Sucede en Pifostia que, cuando crees que has entendido el asunto, algo te devuelve a tu ignorancia de un revés a mano abierta. Pifostia es, más o menos, lo que fue Yugoslavia hasta hace unos años. La bautizaron así los tres amigos (Quinzán, genio de la música, alma libre; Adri, arquitecto todo corazón dedicado a reconstruir Guatemala y Roi, informático, bendito, chef amateur y surfero a tiempo parcial) con los que me fui de viaje a bordo de una autocaravana. Lo malo de la autocaravana es que no puedes ir tumbado durmiendo mientras circulas. Tienes que ir sentado con el cinturón puesto.
Nuestra idea era la siguiente: salir de Madrid y, tras dos jornadas de viaje, alcanzar Liubliana, la capital de Eslovenia; de allí, llegar a Dubrovnik, al sur de Croacia, para trasladarnos a Sarajevo vía Mostar, en Bosnia y Herzegovina, para cruzar a Pristina en Kosovo y terminar en Belgrado, capital de Serbia. Después, tres días para regresar a Madrid. Más de cinco mil kilómetros en total. Todo en quince días.
Lo cumplimos.
Liubliana es claro. Quiero decir, no aporta demasiado al asunto Pifostia. Es la capital de Eslovenia, una de las repúblicas que componía la antigua Yugoslavia y que hoy en día es un país desarrollado, civilizado, bonito y acogedor. Hace frío.
Eslovenia se unió a principios del siglo XX al Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, una suerte de proto-Yugoslavia formada por varios países balcánicos eslavos. Cuando décadas después quiso largarse de tal asociación, no se encontró con demasiados problemas, ya que tenía poca mezcla étnica en su población y, sobre todo, no padecía reclamaciones territoriales (al menos no sustanciales) por parte de nacionalistas croatas y serbios. Así que, más o menos, a Eslovenia la dejaron largarse como un cobrador de apuestas que recoge apresurado su sombrero y gabardina.
El asunto empieza a enredarse cuando nos desplazamos a Dubrovnik, en Croacia. Allá nos fuimos, sobre todo, huyendo del frío de Liubliana. Del frío, en concreto, del camping de Liubliana donde instalamos la autocaravana (desde ahora me referiré a la autocaravana como La Dolla, apodo con el que la bautizamos). Un inciso: La Dolla se la alquilamos a un muchacho madrileño llamado Esteban que, por decirlo de alguna forma, no fue demasiado incisivo a la hora de poner el vehículo a punto. La misma mañana que fuimos a recogerla se dio cuenta de que debía cambiar las ruedas delanteras y, una vez hecho (demora de cuatro horas en la salida), nos despidió diciendo: «Los frenos bien, ¿eh? Perfectos. Pero no los forcéis».
El caso es que en el camping de Liubliana me vi obligado a dormir con dos sudaderas. A mitad de la noche unos chavales de, yo qué sé, quince o dieciséis, llegaron al camping después de una noche de fiesta y se pusieron a dar voces y yo tuve que asomarme a la puerta de La Dolla descolgando medio cuerpo en plan Clint Eastwood en Gran Torino y pedirles silencio. Así que nos fuimos a Dubrovnik.
Dubrovnik está en el extremo sur de Croacia y fue bombardeada por las fuerzas serbias (en concreto, por milicias montenegrinas apoyadas por el ejército) durante la guerra de los Balcanes de principios de los noventa. Resulta que los nacionalistas serbios consideran que esa parte de Croacia les corresponde y la reclamaron a su manera. Ojo, que los croatas también tienen lo suyo reclamando territorios y masacrando serbios en suelo croata. Es que, claro, hay serbocroatas, bosniocroatas, serbobosnios, bosnios musulmanes, serbobosnios patriotas bosnios… Pifostia, vaya.
A mí el asunto me ha interesado siempre. Y, aunque ni mucho menos soy un experto, sí que acabé alzándome como el resolvente de dudas del resto de mis colegas. Intentaba explicarles lo que sabía y, lo que no, me lo inventaba.
Así que, grosso modo, les conté que después de la Primera Guerra Mundial se formó el boceto de Yugoslavia con ese reino de eslovenos, croatas y serbios que comenté antes. Pero que, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, los croatas (parte de ellos, mejor dicho) formaron la Ustasha, una milicia que declaró la independencia de la república de Croacia y se alió con los nazis para aniquilar a serbios que vivían en Croacia, judíos, comunistas y gitanos. Los serbios, ante la masacre padecida por sus congéneres en Croacia, respondieron con el Ejército de la Patria, conocidos como los chetniks, nacionalistas serbios que defendían la continuidad de Yugoslavia. Hubo una tercera vía, que fueron los partisanos comunistas, también defensores de la continuidad de Yugoslavia, pero rojos, y única milicia comunista que de verdad supuso un quebradero de cabeza para los nazis durante el conflicto. Estaban encabezados por Josip Broz Tito. Y ganaron.
Nació así la República Federal Socialista de Yugoslavia, único país comunista de la época fuera de la órbita de la URSS. La nueva república estaba compuesta por tres nacionalidades: eslovenos, croatas (católicos) y serbios (ortodoxos). Los bosnios musulmanes, un segmento de población del centro y norte de Bosnia y Herzegovina que abrazó el islam durante la ocupación otomana de la región, no estaban reconocidos como una nacionalidad, sino que figuraban como «otros yugoslavos».
Así perduró Yugoslavia, con tres naciones reconocidas en su seno que en realidad eran más (bosnios musulmanes en Bosnia, albaneses en Kosovo, húngaros en Serbia…), que usó el comunismo de Tito como pegamento. Hasta que llegó su muerte en 1982 y comenzó a derretirse el pegamento. Los nacionalismos esloveno, croata (alfabeto latino) y serbio (alfabeto cirílico) empezaron a medrar y, con el nacimiento de los noventa, cristalizó la tensión. Los eslovenos se independizaron y los croatas quisieron lo mismo. Lo que pasa es que no querían irse sin tomar la parte de Bosnia que consideraban suya. Lo mismo los serbios, que ante la espantada de croatas y eslovenos decidieron adherirse (en su opinión, recuperar) todos aquellos territorios donde vivían serbios: esto es, parte de Croacia y casi toda Bosnia. Hubo intercambio de pareceres.
En Dubrovnik hacía más frío del que calculaba, así que tuve que dormir otra vez con sudadera. Yo, que quería ir a la playa. Ahora Dubrovnik, después de ser reconstruida, es un nido de turistas.
Nos largamos de Dubrovnik después de bebernos veinticinco vermús frente al puerto mientras mascullábamos como ancianos quejas sobre el exceso de turistas y pusimos rumbo a Sarajevo. Hicimos, de camino, una parada en Mostar, donde comimos sardinas y mejillones en lata en un aparcamiento lleno de agujeros de bala y con vistas al puente viejo de Mostar, símbolo de la separación de la ciudad en dos partes: un lado es el croata católico y el otro, el bosnio musulmán. Todos los vecinos tienen pasaporte bosnio, pero los católicos se consideran a sí mismos croatas (son bosniocroatas) y los musulmanes son patriotas bosnios. La parte fronteriza entre Bosnia y Croacia está habitada, en su mayoría, por bosniocroatas. Circulas por ahí y a través de la ventanilla ves banderas croatas a pesar de estar en Bosnia. Es la parte que, durante la guerra, Croacia quiso anexionar a su Estado. No lo logró y hoy es parte del territorio de Bosnia, pero con población croata católica. Mostar vivió dentro de la ciudad esta división y los combates fueron duros y el puente, derribado. Hoy, cada parte saca pecho. A un lado del puente, cruces e iglesias con campanarios. Al otro, mezquitas con minaretes que llaman a la oración. Es curioso, porque a pocos kilómetros, en Sarajevo, los bosniocroatas y los bosnios musulmanes lucharon juntos contra los serbios. Cosas de Pifostia.
Llegamos a Sarajevo, que es la capital de Bosnia y Herzegovina. Nos instalamos en otro camping (este va a ser el último camping del que disfrutaremos este viaje) en el que otra vez hace frío y en el que el agua de las duchas sale fría. En el día de visita, a las puertas del Museo de Historia de la ciudad, un tipo con pinta de timador que habla italiano nos ofrece un tour por la ciudad en su coche explicándonos en primera persona el conflicto en el que asegura haber participado. Aceptamos, por supuesto.
Nos cuenta este hombre mientras conduce que Sarajevo fue sitiado por las fuerzas serbias durante cuatro años (1991-1995). Fue, en realidad, el ejército yugoslavo el que sitió la ciudad. Pero enseguida se convirtió en el ejército serbio, toda vez que croatas y bosnios se revolvieron contra ellos. «Nos atacaba el ejército que sosteníamos con nuestros impuestos», dice riendo el tipo que habla italiano. Sarajevo resistió cuatro años al ataque serbio con un solo punto de entrada y salida de la ciudad —un túnel que hoy se puede visitar en forma de museo— y sin apoyo del resto de Europa. La resistencia de la ciudad estaba encabezada por la recién organizada milicia bosnio-musulmana, patriotas bosnios. Luchaban contra el ejército serbio, al que se habían unido muchos serbobosnios, es decir, bosnios ortodoxos. No todos: hubo serbobosnios de Sarajevo que lucharon en favor de Bosnia porque eran patriotas bosnios, aunque ortodoxos, pero no nacionalistas serbios. ¿Qué tal?
Calma. También en este punto mis amigos se atascaron bastante. En Bosnia hay, hoy en día y a grandes rasgos, tres nacionalidades: los ya mencionados bosniocroatas que son católicos; los serbobosnios que son ortodoxos y los bosnios musulmanes. Los dos primeros son nacionalistas de sus respectivas naciones y no se sienten, en su mayoría, bosnios, a pesar de tener el pasaporte bosnio. (Aunque los hay que, aun siendo católicos u ortodoxos, son patriotas bosnios. Por ejemplo, jugadores de fútbol serbobosnios que eligen jugar con la selección de Bosnia en lugar de con Serbia. Son minoría, pero existen y suelen ser jóvenes de las ciudades, donde el nacionalismo no es tan potente). Los musulmanes, en cambio, son patriotas bosnios en su totalidad.
Entre ellos se dieron hasta en el carné durante la guerra, hasta que la comunidad internacional cerró en falso el conflicto decidiendo una división de Bosnia y Herzegovina en dos entidades todavía hoy existentes: una es Bosnia y Herzegovina, compuesta por población bosniocroata y musulmana; y la otra es la República de Srpska, compuesta por población serbobosnia. Ambas entidades conforman el Estado de Bosnia, pero en la práctica son dos países independientes. Algo que sostiene la tensión hoy entre las partes. De hecho, nada más salir de Sarajevo, nos cruzamos con un cartel en cirílico que rezaba: «Bienvenidos a la República de Srpska». «La gente de este lugar es muy nacionalista serbia. Y lo transmiten de padres a hijos. Por eso aquí decimos que estamos en guerra fría. Va a volver a haber una guerra en cinco años», profetiza el tipo al volante. «Yo, a esta parte del país, prefiero no venir. Y, como yo, casi todos los musulmanes». Después pone a todo volumen un CD de Adriano Celentano en la radio del coche. Si la guerra llega, que sea con Celentano.
Bosnia es hoy, para muchos, un Estado fallido en el que conviven en tensión tres realidades no reconciliadas. Y que camina hacia un futuro incierto sin que la economía mejore y ayude a diluir los nacionalismos. Así que nos largamos de allí.
Atravesamos el corazón de los Balcanes con La Dolla desde Sarajevo hasta Pristina. Para eso tuvimos que cruzar desde Bosnia hasta Serbia, de ahí a Montenegro (soborno al policía fronterizo incluido. «Para un café», nos dice el cabrón), otra vez a Serbia y por fin a Kosovo. Kosovo es un Estado independiente desde 2008, aunque no reconocido todavía por muchos países, incluida España. Antes de ese año era una provincia serbia, corazón de la cultura y el folclore nacionalista serbio, aunque habitada en su mayoría por albaneses. Cuando el conflicto llegó a esta zona, se enfrentaron serbios y albanokosovares y el choque se frenó, Estados Unidos mediante, con la independencia de Kosovo, aliado inestimable para los yanquis en el corazón de Serbia, aliada por su parte —sorpresa— de Rusia (todo está en Rambo).
Pero —en Pifostia siempre hay un pero— la parte norte de Kosovo contiene mayoría serbia, por lo que vive en una suerte de asamblea independiente. Nada más atravesar la frontera nos encontramos banderas nacionalistas serbias por todas partes. Tras avanzar un poco, desaparecen las banderas serbias y aparecen, ojo, no las de Kosovo, sino las de Albania. Kosovo está plagado de banderas albanesas y la mayoría de su población se siente albanesa. Kosovo parece ser un Estado artificial paso previo a la anexión a Albania. Otra vez fútbol: cuando juega la selección de Kosovo, a los vecinos les interesa el partido. Cuando juega la de Albania, se paraliza el país.
En Pristina, la capital, nos instalamos en una gasolinera y por las mañanas, cuando amanecíamos entre legañas y peinados imposibles, los chicos de la gasolinera se acercaban estupefactos a charlar con nosotros. «¿De vacaciones? ¿Aquí?», solían responder. Al parecer no deben de ser muy frecuentes las visitas de tipos que se instalen en una gasolinera en una zona industrial a las afueras de Pristina. Al cabo de dos días conocíamos a los de los surtidores, a los camareros de la cafetería y a las chicas de la tienda. Hasta pudimos ver el Depor-Real Madrid por la televisión. ¡Si hasta uno de mis amigos atascó el váter e inundó el suelo de la tienda! Qué bien lo pasamos.
Dejamos atrás Pristina y su estatua de Bill Clinton (es de bien nacido ser agradecido) saludando en el centro de la ciudad. Que más que del presidente del Gobierno más poderoso del mundo, la figura parece la de un vendedor de pólizas de vida a puerta fría. Emprendimos rumbo a Belgrado, capital serbia. Allí nos vimos obligados, ante la inexistencia de campings locales, a asentarnos en el aparcamiento de una tienda de muebles cuyo dueño, encantador, era un apasionado de las autocaravanas. Tan pronto llenábamos el depósito de agua de La Dolla como echábamos un vistazo a un sillón de dos plazas ideal para una sala de estar.
Visité el Museo de Historia de Belgrado ansioso, por fin, de conocer el otro punto de vista. Cada uno de los anteriores días de charlas, museos, preguntas y dudas nos encontrábamos a Serbia como el agresor. ¿Cuál sería el ángulo de los serbios? Un taxista se lo resumió a Quinzán una mañana que bajó al centro más tarde que nosotros: «Mira, esto es fácil —le dijo—. Todo es Serbia». Creo que se puede ser un pelín más preciso. Pero, desde luego, no a través de los que ellos muestran.
El Museo de Historia está fenomenal hasta que llegamos a la sala en la que se exhibe y explica la muerte de Tito. A partir de ahí, se supone, debería mostrarse cómo fue la guerra. Pero unas escaleras conducen a la salida del museo, previo paso por una sala diminuta en la que se denuncian los bombardeos de la OTAN sobre Belgrado en 1999. Vuelvo sobre mis pasos para saber si me he saltado alguna parte, pero no. Le pregunto al tipo de la taquilla y me dice que no hay nada sobre la guerra. «¿Y no hay otro museo sobre eso?», inquiero. El tipo piensa: «Mmmmmm, no». Así que nada. Tendré que conformarme con los taxistas.
Me cuenta otro al volante que fue francotirador durante la guerra y ahora lleva a gente de un lado a otro de la ciudad. Me dice que el resto de naciones traicionaron a Serbia: que, cuando se decidió conformar Yugoslavia, fueron los serbios los que más territorio cedieron. Y ahora, repoblado por otras nacionalidades, se lo han arrebatado. Le pregunto si ha matado a mucha gente como francotirador. «A mucha», me dice mientras mira por el retrovisor.
Nos vamos de Pifostia. Nos estalla un neumático en la autopista de Croacia y la grúa —conducida por un señor de enorme barriga y botas de fútbol Adidas modelo Boban— tarda seis horas, así que tenemos que recuperar el tiempo perdido y nos hacemos una jornada de catorce horas en carretera. Sin forzar los frenos, claro. Llegamos a Madrid. Enteros. Cansados. Pensando ya en el próximo viaje. Algo sencillito, si puede ser, me comentan mis amigos.
Se empieza con el culto a Sito Miñanco y se acaban publicando artículos «humorísticos» donde se explica quién es y quién no civilizado. Siendo cascarilleiro, todo en orden.
Artículo que pasará a la historia del cuñadismo.
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Entretenido de principio a fin. Gracias
Me he puesto a leer y al minuto me ha entrado un sopor de la hostia (para seguir con el tonillo desenfadado del autor) total, que al rato, ya estaba pegando unas diagonales de escándalo. Ha conseguido que si ya me interesaban más bien poco las cosas de los «yugoslavos», al final me importen un bledo. Gran trabajo…
En Yugoslavia había 6 nacionalidades reconocidas por la constitución: eslovenos, croatas, serbios, bosnios, montenegrinos y macedonios. Apunto porque escribes sobre ello y es importante estar informado correctamente y así informar a los demás.
Muy bueno. Única corrección: Tito murió en 1980.
Otra corrección. El origen del problema radicaba en que Clinton estaba harto de que ganara Yugoslavia. Cada vez que ocurría no podía darle amor a Mónica. La única manera de que no perdiera el Dream Team y salir del apuro como un amante agradecido, pasaba por desmembrarla.
Supongo que todos estos patriotismos y nacionalismos darán la culpa a sus vecinos por el calentamiento y expoliación del planeta, las tormentas solares que nos pueden agredir, las pandemias sin fronteras, los posibles meteoritos que, según donde caigan será prueba evidente del castigo divino por parte de los ilesos, etc. etc.
Culto a Sito Miñanco? su capacidad de comprensión sobre Fariña es bastante superficial, y su tonito final despectivo aclara su nivel, todo en orden pues.
El propio autor reconoció que por algunos momentos le preocupaba que la obra pudiere destilar cualquier ápice de admiración por Miñanco, personalidad esta a la que el propio Carretero no le negaba su atractivo. La adaptación a la pequeña pantalla es, sin duda, una obra de culto a Miñanco, responsabilizando de ello al autor o autores del guíon. Punto uno.
Punto dos. Mi tonito despectivo no tiene nada de parangón al lado de definir un conflicto con unos 200.000 muertos, entre ellos mi padre, mis dos únicos tíos y mi abuela, como «pifostio». No tengo el más mínimo reparo en hacer bromas e incluso en presentarlo de manera jocosa, pero para ello, lo mínimo, es mostrar un mínimo de respecto por la información que tenga o no el autor. Por lo descrito o bien no fue a ningún museo de los que indica o bien no prestó atención a lo que de su interior se puede aprender.
Y punto tres: sí, como refugiado en Galicia en su momento y gallego de pleno derecho en la actualidad, uso el término cascarilleiro con pleno conocimiento de causa, atendiendo, entre otras cosas, al origen socioeconómico y lugar de nacimiento del autor.
Por cierto: cuando el señor Carretero lloraba por el Deportivo en 1994 otros llorábamos por «minudeces» a los que los habitantes de «pifostio» estabamos abocados por nuestra propia historia.
Infórmese antes de opinar, Tito Mostovoi.
No hay nada irrespetuoso en el texto, salvo si consideras Pifostia.
Respetando y lamentando tu pérdida, confío en que el mismo aplomo y solemnidad que pareces exigirle al autor lo tengas cuando hables de la segunda guerra mundial/holocausto/nazis o de los gulags o, en fin, de cualquier otra barbaridad o masacre a la que se te ocurra utilizar con un tono jocoso en algún momento.
Por otro lado, entiendo que exijas máxima precisión, pero es un articulo divulgativo y no historico (no cita fuentes), mezclado con humor y a modo de ensayo. No comete grandes errores de bulto(salvo la fecha de muerte de Tito), al menos que yo haya detectado sin ser docto en la materia pero sí informado.
Es importante saber lo que uno lee y cuan al pie de la letra tomárselo para saber cuánto ofenderse. No seamos tan destructivos y, si puedes añadir tu valiosa visión como parte de ese conflicto, yo le doy la bienvenida.
Un saludo, y buena vida.
«Respetando y lamentando tu pérdida, confío en que el mismo aplomo y solemnidad que pareces exigirle al autor lo tengas cuando hables de la segunda guerra mundial/holocausto/nazis o de los gulags o, en fin, de cualquier otra barbaridad o masacre a la que se te ocurra utilizar con un tono jocoso en algún momento.»
Un «y tú más» de libro sin conocernos. Con un par.
El texto está lleno de errores (los musulmanes sí eran reconocidos como una nacionalidad a la par que serbios y croatas en Yugoslavia, por ejemplo) pero el problema no es solo ese. Si fuese un texto humorístico me lo tomaría como tal. Si fuese un texto divulgativo, se podrían debatir su errores. Pero es un texto «cipotero» donde lo único que pretende es extender prejuicios haciendo gala de la ignorancia, algo típico del juntalestras de la corte.
Sobre el humor: me descojono cuando visito el ex país de la cantidad de chistes que hay sobre la guerra, así que no creo que me tenga usted que dar lecciones de dermatología sobre el grosor de mi epidermis. Eso sí: el humor hay que saber hacerlo, con conocimiento de causa. Este texto, lo clasifique usted como quiera, carece de conocimiento y de causa ya le di mi opinión.
Pingback: Desenredando Yugoslavia (I): migraciones y valacos – Notas de Carolus
Interesante lectura y muy entretenida, buen trabajo.