La prensa no daba crédito. Eran personas educadas, con formación, o como se dice en España: siempre saludaban. Pero en 1997, en Rancho de Santa Fe (California) un grupo de personajes, reunido en la organización Puerta del Cielo, se quitó la vida voluntariamente, incluido su líder. Nadie les obligaba a estar ahí, muchos habían abandonado antes. Tampoco les tuvieron que obligar a tomar el vodka con barbitúricos y ponerse una bolsa de plástico en la cabeza para morir, porque ellos no pensaban que fueran a fallecer, sino a pasar al Siguiente Nivel.
La idea venía de El Dúo, una casta pareja de amigos que habían pergeñado décadas atrás una historia que consideraba que la Biblia no era más que el testimonio de un contacto antiguo con extraterrestres, algo que ciertamente no iba desencaminado. Su concepción era similar a la del cristianismo, nuestro paso por la Tierra es un tránsito hacia la vida eterna. Sin embargo, en lugar de perderse los detalles de esta doctrina en entelequias como el Santo Misterio de la Iglesia católica, estaba mucho mejor elaborada con elementos procedentes de la ciencia ficción de series como Expediente X, Stargate o Star Trek. Eso sí, de follar nada. En eso también seguía presente la mentalidad de los primeros ascetas a los que Dios guarde muchos años.
Los apóstoles de la doctrina eran Bonnie Lu Nettles y Marshall Herff Applewhite. Sus biografías y un análisis pormenorizado de su fe están recogidos en el libro La puerta del cielo: Religión ovni de los Estados Unidos de América de Benjamin E. Zeller (Aurora Dorada). Ella era una aficionada a la astrología y él un exseminarista bisexual. Dos víctimas más de la explosión esotérica y encanto de los cultos orientales propia de los años sesenta y setenta, aparte de la creencia en los ovnis. Un perfil que, con toda consideración, se ha denominado como de «buscadores de la verdad».
A Applewhite no le satisfacía su vida sentimental bisexual, siempre plagada de relaciones cortas fracasadas y encuentros fugaces. Lo que le pedía el cuerpo, en mitad de esa depresión, era abandonar para siempre las relaciones íntimas. Nettles, por su parte, se estaba divorciando de un marido harto de sus aficiones esotéricas e intentos de contactar con el más allá. Se encontraron el uno al otro.
En el estudio de Zeller hay una premisa interesante. De entrada, antes de explicar el tinglado que montaron los protagonistas y su trágico final, descarta las patologías mentales. Dice: «No hay ninguna razón clínica para suponer que una persona que cree en ovnis y comunicación extraterrestre está más loca que una persona que cree en los ángeles y en la oración».
Estos dos se habían conocido casualmente en un hospital, ella le hizo la carta astral y salió que se habían encontrado en una vida anterior y tenían una misión importante por delante. Era información contrastada. Tiempo después, un ocultista filipino experto en misticismo hindú les vino a decir lo mismo: tenían una misión especial que cumplir. Todo encajaba.
Creerse el centro del mundo y de la historia no es nada extravagante, le pasa a todas las personas y a todas la generaciones, respectivamente. Ya lo decían Fishbone, «Give a Monkey a Brain and He’ll Swear He’s the Center of the Universe» en su cuarto álbum. Sin embargo, el narcisismo vital de esta pareja sin duda se vio intensificado por el ambiente sociopolítico de la Guerra Fría. Al igual que muchos decidieron drogarse sin freno, ellos entendieron que tenían una misión como consecuencia de una percepción que compartía todo el orbe: el mundo se iba a acabar en breve. Señales, por aquel entonces, no faltaban con solo abrir el periódico. El apocalipsis nuclear era cuestión de horas y así se estuvo tres largas décadas cada día. El cambio climático no es un mal apocalipsis, es normal que los chavales se vuelquen, pero por definición no va a ocurrir en cualquier momento, como si se podía apretar el botón nuclear de repente y adiós a todo.
Por lo que fuera, esa ansiedad El Dúo la alivió pensando, lo típico, que un platillo volante vendría a buscarles. Sus cuerpos se metamorfosearían en entidades superiores adaptadas a la vida sideral y empezaría algo nuevo. El mencionado Siguiente Nivel. Durante años, fueron captando adeptos para no dejar a la humanidad tirada, pero tuvieron resultados irregulares.
Una buena temporada la secta tuvo dos sacerdotes y una sola fiel. Una tal Sharon que acabó abandonado la «comunidad», la cual fue acusada por el marido de esta de fraude tras utilizar El Dúo sus tarjetas de crédito. Otros que fueron captados posteriormente se iban porque las rutinas del grupo eran bastante aburridas. Ya hemos dicho que nada de follar ni tampoco drogas. Todo era ascetismo. Aun así, lograron reunir a casi un centenar de fieles en lo que bautizaron como el Movimiento de la Metamorfosis Individual Humana.
En lo que incidieron todos los medios patidifusos cuando se suicidó un tercio de ese grupo, en el que había gente de clases sociales elevadas, incluso candidatos republicanos con familias maravillosas, fue en el componente de la ciencia ficción de los años setenta que acabó teniendo el credo. Entendían que astronautas habían visitado la Tierra en los albores de la humanidad para conducir a las gentes hacia el tránsito a la otra vida, una etapa que ya estaba madura con el paso de los siglos. Aunque eso solo se podía sentir por medio de la fe, no por ningún tipo de análisis empírico. A través de la fe, en román paladino, autosugestión, cualquiera entendería que su existencia terráquea solo tendría sentido, como explicaban los miembros más antiguos de la comunidad, Ti y Do, con el paso al dichoso Siguiente Nivel.
Muy bien podrían haber aplazado este durante años con cualquier pretexto, pero su elaboración metafísica fue avanzando como todo pensamiento que, aunque pudiera estar equivocado, no estaba exento de honestidad. Creían en ovnis, guerras interestelares, tecnologías de otras galaxias e híbridos humano-alienígenas, sostiene Zeller. Pensaban que la Tierra era un laboratorio de experimentación, un campo de pruebas, y Dios —Dios Nuestro Señor— un extraterrestre, lo cual, de hecho, es cierto; en ningún Evangelio pone que viva en este planeta, aunque se halle en todas partes. Mi reino no es de este mundo, dijo su Hijo, que también es Dios. De hecho, de la serie Stargate, sobre una puerta en la Tierra que permite viajar a otras galaxias, decían «está más cerca de la realidad que lo que nadie piensa». Con estas premisas, hicieron sus silogismos y, ante la verdad desnuda que encontraron, decidieron actuar.
En un anuncio que pusieron en el USA Today el 27 de mayo de 1993 en el que explicaban su milonga hicieron un guiño a Star Trek explicando que su congregación se trataba de una expedición llegada desde una nave que se encontraba aquí para cumplir una misión. A Cristo se referían con el rango de capitán, como el capitán Kirk de la serie. Del cóctel de cristianismo y ciencia ficción televisiva salió el recurso de que el movimiento provenía del Verdadero Enterprise, mismo nombre que la nave de Mr. Spock y compañía. Las imágenes de los extraterrestres que difundieron en ilustraciones hechas por ellos eran a imitación de los rostros de los visitantes de Encuentros en la Tercera Fase de Spielberg, película con un espíritu de cristianismo reaccionario donde las haya.
Sin embargo, antes de todo esto, hubo un hecho que marcó a esta alegre iglesia. Cuando murió Nettles de cáncer de hígado en los ochenta, empezaron a hacerse preguntas. Como los filósofos de cualquier sociedad, pero con el horizonte un tanto extraviado. Vieron en el fallecimiento de su sacerdotisa mayor la constatación de que con el cuerpo humano no se iba a poder ir al espacio exterior, que era muy defectuoso, como acababan de ver, y que lo suyo iba a ser «abandonar el medio».
Ahí Applewhite elucubró que los cuerpos humanos habían podido servir para crear «depósitos psíquicos» que venían a ser, según los términos de su propia explicación, «el hardware» para en el Siguiente Nivel tener información de este estadio anterior. Eran los noventa y, a las series de ciencia ficción, añadió el auge de la informática.
El 22 y 23 de marzo de 1997 los treinta y ocho miembros que quedaban de La Puerta del Cielo se suicidaron. Un adepto más, que lo había dejado, lo hizo también tres meses más tarde arrepentido viendo que se quedaba atrás. Llegó a haber también «suicidios réplica» de espontáneos que al ver las noticias tuvieron la revelación ante sus ojos. Las autoridades llegaron a temer por una oleada de muertes por este motivo.
El ritual del suicidio colectivo de La Puerta del Cielo fue meticuloso y detallista. Todos iban de uniforme, con un parche personalizado que decía «Equipo Visitante de la Puerta del Cielo» para, explica Zeller, distinguir cuando llegasen arriba que no eran habitantes de la Tierra, sino que habían sido meros visitantes de paso. A saber qué tendría que decir al respecto el Trump alienígena de turno.
Se suicidaron en dos tandas. El líder lo hizo en la segunda, al lado de sus ayudantes más cercanos. Esta decisión se tomó en una asamblea, como en la verdadera izquierda, y aún hubo gente ahí que se bajó del barco, pero siguieron la mayoría. No pensaban que fuesen a morir, como concepto, sino a desembarazarse de las engorrosas cápsulas llamadas cuerpo humano para poderse ir por ahí. Por eso no podemos hablar de que fuesen propiamente suicidios. Lo entendían como un trámite. El descubrimiento del cometa Hale-Bopp en 1995 aceleró su toma de decisiones. Simplemente, pasaban de la vida y pasaban de sus cuerpos.
En los medios, tratando de entender lo incomprensible, paradójicamente, porque para las víctimas era todo perfectamente lógico, se incidió en la «bisexualidad» de Applewhite. El insoportable —para él— descubrimiento de que era homosexual le llevó a encerrarse en un celibato que solo podía justificar satisfactoriamente con estas teorías fantásticas y grandes apoyos o muletas humanas, en forma de adeptos entregados, que se las sustentaran.
También se resaltó el papel de los albores de internet. Era 1997, pero ya recibieron el suficiente feedback ridiculizando sin piedad todas sus elaboradas creencias. Este fenómeno, en lugar de disuadirles, les enrocó y convenció en su paranoia de que era imposible seguir haciendo proselitismo, de que los humanos no tenían solución y que lo único realista era «abortar la misión» y volverse al espacio.
Desde mi humilde punto de vista, hay tres grandes lecciones que extraer de esta experiencia. La primera, que negar y reprimir la sexualidad, en este caso la homosexualidad, conduce a sufrimientos indecibles e inaceptables que pueden estallar de cualquier manera, como en esta historia. Dos, que a personas que se encuentran por desgracia en esas situaciones de represión, negación de la realidad con cualquier pretexto, el acoso y la burla solo les conduce a encerrarse en sí mismos. Y tres, que si los miembros de La Puerta del Cielo tenían razón, parece que bastará con ponerse un parche que deje claro cuando nos reciban en la nave que no éramos humanos, que estábamos de paso, o de parranda, en el caso español.
Applewhite era enfermo terminal de cáncer en el momento de los suicidios, además.