Consideremos el siguiente soneto mutilado de Jorge Luis Borges, primera parte del díptico «Ajedrez»:
En su grave rincón, los jugadores
rigen las lentas piezas. El …
los demora hasta el alba en su severo
ámbito en que se odian dos colores.
Adentro irradian mágicos rigores
las formas: torre homérica, ligero
caballo, armada reina, rey postrero,
oblicuo alfil y peones …
Cuando los jugadores se hayan …
cuando el tiempo los haya consumido,
ciertamente no habrá cesado el rito.
En el Oriente se encendió esta guerra
cuyo anfiteatro es hoy toda la Tierra.
Como el otro, este juego es …
A cada estrofa le falta una palabra; pero, puesto que la rima consonante impone las terminaciones de los versos truncados, es fácil deducir que en el primer cuarteto falta «tablero», en el primer terceto falta «ido» y, dada la proverbial grandilocuencia del autor, la última palabra del poema no puede ser otra que «infinito» (alternativas formalmente posibles, como «expedito» o «muy bonito», caen por su propio peso). En cuanto a la última palabra del segundo cuarteto, ha de ser un adjetivo, puesto que los demás trebejos llevan aparejado el suyo; pero, dada la abundancia de adjetivos terminados en «or», hay varias opciones aceptables: «luchadores», «defensores», «precursores», «soñadores» (sueñan con coronar y convertirse en damas), «invasores», «retadores», «protectores», «celadores», «dribladores», «tentadores»… Borges optó por «agresores», y en este caso no es fácil adivinar la elección del autor; pero el soneto no se resiente, ni conceptual ni formalmente, si rematamos el segundo cuarteto con alguno de los otros adjetivos tetrasílabos posibles.
Menos evidente sería la posibilidad de completar el soneto si faltara un verso entero, o toda una estrofa. Sin embargo, con la asistencia de un programa informático ad hoc, no es difícil reconstruir de forma convincente un poema de rima consonante a partir de un fragmento, igual que los paleontólogos reconstruyen un dinosaurio a partir de unos pocos huesos. Para un conocedor total de la obra de Borges dotado de una capacidad combinatoria rápida y exhaustiva, es decir, para un ordenador convenientemente programado, la tarea no es difícil, y el resultado, con algunos toques de labor limae humana, puede engañar incluso a un lector avezado. Veamos un ejemplo extremo: la «reconstrucción» de un soneto del que solo conocemos el título.
En Un ensayo autobiográfico, cuenta Borges: «En España escribí dos libros. Uno era una colección de ensayos que había titulado, ahora me pregunto por qué, Los naipes del tahúr. Eran ensayos literarios y políticos… Al no encontrar editor, destruí el manuscrito tan pronto regresé a Buenos Aires». Pero en su relato «El Aleph», el narrador/autor se atribuye una obra de ficción con el mismo título que la perdida colección de ensayos y supuesta candidata al Premio Nacional de Literatura argentino: «Increíblemente, mi obra Los naipes del tahúr no logró un solo voto». Por una vez, y sin que sirva de precedente, hagámosle caso a Pessoa y, entre la literatura y la vida —entre la autoficción y la autobiografía— escojamos la literatura y supongamos que Los naipes del tahúr es o pudo haber sido el título de un poemario, así como de su soneto nuclear. No es una suposición arbitraria, dado el paralelismo de este título vacante con otro de denso contenido poético: El oro de los tigres. En ambos casos tenemos objetos materiales claramente simbólicos (el oro, los naipes) ligados por sendos genitivos a dueños emblemáticamente peligrosos (los tigres, el tahúr), míticos cazadores solitarios, arteros seductores nocturnos… Y una vez asumido que Los naipes del tahúr es un soneto potencial, intentemos realizarlo.
Borges escribió ochenta y dos sonetos, así como veinte poemas en cuartetos endecasílabos que suman un total de doscientos veintisiete cuartetos y medio (uno de los poemas termina en un pareado).
Un soneto queda formalmente tipificado por las catorce palabras finales de sus versos, ocho de las cuales (las correspondientes a los dos cuartetos) tiene que rimar en consonante cuatro a cuatro, y las otras seis (las correspondientes a los dos tercetos), tres a tres (o en tres grupos de dos, como en «Ajedrez»; pero, para simplificar, no contemplaremos esta posibilidad). Necesitamos, pues, para empezar, cuatro terminaciones distintas.
Seguramente Borges, tan amante de las coincidencias eufónicas y de la circularidad, habría utilizado la propia palabra «tahúr», que rima con «albur», en los tercetos finales, para rematar el soneto con una perífrasis del título. No es fácil encontrar otra palabra idónea terminada en ur, hasta que no caemos en la cuenta de que ya la tenemos; basta con escribir la terminación misma con mayúscula: Ur.
El término «azar» parece un buen punto de partida, para otro de los tres grupos de terminaciones, como metonimia de «naipe», que no da ningún juego, pues es una palabra fénix (uno de esos términos que, como «fénix», no rima en consonante con ningún otro).
Tras una exhaustiva búsqueda entre las dos mil cincuenta y ocho palabras finales de los ochenta y dos sonetos y los doscientos veintisiete cuartetos y medio de Borges, el programa JLB/SON selecciona «mar» como primera candidata a rimar con «azar». El mar aparece en cinco poemas, y en uno de ellos (titulado precisamente «El mar») es el protagonista absoluto. Y el examen de esos cinco poemas sugiere rimar «mar» con «despertar» y asociarlo con el adjetivo «profundo». Otra búsqueda por ordenador revela que «profundo» rima con «mundo» en dos poemas («1964» y «El ciego»), y que, a su vez, «mundo» rima con «segundo» en «La noche cíclica».
Antes de seguir con la búsqueda meramente formal, cabe preguntarse cuáles podían ser, para Borges, esos naipes barajados y manipulados arteramente por el tahúr, y no es difícil llegar a la conclusión de que debían de ser las propias palabras. Y la búsqueda centrada en «palabra» se revela fructífera. El ordenador encuentra en el cuarteto decimonono de Ariosto y los árabes la rima abracadabras-palabras, y los versos segundo y tercero de 1971 terminan respectivamente en «palabra» y «labra». La proximidad conceptual (el tahúr como manipulador de las palabras) sugiere que la terna abracadabra-palabra-labra sea la base del otro terceto, a encadenar con el correspondiente al trinomio Ur-albur-tahúr.
Tenemos que completar las otras dos ternas para obtener las bases de los cuartetos. Para la terna profundo-segundo-mundo, el ordenador solo suministra once posibilidades: errabundo, facundo, fecundo, furibundo, inmundo, jocundo, meditabundo, moribundo, nauseabundo, oriundo y vagabundo. Y puesto que la unión de «mar» y «azar» sugiere la aparición de la vida, el acontecimiento marino y azaroso por excelencia, es casi obligada la elección de «fecundo» como cuarto término en «undo».
Nada más lógico que aludir luego al nacimiento del lenguaje como eslabón entre el surgimiento de la vida y la aparición del «tahúr de las palabras»; y Ur remite directamente a la invención de la escritura, la fijación del lenguaje, su consolidación como sustancia misma de la cultura y de la historia.
Con la elección de un cuarto término en «ar» ocurre lo contrario que con «fecundo»: hay tantas posibilidades que la búsqueda meramente formal no conduce a nada, así que conviene dejar que sea el desarrollo conceptual del soneto el que determine el término más adecuado.
Nos encontramos, así, con el siguiente esquema híbrido:
La acción de la luz solar en lo profundo
dio origen a la vida por azar,
y de este modo el inanimado mar
se convirtió en algo fecundo.
Como capítulo segundo
de esta epopeya, se produjo el despertar
del lenguaje, que es el …ar
que hace al hombre dueño del mundo.
El conjuro del lenguaje, su abracadabra,
se consolida con la escritura en Ur,
y lo que solo era sonido, en piedra se labra.
Del mismo modo que la vida es un albur,
el lenguaje es un juego de naipes: las palabras
que el poeta baraja y marca cual tahúr.
Partiendo de una metáfora inicial bastante obvia, como es equiparar el surgimiento de la vida al nacimiento de Venus, y con algo más de ayuda informática, se obtiene lo siguiente:
Memoria de la luz en lo profundo,
surgió la vida, el gran juego de azar,
como una Venus ciega de la mar,
un barro que aún no sabe que es fecundo.
Y luego fue la voz como segundo
oficio de la lengua, el despertar
del divino atributo de nombrar,
que es la segunda creación del mundo.
La carne se hizo verbo, abracadabra
que a un dios despierta, y en Babel y en Ur,
signo eterno en la arcilla que el dios labra.
Si la escritura es un divino albur,
los naipes son las letras, la palabra
que gira, y el poeta es el tahúr.
Dentro de un tiempo, no mucho, un programa informático del que JLB/SON es un rudimentario precursor, decidirá qué sonetos potenciales duermen en la obra de Borges y los escribirá sin ayuda humana.
¡Diablos! ¡Óptimo el último, Frabetti! Pobre Borges. Qué hubiera pensando si hubiese tenido la oportunidad de compartir este presente con tanta tecnología capaz de elaborar un buen poema. Extrañamente no escribió nada (eso creo) sobre ciencia ficción, y lecturas no le faltaron. Solo ficciones metafísicas inquietantes de un pasado y de un presente mágico. Excelente lectura. Gracias.
Por respeto y devoción iría donde él está
con su bastón, no debido a su ceguera,
si no por simple motivo de blasón, coraje
aristocrático de leer a través de los otros,
bibliotecas a su vez de virtudes y dobleces
que en los tableros de ajedrez de antemano
se establece que ni aquellas ni las otras pueden
tomar parte de esa guerra cruel y sin tregua
donde sin sangre se muere y no hay rendición.
Le llevaría en dono el trebejo de su amada reina,
el Alfa y el Omega del aedo ciego, un tigre de oro,
la cábala de una consonante hebrea y otra árabe,
el sable de su abuelo, espejos transparentes, un sueño
en dos, una calle de adoquines del Sur de Buenos Aires,
y el cuchillo feroz y ladino de un compadrito cobarde.
Tuve el privilegio de conocer personalmente a Borges, y creo que le habrían divertido estas reflexiones, aunque dudo de que pudiera aceptar la posibilidad que una máquina lo superaría algún día como poeta.
La máquina nunca le superó, donde apuntamos (dos veces) al fecundo, Él hubiera dicho «moribundo» casi con coloquial jovialidad. Estoy atrozmente seguro. Además, partiendo de la base del ajedrez borgiano, nos quedaríamos atrás sin considerar el encabalgamiento entre estrofas del maestro.
Solo son dos puntos, pero, tal y como Borges nos dejó escrito, las respuestas están (y no) ya escritas antes que por la máquina, en la gran biblioteca de Babel.
Fuera como fuera, y con esto termino mi analogía, si existiera o hubiera existido algún «Los naipes del Tahúr», alguien, fueramos nosotros o Ireneo, lo recordaría.
Reciban un abrazo infinito.
De cualquier frase o cualquier idea puede salir un soneto. Los sonetos potenciales son infinitos.
Los sonetos potenciales probables son muchos, y los posibles son muchísimos; pero no infinitos, y una máquina podría -podrá en breve- abarcarlos todos. Podrás pedirle un soneto borgesiano sobre la lluvia, y el «poebot» te lo escribirá al instante.