Algunos recordarán los tiempos en que Daniel Johnston alcanzó la celebridad internacional de una manera tan insólita como inesperada. Kurt Cobain, que acababa de triunfar por todo lo alto con Nirvana, apareció en diversas fotos luciendo una camiseta con un llamativo dibujo: algo que parecía una rana con ojos de caracol junto a la frase «Hola, cómo estás». Al principio, casi nadie sabía qué demonios era aquello. Resultó que aquel dibujo, hoy emblemático, era la portada que el propio Daniel Johnston había confeccionado para Hi, How Are You, una de las grabaciones caseras que solía registrar en los años ochenta mientras trabajaba en un McDonald’s. Después repartía sus canciones en formato de casete por la calle, diciendo: «Hola, cómo estás, soy Daniel Johnston y voy a ser famoso».
La extraña profecía se cumplió. Cobain no se limitó a lucir la camiseta con la portada de Hi, How Are You, sino que incluyó otra de aquellas cintas artesanales, Yip/Jump Music, en una lista de sus cincuenta discos favoritos. Al principio, quizá, parecía una más de las varias ocurrencias hipster típicas de Cobain. A fin de cuentas, antes de que Cobain lo presentase al mundo, Daniel Johnston ya era un artista underground que había conquistado a los modernos de Austin e incluso había aparecido en un documental que la MTV había filmado sobre la escena musical de aquella ciudad. Aunque, claro, el público de la MTV, más pendiente del último videoclip de Huey Lewis and the News (no me entiendan mal, la verdad es que me encanta Huey Lewis), difícilmente podía haber apreciado las imágenes de aquel tipo raro e inseguro que ya había pasado la treintena y cantaba con voz de niño acongojado mientras, nervioso, miraba de reojo a la cámara:
Supongo que era fácil reírse de alguien así o, quizá, tomarse la pasión de Cobain con escepticismo. Daniel Johnston era un tipo raro y hay gente a la que le gusta ensalzar rarezas. Esta era la primera etapa del proceso de asimilación de la figura de Johnston. La siguiente etapa era el descubrimiento de que sus grabaciones parecían el producto de una persona con trastornos mentales: pianos desafinados, guitarras arrítmicas y esa indefinible manera de cantar. La tercera etapa era el descubrimiento de que entre algunas canciones inaudibles —que las tenía— había gemas ocultas. Es verdad, su música no es para todos los paladares. Era interpretada de manera caótica porque Johnston, como era de suponer, padecía varios problemas mentales. Era bipolar y esquizofrénico, lo cual no sorprende demasiado al escucharle. Pero tenía talento; un talento irregular e imprevisible si quieren, pero talento al fin y al cabo. Es verdad que Cobain lo puso de moda, y no es menos verdad que Cobain lo admiraba sinceramente y que unos cuantos músicos más empezaron a hablar de Johnston con respeto. Daniel Johnston podía escribir buenas canciones, el único problema era acostumbrarse a que fuese precisamente él quien las interpretase. Aunque claro, una vez te acostumbrabas, no podías imaginar esas canciones de otra manera.
Los problemas psicológicos de Johnston se hicieron célebres cuando varias compañías importantes le ofrecieron contratos discográficos mientras él, después de sufrir una de sus recaídas, pasaba una temporada en una institución mental. Su relación con la primera división de la industria fue breve y, como era de esperar, disfuncional. Rechazó firmar con Elektra porque era la compañía que publicaba los discos de Metallica, a los que Johnston, consumido por diversos delirios relacionados con Satán, consideraba poco menos que esbirros del infierno. Finalmente firmó con Atlantic, pero la moda no sirvió para vender discos y el contrato fue cancelado. Al pobre Johnston, que bastante tenía con lidiar con sus demonios internos, poco le importó. De todos modos había despedido a su mánager después de sufrir una crisis esquizofrénica durante un concierto.
Si todo esto le suena extravagante o si cree que las alabanzas a Johnston se deben únicamente a que era un «artista maldito», nos queda pasar a la siguiente —y definitiva— etapa. Si no ha visto usted el estremecedor documental The Devil and Daniel Johnston, sepa que cualquier prejuicio que albergue sobre su figura quedará hecho añicos. No es el único documental que se ha rodado sobre él, pero sí el que presentó al mundo el retrato de un personaje que iba mucho más allá del amasijo de clichés sobre un cantautor atormentado. En el documental no solo comprobábamos que Daniel Johnston había sido un individuo prometedor que había descarrilado por culpa de la esquizofrenia, sino que su música, guste o no, tenía una cualidad particular: pureza. Casi todos los músicos son actores en mayor o menor grado, porque saben que el público los está viendo y adoptan un papel en consecuencia. Daniel Johnston no era así. Recuerdo una actuación en concreto que aparecía en el documental y que verdaderamente ponía los pelos de punta. De acuerdo, Johnston no cantaba como Otis Redding y no tocaba la guitarra como Jimi Hendrix, pero cuando pisaba el escenario podía llegar a poner un nudo en la garganta en aquellos momentos en que su infantil carencia de filtros hacía que fuese consumido por su propia música.
Es difícil describir la manera en que la desgraciada existencia de Johnston se entremezclaba con su música y sus letras, pero era un fenómeno conmovedor. No cualquier persona con problemas puede convertirlos en ese particular tipo de arte. Son cosas que simplemente suceden, como la voz del sintecho anónimo que Gavin Bryars grabó cantando aquello de «Jesus Blood Never Failed Me Yet» y que, para sorpresa del propio Bryars, arrancaba lágrimas a la gente que lo escuchaba. Hay personas que provocan este tipo de reacción, y hay otras personas que no, con independencia de que actúen en un teatro de la ópera o que canturreen ante una grabadora en plena calle. Todas las personas merecen el mismo respeto y, cuando sufren problemas serios, la misma conmiseración; sin embargo, no todas las personas con problemas serios pueden canalizarlos en forma de arte. No todas pueden cantar sobre una ciudad diabólica repleta de vampiros y terminar sonando como una versión angelical de un blues de los años treinta, con frases que parecen propias de todo un Robert Johnson: «Resultó que yo también era un vampiro»:
Muchas veces he leído o escuchado cómo se relacionaba la locura con el arte, como si la locura tuviese algún poder mágico para generar arte en personas que no son artistas. Y eso no es verdad. Los esquizofrénicos que dibujan o pintan imágenes artísticamente fascinantes son personas que sabían dibujar o pintar de todos modos. Lo que añade la locura a esos dibujos es una perspectiva distinta; un exceso de imaginación que, sí, quizá sería más difícil de alcanzar para ciertos artistas mentalmente sanos, pero que no convierte a nadie en artista. No si ese gen artístico no estaba ya presente en ellos. Daniel Johnston no era un espectáculo circense. Había algo estremecedoramente auténtico en lo que hacía. Era un escritor de canciones, pero no escribía desde los lugares comunes. Y era un intérprete imperfecto, pero sus imperfecciones son una parte más de los ladrillos con los que construyó el universo que ahora nos ha legado. Que es un universo único, por motivos artísticos y por motivos personales.
Su vida debió de ser, en muchos momentos, aterradora; cuando su mente lo traicionaba, cuando la realidad se transformaba en una pesadilla. No voy a pretender que entiendo lo que se siente, como tampoco entiendo el que alguien como Chris Cornell, exitoso, admirado y con una familia que lo amaba, decidiese quitarse la vida. La vida de cada cual solamente él la entiende. Pero sí puedo decir que admiro y respeto el trabajo de Daniel Johnston. Me costó asimilarlo al principio, supongo que como a mucha otra gente, pero fui descubriendo que no era su música la que necesitaba mejorar, sino que era yo quien necesitaba prestar atención. Hay una cualidad incorpórea en lo que hacía, algo a lo que es difícil ponerle un adjetivo, pero que está ahí y es emocionante.
Desconozco si hay otros Daniel Johnston encerrados en una institución mental y de los que no sabemos nada, personas cuyos talentos puedan quedar sepultados bajo el peso de una vida desafortunada o sencillamente desaprovechados por la falta de energía para cualquier cosa que no sea el limitarse a sobrevivir. Sabemos que hay artistas mentalmente sanos que nunca vieron su talento reconocido, y la dificultad se multiplica por mil para alguien que no tiene el total control de su mente. Daniel Johnston, al menos, ha sido reconocido. La gente se lo ha tomado en serio. Ha actuado en muchas partes y ha recibido respeto y admiración. Desconozco cuánto de ello le servía y de qué manera le ayudó a salir adelante, pero confío en que le haya servido de mucho. Qué demonios, él nos dejó cosas como «Love Wheel»; lo justo es que el mundo le devolviera una parte de esa alegría.
Pues a mí no dejó de parecerme la típica extravagancia para dárselas de guay por parte de Cobain. Vi la película de «The Devil y Daniel Johnson» y no aprecié para nada a ese genio underground del que se hablaba.
Gracias por el artículo. Le he tenido en el radar desde hace mucho tiempo y nunca le he hincado el diente a su música. Muchos de mis artistas favoritos le admiraban mucho.Tras leer esto me entran ganas de escucharle.
Por otro lado, qué buena reflexión la de la locura y el arte.
A mi también me encanta Huey Lewis
«Honey, I shure miss you» es una de mis canciones favoritas
El cerebro humano es un misterio de una gran complejidad. Yo ya casi no me atrevo ni a opinar. Pero si es llamativo que mucha gente genial, en mayor o menor medida, también hayan tenido unas vidas con mucho sufrimiento.
Qué gran artículo y reflexión sobre la creación artística y la salud mental.
No me gusta nada como se romantizan los problemas mentales de los artistas o de cualquier figura, porque además de reducir sus obras, forma una visión distorsionada de las enfermedades mentales y de quienes la padecen.
Daniel Johnston no era un esquizofrénico artista, era un artista con esquizofrenia y nosotros tenemos que apreciar su obra, no ponerlo como un personaje pintoresco y romántico. Y así con cualquier persona con problemas psiquiátricos.
Estoy básicamente de acuerdo con Carlos Z. Hay una cierta tendencia a «mitificar» las enfermedades mentales de los artistas. Hay que separar el grano de la paja. Buen artículo.