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Tierra salvaje

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Con la edad, los amantes de los libros acabamos dedicando más tiempo de lectura a los textos de no ficción que a la narrativa. Con la falacia de la escasez de tiempo en la que estamos acomodados desde el desembarco de internet en nuestras rutinas somos más conservadores a la hora de elegir qué leer. Un ensayo científico, un libro de cocina o un manual de Python se pueden hojear esporádicamente sin que nos sintamos culpables cuando los trasladamos de forma definitiva de la mesita de noche a la estantería. En cambio, una novela es un texto en el que depositamos nuestras expectativas y que por lo tanto tendemos a sobrevalorar —aunque a veces solo durante un par de capítulos— porque sentirnos en la obligación de llegar al final realizando esfuerzos intermitentes de lectura nos hace sentir fatal. Esta búsqueda de la satisfacción tiene parte de su origen en el disfrute juvenil que nos provocaba la lectura de libros de autores clásicos como Julio Verne, Jack London o Emilio Salgari. Lo cierto es queremos seguir leyendo novelas con las que vivir aventuras, queremos historias que nos hagan viajar y sentir, pero ahora además, exigimos coherencia, profundidad y cierta complejidad ética y moral; queremos más.

Tierra Salvaje de Robert Olmstead es el tipo de lectura que nos lleva a ese pasado de emociones y descubrimientos, a la vez que nos permite disfrutar cada capítulo desde la madurez de quien lleva a sus espaldas cientos de lecturas y algunos golpes existenciales. La narración, en el contexto del salvaje oeste americano, conecta con el espíritu aventurero de la obra de Karl May y la densa y descriptiva atmósfera de las primeras novelas de Coetzee. Los protagonistas, entusiastas y decadentes, parecen sacados de la imprescindible serie Deadwood. Ambas, Tierra Salvaje y Deadwood, transcurren en la misma época, la década de 1870, y en ambas la diversidad de la naturaleza humana complementa un relato minuciosamente documentado sobre un momento histórico tan fascinante como fue la conquista del oeste americano. Tierra Salvaje es oeste puro y duro, eso sí, muy alejado del tipo de acción y aventura del wéstern tradicional con sus indios y vaqueros, buenos y malos.

La historia da comienzo tras la muerte accidental de David, un respetado granjero de Kansas. Su esposa Elizabeth, tras fallecer su marido, descubre que su granja está hipotecada. Su mundo edificado sobre la ilusión de un matrimonio feliz en La casa de la pradera se viene completamente abajo y decide, con la ayuda de su cuñado Michael, que ha regresado de Europa tras la guerra de secesión, emprender una expedición a la caza del bisonte en territorio indio. Si la empresa termina con éxito podrá pagar las deudas y comenzar una nueva vida. Elizabeth se tendrá que enfrentar a diferentes enemigos: el viaje, los hombres que la acompañan y el malvado prestamista Whitechurch, personaje muy similar al George Hearst de Deadwood. Elizabeth es valiente y decidida, una auténtica cowgirl que tomará las riendas de su destino en un mundo donde las mujeres no tienen apenas opciones.

Olmstead, que ha sido comparado con autores como Ernest Hemingway, Cormac McCarthy y John Edward Williams, escribe esta historia con una prosa ligera y preciosista, consiguiendo que el lector preste atención a cada escena de un mundo en el que un movimiento descuidado puede provocar la mordedura de una serpiente de cascabel o una cuerda mal atada puede ser la causa de que alguien muera congelado. Olmstead describe con riguroso detalle cada paisaje, cada utensilio, cada proceso en la destrucción masiva de los bisontes. Elizabeth es un crisol de todas las mujeres con las que se crio el propio Olmstead y a lo largo de su aventura el autor nos hará partícipes de la caza industrializada de un animal icónico como el bisonte americano hasta su casi total extinción. Lo hace sin melodrama, extendiéndolo a otras especies de grandes mamíferos y con una fuerza narrativa que nos hace tomar conciencia de cómo en aquel momento de la historia comenzó el ocaso de la vida salvaje. A pesar de ello Tierra Salvaje no es una novela pesimista ni oscura, ya que Olmstead es capaz de transformar la belleza de la naturaleza en palabras e iluminar cada nuevo amanecer con el vivo aliento de sus protagonistas.

Leer esta novela, traducida espléndidamente por José Luis Piquero, es volver a Karl May y al salvaje oeste, es disfrutar de nuevo con los personajes de Deadwood, es observar la belleza en la fuerza destructiva de la naturaleza y es, en definitiva, viajar en una máquina del tiempo para contemplar con detalle nuestra historia.

 

3 Comments

  1. Oh oh oh

    Una novela que conozco en un artículo que empieza mencionando a Karl May, Salgari y Verne.

    Eso tengo qué leerlo

    Gracias!!

  2. Alberto

    Muy interesante, ya me lo he apuntado como libro pendiente. Aprovecho para recomendar otra obra que me encantó:
    Butcher’s Crossing, de John Williams.
    Describe un grupo de buscavidas que se embarcan en la búsqueda de un valle lleno de bisontes.

    Saludos.

  3. José Luis Piquero

    Gracias por tus palabras. Muy buena descripción. Saludos cordiales.

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