Un chimpancé se acerca a un árbol; durante unos momentos observa el ancho tronco, uno de cuyos lados está partido y forma un amplio hueco triangular. De repente, el chimpancé agarra una piedra que está junto al árbol, la levanta con ambas manos y la arroja hacia el tronco mientras chilla. Después se aleja con rapidez. Es posible que usted piense que no hay nada de particular en la escena de un simio que chilla y arroja objetos. Es más, en ausencia de otros datos, esta podría parecer una conducta fácil de explicar; el chimpancé podría haber percibido alguna amenaza, o podría estar intentando captar la atención de alguna hembra o de espantar a machos rivales. Sin embargo, estos episodios, que únicamente se producen en algunos grupos de chimpancés en una región de África, pero no en el resto del continente, tiene perplejos a los estudiosos. Ese acto de apedrear árboles, que por lo general son huecos o responden a determinadas características, es una parte de un complejo ritual. Los chimpancés no solo arrojan las piedras, sino que también las depositan con cuidado en el interior de esos troncos, formando montones ordenados que recuerdan a los que levantaban algunos humanos prehistóricos en lugares que, según presumen los arqueólogos, tenían una significación espiritual o religiosa. Los chimpancés visitan estos árboles a menudo y repiten estas ceremonias inexplicables. Aunque estos animales han sido estudiados durante décadas, jamás se había observado una ceremonia similar.
Fueron investigadores del Instituto Max Planck quienes mientras estudiaban varias zonas del África occidental, descubrieron unas inesperadas acumulaciones de piedras, depositadas con visible deliberación y orden en el interior de varios troncos escogidos. Asombrados tanto por el carácter excepcional de estas acumulaciones como por su similitud con lo que en épocas tempranas del ser humano era un tipo muy primitivo de altar, colocaron cámaras de vigilancia para intentar averiguar el origen. Después, al repasar el metraje, comprobaron que eran grupos de chimpancés quienes depositaban las piedras en estos troncos, a los que regresaban de vez en cuando para dejar nuevas piedras o para golpear el árbol con ellas. Se comportan como si hubiese algo o alguien en aquellos árboles, aunque las cámaras jamás han captado nada.
Es evidente que guardan una relación muy especial con estos lugares, escogidos y adornados por ellos mismos. En ocasiones se sienten repentinamente excitados en presencia de estos troncos, aunque otras veces se limitan a observarlos en silencio. No acuden allí para buscar comida o agua, ni ninguna otra cosa que forme parte de las funciones cotidianas de cualquier grupo de chimpancés. Sin duda esos lugares tienen algún tipo de significación especial. Cuál y por qué es algo que todavía no comprendemos. Es bien sabido que los chimpancés pueden usar piedras como herramientas, como también hacen otros simios, pero estos nuevos rituales no parecen cumplir ninguna función práctica. Tampoco parecen destinados a establecer relaciones dentro del grupo, ni responden a una amenaza, puesto que salvando el momento en que arrojan piedras al tronco, se les ve tranquilos en presencia de los árboles. Incluso puede descartarse el ritual de apareamiento, puesto que las hembras y los individuos jóvenes de ambos sexos también participan en estas prácticas.
Ustedes mismos pueden comprobarlo: las filmaciones están en internet; los chimpancés parecen estar reaccionando a seres invisibles que las cámaras no son capaces de captar. ¿Lo más sorprendente? Que este fenómeno únicamente existe entre algunos grupos de chimpancés y en cuatro localizaciones concretas de Guinea-Bisáu, mientras que en el resto de las regiones estudiadas por esos mismos investigadores (tanto en el resto de Guinea-Bisáu, como en Guinea Ecuatorial, Liberia o Costa de Marfil) no se observó nada similar. Es como si unos grupos les hubiesen enseñado esas ceremonias a otros. Hasta el momento, se habían observado conductas similares, con la diferencia de que no se depositaban piedras en altares escogidos. Sí había chimpancés que reaccionaban con excitación ante una cascada, a la que también arrojaban piedras, como describió en su momento la famosa bióloga Jane Goodall. Pero en el caso de la cascada podía emplearse una explicación sencilla: los chimpancés reaccionaban de manera excepcional ante un fenómeno excepcional —la caída del agua— el cual, debido al ruido y el movimiento, parece contener vida. Aunque tampoco estaba claro el motivo de ese comportamiento, la propia Jane Goodall lo atribuía a que la cascada despertaba entre aquellos primates una especie de «sentido de la maravilla».
El problema es que un árbol no es un fenómeno excepcional que pueda despertar el sentido de la maravilla de los chimpancés, que están bien acostumbrados a los árboles. Un árbol no se mueve ni hace ruido, salvo por la acción del viento, y cuando hay viento son todos los árboles los que se mueven, no solamente algunos. Como estos grupos de chimpancés eligen muy bien los árboles donde realizar sus ceremonias e ignoran por completo el resto de árboles, esa explicación también puede ser descartada. Este descubrimiento ha generado más preguntas que respuestas, pero hay algo que sí entendemos: sus implicaciones podrían ser enormes si conseguimos descifrar el enigma, porque podrían explicar el origen de determinadas conductas humanas.
Aunque el chimpancé no es un antecesor del hombre, sino un pariente muy próximo, es lo bastante parecido a nosotros —y lo bastante inteligente— como para atrevernos a proponer determinados paralelismos entre ambas especies. Así, algunos barajan la posibilidad de que podamos estar asistiendo al nacimiento de una religión entre los chimpancés, lo cual vendría a significar que, de alguna manera, se comportan como si creyesen que hay algo similar a espíritus en esos troncos. Como es obvio, no hablaríamos de una creencia religiosa tan estructurada como la de los humanos, pero parece que hay pocas explicaciones tan coherentes con todo el fenómeno como la de que nos hallamos ante una forma muy elemental de animismo. Los chimpancés perciben algo especial en estos troncos, sea real o imaginado, por lo tanto les conceden un carácter excepcional, demostrándolo con conductas excepcionales que no parecen servir a otro propósito que el de expresar su vínculo con estos emplazamientos. En otras palabras, esos árboles son, hasta donde podemos entender, la misma definición de «lugar sagrado».
Es obvio que la sacralización de un sitio o un objeto implica, además, la capacidad para albergar nociones trascendentales. No existe una motivación relacionada con la supervivencia inmediata que explique por qué estos árboles, similares a otros, son elegidos para realizar semejantes ceremonias. Hay algo que está más allá de la pura necesidad fisiológica, incluso más allá del instinto, o de lo contrario todos los chimpancés de cualquier parte de África hubiesen mostrado este comportamiento desde que se los estudia. Sin embargo, todo indica que se trata de una nueva construcción cultural, que no es caprichosa ni efímera, lo cual hubiese podido afirmarse si se produjese de manera azarosa y ante cualquier árbol con huecos. Es más: la elección de los altares no se produce necesariamente en aquellas zonas que contienen mayor número de árboles de las mismas características, ni siquiera aquellas zonas con mayor abundancia de piedras, como sucedería si la conducta tuviese un origen azaroso y su escenario estuviese ligado a la conveniencia.
El principal misterio radica en qué es lo que estos chimpancés creen ver o percibir en estos troncos. Hay algo invisible, que las filmaciones no muestran, pero que para ellos debe de ser muy real. Aún produce mayor perplejidad o confusión el que ni siquiera esté relacionado con defunciones o enterramientos, ya que sí se han observado algunos ritos funerarios entre los animales (por ejemplo, y de manera muy llamativa, entre los elefantes). Es verdad que el humano no es el único animal que parece tener consciencia de la muerte como fenómeno, o por lo menos de la muerte de sus semejantes, pero estos árboles «sagrados» no parecen guardar relación con acontecimientos luctuosos que hayan afectado el ánimo de estos chimpancés. El único factor común es que se trata de árboles con ciertos rasgos concretos.
En todo caso, el que se haya extendido de unos grupos a otros sí demuestra la naturaleza cultural de la ceremonia, pero no nos dice nada acerca de cómo se originó. Supongamos que un día hubo un chimpancé que empezó a comportarse así, por el motivo que fuese, y que algunos le siguieron, extendiéndose la costumbre de unos a otros. Puesto que hablamos de una conducta en la que no parece haber recompensa visible, se trataría de un fenómeno de pura imitación, y en ese caso, ¿no estarían los grupos de chimpancés de toda África repletos de ceremoniales igualmente inexplicables surgidos por azar? Además, la psicología básica nos lleva a pensar que tal tipo de construcción cultural aparentemente inútil hubiese desaparecido rápidamente y que la imitación no hubiese bastado para mantenerla, mucho menos extenderla a otros grupos. Lo cual nos hace deducir que para los chimpancés esta ceremonia de arrojar y depositar piedras no es inútil, cumple un papel y ha entrado a formar parte de sus vidas.
En ausencia de más información, no parece tan aventurado preguntarse si los simios creen en los espíritus. Nuestra visión antropocéntrica del mundo siempre nos hizo pensar que determinados fenómenos intelectuales eran exclusivos de la especie humana, pero el estudio de nuestros parientes nos ha demostrado una y otra vez que casi nunca es así. Por ejemplo, los simios son capaces de manejar un lenguaje aprendido bastante complejo, como sucede en el famoso caso de la gorila Koko, capaz de manejar más de mil palabras mediante lenguaje de signos y componer frases para comunicar ideas e incluso manifestar cuáles son sus estados de ánimo (Koko ha cuidado a varios gatos como mascotas y llegó a expresar su tristeza por la muerte de alguno de ellos). Aunque parece que los chimpancés no son tan hábiles con el lenguaje como los gorilas, algunos individuos sí han aprendido bastante; Washoe, la primera chimpancé que usó la lengua de signos para comunicarse, podía manejar unas doscientas cincuenta palabras.
Esto demuestra, más allá de toda duda, que tanto gorilas como chimpancés poseen pensamiento abstracto, así como la capacidad para ordenar y relacionar sus ideas de una manera parecida a como hacemos nosotros. Esa capacidad de abstracción sería el requisito básico para poder imaginar, construir escenarios mentales que trascienden la realidad física. El mismo proceso abstracto podría llevar a que los chimpancés llegaran a creer que un producto de su imaginación es real. Así pues, si de verdad los chimpancés que adoran estos árboles creyesen que en ellos se esconde algo invisible, estarían manifestando algo no muy distinto a la creencia humana en entidades trascendentes. La idea de que en sus mentes podría existir un mundo invisible habitado por seres inmateriales resulta fascinante. ¿Qué esperan obtener de estos árboles huecos cuando los rellenan con piedras? ¿Con quién pretenden comunicarse cuando los golpean? ¿Por qué unos grupos han decidido adoptar la costumbre de otros? ¿Obtienen algún tipo de satisfacción espiritual que nosotros, aun siendo también animales, no creemos posible en ellos? Todavía tenemos más preguntas que respuestas, pero la sola posibilidad de que estemos asistiendo al nacimiento de un culto religioso entre los chimpancés basta para mantenernos boquiabiertos.
Quizá nuestros hermanos simios se parezcan a nosotros incluso más de lo que ya sospechábamos. A fin de cuentas, también tenemos nuestros árboles huecos en forma de templos y también realizamos ofrendas de piedra a seres invisibles con los que intentamos entablar contacto. Quiénes somos, pues, para dudar de la importancia y la solemnidad de las ceremonias que estos chimpancés consagran, por qué no, a los inefables espíritus que reinan en su hábitat. Se trate de su religión o se trate de su arte, todo lo que debemos hacer es observar, aprender, respetar y maravillarnos por el privilegio de habitar su mismo planeta.
Maravilloso.
Cada vez que se ha intentado definir la diferencia entre «animal» y «humano», descubrimos nuevas capacidades de algunos animales que invalidan tal definición.
Estoy convencido de que el sapiens es sólo un animal cuya tecnología ha avanzado un paso más en los últimos milenios, en lo esencial no nos distinguimos de chimpancés, orcas, lobos, cuervos, pulpos…
Esto sin duda tiene implicaciones morales en nuestra explotación de la naturaleza y de las demás especies.
Gracias por el artículo. Quiero más :-)
Siempre tengo la duda sobre si nuestra aparición hizo que los chimpancés frenarán su evolución o si, al contrario, nosotros los estimulamos y ayudamos (con nuestro ejemplo) a evolucionar más rápido.
Empezamos con la religión de los chimpancés y acabamos tomando a las ratas como víctimas de genocidio, como en París.
La naturaleza es maravillosa (y tremenda), pero esta manía de igualar a humanos y a otros animales no es nuy sana.
El tono del autor resulta irritante por su prepotencia y su arrogancia intelectual. Básicamente ridiculiza la experiencia religiosa basándose para ello en el comportamiento de unos monos al que no encuentra explicación. Así que los creyentes estaríamos en un estadio intermedio de evolución entre el simio y él mismo. Resulta bastante patético, la verdad. Hay ateos con mejor capacidad argumentativa.
Asombroso y maravilloso. Un artículo interesantísimo! gracias! :))
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¨¨ Hay ateos con mejor capacidad argumentativa¨¨, comenta Javier. Sinceramente no veo que en ningún momento, el autor E.J.Rodríguez se manifieste en tal sentido. Simplemente hace constar un hecho de de una población de simios con un determinado ritual que llama la atención de los investigadores.
Inferir de ahí que el autor es ateo o no, me parece de una osadía asombrosa. Simplemente constata un hecho que los simios parecen ritualizar en un lugar determinado y de ahí, deduce, con todas sus dudas , que puede ser una especie de proceso que se pudo extender en nuestra especie de homínidos en un momento y lugar o lugares determinados. No veo a dios ni referencia a él en ningún pasaje del artículo.
Y por cierto me pareció muy interesante el mismo y que ayuda a ampliar nuestra perspectiva como especie…o no , para algunos.
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y si estuvieramos ante un posible caso de pareidolia en estos inteligentes animales…
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