Terminamos otra semana de montaña rusa. Superaremos los sesenta mil casos diagnosticados, que probablemente sean más de un millón ya en nuestro país. ¿Por qué esa diferencia? No hay datos suficientes ni desagregados. Que los infectados sean tantos es una buena noticia. Nos dice que el virus es menos peligroso de lo que parece. También es un mala noticia. Para conseguir inmunidad de grupo necesitamos todavía mucha más gente. Y sin datos es complicado tomar decisiones. Pero esto es otra paradoja, porque obtener datos tiene sus implicaciones.
Un rastro de miguitas de datos
«Hemos hecho leyes que anteponen la seguridad colectiva sobre los derechos individuales en caso de epidemia». Lo dice Ki Mo-ran, médico epidemiólogo asesor del gobierno de Corea del Sur, apuntando una de las razones para que su país haya logrado aplanar la curva. Los teléfonos de personas en cuarentena están siendo rastreados continuamente, con dos llamadas diarias de control por la policía, para asegurarse que no has dejado el aparato en casa y te has ido de paseo.
Son muchos los que aplauden estas medidas y otras semejantes de los países asiáticos, con China a la cabeza, por su eficacia. Pero al hacerlo, ¿consideran el impacto de estas decisiones en los derechos fundamentales? Tomándolas, ¿quedan garantizados? Esta duda nos toca ahora de cerca, porque el gobierno español, igual que muchas otras democracias afectadas por el COVID-19, han comenzado a rastrear nuestros teléfonos móviles. O a reconocer que lo hacen, que a saber. Y haciéndolo, rastrear y decirlo, cuestionan indirectamente los derechos constitucionales a la libertad de residencia, libre circulación y reunión. Sí, estamos en estado de alarma, lo que nos hace pensar de manera diferente en esta cosas… aunque quizá estamos en un estado de excepción no declarado. Pero más allá de la situación legal particular, vamos a los datos.
Somos del gobierno, venimos a ayudarle
Ya lo advertimos hace una semana al hacernos eco de la nota de prensa emitida por un grupo de científicos, juristas, y expertos en privacidad. Nuestros datos más sensibles están ahora en manos del gobierno gracias al estado de alarma, y pasada la epidemia será fundamental que hagan un uso ético de los mismos o que dejen de hacer uso de ellos. Estas reflexiones de una abogada del Estado son como para pensárselo.
Se está imponiendo una corriente de opinión defendiendo que es hora de renunciar a la privacidad de nuestros datos porque merece la pena cualquier sacrificio para detener al coronavirus. Tenemos que dejarnos rastrear, como advertía Bill Gates en 2005, pensando en el brote de SARS de 2003. Y Edward Snowden vuelve a advertirnos: esta suspensión temporal de libertades puede convertirse en permanente. Él mismo avisó de que la NSA lo estaba haciendo, sin virus de por medio, ya en 2013. Pero es que la cantidad de cámaras que se puede encontrar uno en el camino de casa al trabajo en la ciudad de Nueva York es abrumadora… para alguien que no viva en China, donde pagas mostrando tu cara a una cámara.
Aquí mismo, en Valencia, está en marcha una iniciativa pionera y experimental, promovida por el gobierno, que rastrea los movimientos de las personas. La Comunidad de Madrid lanzó esta semana una app para ayudar al ciudadano a autoevaluar síntomas de COVID-19. Como se explicaba en este hilo, su supuesto algoritmo era un código muz básico escrito por alguien con poca experiencia demostrada, y la aplicación filtraba datos sensibles a las empresas que la crearon, extremo que confirmó Maldita. Después de lo cual la CAM comenzó a informar de esa peculiaridad de su app.
El caso de Toronto, Canadá, resulta interesante por sus detalles. Su alcalde anunció en una entrevista que las empresas de telecomunicaciones estaban entregando los datos de los clientes al ayuntamiento para que los rastreasen. Al día siguiente se retractó de mil maneras, no lo estaban haciendo todavía. Lo relevante es que un político de una democracia avanzada lo comentara como si no importase, fuera lo normal, y no tuviera consecuencias. Y que cada uno de nosotros instalemos app dando el consentimiento sin leerlo ni saber qué estamos aceptando. Esta es la actitud mayoritaria. ¿A dónde nos conducirá?
Quizá al caso de Israel, que ha entregado directamente los datos de usuarios de móviles a su agencia de seguridad para que aplique colectivamente a todos los protocolos de lucha antiterrorista. «Somos una democracia», ha dicho Netanyahu, «y con esto estamos manteniendo el equilibrio entre derechos individuales y las necesidades de toda la sociedad».
Y las empresas privadas también
Un grupo de abogados advertía de que Alexa está grabando ahora las llamadas confidenciales. Uno de los servicios que más se ha expandido en Estados Unidos comenzado el confinamiento es la fotografía de los empleados cada cinco minutos para asegurar que están teletrabajando. La plataforma de videoconferencias Zoom de pronto pasa a valer treinta mil millones de dólares por su demanda. Por eso, o porque monitoriza tu activida y toma pantallazos de lo que haces en todas tus aplicaciones.
Contra todo eso lo único que podemos hacer es informarnos y dejar clara nuestra postura. La Agencia Española de Protección de Datos sacó el jueves este comunicado de ayuda al usuario sobre apps y webs de autoevaluación de coronavirus, tras muchas de las cuales se esconde malware. Esta otra guía aporta también una buena perspectiva general sobre las repercusiones en tu privacidad de las herramientas de teletrabajo.
Los malos han estado poniéndose las botas
En el lado oscuro se han sucedido una serie de ciberataques centrados en hospitales, en nuestro país el Netwalker y otros semejantes. A la OMS la han atacado hackers de élite, mientras que los más modestos se hacían pasar por trabajadores de esa organización para extorsionar. Aquí los oportunistas han empleado el ya tradicional phising para centrarse en empresas con ERTEs, avisando de que conocían su mala práctica de hacer facturas falsas. Y si cuela, cuela. No es fácil defenderse, algunos postulan que para hacerlo hay que pensar como un hacker, el famoso «piensa mal y acertarás».
Un sindiós en mitad del cual Microsoft volvía a avisar de que su Windows 10, el sistema operativo más empleado, tiene otra debilidad, una más, que estaba siendo usada por los hackers, y que el parche para solucionarla no estaba todavía. Y Rusia empeñada con sus granjas de trols en difundir una nueva teoría conspiranoica: el COVID-19 ha sido creado por EE. UU., gracieta que ya no lo fue tanto cuando el gobierno chino comenzó a hacerse eco de esa idea.
Mientras, los buenos aprovechaban la tecnología
Vivimos la época de la terminología de nombrecitos, y aquí hay uno nuevo: el Hackatón. Un maratón internacional donde se coordinan desde hospitales de todo el mundo para compartir soluciones rápidas que creen sustitutos caseros y efectivos de los EPIs.
Alibaba ha puesto en marcha una iniciativa para que los médicos de otros países se comuniquen con los médicos chinos y así la información fluya. Ojo, es información en la nube bajo leyes chinas: ni privacidad ni seguridad.
Así que usa cinco minutos y piensa qué haces con tus datos
Asusta ver todo lo que guarda Google sobre nosotros, y sorprende lo fácil que es borrarlo. Mucho más difícil resulta eliminar nuestro rastro de la red, a menos que seamos políticos a punto de entrar en el gobierno con ocho mil tuits molestos, o multimillonarios y logremos a base de dinero quitarlo todo. Bruce McMahn lo consiguió: únicamente aquí se puede leer que se casó con su propia hija y fue juzgado por ello.
También asusta lo que nos podrían hacer si tuvieran nuestros datos o no tuviéramos transparencia. Esta semana será recordada en medios como la de Miguel Lacambra. Una cuenta creada el 14 de marzo en Twitter o Linkedin, con una bonita foto de un lozano y sonriente joven, obtenida de una página de imágenes generadas por AI, y alimentada durante poco más de una semana para hacerla crecer en seguidores pese a no tener casi contenido. La misma estrategia que los hackers mexicanos de Victory Lab, el moneyball de los políticos; o los canales de Sinclair Network, todos ellos con sus presentadores leyendo el mismo mensaje a la vez; por no hablar de nuestros #hashtag diarios, comenzados y comentados siempre de la misma manera por unos y otros. Todos ellos marcándose «un Lacambra». ¿Imaginan hacer eso mismo con un montón de datos sobre cada uno de nosotros? Lean el distópico cómic Private Eye para más información.
Lo que definitivamente no conseguiremos será sustraernos a ese mundo nuevo que viene con el COVID-19. En opinión de Gideon Lichfield, editor jefe del MIT, el estilo de vida que conocimos no va a volver nunca. Según él, tendremos que aceptar al Gran Hermano.
Estupendo, ya tengo mi gorro de papel de aluminio preparado
Creo que en momentos de crisis graves tendríamos que sacrificar partes de nuestras conquistas democráticas temporariamente, como lo hacían los romanos nombrando un dictador con fecha de vencimiento. Desconozco si después de pasada la alarma nuestros datos serán cancelados verdaderamente, pero pienso que no sería difícil controlar. En tiempos de información ubicua y constante sería arriesgado hacer lo contrario. Otra conquista que podríamos sacrificar serían las fronteras de nuestras nacionalidades en Europa. Pero este es otro discurso aún más áspero.