Hay un documental en Movistar titulado Los negocios turbios de la RDA que se vende como apoyo de la serie Deutschland 86. Habla de la inmoral venta de armas que hacía la República Democrática Alemana, como si otras fuesen más morales, o de cómo se saquearon las reservas de los bancos que todavía pertenecían a los judíos huidos de esa zona del III Reich, lo que no tiene justificación ninguna. Sin embargo, el plato fuerte del documental está en la venta de sangre que hizo este país para poder cuadrar sus maltrechos presupuestos.
Eran los años de la desesperación que sufrieron todas las economías del socialismo real europeas tras las crisis del petróleo. Recordemos que si bien Hungría y Checoslovaquia ya habían sido intervenidas, en la teoría de que la URSS se podía permitir una corrección de derivas cada diez años por la vía militar, las repúblicas no vacunadas por la entrada de tanques una buena mañana enfilaron situaciones dantescas por la crisis postindustrial europea. Prácticamente todas.
Rumanía, hacia un neoestalinismo en la persona de un líder hasta entonces respetado, Ceaucescu; Albania, en un mayor aislamiento con un estalinismo multiplicado por maoísmo; Polonia se enfrentó a huelgas que la hicieron acreedora de la siguiente intervención soviética en su «cinturón de seguridad» que Jaruzelski evitó por momentos con un autogolpe de Estado; Yugoslavia, que iba por libre, gestó las disputas territoriales entre norte desarrollado y sur menos desarrollado que condujeron a su terrible desintegración criminal; Bulgaria con su política de sí a todo lo que diga Moscú permaneció inalterable, en teoría y, por último, la RDA, perla del comunismo mundial, se vio obligada a hacer cualquier cosa para que no se le hundiera el chiringuito, que era el escaparate mundial del negocio.
El problema de todas ellas era que estaban endeudadas en los mercados internacionales, en los que estaban integradas por sus exportaciones e importaciones vitales, y sus economías, por sí solas, no se bastaban para devolver el crédito. De esa imposibilidad viene toda la constatación repetida a modo de latiguillo de que «el comunismo no funciona». China, sirva como nota para el lector menos versado, por estas fechas cambió su sistema a lo que quiera que sea que es ahora que no es el comunismo ortodoxo del que provenía. Y no le fue mal.
Para el resto, las divisas eran la fuente de la vida del comunismo y, en el caso de la RDA, como cuenta este documental, se llegó a tratar de conseguirlas hasta con la venta de sangre de sus ciudadanos. Hay un médico alemán, Rainer Erices, que ha investigado esta truculenta historia. En un artículo publicado en la gaceta Weiner Medizinsche Wocheshrift, reveló toda esta historia ante la gran contradicción que suponía con los principios consagrados por la Convención de Derechos Humanos de Biomedicina del Consejo de Europa en 1997; formulaciones estas, desarrollos legales derivados del final de la Segunda Guerra Mundial que, como todo el mundo sabe, están para pasárselas por el forro ya sea desde la izquierda, el liberalismo centrista o la derecha y los extremos de cada uno de ellos.
Un ejemplo palmario, aunque arcaico, son los negocios de la RDA con Occidente para exportarle nada menos que sangre humana en los años ochenta. En 1983 no era una crisis del petróleo en el mundo, eran ya dos. En países como el nuestro supuso la reconversión industrial en la que tantas conspiraciones se han imaginado, en la RDA el gobierno lanzó un programa para la obtención de mayor cantidad de divisas en todos los sectores de la exportación. En el de la salud hicieron su brainstorming, se conoce, y se les ocurrió la venta de sangre. Los costes de producción, al contrario que en cualquier otro negocio, aquí eran extraordinariamente bajos. Se basaban, curiosamente, en uno de los recursos más importantes del actual capitalismo del siglo XXI: el esfuerzo no remunerado.
Hubo también experimentación con medicamentos. Der Speigel publicó que se hicieron una totalidad de seiscientos ensayos de productos médicos en cincuenta mil ciudadanos de la RDA. En muchos casos, sin saberlo. En algunos, con resultados mortales que obligaron a suspender las pruebas y, en la actualidad, cuando ha vuelto a surgir la polémica, los laboratorios responsables han dicho que si te he visto no me acuerdo y ese Estado ya no existe. Y no es un blindaje que se procuren los comunistas responsables de hacerle esto a su población, sino que escurren el bulto las empresas occidentales y de la RFA que contrataron estos servicios pagando sumas millonarias.
En el caso de la sangre, lo obsceno fue que mediante campañas basadas en «el humanismo socialista», se promovió la donación masiva. Un gesto que, por su carácter filantrópico, no podía ser remunerado, tal y como recoge la legislación internacional actual y la de entonces. La OMS dictaminó en 1980 que el beneficio económico nunca podía ser el motivo de una donación. En la RDA, las donaciones se promovieron como «un deber» para «salvar vidas». La paradoja fue que la teoría comunista era la correcta, pero la realidad fue muy capitalista, o sea, que todo era mentira. En la oferta se llegó a poner sobre la mesa también la venta de material óseo, córneas, placentas y experimentos con animales.
Las donaciones aumentaron desde el inicio de las campañas entre un 50 % y un 100 % según las regiones de la RDA. El eslogan propagandístico hacía referencia a la salud de los enfermos del país, pero la realidad era que el producto estaba destinado a su venta en el comercio internacional. En teoría, la RDA exportaba los excedentes que tenía por la generosidad desmedida de sus ciudadanos. Los comités centraron su actividad en las escuelas, el ejército, también el Ejército Rojo destinado en este país, los bomberos, la policía y las cárceles.
En esos tres ámbitos nadie se hacía muchas preguntas cuando se le proponían actividades en grupo positivas. En 1983, el país firmó un contrato para sacar de la RDA cuatro mil litros de sangre a treinta dólares el litro. Explica el doctor Rainer en sus investigaciones que la recolección de sangre supuso un reto para el país comunista, que hasta entonces había realizado todos estos procedimientos con botellas de vidrio. Tuvo que cambiar todos sus protocolos.
Las alarmas saltaron en 1985, cuando aparecieron los riesgos de contagiar la hepatitis y, algo peor, el VIH. Sin embargo, casualmente, la RDA era un país con una posibilidad reducida de impacto del sida, lo que hizo que la sangre de sus ciudadanos fuera aún más atractiva para las grandes empresas farmacéuticas occidentales. Estaban en el ajo la RFA, Bélgica, Arabia Saudita, Japón y Estados Unidos. En principio, se pedía que la sangre estuviese congelada a determinadas temperaturas, libre de sífilis y gérmenes de la citomegalovirus. Cuando también se exigió la prueba del VIH, las estructuras médicas de la RDA se pusieron a prueba. Testear la sangre suponía importar el método de detección y salía más caro de lo previsto. Mientras, un método propio nunca llegó a ser desarrollado antes de 1989. Se tomaron medidas protocolarias para notificar cualquier positivo de VIH de cualquier ciudadano de la RDA y de todos sus posibles contactos sexuales. Llegó a haber cargamentos devueltos por VIH, aunque en el país no se detectaran más de trescientos casos de la enfermedad.
Solo en 1989, la RDA entregó ciento cincuenta mil litros de sangre. Las reclamaciones, no obstante, no salieron a la luz. En los archivos del Ministerio de Sanidad los investigadores encontraron quejas por etiquetas mal pegadas, índices demasiado altos de bacterias y fugas en las bolsas y embalajes inadecuados.
Todo fue un tinglado infame, pero cabe preguntarse por qué la RDA estaba en la ruina y tan necesitada aparte de porque su tejido productivo no daba de sí para devolver la deuda. Unas decisiones que no deberían ser obviadas son que desde que Honecker llegó al poder en 1971, se incrementó el salario mínimo, se aumentaron las vacaciones y se acortó la semana laboral, y se dieron incentivos a la natalidad con préstamos y reducciones de jornada a mujeres, cónyuges e incluso abuelos.
En 1976 el Comité Central se propuso modernizar tres millones de viviendas. Durante los diez primeros años de Honecker, se construyeron más viviendas que en toda la historia anterior de la RDA. El ritmo de construcción llegó a superar el de la RFA, aunque fueran de peor calidad. Por tanto, partiendo de la base de que en la RDA se vulneraban los derechos fundamentales y la planificación central acabó siendo antieconómica, conviene entender cuáles eran sus fines más amplios y no obviarlos para comprender por qué fueron los primeros Estados que saltaron por los aires en los albores de la globalización. Tal vez eso explique por qué ahora son los nuestros los que sus economías implosionan y con qué es incompatible la ley de la oferta y demanda sin un control también global.