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Earnie Shavers: el boxeador que casi mató a Stallone

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Combate entre Shavers vs Muhammad Ali, 1977. Foto: Cordon Press.

Sylvester Stallone estaba sumido de lleno en la preproducción de la película Rocky III cuando decidió tomarse el boxeo en serio. Se sometió a una estricta dieta consistente en diez claras de huevo y una tostada de pan al día. Dos o tres veces a la semana, como complemento extraordinario, añadía algunas piezas de fruta. Aquella dieta debía sostener un duro programa de entrenamiento que incluía varios kilómetros de carrera matutina, algunos más de natación, dos horas de pesas y dieciocho asaltos de sparring pugilístico sobre un cuadrilátero. El actor, por lo que parece, llegó a pensar que podía medirse con boxeadores de verdad.

Como su intención inicial era la de contratar a un púgil profesional para interpretar al nuevo rival de su famoso personaje Rocky Balboa, Stallone ideó un peculiar proceso de casting: contactar con algún peso pesado de élite para que intercambiase unos golpes con él sobre el cuadrilátero de su gimnasio. En eso consistiría el primer paso de la audición. Envalentonado por lo que podemos calificar como un irrealismo rayano en la insensatez, Stallone hizo llamar a Earnie Shavers. Y eso era una mala idea.

Shavers contaba por entonces treinta y siete años. Cuando Stallone lo llamó, su trayectoria deportiva estaba ya en la cuesta abajo, aunque la alargaría todavía una década por cuestiones monetarias. No obstante, la potencia en los puños es una de las últimas cosas que un púgil pierde con la edad. Y los puños de Shavers no eran cualquier cosa. Habían inspirado una leyenda propia. Para quienes no sienten interés por el boxeo, Shavers no tiene el renombre de Muhammad Ali o Mike Tyson, puesto que nunca llegó a ser campeón. Sin embargo, a principios de los ochenta tenía justificada fama de lanzar algunos de los golpes más potentes en toda la historia del boxeo. Todos sus antiguos contrincantes lo señalaban como el pegador más duro con el que se habían enfrentado y no había un solo peso pesado que no hablase con terror de sus golpes. Incluso quienes nunca los habían probado, como George Foreman, que durante una entrevista en el programa del presentador David Letterman dijo que los tres mayores pegadores que se había topado eran Gerry CooneyRonnie Lyle y Cleveland Williams: «Los tres te dan tan fuerte que todo tu cuerpo vibra, aunque bloquees sus golpes». De inmediato, Letterman le preguntó: «¿Y Earnie Shavers?». La respuesta de Foreman provocó la risa del público asistente: «Nunca me he enfrentado a Earnie Shavers… ¡gracias a Dios!».

Preguntado Muhammad Ali sobre el rival «más fuerte» de su carrera, respondió de inmediato que Earnie Shavers: «Es más fuerte que Joe Frazier y George Foreman. Pegaba muy duro». Aunque en su autobiografía lo expresaba de manera más pintoresca: «Cuando Shaversme golpeaba, oía campanadas y pitidos».

No obstante, a Shavers le habían faltado algunas cualidades para llegar a ceñirse la corona. Enfrentado a púgiles más técnicos y mejores estrategas que él, fue incapaz de vencer en los dos momentos cumbre de su carrera. Intentó dos veces el asalto del título mundial de los pesos pesados, primero contra un Muhammad Ali que estaba en decadencia y después contra Larry Holmes. Fracasó en los dos intentos, aunque ambas veces estuvo muy cerca de noquear a sus rivales y habla mucho de la resistencia y sabiduría pugilística de estos que consiguieran permanecer en pie y ganar.

¿Cómo fue que un hombre con semejante potencia nunca consiguió el título? El boxeo, pese a lo que mucha gente pueda creer, no se limita a una competición de ver quién pega más fuerte. Ni siquiera en los pesos pesados. De haber importado solo la potencia, Earnie Shavers hubiese sido invencible. Pero el boxeo comprende un amplísimo rango de habilidades y, como sucede en el tenis o el ajedrez, el resultado de un enfrentamiento suele depender de la manera en que el conjunto de habilidades de un rival supera al conjunto de habilidades del otro, más el estado de forma general de cada uno. No se trata solo de pegar fuerte, sino también de evitar que a uno le peguen fuerte, por no mencionar muchas otras consideraciones generales y circunstanciales.

Como muchos otros grandes púgiles, Shavers había crecido en la pobreza. Nacido en Alabama, toda su familia se dedicaba a la recogida del algodón, pero no tardarían en trasladarse por motivos más bien siniestros: «Cuando tenía cinco años, nos mudamos a Ohio. Mamá dijo que, en el mismo día que nos fuimos, el Ku Klux Klan registró nuestra casa en busca de mi padre. Era por algo relacionado con no haber pagado el coche de un miembro del Klan. Lo hubiesen matado. Un lunes por la mañana, mi padre se hizo con una pistola. Por la noche se había ido. El martes, todos los demás estábamos en un tren». Su padre consiguió empleo en una fábrica del norte industrializado, algo que permitió que Earnie encontrase una salida de la pobreza: «Lo mejor que pudo haberme pasado».

La vía de escape fue el cuadrilátero, aunque Earnie empezó a boxear bastante tarde, a los veintidós años, lo cual explica buena parte de sus carencias técnicas. No obstante, apenas había pisado su primer entrenamiento cuando su tremenda pegada dejó atónitos a los presentes. Su primer entrenador exclamó: «¡Este chico le va a hacer daño a alguien!». En sus primeras cuarenta y siete peleas profesionales, Shavers solo perdió dos, ganando cuarenta y cuatro por KO, incluyendo una racha en la que noqueó de manera consecutiva a veintisiete rivales (¡veinte de ellos en el primer asalto!). Eran números impresionantes sobre el papel, pero no tanto si se analizaba la estatura de sus rivales. Demostraban que era un tremendo pegador, sí, pero de ahí a demostrar que estaba preparado para llegar a lo más alto había un trecho. No obstante, se fijó en él un tal Don King, delincuente metido a promotor pugilístico de quien Shavers, por cierto, siempre ha hablado bien. Opinión, como sabemos, no compartida por amplios sectores del negocio.

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Combate entre Shavers vs Muhammad Ali, 1977. Foto: Cordon Press.

Fue el enfrentamiento con el experimentado excampeón Jimmy Ellis lo que permitió que Shavers alcanzase la celebridad. Ellis no había sido el campeón mundial más imponente, pero había sido un campeón al fin y al cabo. Además llegaba al combate precedido por una racha de ocho victorias consecutivas en las que había noqueado a los ocho rivales. Era un rival más que respetable. Pero tuvo la mala fortuna de toparse con la derecha de Shavers. Apenas comenzado el primer asalto, tras unos breves intercambios, Shavers pilló desprevenido a Ellis con un solitario uppercut de derecha que lo mandó a la lona. Incluso antes de que el árbitro llegase a la mitad de la cuenta quedó claro que el tambaleante Ellis no iba a poder levantarse a tiempo y que, de levantarse, no iba a estar lo bastante despabilado como para que le permitieran seguir en la competición.

No cualquier boxeador tiene el poder de arruinar la trayectoria de un antiguo campeón con un único golpe; después de semejante demostración de poder, el público tenía muchas más ganas de ver a Shavers en acción. Aunque a los espectadores les gustan los combates largos, sobre todo si han pagado una entrada, los noqueadores natos despiertan un tipo particular de expectación, como sucedió durante el fulgurante ascenso de Tyson. Tras la victoria sobre Ellis comenzó el tramo más importante de la carrera de Shavers. Y el más lucrativo; ganaba mucho dinero, aunque la administración de sus ganancias nunca fue su punto fuerte y lo gastaba tan pronto como lo recibía. Siguiendo los consejos de antiguos campeones no fumaba ni bebía, pero las faldas se convirtieron en su debilidad. Casado y con hijos, Shavers se convirtió en un mujeriego empedernido mientras su esposa soportaba este hecho con resignación, algo que sería el principal motivo de arrepentimiento de Shavers años después, cuando se metió de lleno en la religión como un cristiano «renacido».

La mano derecha de Shavers sirvió para apagar las luces a un buen número de contrincantes, varios de los cuales habían empezado a considerar la retirada después de vérselas con él. Otros rivales lo evitaron. Algunos púgiles, pese a ser muy superiores en el aspecto técnico, no quisieron arriesgarse a que un derechazo de Shavers añadiese una derrota a sus respectivos historiales. George Foreman nunca quiso subirse al cuadrilátero con él. Cuando Shavers indagó a Joe Frazier sobre la posibilidad de organizar una pelea, Frazier se limitó a decirle: «De ninguna manera, Earnie». De cualquier modo, en 1977 Shavers había conseguido mejorar mucho su currículum y sumaba sesenta combates de los que había ganado cincuenta y cuatro, incluyendo cincuenta y dos knockouts. Era reconocido como el pegador por excelencia de su generación y había ascendido en el escalafón hasta el punto de que el vigente campeón Muhammad Ali no tuvo más remedio que aceptar defender su título ante la temible derecha de Shavers.

Ali ya no se parecía en nada al prodigioso bailarín que había volado como una mariposa y picado como una avispa en los años sesenta, pero en 1974 había recuperado el título mundial venciendo contra todo pronóstico a otro pegador, George Foreman. Ali era un mal trago para los pegadores. Ya no era tan rápido esquivando, pero su capacidad para encajar golpes y castigos prolongados estaba fuera de lo común. Eso, sumado a su genialidad estratégica, su inteligencia y su experiencia, le hizo ganar combates y mantener el cinturón de campeón en una etapa claramente crepuscular. Foreman, por ejemplo, había terminado agotado después de que Ali le hubiese permitido soltar golpes asalto tras asalto. Después, Ali había defendido el título ocho veces, contando su tercer combate contra Joe Frazier: celebrado en Manila en 1975, fue un enfrentamiento épico —y doloroso de contemplar— en el que ambos púgiles soportaron un desgaste que llegó a preocupar a los médicos presentes. En 1977 Ali continuaba portando el cinturón, pero su declive físico era evidente, aunque se achacaba a la edad y a una mala preparación. Todavía no había un diagnóstico público de su enfermedad de Parkinson; hoy se especula con que ya podría estar mostrando síntomas. Con todo, las apuestas estaban a su favor. Era sabido que una derecha limpia de Shavers podía tumbar a cualquiera, pero no es fácil acertar golpes limpios y menos a un rival como Ali, que había sabido suplir el declinar de sus reflejos con toda clase de triquiñuelas técnicas y psicológicas. Además, Shavers presentaba una debilidad bien conocida: la falta de fondo físico en los combates prolongados. Y prolongar un combate para agotar a un contrario con mayor pegada era la habilidad más característica de Ali en aquellos años.

Shavers adolecía de una técnica quizá insuficiente para el enorme reto que suponía ganar el campeonato. Una manera fácil de explicar sus puntos flacos es comparándolo con Mike Tyson. En sus buenos tiempos, Tyson no solo contaba con la potencia de sus golpes, sino con la velocidad y precisión de los mismos, así como con unos excelentes reflejos y unas habilidades defensivas nada despreciables. Tyson sabía colocarse y encontrar huecos en la guardia rival; aunque no era tan estilista como Ali ni tan escurridizo como Floyd Mayweather, desde luego sabía esquivar y contratacar. De hecho, buena parte de la decadencia competitiva de Tyson tuvo que ver con el abandono de los entrenamientos específicos que le permitían defenderse. Earnie Shavers nunca poseyó estas habilidades. No se defendía bien, ni lanzaba combinaciones veloces. Tampoco tenía el encaje de Rocky Marciano, aquel otro gran pegador de limitada técnica que se había retirado imbatido —el único campeón mundial del peso pesado en conseguirlo— gracias a una táctica de acoso constante que podía ejecutar gracias a su enorme capacidad de encaje de los golpes ajenos. Pero Shavers tampoco poseía ese encaje. No podía decirse que tuviese una mandíbula de cristal, pero era mucho más vulnerable que los dos campeones a los que iba a tratar de arrebatar el trono.

En su primer combate por el título se dio de bruces con la increíble astucia de Ali y perdió por decisión de los jueces al final de los quince asaltos programados, pero no sin dar que hablar. El espectáculo de Ali recibiendo los tremendos golpes de Shavers desagradó a muchos aficionados para quienes el campeón ya no actuaba de manera sensata aguantando tantos asaltos de castigo. Puede sonar extraño que digamos esto de un campeón reinante que en aquella velada venció y retuvo su título, pero no era la primera vez que Ali ganaba un combate a costa de recibir una somanta que hubiese acabado con otros muchos púgiles. Y eso era preocupante.

Shavers, de hecho, tuvo la victoria al alcance de los dedos. En el segundo asalto acertó con un dañino derechazo que hizo tambalearse a Ali. Sin embargo, los reflejos mentales y la fuerza de voluntad de Ali fueron siempre asombrosos, así que convirtió lo que pudo haber sido su final en una comedia. Exageró su tambaleo para que Shavers pensara que se estaba burlando de él porque el golpe, en realidad, no le había hecho tanto daño. Parecía una de tantas payasadas habituales del campeón y Shavers, ingenuo, se tragó el anzuelo. Decidió tomar precauciones y se abstuvo de continuar su ataque ante la posibilidad de un contrataque, táctica en la que Ali era un consumado maestro.

Dejar respirar a Ali fue un tremendo error. Quizá uno de los más notorios en la historia de las finales mundiales de los pesados. Shavers empezó a perder en el momento en que se creyó la manipulación mental de Ali, quien sí estaba a punto de caer, como él mismo reconoció después usando su frase típica para estos casos: «Ese golpe lo notaron hasta mis antepasados de África». Varios segundos después, Shavers vio que el campeón parecía ralentizado y entendió por fin que Ali estaba tocado. Se decidió a seguir atacando y puso al campeón en serios problemas, pero ya era tarde. Había pasado de largo eso tan importante en el boxeo que es el momento justo en que el rival solo necesita uno o dos golpes limpios para resultar noqueado. Esos pocos segundos en los que Shavers se mostró dubitativo fueron la clave de la pelea. Con su legendario y casi suicida aguante, Ali sobrevivió al resto del asalto y se las arregló no solo para encajar bien otros golpes de Shavers en los siguientes asaltos, sino para obtener la puntuación que le permitiese ganar la pelea. La decisión de los jueces no fue escandalosa, desde luego, porque Ali había hecho gala de todo su oficio, pero cabe decir que no ganó con la soltura que habían previsto los apostadores. Shavers había enseñado las garras.

Tiempo después, cuando se conoció el diagnóstico de Parkinson de Ali, hubo no pocos aficionados que especulaban con la posibilidad de que los zambombazos que Shavers le había propinado en 1977 hubiesen sido, en buena parte, los responsables. Esta hipótesis, como mucho, es una verdad a medias. Pero la gente no andaba desencaminada cuando decía que Ali debería haberse retirado después de enfrentarse a Frazier en Manila. El propio Shavers está de acuerdo en que Ali se había sacrificado más de la cuenta durante el tramo final de su carrera: «Si recibes demasiados golpes, lo terminas pagando». Ali había sufrido antes buenas golpizas por parte de Joe Frazier o George Foreman, pero un puñetazo de Shavers duele incluso a través de la pequeña pantalla.

El que quizá es el más famoso puñetazo de Shavers llegó en su segunda intentona por el título mundial. Una vez más, un único golpe estuvo muy cerca de acabar con el vigente campeón de los pesos pesados. El desinteresado receptor fue Larry Holmes, quien había empezado el combate dominando, pero estuvo a punto de perder su cinturón por culpa de un terrorífico derechazo con el marchamo de Shavers. Holmes dice que cuando un rival lo tumbaba, él siempre seguía consciente del entorno y que la excepción fue aquel martillazo de Shavers: «Vi lo que parecía el flash de una cámara de fotos. Después no supe dónde estaba. ¡Cristo bendito! Estaba tumbado y luchando por ponerme en pie. Por encima del rugido del público, había una voz en mi cabeza que gritaba: ¡Levántate! ¡Levántate, joder! ¡Se está llevando tu título! ¡Tu título!». Holmes, para asombro de periodistas y espectadores, y para asombro del propio Shavers, se levantó. Consiguió terminar el asalto en pie. Después, para evitar otro knockdown, trató de tomar el control, moviéndose en el exterior para evitar nuevos impactos limpios. Prolongó el combate como había hecho Ali, lo cual desgastó al aspirante. Como dijo el narrador de la televisión estadounidense: «Esta es la manera de pelear contra Shavers. Pero, si cometes un error, estarás fuera en un instante porque Shavers es, sin duda, el mejor pegador vivo». Holmes no cometió nuevos errores. Hizo valer su superioridad técnica y castigó a Shavers hasta que este ya no podía defenderse y el árbitro decidió detener el combate en el undécimo asalto. Para Shavers, ya no habría una tercera oportunidad de conseguir la corona.

Lo más curioso de todo es que, según Holmes, Shavers no lo dejó inconsciente con aquel legendario puñetazo porque, de manera casi irónica, el puñetazo había tenido más potencia de la debida: «Me pegó demasiado fuerte como para hacerme KO». Holmes cayó tan a plomo que su cabeza rebotó en la lona y fue ese rebote lo que consiguió despertarlo de su momentáneo letargo. En cualquier caso, una imagen (y un sonido) dice más que mil palabras:

En sus dos finales mundiales, Shavers había tumbado a los campeones, para terminar perdiendo debido a la falta de aguante. ¿A qué se debía ese talón de Aquiles?

La potencia de pegada de un boxeador depende de muchos factores. Empezando por el tipo de entrenamiento; Shavers insiste en que desarrolló su potencia cortando leña: «¡Todo lo que necesitas es un hacha!». Además está la ejecución: «Golpeaba apuntando al cuello porque los rivales, cuando ven venir el golpe, tienden a bajar la cabeza. Así los alcanzaba justo en la mandíbula». No obstante, en la potencia también entran en juego factores genéticos como el tipo de fibra muscular o incluso el lugar donde los músculos se unen al hueso. Es posible que el tipo de fibra muscular que le permitía pegar tan fuerte estuviese, al mismo tiempo, impidiendo el desarrollo de una mayor resistencia. Frente a púgiles tan hábiles como Ali o Holmes, esto implicaba la necesidad de noquearlos al principio del combate o, de no conseguirlo, terminar perdiendo. Como —por motivos bastante inexplicables— no los consiguió noquear con los dos terroríficos derechazos que acabamos de mencionar, el tren de la corona mundial pasó de largo. Su escaso repertorio técnico y sus poco elaboradas tácticas también estuvieron por debajo de lo necesario frente a los dos extraordinarios púgiles que detuvieron su ascenso a lo más alto.

Shavers, como decíamos, tampoco fue hábil con la gestión de su fortuna. En sus propias palabras, «Dios me permitió perder todo lo que tenía. Perdí mi mansión, todo el dinero de mi cuenta bancaria, a mi mujer, y a las otras mujeres, que en su mayoría se fueron cuando descubrieron que ya no me quedaba dinero». Un día escuchó decir a un predicador que «el dinero puedo comprar cualquier cosa excepto tu admisión en el cielo». Tras su retirada, él mismo se convirtió en pastor. Se mudó a Inglaterra y trabajó como portero de discoteca en Liverpool, donde los habituales del local lo describían como un individuo afable; como es obvio, nadie con dos dedos de frente se arriesgaba a recibir un derechazo suyo. En el año 2001 publicó una breve aunque interesante autobiografía, Welcome to the Big Time. Hoy acude a eventos pugilísticos y convenciones donde su carácter plácido sigue conquistando a los aficionados.

Pero habíamos empezado este texto hablando de la audición entre doce cuerdas con Sylvester Stallone. Así que retrocedamos de nuevo hasta unos pocos años antes de la retirada definitiva de Shavers, cuando aún tenía la ilusión de poder trabajar en el cine.

Su competitividad deportiva empezaba a decaer, así que la exitosa saga cinematográfica podía convertirse en una buena salida profesional. Llegó al gimnasio donde Stallone lo había citado, deseoso de conseguir el papel antagonista en Rocky III. Saludó al actor, se puso los guantes y subió al ring. Stallone parecía impaciente porque empezase la «verdadera» acción, pero Shavers se limitaba a soltar flojos jabs, golpes rápidos y directos que los boxeadores ejecutan alargando el brazo y que suelen usar para medir o mantener las distancias con el rival. Eran golpes que no tenían un gran efecto. Stallone, sin embargo, no dejaba de pedirle que incrementara la intensidad. Viendo que Shavers se mostraba reticente, el actor pegaba con más intención para provocar una reacción. O, como Shavers recordaba después con sorna, «Stallone empezó a pegarme más fuerte… más o menos».

Como cualquier púgil de élite, Shavers era lo bastante sensato como para no responder en serio a los golpes de un aficionado. Sobre todo porque no quería perder la posibilidad de trabajar en la película. Sin embargo, el actor seguía diciendo cosas como «¡Venga! ¡Dame uno de verdad!». Y lo hacía con tal insistencia que Shavers terminó soltando un golpe profesional —aunque con su mano «mala», la izquierda— que aterrizó en el abdomen de Stallone, «allá donde los boxeadores tenemos el hígado, aunque los actores no sé qué tienen».

Stallone se dobló sobre sí mismo. Alzó una mano para detener la sesión. No tenía aliento. No podía ni caminar. Sus asistentes tuvieron que ayudarlo a salir del cuadrilátero, acompañándolo hasta un retrete donde el actor se puso a vomitar. «Es lo más cerca que he estado de la muerte», diría después Stallone, que pasó una semana con problemas para respirar con normalidad. Aquel único golpe acabó con las calenturientas fantasías boxísticas de la estrella de Hollywood, que acababa de probar una muestra de aquello que tanto temían los mejores pesos pesados del planeta: un puñetazo del «Destructor Negro». Una muestra quizá modesta porque, al hacerse pública la anécdota, los entendidos sospecharon que Shavers ni siquiera había empleado toda su potencia por miedo a causarle verdadero daño a Stallone.

Earnie Shavers no consiguió el papel. El personaje terminaría siendo interpretado por Mr. T, la estrella de la «lucha libre». No lo hemos comprobado en persona, pero suponemos que Mr. T no era capaz de pegar con tanta dureza.

Porque el bueno de Earnie Shavers resume así la cuestión de su legendaria derecha: «Solamente Dios puede pegar más fuerte».

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Rocky III (1982). Imagen: United Artists.

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15 Comments

  1. Pingback: Memorias de un presumido de closet – Mi Reto Bradbury

  2. Un artículo interesante, como casi todos aquí, pero no da buena espina en cuanto a su fiabilidad si empieza así:
    «Sylvester Stallone estaba sumido de lleno en la preproducción de la película Rocky III cuando decidió tomarse el boxeo en serio. Se sometió a una estricta dieta consistente en diez claras de huevo y una tostada de pan al día. Dos o tres veces a la semana, como complemento extraordinario, añadía algunas piezas de fruta. Aquella dieta debía sostener un duro programa de entrenamiento que incluía varios kilómetros de carrera matutina, algunos más de natación, dos horas de pesas y dieciocho asaltos de sparring pugilístico sobre un cuadrilátero.»

    Con esa dieta y ese entrenamiento, en 3 días no se habría podido mover de la cama. Que exagerar queda muy impactante, pero eso no se lo cree nadie, y menos viendo la foto del final del artículo. Me la envaino si alguien me muestra pruebas de ello.

  3. Jorge

    Buen artículo,no soy un seguidor de boxeo,pero es impresionante la cantidad de historias atractivas que hay en torno a él.

    Por cierto,aprovecho para recordar un artículo que leí aquí en jot down hace unos años y me parece,sin duda uno de los relatos mejor escrito que he leído nunca.De verdad que merece la pena.Muy recomendable.

  4. Agustín Serrano Serrano

    Qué pedazo de artículo, madre mía.

    Lo he disfrutado mucho.

    Cuando alguien escribe así sobre cualquier anécdota boxística, te sientes lo más cerca posible a un ring de lo que estarás en toda tu vida.

    Gracias, E. J. Rodríguez.

  5. Burro peleón

    Fantástico artículo. Me estoy aficionando al boxeo desde hace unos pocos años, así que no conocía a Earnie Shavers. Leyendo y viendo el combate con Alí, me ha recordado a Deontay Wilder. Poca técnica y golpes mortales. Aunque veo a Shavers utilizar un abanico de golpes un poco más amplio que Wilder, que no sale del uno-dos. También me ha hecho gracia la manera de entrenar, ya que Wilder también tiene un entrenamiento bastante atípico, el buceo.

    Quizás si el bueno de Earnie hubiese peleado hoy estaríamos hablando de cinturones, viendo el panorama tan desolador de los pesados.

  6. Julio José gonzalvez

    Excelente artículo, solo para amantes del boxeo

  7. Carlos Alberto Camacho Benítez

    Me gustó la publicación excelente

  8. Pepe Aguilar

    Oh… gracias a este periodismo… que te hace “viajar”.

    (P.D.: “despabilado”…?)

  9. Excelente narración. Un deporte que no me atrae tanto por su ferocidad, pero comencé a ver la pelea con Claysius Clay. A los primeros mamporros que recibió apagué el video porque tengo otro recuerdo de ese gran campeón.

  10. Daniel

    si realmente lo dobló al medio y lo dejó vomitando al insufrible Stallone, ya soy fan el amigo Shavers

  11. Foreman y Alí rara vez citaban a su bestia negra: Joe Frazier. Era pequeño, tendente a desviar los golpes agachando el cuerpo y acorralaba al adversario (a Alí no lo dejaba apenas mover) hasta lanzar un gancho con la izquierda descomunal que todos los rivales temían. No gustaba su estilo, nada convencional, pero vaya galletas soltaba.

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