¿Cómo están? Yo bien. Sigamos intentando —al menos quienes tengamos la suerte de poder hacer el intento— sobrellevar con humor esta situación surrealista y difícil en la que estamos metidos. Vamos con un poco de evasión para relajarnos aunque sea durante un rato.
¿He dicho «evasión»? En realidad quería decir Arte. Porque no habrá frase para comenzar este texto que hiciere honor a la enormidad de ese hito inabarcable, de ese legado monumental que es el trabajo discográfico de William Shatner. Es algo que no puede ser resumido con palabras y escapa a mi pobre capacidad de expresión. ¿Bach? ¿Beatles? ¿Coltrane? ¡Naderías en comparación! No estamos hablando de una discografía humana y convencional, sino de un fenómeno que va mucho más allá de esa simple y vulgar conjunción de sonidos a la que llamamos música. Sí, el William Shatner del que estoy hablando es ese mismo en el que está usted pensando: el actor que interpretaba al capitán Kirk de la serie original de Star Trek. Y no, no importa si usted nunca ha visto la serie. Eso da completamente igual. Los discos de Shatner superan toda preconcepción basada en supuestas parcelas culturales. Hay que experimentarlos, absorberlos. Son una Conversión. Si por algún desdichado motivo usted aún no los conocía, no será la misma persona después de haberlos descubierto.
Confieso que durante la mayor parte de mi vida no fui el mayor seguidor de Star Trek; error del que la culpa fue exclusivamente mía. Siempre me gustaron las películas clásicas de la saga, sobre todo La ira de Khan y cosas como Star Trek: The Motion Picture, incluso una que mucha gente pone a parir, pero de la que yo soy fan, Misión: salvar la Tierra, por la que nuestro héroe de hoy fue nominado a «peor actor del siglo». No le había prestado atención a las series televisivas. Desde hace un tiempo estoy corrigiendo eso a marchas forzadas y la serie original es mejor de lo que recordaba, aunque, sinceramente, solo había visto episodios sueltos hace mil años. Tras revisarla completa he de decir le he perdido aprecio a las películas modernas y a algunas de las series más recientes y he llegado a entender por qué los trekkies, los fans más acérrimos de la franquicia, las detestan con pasión.
La serie original es una fuente inagotable de anécdotas; hoy empiezo por los discos de Shatner porque son una gloriosa cúspide del universo startrekiano, pero quizá algún día me dedique a contar otras cosas. Los propios actores principales han sido personajes interesantes en la vida real. Tomemos a Leonard Nimoy; no solamente mantuvo una carrera paralela como fotógrafo —no soy el mayor especialista en fotografía, pero su trabajo me parece bueno—, sino que siempre demostró un fantástico sentido del humor: publicó dos autobiografías separadas por unos veinte años; la primera se titulaba No soy Spock y la segunda se titulaba… Soy Spock. En cuanto a Nichelle Nichols, que encarnó a la teniente Uhura, hay varias historias fascinantes en torno a ella y su papel en la serie. Interesante también, aunque de manera muy distinta, fue la trayectoria del pobre James Doohan, que interpretaba a Scotty en la serie original y vio cómo su carrera fue cercenada por ese papel; en adelante se tuvo que ganar la vida acudiendo a convenciones donde hablaba para los trekkies, básicamente porque nadie lo contrataba. En su última etapa apareció en nefastas películas de serie B, en algunas de las cuales apenas se levantaba de su sillón y realizaba auténticas competiciones con sus colegas de reparto por ver quién actuaba peor:
Pues bien, nuestro héroe William Shatner podría haber participado en esas competiciones. Aclaro que me gusta mucho en su papel como capitán Kirk. Más en la serie original que en las películas. En la serie se limitaba casi todo el tiempo a hacer lo que mejor sabe hacer: poner cara de preocupación, expresión básica del personaje porque el Kirk original no se parecía al de las películas modernas: era un militar concienzudo, disciplinado, moderado y poco propenso a la expresividad. Esa limitada expresividad jugaba en favor de Shatner, que tiene carisma, está claro, pero no es lo que se dice un gran actor. Empezó haciendo teatro clásico en su Canadá natal y, en fin, algunas filmaciones que se conservan de su trabajo shakesperiano no son como para tirar cohetes. Y, aunque en Star Trek mantenía el tipo, había excepciones: las secuencias donde tenía que «interpretar» emociones. En la primera temporada no abundaban esas secuencias, pero Shatner tenía bastante influencia en los rodajes y los directores solían hacerle caso, así que los momentos dedicados a su «lucimiento» empezaron a abundar más de la cuenta y bajo pretextos de lo más raro (al ser ciencia ficción, cualquier excusa era buena para transformar al personaje y empezar a sobreactuar: desdoblamientos multidimensionales, control mental, etc.). En algunos capítulos, el normalmente moderado enfoque que Shatner hacía del capitán Kirk se convertía en un inesperado y psicótico despliegue de chocante histrionismo:
YouTube está repleto de recopilaciones hilarantes de escenas como esta y Shatner tiene una muy justificada fama de sobreactuar hasta el absurdo. Pero insisto: en la serie original y sobre todo en la primera temporada estaba muy comedido el 99% del tiempo. Eso sin contar la fantástica química que tenía con Leonard Nimoy y con DeForest Kelley, que interpretaba al doctor «Bones». Los tres formaban un triángulo mágico que brillaba especialmente durante algunos breves, pero muy conseguidos diálogos sarcásticos. (porque había algunos muy buenos diálogos en Star Trek, que era una serie barata, sí, pero de ciencia ficción bastante clásica). Pero bueno, hasta aquí, el William Shatner actor. Del resto de su trayectoria en pantalla ya podremos hablar más adelante.
Donde nuestro héroe pulverizó todos los conceptos artísticos, filosóficos y científicos conocidos fue en su inexplicable, inabarcable, indescriptible carrera como «cantante». Pongo lo de cantante entre comillas debido a un pequeño detalle: cuando empezó a grabar discos, William Shatner no es que no supiera cantar, es que ni siquiera se molestaba en intentarlo.
En 1968, aprovechando la popularidad que le había conferido el papel de Kirk, decidió publicar un disco titulado The Transformed Man. La portada estaba pensada para captar la atención de los seguidores de la serie, con el muy sutil subtítulo «William Shatner, el capitán Kirk de Star Trek». El contenido sonoro ya era más difícil de explicar porque no parecía dirigido a ningún sector concreto del público, salvo al sector de público conformado por el propio Shatner. Este disco, sépanlo, no es como otro disco que ustedes conozcan; ni siquiera los zumbados del rock progresivo de los años setenta llegaron a semejantes cotas de refinamiento en el delirio. Una parte del disco está hecha de fragmentos teatrales en los que Shatner, con acompañamiento orquestal, recita fragmentos de Hamlet y Romeo y Julieta. Esto de por sí ya es digno de A.E.F. (Absoluto Estado de Flipe), pero no es lo mejor. Lo más grande son las versiones de canciones ajenas… en las que también recita la letra sin entonar una sola nota musical. Eso sí, dándole la debida «emoción» que, como ya hemos visto, es algo que en su caso rara vez acababa bien.
Dentro de este alucinógeno álbum, la canción más inaprehensible para el entendimiento humano es la versión del «Lucy in the Sky with Diamonds» de los Beatles, en la que Shatner recita la letra con todo el sonrojante éxtasis del que es capaz (y eso, cuando se esmera, es mucho). Olviden la psicodelia oficialista de los cuatro de Liverpool; lo de Shatner sí es psicodelia de la buena, que parece grabada en un frenopático y consigue que las locuras de Captain Beefheart parezcan canto gregoriano. Realmente no me siento capaz de encontrar los adjetivos que capturen la mayúscula experiencia de enfrentarse a esta grabación, así que dejaré que juzgue usted mismo/a. Eso sí, desconecte el móvil, apague las luces y póngase cómodo/a. Y no, no beba nada mientras escucha, no queremos que se atragante.
Como dicen en televisión, dentro Shatner:
¿Sigue usted consciente? Recupérese, beba agua, haga unos estiramientos. ¿Es esto o no es esto UNA MARAVILLA? Hemos escuchado a Shatner en estado de completo éxtasis, de una total comunión con el universo que muy pocos espíritus privilegiados han conseguido experimentar. Escuchar esto limpia el aura, abre los chakras, canaliza el ying y el yang. Ya saben, esas cosas esotéricas (Frank Zappa las llamaba «Cosmik Debris»; aquí diríamos algo así como «morralla cósmica») en las que ninguna persona con dos dedos de frente cree HASTA que escucha a William Shatner «cantando» a los Beatles y entonces el cosmos se abre y revela dimensiones antes desconocidas.
Pero hay otra joya inmortal en ese mágico álbum: «Mr. Tambourine Man», la canción de Bob Dylan que también interpretaron The Byrds. Una canción que, en origen, es muy bonita y agradable y melódica. Y que nuestro amigo Kirk consiguió transformar en una Catedral de lo Acojonante. Cada verso es un viaje espiritual, cada inflexión de la voz es estremecedora. Especialmente en el momento final, con ese grito desgarrador («Míster tambourine maaaaaan!») que hace a mis ojos asomen lágrimas de la más pura e infantil emoción. Qué demonios sabrá el quiero y no puedo de Paolo Sorrentino. Esto, señoras y señores, esto sí que es La Belleza.
Por motivos que escapan completamente a mi entendimiento, The Transformed Man no arrasó en la listas de éxitos, así que no hubo una inmediata sucesión de elepés repletos de nuevas relecturas shatnerianas de grandes canciones del momento. Para colmo, Star Trek fue cancelada en 1969. Nuestro ídolo entró en un periodo de años de silencio discográfico (¿cuántos milagros auditivos nos perdimos?), pero una serie de carambolas iban a devolverlo al mundo del vinilo. Las reposiciones de la serie cancelada engendraron una nueva generación de fans y en 1975 empezó a considerarse la posibilidad de estrenar una película sobre Kirk, Spock y compañía. El proyecto estuvo a punto de perecer; nunca terminaba de despegar e iba de un despacho a otro sin que nadie le diese el visto bueno. Cuando Star Wars arrasó con las taquillas de todo el mundo, el proyecto estuvo a punto de quedar olvidado porque parecía que la ciencia ficción clásica había pasado de moda frente a la más pueril fantasía espacial de George Lucas. Sin embargo, aquel mismo año Steven Spielberg consiguió que Encuentros en la tercera fase, que sí era ciencia ficción clásica, fuese un gran éxito. Esto hizo que fuese retomada la idea de una película de la marca Star Trek (terminaría siendo estrenado en 1979 con el título de Star Trek: The Motion Picture), y eso sirvió para que Shatner —quien, al parecer, llevaba años acechando la menor ocasión— se lanzase de nuevo al ruedo discográfico. Su segundo álbum, claro, no iba a ser un disquito cualquiera. En la mejor tradición setentera y no queriendo ser menos que Deep Purple, los Rolling Stones o Parliament, nuestro ambicioso capitán Kirk grabó ¡un doble álbum en directo! El título, por supuesto, también era absolutamente setentero: William Shatner Live.
¿El contenido? Asombrosamente vanguardista. Cortes de diez y doce minutos en los que Shatner leía textos de Bertolt Bretch y H. G. Wells. A veces sin acompañamiento de ningún tipo… ¿hablamos quizá del primer audiolibro comercial? (si no lo es ¡no quiero saberlo! Para mí, Shatner fue el primero y ya está. Cállense). El doble LP también contiene fragmentos de comedia stand up con público real en los que Shatner habla a toda velocidad, como de costumbre en él, y hace comentarios sobre la película que estaba aún en preproducción. Cuenta anécdotas, cosas así. En resumen, pese al grandilocuente título, como dirían los críticos: disco prescindible. Pero no nos desengañemos aún. Lo mejor está por venir.
Por fortuna, Shatner es un Genio Musical Indiscutible y además su caradura no conocía límites, así que tenía una sorpresa oculta bajo la manga. El mundo necesitaba al menos una más de sus versiones inigualables y él supo responder a esa demanda. Al año siguiente, 1978, apareció en la gala de los Science Fiction Film Awards, ataviado con su mejor smoking y con un cigarrillo en mano, recitando la letra de «Rocket Man» de Elton John. Aquí sí, tenemos de vuelta al mejor Shatner de The Transformed Man con el añadido de que ¡podemos verlo con nuestros propios ojos! Hoy somos boquiabiertos testigos del absoluto dominio que Shatner ejerce sobre su arte. Total control de sí mismo y del escenario. Mientras ejecuta su alucinante versión, no se ruboriza, no se le mueve una pestaña. Y la cosa no deja de mejorar porque conforme avanza la canción y gracias a los avanzadísimos efectos especiales de la televisión de aquella época tenemos ¡dos Shatners! ¡Tres Shatners! Algo verdaderamente increíble. ¿Hilarante? Sí. ¿Ridículo? Verán: cuando un hombre está tan seguro de sí mismo, el concepto ridiculez pierde todo significado. Lo que van ustedes a ver aquí es una apoteosis:
Lo sé. Sé que usted también está llorando. Sí, esto es apabullante. Le da un nuevo sentido a la vida. Pero el mundo, una vez más, no pudo comprender lo que sin duda es una de las más grandes actuaciones en directo de todos los tiempos que no sirvió para que la carrera metamusical de nuestro héroe despegase. Después de William Shatner Live, el Genio no publicó un nuevo disco en más de veinte años.
Una vez más, fue la adoración soterrada de los fans el que consiguió resucitar al Shatner metacantante. Con el tiempo, y en especial gracias a la introducción de internet en los hogares, su indescriptible actuación con «Rocket Man» y el extraordinario The Transformed Man empezaron a convertirse en objetos de culto. Un culto lento, no fue hasta el año 2004 cuando apareció el tercer disco de Shatner. Titulado Has Been, combinaba textos escritos por el propio Shatner con un acompañamiento compuesto por Ben Folds, el de Ben Folds Five, ya saben, aquel grupo que grabó esta pequeña maravilla de la que nadie parece acordarse y que yo necesito escuchar cada dos por tres (en estudio y cuando la hacían en directo, que sonaba fantástica casi como Steely Dan en versión trío). ¿Qué me parece Has Been? La música de Folds está bastante bien y los textos de Shatner son apreciables. Es un trabajo respetable, incluso con algún momento objetivamente brillante. El actor suena particularmente convincente en «What Have You Done», un corte sin música y bastante triste donde habla de su difunta esposa Nerine Kidd, fallecida cinco años antes en un aparente accidente (y posible suicidio; apareció ahogada en la piscina de su casa con una buena dosis de tranquilizantes en sangre). Nerine había sido alcohólica; de hecho, Leonard Nimoy, que también había padecido ese problema, se había involucrado personalmente en intentar rehabilitarla. Pero, como el propio Shatner recuerda, ella nunca estuvo dispuesta a abandonar la bebida. En cualquier caso, «What Have You Done» es impresionante de escuchar. En ese corte no está sobreactuando. Está recitando desde el corazón y se nota.
Por lo demás, abundan los cortes interesantes, no los hilarantes. Por ejemplo, «Common People» es una apología de la clase obrera en la que participa Joe Jackson (obviamente, los fragmentos cantados no los hace Shatner) o «You’ll Have Time», una curiosísima, fúnebre y extrañamente divertida elegía existencialista que debe de ser la única pieza musical de la historia en la que podemos escuchar a un coro góspel pronunciando las palabras «Joey Ramone». Digamos que el resultado final de este disco es que William Shatner te acaba cayendo mejor que al principio de escucharlo: emociona, hace pensar y hay algunas concesiones, muy pocas, al entretenimiento puro. Casi no aparece el Shatner histriónico que esperaba el público, aunque a veces recita diciendo cosas con tono de haberse bebido diecisiete vodkas. Pero no desesperen, algún tema es absolutamente digno de su leyenda como el del siguiente enlace (el inquietante videoclip propio de psicópata no es cosa suya, sino supongo que del usuario de YouTube que subió la canción):
En 2008 publicó su cuarto disco, Exodus: An Oratorio in Three Parts. Como puede deducirse del título, es el que tenía una vocación más épica. En tres cortes bastante largos (duran entre los quince y veinte minutos) Shatner narra el libro bíblico del Éxodo y habla de Moisés, las plagas de Egipto y demás, todo con el acompañamiento orquestal de la orquesta sinfónica de Arkansas, cuyo director compuso la música. ¿A qué suena? Pues a Shatner hablando de Moisés con una desconcertante música que por momentos suena a película de romanos y por momentos suena a grabación descartada por Frank Zappa. Es un disco extraño, no muy divertido de escuchar salvo que sea usted muy fan de las rarezas, pero es ideal para atormentar a los vecinos y que estos piensen que usted está absolutamente mal de la cabeza. Lo dejo a su criterio (está en Spotify).
2011 es el año, amigos. Ese año, Shatner asumió por fin qué era lo que su público esperaba de él y editó el que sin duda es una de las Obras Musicales Más Colosales De La Historia. El álbum, titulado Seeking Major Tom, estaba conformado por (¡ALELUYA!) versiones de canciones ajenas. En su mayor parte, canciones que tenían el espacio como temática central. Shatner reunió una constelación de leyendas del rock, el blues y el funk para que participasen en el disco: miembros de Deep Purple, Alice in Chains o Yes, Bootsy Collins, Johnny Winter, Alan Parsons o Toots, el de Toots & The Maytals (autores de una de mis canciones favoritas; no es que de normal me pase el día escuchando reggae más allá de Bob Marley, la verdad, pero esta canción es tan buena que me tiene obsesionado desde hace años). Y bueno, qué decir sobre el contenido de Seeking Major Tom. En cortes como «Bohemian Rhapsody» hay momentos apabullantes, como la miniópera central. Y ¿quién podría no amar algo como «Learning to Fly» de Pink Floyd? O la psicótica relectura de «She Blinded Me With Science» del gran Thomas Dolby, que en voz de Shatner suena como la banda sonora de la rebelión de Skynet («I can hear machinery», ¡terrorífico!). Hay tantas para elegir que mi favorita del disco va cambiando cada cierto tiempo. Por ejemplo, está «Silver Machine» de Hawkind en la que, por si fuera poco, hay un maravilloso solo de guitarra de nada menos que Wayne Kramer.
En este momento estoy bastante enganchado con «Space Truckin’». Sí, aquella de Deep Purple con la que Ian Gillan soltaba sus mejores berridos en el Made in Japan. Aquí Shatner la graba con voz de cliente borracho protestando sobre política en la barra del bar de un hotel, con un fondo de bongos y guitarra con acordes al estilo brasileño. En la batería está nada menos que Ian Paice, de los propios Deep Purple, y los solos de guitarra los hace el legendario bluesman tejano Johnny Winter. Pero lo mejor, por descontado, es Shatner himself, que también hace los gritos de Gillan, aunque a su manera. Este hombre es un tesoro:
Aunque hay cosas que son sencillamente históricas. Como el inesperado momento en que William Shatner, después de décadas de ponernos la miel en los labios limitándose a recitar las letras, se decide por fin ¡a cantar! Y, ¿qué eligió para cantar? ¡«Iron Man» de Black Sabbath! No hay palabras. ¿Canta mal? ¿Canta regular? ¡Qué más da! Es son preguntas improcedentes, como estar contemplando la inmensidad de las estrellas y hacerse preguntas banales como a qué precio están los cafés en otro planeta. Cuando Shatner canta Black Sabbath solo nos queda escuchar y maravillarnos. Punto.
Seeking Major Tom fue un jalón, una cúspide gloriosa en la discografía de Shatner. Sin embargo, volvió a cambiar de registro dos años después con Ponder the Mistery, álbum que, como Has Been, tenía un enfoque más serio basado en textos autobiográficos y reflexivos. El acompañamiento musical fue compuesto por Billy Sherwood, productor e instrumentista más conocido por haber sustituido a miembros de viejas bandas de rock progresivo como Yes o Asia. En mi opinión, con Sherwood no se alcanzó la misma química que con Ben Folds (sí, yo mismo me quedo boquiabierto al sorprenderme a mí mismo tecleando este tipo de frases ¡sobre discos de William Shatner!). En 2018 publicó otro disco, Why Not Me, que era básicamente el mismo concepto, pero con música country de fondo. Lo mejor son los nombres de algunas canciones: «Teletransportadme», «Odio desperdiciar una buena cerveza», «Las cosas que tira la gente» y el que quizá sea uno de mis títulos favoritos de todos los tiempos: «Demasiado viejo para ser vegano». Sin embargo, se repite el defecto del disco anterior: la música es demasiado genérica y todo suena un poco a karaoke.
Aun así, no lo olviden: nuestro héroe siempre tiene un as en la manga y, cuando parece que se está tomando lo de los discos demasiado en serio, nos sorprende con otro regalo celestial. Aquel mismo 2018 obsequió al planeta Tierra con algo que no sabíamos que necesitábamos hasta que lo pudimos tastar: ¡un disco navideño! Con el genial título de Shatner Claus, el álbum reúne a un nuevo y muy variopinto plantel de invitados, desde Billy Gibbons a Iggy Pop, pasando por Ian Anderson, Rick Wakeman, Judy Collins o Henry Rollins. Pero, como sucedía en Seeking Major Tom, los invitados son lo de menos. Es Shatner quien se apropia del show con sus versiones de villancicos famosos. Versiones que, por descontado, no tienen desperdicio. Todo este disco es Felicidad En Vena. Uno tiene que sonreír como un panoli; cómo describir el estado de bienestar provocado por «Blue Christmas», el villancico que cantaba Elvis Presley y que Shatner se lleva a su terreno con una facilidad pasmosa. O una de las maravillas interpretativas más acojonantes que he tenido el privilegio de escuchar en mi vida: Shatner haciendo una versión del famoso tamborilero. Agarre un pañuelo. Prepárese a emocionarse.
Porronpompón. Lo sé. Sé que usted también ha llorado otra vez.
Otro diamante de este mágico disco, regalo especialmente pensado para nosotros los oyentes hispanoparlantes, es su versión de «Feliz Navidad» (¡Lloro de nuevo!) o la interpretación de «Run Rudolph Run» de Chuck Berry (¿Es Shatner el heredero directo de Berry? ¡Yo digo sí!). O «Rudolph the Red-Nosed Raindeer», para la que además hay un videoclip en el que podemos ver a Shatner en sus dos facetas: la de narrador entrañable y la de rockero con chaqueta dorada y gafas, compartiendo escenario con el líder de ZZ Top, Billy Gibbons.
Para lo que, por desgracia e incomprensiblemente, no hay videoclip es para la versión punk de «Jingle Bells» que Shatner hace a medias con Henry Rollins (si la escuchan con atención, notarán que hay incluido un guiño a «Holidays in Cambodia» de los Dead Kennedys). No entiendo por qué no rodaron algo para acompañar esto con imágenes, cualquier cosa, aunque solo fuese ellos dos frente a un fondo vacío. Pagaría lo que fuese por verlos en ese momento mágico en el que berrean a dúo «Jingle! Jingle! Jingle! Jingle!»
En fin, amigos y amigas, Las risas, sonrisas y respingos de infantil asombro que William Shatner me ha provocado a lo largo del tiempo no son pocas. Hoy por fin entiendo que es un hombre dotado de una creatividad fuera de lo común cuyo concepto del arte quizá esté varios siglos adelantado a nuestra época. Seeking Major Tom y Shatner Claus los tienen completos en Spotify; no está The Transformed Man, pero sí las canciones «Mr. Tambourine Man» y «Lucy in the Sky With Diamonds» que forman parte del recopilatorio Spaced Out: The Best of Leonard Nimoy and William Shatner. Confío en que los maravillosos discos del capitán Kirk añadan un poco de luz y alegría a sus vidas en estos tiempos difíciles.
Live long and prosper.
The Scofflaws le dedicaron una canción
Mmmm… Cuando termine el confinamiento, alguien va a necesitar ayuda psicológica. El texto de arriba es la prueba.
De este otro Shatner, sólo había escuchado su versión / recitación del Common People de Pulp. Quedé patidifuso, efectivamente es Arte y Shatner cae estupendamente después de escuchar la canción.
William Shatner no existe. Es un personaje interpretado por Denny Crane.
Tuvo un videojuego:
https://www.myabandonware.com/game/william-shatners-tekwar-2sc