Empieza el año de la rata para los chinos de China y para los de todo el planeta. La rata de metal reinará sobre el 4717 de su cómputo que ha dado comienzo el día 25 de enero de 2020 del nuestro, aunque vivimos bajo el mismo sol y nos mece la misma luna.
Las televisiones nos muestran su jolgorio, cabalgatas incluidas, en los telediarios del mediodía y de la noche. Los entrevistados nos cuentan que lo celebran bailando y comiendo, reunidos con la familia y fusionando los menús de su país de origen con los de su país de acogida lo que da a entender que son todavía de primera o segunda generación y que toman el pato laqueado con fantadenaranja.
Las crónicas festivas se compaginan con otras amenazantes sobre un virus, con nombre de realeza, que llega a Europa procedente de una ciudad inaudita y superpoblada. Los corresponsales en el país asiático transmiten noticias de los monumentos clausurados —hasta que pase el susto— y también unas imágenes sorprendentes de miles de excavadoras construyendo un par de hospitales de urgencia en los que atender a las víctimas de la epidemia. ¿Qué clase de hormigón habrán inventado que es capaz, por lo que se ve, de fraguar en minutos? ¿Qué clase de edificios son capaces de levantar en una semana? ¿Dónde han estudiado esos ingenieros y arquitectos? Son preguntas que vienen a la mente ante semejante despliegue de medios y de la abundancia de mano de obra que, sin embargo, no plantea cuestión alguna debido a su aparente exceso. La situación es muy alarmante pero nos da una lección insuperable de laboriosidad.
En la noche del día de su Año Nuevo, un programa de citas televisivas reúne a dos chicas, una de ellas pekinesa, que confiesa ser hija única en busca de experiencias y que acepta enrollarse con otra que ya tiene novia pero que es poliamorosa. La china vive con naturalidad extraordinaria la doble pista de pensamiento que le permite pertenecer en España a una avanzadilla del mundo sexual que se avecina y, por otra, ser la modosita hija de una familia tradicional cuando vuelve a casa con papá y mamá.
Aquí y allá, dos mundos… ¿una nueva sociedad?
Al otro lado del planeta, en los parques de Shanghái, ciudad cosmopolita por excelencia, los padres de only children se sientan en banquitos a exhibir las fotos de sus niños rollizos en la esperanza de encontrarles una buena mujer con la que casarlos: no hay tantas chicas como chicos y muchas de las que hay, que también son hijas únicas, no quieren complicarse la vida.
La población sigue creciendo en proporciones geométricas, como ya advirtiera Malthus en su día, pero los jóvenes de ciudad prefieren vivir sus vidas. Los mimos y la superprotección han hecho crecer, también en China, la egolatría en las nuevas generaciones, por lo menos de los urbanitas; cabe que los rurales vayan un paso atrás y sigan generando más población que acabará emigrando a los núcleos urbanos pero eso no se percibe en un viaje programado en el que solo da tiempo de echar una ojeada a lo que hay de nuevo junto a los cascarones del pasado. Los guías jóvenes lo cuentan en las pausas para comer y en los viajes de autobús hasta la taquilla de la Gran Muralla: no quieren enredos de vida, quieren disfrutar y no aceptan las presiones de sus propios padres que desean fervientemente convertirse en abuelos.
Las políticas del hijo único no contaban con el narcisismo como regulador de la natalidad: es lógico, el futuro lo pensamos en el presente y no concebimos otras mimbres para lo que será que las que tenemos ahora con lo que es. Se planifica y después se corrige o se vuelve a planificar, pero la vida lleva una evolución que se va trenzando en el aquí y el ahora y solo queda observar y/o aventurar análisis con los que algunos pueden, por cierto, ganarse bien la existencia.
Resulta bastante curioso: la política del sempai o del hijo único se implantó, con carácter radical, en el año 1979. El poder coercitivo del Estado, apoyado en su capacidad punitiva, estableció, para las poblaciones de cierta entidad, que cada pareja criara un vástago solitario que, como sabemos, se prefirió varón en la mayoría de los casos por aquello de la tradición.
Lo que nos llegaba a los occidentales sobre el exhaustivo control de los nacimientos ejercido mediante esterilizaciones quirúrgicas o químicas, los abortos selectivos en la era de las ecografías y los abandonos de bebés en cualquier lugar tuvo su colofón con la emisión de Las habitaciones de la muerte, un documental grabado subrepticiamente en 1995 por un equipo del canal británico Channel 4, haciéndose pasar por miembros de una ONG. En España, Documentos TV, el programa de Pedro Erquicia, lo emitió la noche del 19 de octubre y, en esa ocasión más que ninguna otra, los Carmina Burana que acompañaban a la cabecera resultaron en verdad apocalípticos: contemplamos atónitos un horror impensable al que siguió una ola de solidaridad tal que disparó el número de adopciones de esas pobres criaturas, niñas en su mayoría, procedentes de Dios sabe qué genealogías de miseria y de dolor.
Esas secuencias angustiosas abrieron los ojos a los comunes mortales sobre una situación abominable para el sentir occidental. Me refiero a la gente de a pie, de los normales. Mala propaganda para un régimen cerrado y estricto.
A esas alturas los dirigentes comunistas iban asumiendo que más hijos no son más brazos para trabajar sino más bocas que alimentar e iban cediendo a la evidencia de que andaban atrapados en la contradicción entre un mundo ideal —en el que los medios de producción fueran de propiedad estatal— y una economía real que se colaba por las costuras —fronteras físicas e ideológicas— que conducía, sin solución de continuidad, a un capitalismo feroz.
Y se estaban haciendo viejos sin muchas perspectivas de renovación generacional.
Las presiones se aflojaron y se abrió la mano a los dos hijos por familia pero la burla del destino apareció en forma de negativa visceral: los jóvenes hijos únicos en edad de procrear habían sido criados como tesoros, daba igual las posibilidades económicas de sus padres, y no querían compromisos.
Y las nuevas generaciones tienen comportamientos similares en cualquier parte del mundo, incluidos los chinos, por más que tengan prohibido el acceso a Google o solo dispongan del local WeChat como émulo del universal WhatsApp. Las cosas han cambiado muy rápidamente y hoy no resulta sorprendente que en las grandes ciudades haya centros comerciales gigantes —malls— cuyas tiendas venden lo mismo que en Madrid, Londres o Milán, a los que tienen acceso todos aquellos que puedan pagar y que en las estaciones suburbanas de metro haya mercadillos de chinos repletos de imitaciones de diferentes calidades y precios, atiborrados de turistas.
En los años previos a las Olimpíadas de Pekín de 2008 las autoridades habían planificado, entre otras cosas, un cambio en las pautas de comportamiento ciudadano para hacerlas más acordes con los usos occidentales y, como consecuencia de aquellas políticas educativas, ya no se ve a chinos escupiendo ni tirando las colillas al suelo o a cualquier parte, es decir, lo consiguieron bastante. No hay nada como una buena programación de la educación, como ya dijera en su momento Jordi Pujol.
La evolución de esas conductas hacia la occidentalización ha sido rapidísima en algunos aspectos, aunque en otros conservan sus más puras tradiciones, por ejemplo: siguen siendo chillones y escandalosos al punto de que si no somos capaces de distinguir por su semblante un grupo de chinos de uno de japoneses en una visita turística en la que coincidamos con ambos grupos, el elevado volumen de las voces inclinará la balanza hacia el lado de los continentales sin dejar espacio alguno para la duda.
No quieren tener hijos pero todavía no tienen perro o, por lo menos, no se ven amos y canes paseando por las calles: afirmaría sin temor a equivocarme que están en la etapa preperrito, la transición del niño al animal humanizado. Los pocos perros con correa que se ven por las aceras y los parques arrastran a señoras de cierta edad o a provectos caballeros pero les delata que no son de razas extrañas ni llevan identificación segura en forma de collar vistoso ni trajecitos a juego con el del dueño/a, son simples perros de compañía. Demos tiempo al tiempo, que todo se andará.
Lo que resulta llamativo de la gente más joven es la cantidad de ellos que se están poniendo gordos. Su genética no justifica que cada vez en mayor número los chinos millennials luzcan unos quilos de más porque, por poner otro ejemplo, los jubilados que forman las larguísimas colas para visitar la tumba de Mao son flacos en su mayoría, da igual que sean altos o bajos, y casi todos tienen la barriga hacia dentro dando la sensación de que se encorvan un poco hacia delante. No es así con los jóvenes, muchos de ellos delgados y atléticos (runners), hay que decirlo, pero se ven circulando por las grandes ciudades bastantes ejemplares con sobrepeso.
Y si el arte es el reflejo de la sociedad que lo crea (obvio) no hay mayor exponente en este caso que la obra del escultor Mu Boyan, nacido en 1976 en Jinan, capital de la provincia de Shangdong (noreste de China), hijo único de una familia trabajadora y urbana.
La obra de Mu Buyan tiene casi siempre como protagonista a un gordo seboso, joven, desnudo y en posturas imposibles, de tamaño gigante o diminuto. Erróneamente se le ha comparado con Fernando Botero (Medellín, 1932) pero su filosofía es totalmente distinta. Botero representa personajes inflados, no gordos, sus figuras poseen un lenguaje artístico muy personal detrás del que se adivinan perfectamente las que serían sus características reales: no son siempre de naturaleza gruesa aunque lo parezca y no lucen michelines.
Los gordos de Mu Buyan son reales y hablan, entre otras cosas, del cambio en la mentalidad de los chinos de calle ahora capitalistas. Si la gordura ha representado tradicionalmente la abundancia de la vida y el buen sentir, en estos tiempos puede ser interpretada en clave de brecha social: los gordos reflejarían en sus carnes el acaparamiento de recursos por parte de los ricos a costa de las clases sociales más desfavorecidas.
Elegimos el punto de vista, como ha ocurrido siempre en la historia; la interpretación es patrimonio del que mira y del que analiza y, en ese sentido, es muy interesante el libro de reciente publicación Dios salve el arte contemporáneo de Óscar García García, publicado por la ed. Paidós en 2019.
El autor hace un interesante repaso del arte contemporáneo y de alguno de sus artistas clasificándolos según los siete pecados capitales. Los gordos de Buyan ocupan, por derecho propio, el capítulo de la gula.
Afirma Óscar García que «mientras en Occidente el sobrepeso se ha convertido en una sobrecarga física negativa, en Oriente simboliza la salud y la prosperidad» para añadir más abajo que «Boyan, al igual que la gran mayoría de los artistas chinos contemporáneos, busca reinterpretar los cánones milenarios de sus antepasados».
Fusión de antigüedad y modernidad o reflejo de un nuevo canon social, las esculturas de Boyan se hallan en espacios públicos epatando con el entorno, una tendencia volumétrica que ya iniciara Henry Moore (Inglaterra, 1898-1986). La diferencia, sin embargo, apunta al objeto: mientras la obra de Moore se integra en el entorno natural con sus formas orgánicas y abstractas, la obra de Buyan, hiperrealista, se dirige directamente al entorno social, a las personas a las que representa o vapulea; quizá tiene únicamente el ánimo de divertir, como ocurre con la obra del escultor Ramón Conde (Orense, 1951), también hiperrealista.
Boyan ha participado en la exposición Sculpture by the sea que se celebra anualmente, desde 1996, en la primavera australiana, a lo largo de la costa de Sidney donde se instaló Horizonte (2018) uno de sus gordos más conocidos.
La orondez se está integrando en el paisaje; la crítica religiosa, la médica o la estética que han presidido el pensamiento sobre el único de los pecados capitales que se puede observar a simple vista, como recuerda Óscar García en su libro, van dejando paso a la aceptación en la diversidad y al olvido del canon único de belleza. En la Beijing Fashion Week y en la Shanghai Fashion Week en las que tradicionalmente han desfilado las grandes marcas europeas y americanas, se ha visto desfilar alguna modelo curvy con diseños nacionales. El gigante chino Alibaba está patrocinando la inclusión de la moda genuinamente china en la pasarela de Milán. Los chinos cosen por encargo la mayoría de la ropa que usamos en este lado del planeta pero ellos están creando también la suya propia.
Algo está cambiando y una vez más la expresión artística nos lo está contando, sea a través de la escultura, de la moda o sea a través de la literatura. Como siempre ha sido.
Un artículo excelente
Me encanta como escribe Laura Minguez
Totalmente de acuerdo.
Muy bueno el artículo!!! No he tenido la suerte de conocer china, pero sigo pensando en ellos como gente flaca mayormente. La idea de ver chinos rollizos es nueva para mí. Pero claro, lo que se menciona en el artículo es que ellos ven el sobrepeso como signo de opulencia, muy diferente a nuestro pensar.
!! Impresionante !! Yo no lo llamaría artículo, para mi es un tratado de inteligencia, habilidad, y conocimiento. No había leído nada de Laura, pero me han encantado sus alusiones a Botero vs Mi Bojan, su recordatorio al Sempai y la relación con las actitudes de los jóvenes chinos, su alusión a Pujol ( mira que es listo este personaje ), gracias Laura por un trabajo impecable e ilusionante.
Extraordinario artículo, prácticamente todos los artículos que utilizamos son chinos, ropa, teléfonos, tecnología, y desconocemos como son realmente, y su cultura, este artículo nos acerca a ellos mucho más.
Interesante artículo que provoca una necesaria reflexión sobre las actuales «crisis de identidad» y la inasumible velocidad a la que se producen ciertos cambios sociales empujados en gran parte por una globalización de implantación tremendamente rápida.
Estupendo artículo. Una visión del arte contemporáneo que lo enlaza con los acontecimientos sociales.
Formidable artículo sobre la siempre enigmática China, evidencia como el arte es siempre fiel testigo de la historia de las sociedades y sus transiciones. Cualquier hecho argumentado con minuciosos detalles de investigación sociológica. Me ha encantado Laura Minguez, espero poder leer y disfrutar de crónicas similares.
Laura, una vez mas has demostrado una perspicacia inusual al tratar el tema chino. El artículo no tiene desperdicio, pero me centraré en tres puntos.
Uno la reeducación de usos y costumbres que promovieron las autoridades antes de los juegos Olímpicos y que tu comparas con la «planificacion educativa de Jordi Pujol» no quiero preguntarmeen que sentido??.
Otro punto interesante es que van proliferando las mascotas, aunque sin llegar a su humanización como aqui. Todo se andará.
Y por último comentar que ya no puedo vivir sin leer el libro de Oscar Garcia y ver a que artistas compara con cada uno de los restantes pecados capitales. Muy interesante viendo lo bien reflejada que está la gula. Si señora.
Excelente trabajo de lectura amena. Muy bien documentado. Se evidencia la sabiduría de la escritora en cada línea del mismo. Esperando con ansia el próximo artículo.
Embaucadora manera de guiarnos de una cosa a la otra para dejarnos con ganas de que nos cuente más sobre Ramón Conde, Henry Moore, … Siempre es una suerte encontrarse con artículos de esta autora. Gracias.
Es muy cierto: un artículo que te deja un retrogusto de querer más. Notable ese pasaje sobre la era «preperrito» que me lleva inexorablemente a reflexionar sobre la influencia cultural de occidente. China, décadas atrás, era un misterio para mi con una componente de temor hacia ella. Grandes estadistas hablaban con una cierta circunspección sobre su demografía que tarde o temprano tenía que explotar. Y explotó. Y no ha sucedido nada, todo lo contrario. Y podemos aprender mucho de ellos. Y esperaría de la China, recurriendo a su proverbial y peculiar sabiduría, que fueran ellos a proponer a las demás potencias que es contraproducente e inmoral invertir tanto en armamentos a los cuales se ven obligados. Es una potencia nueva, y lo nuevo siempre dio esperanzas. De las otras dos, Rusia y EEUU con sus aliados, creo que no podemos esperar grandes cambios. Excelente lectura y comentarios.
A mí me huele a chamusquina. ¿Cuántas probabilidades hay de que un artículo editado ayer, haya concitado tantos comentarios elogiosos de gente que nunca o casi nunca dejan su firma por aquí? Excepción hecha del gran eduardo roberto. No sé, me parece que las amistades y parentela de la autora se han puesto de acuerdo para auparla un poco-bastante y eso, al notarse, queda algo feo.
Basta que lean, N950PB, y lo que es mejor: que dejen su comentario interesado o menos. Es una pequeña victoria contra la indiferencia que este rincón literario no se merece. Con respecto a tu elogio, yo sacaría «del gran». «Mi metti in imbarazzo». Además, me obliga a andar metiendo parches emotivos contrapuestos para evitar explotar de vanidad. Te lo agradezco de cualquier manera y en especial modo tu manera de no afirmar rotundamente, dejando siempre lugar a la duda.
Excelente articulo!! Buenísimas comparaciones y una excelente análise de la sociedad de China.