Mucho se ha escrito de la pandemia de la neumonía de Wuhan. Y mucho hemos oído, de los que saben y también de los que no saben, estos últimos pensando que de todo saben y de todo pueden hablar sin un pudor mínimo ante la situación de emergencia que vivimos. Y mucho hemos visto, como nunca antes había sucedido, asistiendo en directo a la evolución de una pandemia retransmitida en ocasiones con tintes cinematográficos pero con una dura, muy dura, y preocupante realidad detrás.
Quedan ya atrás semanas de escribir, sobre todo los científicos, de los riesgos. Quedan atrás semanas de haber tratado de explicar el riesgo de esta pandemia o el concepto de one health donde la salud humana, animal y medioambiental están íntimamente ligadas. El 60% de las nuevas enfermedades con riesgo para el ser humano son zoonosis, enfermedades trasmitidas desde los animales, con patrones de transmisión y propagación cambiantes debido, entre otras cosas, a hábitos sociales distintos, inmediatez en los desplazamientos entre regiones distantes o el propio cambio climático.
Quedan atrás años de advertencias, incluso más de diez cuando se publicara, tras la aparición de coronavirus SARS COV en 2003, un artículo de Cheng y colaboradores (Clinical Microbiological Review, 2007), en la Universidad de Hong Kong, donde advertían de que la presencia de grandes reservorios naturales de virus similares al SARS-CoV en murciélagos, especialmente en el murciélago de herradura, junto a la cultura de comer animales exóticos en el sur de China, convertía la situación en una bomba de relojería en una suerte no de qué, sino de cuándo. Como así ha sucedido y donde nos devuelve a que el conocimiento científico, el concepto one health y la toma de decisiones basadas en evidencias son necesarias hoy mas que nunca.
Quedan atrás años, meses, semanas y días de haber tomado decisiones que no se tomaron. Pero ahora es tiempo de actuar ante una pandemia que se está cobrando diariamente miles de vidas.
Las grandes pandemias no son extrañas para la humanidad. Agentes causales como el virus de la inmunodeficiencia adquirida humana, el virus de la influenza del 18, el virus de la viruela o, anteriormente, la bacteria Yersinia pestis.
Tenemos la fortuna de que actualmente son más, muchas más las armas que poseemos para luchar contra las pandemias que han habido en el pasado. El conocimiento científico y técnico, los antibióticos, las vacunas, el diagnóstico temprano, las redes de datos… Pero también hay aspectos negativos como la rapidez de las comunicaciones físicas y por tanto de contagio y, sobre todo, una especie de soberbia que nos hace sentirnos en ocasiones invencibles, perder la perspectiva de nuestra propia dimensión y, en ocasiones, generar conductas irresponsables, individuales pero también colectivas.
Debemos comprender y aceptar como sociedad y como individuos nuestros éxitos y nuestros fracasos. Y debemos entender que la pandemia que vivimos, especialmente en Europa, ha sido la historia de un fracaso del que no tengo dudas que nos recuperaremos, pero peor de lo que debería haber sido si hubiéramos dado una respuesta acorde a su dimensión.
No puedo decir que la gestión de la crisis esté siendo un ejemplo. No «hemos hecho lo que nos ha dicho la ciencia», al menos hasta ahora, ni puede utilizarse como argumento para volcar en otros la responsabilidad de la toma de decisiones. Ni tan siquiera fuimos capaces de aplicar el sabio refrán de «mas vale prevenir que curar».
Pero ya no es tiempo de prepararnos sino de actuar. De protegernos a nosotros mismos y de proteger, atender y ayudar a los demás. Son momentos de actuar atendiendo a los enfermos y seguir las recomendaciones de las autoridades sanitarias, nacionales e internacionales, rompiendo la cadena de contagio mediante la reclusión de la población y de los territorios, diagnósticos y más diagnósticos, aislamiento y seguimiento de los aislados, transparencia de los datos y colaboración internacional plena, especialmente en las grandes áreas geográficas donde el virus no entiende de fronteras.
Pero podemos y debemos hacer más. De una lado, acelerar programas de investigación con fondos extraordinarios y de emergencia, coordinados, abiertos y colaborativos, para desarrollar nuevos métodos diagnósticos, nuevos antivirales, nuevos protocolos o una necesaria vacuna que aún tardará en llegar. Con una apuesta presupuestaria del tamaño de la urgencia. Desde la Unión Europea, pero también del Gobierno de España y en colaboración con las diferentes CCAA. Y, de otro lado, ser creativos con los recursos existentes; ser innovadores para adaptar conocimiento, recursos y metodologías al servicio de la lucha contra la pandemia.
Y aquí es donde aparecen los que me he tomado la licencia de llamar, «los impacientes de la pandemia». La impaciencia entendida como la inquietud de quien es consciente que de sus actos dependen soluciones. Movimientos ciudadanos que han dado el primer paso sin que nadie les llamara; personas que quieren ayudar y que saben cómo hacerlo; impacientes para construir soluciones; biólogos moleculares, ingenieros, expertos en impresión 3D o diseñadores textiles que se han puesto al servicio de la lucha contra la pandemia, mas o menos autorganizados, en un tiempo donde la red se ha convertido en una autopista de colaboración y, en ocasiones, de salvación.
Pero no todo es fácil. Y ahí es donde el gobierno debe entender que esos colectivos no solo son útiles sino que son necesarios en un tiempo de guerra contra el virus en el que hasta se han visto derrotadas las cadenas de suministros hospitalarios. Y todos estos colectivos piden lo mismo: que les eliminen obstáculos, ayuden con la logística y faciliten su trabajo. Ayuda necesaria del gobierno para que, nuestros impacientes de la pandemia, sean aún más útiles.
Y como no somos el primer país afectado, deberíamos adelantarnos a acontecimientos que han sucedido en países cercanos, como Italia, y a los que hay que dar solución.
El hospital italiano de Brescia, en el corazón de la pandemia, desbordado por el número de afectados, se encontró con un grave problema adicional: la compañía fabricante de las válvulas de los respiradores había roto la cadena de suministros, no podía suministrarlas y la situación derivaba en el fallecimiento de pacientes por no poder ser tratados con respiración asistida. A la emergencia sanitaria se unía la emergencia de suministros.
Así que, en un una especie de conjuro mágico, un grupo de ciudadanos expertos se puso manos a la obra, rediseñando las válvulas y, mediante impresión 3D, fueron capaces de construirlas en seis horas y salvar la vida de ciudadanos infectados y que de otro modo habrían fallecido. Un modelo de colaboración abierta que ha inspirado a otros ciudadanos de otros países para entender que este movimiento, especialmente con la colaboración de expertos del mundo de la salud, en su más amplia acepción, y de la de makers de impresión 3D, es de gran ayuda, de una ayuda necesaria en tiempo de guerra contra el virus.
Pero esta historia de éxito en la conjunción del conocimiento científico, del saber tecnológico y de la cooperación abierta no está exenta de las miserias que acompañan siempre a las buenas historias. La compañía fabricante, cuando les solicitaron el diseño y estándares de la pieza con la que podrían haber adelantado tiempo y evitado probablemente algún fallecimiento, no solo se los negó sino que además les amenazó con acciones legales derivadas de las patentes de las que eran propietarios en una suerte de sin sentido en ese cóctel de pacientes, patentes e impacientes.
Pero ahora la vida de miles de personas está en riego. Y la ciencia y el conocimiento abierto junto al desarrollo tecnológico y la fabricación colaborativa son más importantes que nunca, porque hacen posible lo imposible y aceleran los tiempos para alcanzar los resultados.
Como MegaBots en San Francisco, que hace unos pocos días lanzaron el proyecto colaborativo Open Source COVID19 Medical Supplies y que cuenta con casi cuarenta mil seguidores y colaboradores a través de Facebook. Un equipo internacional para evaluar, diseñar, validar y fabricar elementos médicos de emergencia que comenzó con una versión de código abierto denominado Open Source Ventilator, un proyecto que permitirá en un plazo esperemos breve construir ventiladores homologados, con miles de participante ya de todo el mundo y muchos españoles entre ellos, como con el proyecto AIRE.
O como Coronavirus Makers, una comunidad española de makers, regada de ingenio, inteligencia colectiva y solidaridad, con más de once mil miembros organizados por provincias, que han puesto al servicio de la lucha contra la epidemia miles de impresoras 3D. Y lo que empezó como un movimiento nacional ha cruzado las fronteras a Colombia, México y otros países de «impacientes de la pandemia» que se han puesto en marcha. En estos momentos ya han fabricado miles de pantallas médicas para nuestros sanitarios, con unos estándares homologados por países de la UE. Por ejemplo, mil pantallas de protección ya han sido fabricadas en la Región de Murcia por el grupo regional de Coronavirus Makers, montadas, desinfectadas y distribuidas a los hospitales de la Región. Y están con mascarillas, respiradores y otros elementos urgentes, en un movimiento ya imparable.
Por eso es importante que intervengan los gobiernos cuanto antes y la propia Unión Europea para promover el conocimiento abierto, la acción colaborativa de los ciudadanos, reconocer y sobre todo facilitar el trabajo a quienes en estos momentos y de modo altruista están haciendo guerra de guerrillas en esta gran guerra contra el virus.
Lo primero que necesitan en tiempos de pandemia: el acceso a la información de la fabricación de los modelos y el uso gratuito de los mismos para poder fabricar con estándares tan buenos como las piezas originales y para evitar hacer lo que los ingenieros y makers italianos tuvieron que hacer con el diseño inverso. Y ahí los gobiernos deben actuar rápidos para llegar a acuerdos y conseguirlos de los fabricantes en caso de que sean necesarios. Su producción y la rotura de stock no puede ser un límite para resolver esta pandemia mientras existan capacidades disponibles. Y también los gobiernos tienen que ser rápidos en las pruebas y certificación de los prototipos por las autoridades sanitarias para comenzar a fabricar.
La autoridades europeas acaban de anunciar la publicación y uso gratuito de los estándares europeos de catorce artículos de material sanitario: batas, guantes, mascarillas… Y donde hasta ahora se tenían que comprar para su fabricación, ahora el acceso se libera para la misma. Un acierto de la Comisión Europea y del Comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, comisario que demostró su sobrada experiencia publico/privada en la comparecencia que tuvo ante la comisión mixta congreso/senado hace apenas unas semanas. Pero es insuficiente y solo debe ser el inicio. Porque es tiempo de actuar, colaborar y huir de discursos de los que ya muchos estamos cansados.
Del mismo modo deberían existir responsables gubernamentales atendiendo específicamente, como ya ocurre en algunas comunidades autónomas, a las necesidades de estos grupos capaces de fabricar en entornos próximos a los hospitales, facilitándoles recursos, pruebas y certificación.
Promover desde las autoridades la ciencia y datos abiertos o la fabricación colaborativa se vuelve cada vez más imprescindible en condiciones ordinarias, pero es urgente y obligatorio en estos momentos, con un adversario que no es ficción sino tan real que nos va la vida en ello. Es tiempo de pasar a la acción y abrirles las puertas, de par en par, a los impacientes de la pandemia.
Escribía hace casi un par de meses sobre «Hygia Pecoris, One Health y la neumonía de Wuhan» afirmando que en ese momento era incapaz de predecir cuál sería su evolución, entre otras cosas porque limitar el impacto depende de la determinación de los gobiernos y el compromiso de sus ciudadanos. Ahora sabemos más. Y sabemos también que si se promueve una investigación abierta, compartiendo resultados y al tiempo se facilita una participación activa de las comunidades de makers, la salida será menos complicada. A ellos, gracias. Muchas gracias.
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