en España por años de presión economicista (¿o es más atinado decir predatoria?) sobre el sistema de salud, ha sido elevado inmediatamente a la categoría de cuerpo heroico, para poder exigirle con metáforas militares (y, no olvidemos, bajo ley marcial) que luche contra el desastre en condiciones desastrosas. Cierto, les aplaudimos cada día desde los balcones y se lo merecen. Pero es que se merecen mucho más, y cabe preguntarse si este desastre no debería servir para hacernos reflexionar sobre cómo mejorar nuestro modelo sanitario y, en particular, la logística que permitiría una cooperación mucho más eficaz entre hospitales y comunidades autónomas que la que estamos viendo ahora.

A pesar de todo, las medidas brutales funcionan: si todo el mundo está en casa, es difícil contagiarse. Efectivamente, España (como Italia pocos días antes) ha llegado al pico de contagios y de presión sobre el sistema sanitario. Al menos eso dicen los datos oficiales de personas infectadas y de muertes, y la interpretación de esos datos es robusta, como muestra la figura 1. Italia hizo cima hacia el 25 de marzo, España hacia el 31.

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Figura 1. Evolución del número de nuevos casos de COVID-19, y de muertes por la enfermedad, en España y en Italia. (Fuente: Wikipedia).

Desde luego, empezar a bajar la montaña, no son malas noticias. Pero, ¿y ahora qué? O, en términos más precisos: ¿cuándo y cómo podremos salir de la distopía del confinamiento? Por desgracia, no lo sabemos; y, en gran medida, esto se debe, una vez mas, a deficiencias en la gestión de la crisis.

La lógica del confinamiento es que hay que bajar la tasa de transmisión de la enfermedad para evitar un número de casos simultáneos tan grande que colapse completamente el sistema sanitario, tal como hemos explicado en otros artículos. Pero una vez que hemos evitado el escenario más dantesco, las soluciones a medio y largo plazo no están claras. Una posibilidad sería permitir un contagio lento y controlado de la población, teniendo en cuenta además que a partir de cierto punto, el número de inmunizados (tras recuperarse de la enfermedad) es lo bastante alto como para disminuir radicalmente el contagio (a este fenómeno se le llama inmunidad de grupo). Pero este escenario es mucho más aceptable si la mortalidad del virus es del 0.1 % (similar a la gripe) que si resulta ser 1 % o más. El lector puede convencerse por sí mismo jugando con esta demo interactiva. Y el caso es que no sabemos la mortalidad real del virus, porque no sabemos el número real de contagios ni el número de casos leves, muy leves o totalmente asintomáticos. Para averiguarlo, más allá de la información limitada que viene de los cruceros en cuarentena (auténticos experimentos involuntarios), hacen falta tests masivos a la población. Se empieza a hablar de hacerlo, pero el discurso vuelve a venir acompañado de tintes orwellianos a los que nuestros gobernantes parecen incapaces de sustraerse.

Aun en el mejor de los casos, optar por la solución del contagio controlado es una apuesta arriesgada. Y lo es porque hay muchos parámetros que desconocemos, incluyendo si la inmunidad a esta oleada del virus garantiza inmunidad a la siguiente, que podría llegar el próximo otoño. De hecho, nuestro gran problema es precisamente el fundamentar decisiones sobre la extrapolación de los datos de que disponemos, afectada por enormes incertidumbres. Un ejemplo es el número de contagiados. Las cifras oficiales rondan los cien mil, pero el número probable podría ser de un millón o incluso mucho más. En el escenario de que el número de infectados se acercara a los diez millones, como sugieren algunos trabajos, la posibilidad de inmunidad de grupo sería mucho más realista.

Lo que nos lleva a uno de los problemas clave con que nos encontramos, oculto bajo la urgencia de la atención sanitaria a los enfermos y la protección de los vulnerables: la falta de datos mínimamente fiables sobre la evolución de la pandemia. Mientras que países como Corea del Sur y Alemania (e incluso Estados Unidos, con sus enormes deficiencias sanitarias) están haciendo enormes esfuerzos para generalizar la detección del virus y someter su propagación a un férreo control epidemiológico, el castigado sur de Europa vuelve a ser víctima de la incapacidad sistémica.

Sabemos, por ejemplo, que la cifra real de fallecidos por COVID-19 en España e Italia es, muy probablemente, dos o tres veces mayor que la oficial, pero no sabemos la distribución por edades de los casos hospitalizados (o de las defunciones), como no sabemos la incidencia de patologías entre los enfermos (sobre todo los fatales) ni otros muchos datos necesarios para ajustar los modelos y tratar de entender lo que está pasando. Por supuesto, esas iniciativas ya están en marcha en otros sitios. Es posible que los grupos de expertos dispongan de esa información, pero, una vez más, la ciencia no funciona bien si los datos están en manos de un club de amigos.

Sin una idea clara de cuántas personas han estado infectadas en las últimas semanas, es muy difícil controlar la salida del confinamiento sin correr un grave riesgo de reactivación de la epidemia. Por eso es crucial generalizar los tests para tener una estimación realista del número de personas infectadas (tal como recomienda la OMS), y, sobre todo, intentar conocer de la manera más precisa posible cuántas podrían haber desarrollado anticuerpos. Para ello debería bastar la realización de estudios serológicos, cuyo desarrollo está muy avanzado, sobre una muestra representativa de la población. Este es uno de los muchos instrumentos de los que dispone una estrategia para afrontar la pandemia basada en la ciencia y en la capacidad de análisis, y es un ejemplo de cómo una actuación bien definida y perfectamente realizable puede ser determinante a la hora de tomar las decisiones trascendentales en los próximos días. Otro ejemplo sería asegurar que se hacen públicos los datos necesarios para que grupos independientes de científicos (otros de los pilares del oficio es la verificación por parte de grupos independientes y a menudo en competición) los analicen. Pero se diría que en España seguimos suscribiendo aquello de que en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Como seguimos manteniendo dos inveteradas tradiciones: el menosprecio de la inteligencia de la ciudadanía y el oscurantismo en la toma de decisiones. Quis custodiet ipsos custodes?

Nota: Los autores quieren agradecer la aguda lectura y oportunas sugerencias de P. Hernández. El lector curioso puede encontrar una demo interactiva que cubre algunos aspectos de la pandemia, aquí.

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10 Comentarios

  1. Esto es muy grave. Están ustedes afirmando, a posteriori, claro está, que estamos en manos de incompetentes. Uno, que no es epidemiólogo ni científico ni nada, conste, viendo el currículum de Fernando Simón podría pensar que es un hombre que sabe lo que se hace, pero no. Aquí están ustedes concuyendo que Simón y todo su equipo, y todos los técnicos del Ministerio de Sanidad de España no saben lo que hacen y que su irresponsabilidad es la culpable de miles de muertes que podrían haberse evitado si… ¿les hubiésemos hecho caso a ustedes o a quién? Últimamente proliferan los acusadores. Acabo de leer una entrevista a un médico italiano que viene a decir, entre otras cosas, que gracias a que en el Véneto hay un gobierno fascista sus ciudadanos se han librado de una muerte cierta; también aquello tan típico de que los médicos chinos quedaron horrorizados ante la chapuza de medidas preventivas que habíamos implementado en Europa… Digo yo que a los chinos mejor les iría si tuvieran esa capacidad de escandalizarse por las inexistentes condiciones sanitarias que se dan en su país que es creador y exportador nato de pandemias globales como ésta. Estamos tratando con asuntos muy sensibles, estamos poniendo en entredicho la confianza de la población en sus dirigentes, trasladando que las recomendaciones de la OMS son como las de mi tía la del pueblo, igualmente prescindibles. Apelo, sinceramente a la responsabilidad de los científicos e investigadores. Un poco de humildad creo que no estaría de más; solo les ha faltado sacar a colación lo del 8M para terminar de cubrirse de gloria.

    • Claro que es muy grave. Las afirmaciones de gente que está en ese comité de expertos que asesora al gobierno están ahí para quién quiera revisarlas. A algunos y sin ser muy listos, nos extrañaba que viendo lo que estaba empezando a pasar en Italia, y digo Italia y no China, se emitieran ese tipo de mensajes de lo mas tranquilizador. Cuando un gobierno mete la pata , y este la ha metido y mucho, debe estar dispuesto a admitir responsabilidades y cuando un grupo de expertos se equivoca y no dimite, se debería contemplar su cambio.
      Me sorprende esa apelación a la responsabilidad de los científicos y no pedir la dimisión de los miembros del comité asesor del gobierno y por supuesto, ya sabemos que si todo lo que ha hecho o ha dejado de hacer este gobierno lo hubiera llevado a cabo exactamente igual un gobierno del PP sus opiniones serían las mismas, ¿ a que sí?

    • Esteban, por favor, lee el articulo «El coronavirus y la leyenda del tablero de ajedrez» https://www.jotdown.es/2020/03/el-coronavirus-y-la-leyenda-del-tablero-de-ajedrez/ publicado por los mismos autores el día 8 de marzo. Antes de descalificar a los autores infórmate un poco y no seas tu el incompetente.

    • Pd3. No son acaso medidas fascistas las q estos estan tomando ? Con tanto éxito y con mas o menos razón.

  2. Que quieres? Cerrar un país a cal y canto? Pararlo del todo con solo 200 casos diagnosticados y tres muertos? Pero ya no sabes quién te paga la campaña, quién te apoya en el gobierno? Es que no sabes que no estamos preparados para que la gente lo entienda por una gripe? Has visto todo el dinero que se va a ir por los retretes si hacemos eso? Vas a joder a la gente la semana santa? Las fallas? Con lo que a estos les gusta la fiesta…estás dispuesto a pagar el precio político de todo esto? Esto repetido durante una semana sin dormir y mientras tanto comienza a disparase todas la cifras. 3 días de cuartelillo por parte de las autoridades más tarde, todavía hay muchos ciudadanos que piensan que esto no va con ellos y que todo es por el hijoputa de Zapatero…uy! Perdón…Pedro Sanchez…bah! Estoy harto. Aquí todos son los mejores gestores, y nuestro gobierno es un asesino bolivariano de yayos…iros todos al infierno…que es donde os gusta estar. La hostia que nos van a meter desde Europa y algún gilipollas se alegrará por qué ha sido por culpa del gobierno de turno ( yo quiero a mis abuelos y quiero que estén sanos y me duren mucho tiempo). O nos ponemos todos a currar ya de una puta vez y poner la maquinaria en marcha y a toda leche…pero yo no dejo a ningún Español atrás por muy gilipollas que sea. Y sé que no lo van agradecer nunca.

    • Te lo estas tragando todo eh compañero.
      Se sabia de antes, no vengas con historias de fallas o lo otro. Es el elefante en la habitación : han basado gran parte de su campaña en el incriticable feminismo y gente del gobierno como Montero insto en tener algo (mociones de ley chapuceramente escritas) para antes del 8 m para hacerse la foto, a pesar de que no habia tiempo para algo asi. No se cómo no lo veis. Si lo sabia yo (estuve dando la matraca como un loco gritando al cielo en redes sociales) , que no soy nadie, por el tema de ser un contagio exponencial (mi tfm fue sobre exponenciales) , que me estas contando de que el gobierno no lo sabia? O son ineptos, o tontos, o gentuza q hizo una apuesta muy grande, no hay mas.

      Pd: la Oms estaba MUY preocupada de como los paises no le estaban haciendo caso, ademas de que en europa ya se estaban prohibiendo desde hacia una semana y pico los actos multitudinarios, mientras aquí se insistia a todo lo contrario.

      Pd2:Por otra parte, lo dee las fallas. (ademas de que me parece irreal q tu mismo te creas ese argumento) un gobierno q no puede aguantar una semana de criticas antes de q todo se liase en el resto de europa, es un gobierno de Twitter.

  3. Reflexiones fundamentadas y propositivas. Respuestas con empatía y asertividad.
    Acciones coherentes y efectivas. Quizás nos sirvan como guía para estos tiempos.
    Saludos y Salud.

  4. losrodri72

    Gracias por otro artículo estupendo sobre la pandemia. Estoy especialmente de acuerdo con una de sus conclusiones, la costumbre de suponer que la población es poco inteligente y en cambio los dirigentes politicos son practicamente genios. Las ruedas de prensa diarias estan dejando al descubierto las carencias de muchos politicos. No me refiero a Simón que le avala su CV sino a ministros y ministras. Conste que esto mismo nos pasaria con un gobierno del PP.

  5. Me encanta la gente que en caso de guerra se dedica a autosabotear por qué no son los suyos. Ya lo hizo Margaret Thatcher para mejorar su situación política en las Malvinas (y tuvieron suerte por qué los argentinos no podían creer que los ingleses fueran tan gilipollas) y ahora una porción de la población receptora de generadores de odio con mucha labia, rapidez de reacción y escasos de entendimiento. Que aunque lo intenten hacer bien por ellos se alegran y regocijan cuando fallan aunque cuesten vidas. Un ejemplo. Cuando los dos casos de Ébola. Yo me alegre que quitarán de en medio a la que le crecían los Jaguar en el garaje como quien le crecen hongos entre los dedos de los pies(si esa cosa era ministra de salud) , y pusieran a la Sorallita al mando del cotarro, por qué era la única con cerebro y cojones suficientes para no temblarla el pulso y no es de mi palo, pero reconozco un líder en cuanto le oigo respirar, y aquella tía lo era. Y me alegre de que solo costará una vida y salvar otra. Pero seguro que cuando Alemania venga con la de sodomizar todos vosotros reireis y gemireis como hienas por qué habrá sido por culpa del hijoputa de Zapatero… Perdón, Pedro Sánchez. Unidos en una guerra contra un virus, o un enemigo externo…que va hombre. Disfrutad de hacer la vida un infierno por si todos jodidos yo un poquito más contento. Nota final y ahí os quedáis ( Soralla, qué pena que tú partido no te eligiera, tus títulos eran de verdad, y políticamente te hubieras merendado a toda la izquierda tu solita, no, prefirieron al New Chin Beard Style Abascal Guy…pues valla) Me gustaría saber cómo hubierais reaccionado si la policía en la primera semana la hubieran permitido dar palos a todos los que pillaran en la calle sin motivos…como en China….el hijoputa Zapatero…seguro.

  6. Stop bulos …venga Jotdown. New Yorker denunciando este tipo de publicaciones, que decepción .

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