(Viene de la tercera parte)
Ganar siempre ha sido una prioridad… y mi mujer gana mucho dinero. (Tom Brady)
Un factor importante que debemos remarcar es la paradoja en el mundo deportivo entre competir y colaborar. Este modelo de «co-opetición», definido por Brandenburger y Nalebuff en 1996, se basa en la «colaboración oportunista entre varios actores económicos que son además competidores». ¿Es posible que en un entorno hipercompetitivo como el deporte profesional exista este fenómeno?
A nivel mundial la liga de referencia por ingresos es la NFL. Liderados por los Dallas Cowboys, «el equipo de América», con 950 millones de dólares, les siguen los New England Patriots de Tom Brady y Bill Bellichick, que generaron 600 millones de dólares tras ganar seis Super Bowls y llegar a nueve finales en dieciocho años. Los Cowboys no han pasado por el gran partido desde que ganaron la de 1996, pero aun así lideran ampliamente la tabla de ingresos. La magia del mundo del deporte. El equipo «farolillo rojo», los Oakland Raiders, entraría en el puesto 12 mundial de la lista de clubes de fútbol con sus 357 millones de dólares. Es más, viendo la lista de la NFL comprobamos que hay más clubes con resultados deportivos horribles ubicados en lo alto de este ranking. ¿Cómo es posible que, en el mercado capitalista por excelencia del mundo, el de EE. UU., enfocado a resultados y supercompetitivo, ocurra algo así? El motivo es que la NFL, como la NBA o la MLB, son ligas cerradas, con propietarios (dueños de las franquicias) y un comisionado que intenta que no destrocen lo que han creado por su propia ambición. En la película Un domingo cualquiera (Oliver Stone, 1999) se puede ver claramente esta figura presentada magistralmente por Charlton Heston, al igual que el poder de los propietarios y su impacto en los equipos y en la economía de las ciudades. Todas quieren uno, igual que una carrera de Fórmula 1 hace unos años, y están incluso dispuestas a pagar con los impuestos de los contribuyentes un estadio para los propietarios. Es decir, paradójicamente, en la meca del capitalismo los dueños de los equipos exigen que los impuestos de todos paguen su fiesta, y además se reparten la mayoría de los ingresos generados, funcionando casi como una cooperativa. De hecho, los Green Bay Packers son un equipo atípico: no tienen dueño, las acciones pertenecen a sus socios, la mayoría habitantes de la ciudad donde se ubica el equipo. ¡El colmo del comunismo!
La NBA tiene un acuerdo parecido, por el cual reparte con los jugadores un porcentaje de los ingresos, mientras que el resto se invierte en equilibrar los equipos. Aparte quedan algunos de los ingresos que sí pueden ser gestionados por los equipos. Este funcionamiento como ligas cerradas tiene también un impacto importante a nivel competitivo. En la NFL, la NHL y la NBA existe un salary cap, un límite salarial que debería hacer que la competición sea en igualdad de oportunidades. Es decir, para conseguir ser competitivos, hay que compartir y trabajar en equipo, dando a los que menos generan para que el global de la liga mantenga el interés. Con diferencias, eso sí. Mientras en la NFL los equipos no pueden superar con sus cincuenta y tres jugadores de plantilla los 198,6 millones de dólares en 2019 (probablemente más de 200 millones en 2020), en la NBA era de 64 antes del nuevo contrato, que lo ha encumbrado a 109 para la temporada 2019-2020, con un impuesto de lujo a los 132 millones. Teniendo en cuenta que las plantillas (rosters) son de muchos menos jugadores (máximo quince) y los contratos garantizados, el baloncesto parece más atractivo que el fútbol americano. Es más, los equipos de la NBA sí pueden superar el límite (salary cap). Eso sí, pagando un impuesto de lujo, es decir aportando al fondo común una cantidad extra por cada dólar en que se supera. Curiosamente gana más, con una vida media mayor, un jugador de baloncesto de la NBA que uno de la NFL, con una carrera además menos arriesgada para su salud.
Los salary cap y las ligas cerradas pretenden con estas limitaciones generar competencia. Porque los mercados son, al fin y al cabo, mecanismos con los que buscamos generar un comportamiento y fomentar la interacción, el intercambio. Y mientras en las ligas europeas hay equipos que ganan regularmente sus ligas, como el Bayern o el Real Madrid y el Barcelona, en la NFL una dinastía como los New England Patriots es una rara excepción por sus increíbles nueve finales y seis títulos en dieciocho años. El motivo es que el sistema está pensado para propiciar competencia y emoción, de manera que cada año varios equipos pueden ganar y todos deban competir. ¿Es posible «hackearlo»? Parece que los Patriots lo han conseguido, pero deberíamos tener en cuenta el pequeño matiz de que Tom Brady nunca ha sido el jugador con mayores ingresos de la liga, a pesar de todos sus récords, logros y títulos. Siempre ha preferido ganar menos pero que el equipo fuera competitivo. Su explicación es sencilla: «Mi mujer gana mucho dinero». Sí, esta es la respuesta del marido de Giselle Bundchen. Y esto está ocurriendo en los EE. UU. Pero claro, la liga se ha diseñado con un modelo que hace que equipos que un año eran favoritos al año siguiente pueden estar en el fondo de la tabla. Los Patriots llevan once años seguidos luchando por el título bajo el lema de «Do Your Job». Haz tu trabajo.
Y sobre todo con un diseño competitivo que hace que cada partido sea importante. Bueno, al menos en la NFL. En otros casos no siempre se consigue este efecto deseado, ni en lo relativo a la importancia de cada partido ni en lo relativo a la competitividad. En la NBA el salary cap se puede sobrepasar, por lo que mientras el impuesto de lujo no sea lo bastante alto la penalización no afecta mucho a equipos como Los Angeles Lakers, que según Forbes vale 3700 millones de dólares y genera ingresos por 395 millones de dólares. A pesar de sus malas últimas temporadas fueron el equipo de referencia en las últimas décadas, ganando dieciséis anillos de campeón con plantillas costosamente por encima del límite salarial, como la liderada por Kobe Bryant y Pau Gasol. Clave son los ingresos extra del equipo, gracias a un acuerdo con Time Warner por 4000 millones de dólares por veinte temporadas. Ganar títulos es muy importante, como decía Vince Lombardi «no es lo más importante, es lo único», pero no es la única manera de ser una marca reconocida y obtener altos ingresos. En esta industria tener una historia que contar, una identidad y unos valores con los que se identifiquen fans de todo el mundo es a menudo igual de importante. Sobre todo porque no todos pueden ganar cada año. Para compensar, en la NFL ganar la «división» en la que se compite es importante cada año, porque da acceso a la pelea por el título.
En baloncesto encontramos este mismo fenómeno paradójico. Lideran la lista los New York Knicks con un valor de 4000 millones de dólares, ingresos de 443 millones en 2018, pero un menor beneficio operativo y acostumbrados en los últimos años a pagar decenas de millones de impuesto de lujo por salarios de jugadores que no han conseguido llevarles a unas finales desde la temporada 1993/1994. ¿Por qué? A menudo es más importante la relación con la afición y estar en un mercado muy grande que ganar títulos. La película Eddie (Steve Rash, 1999) muestra a una Whoopi Goldberg, fan absoluta de los Knickerbockers, que termina por trabajar como entrenadora de un equipo perdedor y sin alma. En ella se muestra bastante de este efecto particular. Aparece Spike Lee haciendo un cameo, famoso por su devoción por el equipo, y director de películas como He got game» (1998) sobre un jugador de baloncesto, interpretado de manera magistral por el triplista y campeón de la NBA Ray Allen, en un papel protagonista.
El cine ha sido una salida para deportistas reconocidos de todo tipo. Algunos con más éxito, como Vinnie Jones, otros… bueno, a su estilo. Estrellas como Shaquille O’Neal protagonizaba Ganar de cualquier manera (William Friedkin, 1994) junto con Nick Nolte. No podemos olvidar Space Jam (Jeo Pytka, 1996) el bombazo de taquilla en el que Michael Jordan, Bill Murray y Bugs Bunny se enfrentan a unos extraterrestres de dibujos animados. De la NFL tenemos a Jim Brown o L. T. Lawrence (Un domingo cualquiera), Bubba Smith (Loca Academia de Policía), Alex Karras (Victor o Victoria), John Matuszak, el inolvidable Sloth de Los Goonies, Terry Crews (Brooklyn 9-9) e incluso Ed o’Neill (Modern Family), que llegó a tener un contrato con los Steelers de Pittsburg. Pero también de otros deportes. Uzo Aduba era velocista antes de Orange is the New Blac», Jason Statham compitió en los juegos de la Commonwealth de 1990 en salto de trampolín, Elsa Hok jugaba a baloncesto profesional antes de hacerse modelo, «The Rock» Dwayne Johnson venía de la WWE; o Arnold «Governator» del culturismo. Algunos casos salvaron el punto de partido del deporte con la actuación, para desafortunadamente terminar incluso peor, como fue el caso de O. J. Simpson. Magnífico running back en la NFL, buen actor de reparto en Hollywood, su último gran éxito fue una persecución en directo en televisión nacional.
Esta relación entre dos patas del mundo del entretenimiento, deporte y actuación ha sido recurrente desde siempre. Famoso es el caso de la afición de Jack Nicholson, con su asiento en primera fila de la cancha de Los Angeles Lakers, casi un miembro más del equipo. El vínculo quedó patente en el vídeo de despedida a Kobe Bryant, donde junto a jugadores y entrenadores aparecía el gran Jack diciendo que quizá se retiraba él también. Algo que no creemos que los Lakers consideren buena idea. El modelo ideado por su dueño desde los ochenta, Jerry Buss, era conocido como el «Showtime», dejando claro que había entendido que la clave era el espectáculo, celebrities en la cancha y generar un buen contenido. Es decir, combinar fuentes de interés, de audiencia, lo que también influye en el valor de la marca.
Una de las claves del éxito la explica el modelo conocido como star system. El concepto original tiene su historia. En los inicios de la historia del cine, a finales del siglo XIX, los actores no eran identificados en las películas por su nombre. El teatro y la ópera eran la cantera de nuevos intérpretes, los cuales consideraban el cine como pura pantomima. Siendo la voz gran parte del talento en ambos casos el cine, todavía mudo, les hacía pensar que afectaría a su reputación. Por otra parte, los productores no querían que los actores fueran conocidos para evitar que consiguieran poder de negociación. Sin embargo, con el tiempo el público quería conocer a los actores, a los que en la época identificaban por apodos.
El cine estaba controlado por la MPPC (Motion Picture Patents Company) de Thomas Edison, y varios productores querían independizarse de su monopolio, derivado del control de las patentes de los equipos. El bueno de Edison, reconocido en nuestros días por su inventiva, mató un elefante en directo para intentar hundir a Tesla, y no se cortaba en enviar matones a los cines que no utilizaran su sistema o pagaran sus licencias. Esto motivó a que el centro de la industria basculara por tanto de la costa este a California, para así poder saltarse las limitaciones impuestas por Edison. A la par las productoras nuevas comienzan a impulsar las carreras de actores y actrices para que sean conocidos, descubriendo que el público estaba deseando identificarse con ellos. Se les hace firmar contratos por varias películas, se cambia el nombre de los actores y actrices por otros más comerciales e incluso se inventan matrimonios y pasados para fomentar el estrellato. El poder de los intérpretes creció y en la década de los cincuenta la cadena de valor basculaba hacía ellos, que rompían contratos, se volvían selectivos y buscaban negociar acuerdos diferentes, incluso creando sus propias productoras. En 1919 Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanks y D. W. Griffith creaban United Artists, no tanto para ser independientes como para tener poder para controlar sus propios intereses. Algo parecido a lo que ocurre hoy con las grandes estrellas como LeBron o Brady.
Aunque el modelo tradicional de estudios y contratos cambió, contar con estrellas seguía siendo de vital importancia para las grandes producciones. El público quería ver a su estrella favorita y se esperaba que esta generase una audiencia importante solo con su presencia. Esta gestión del talento, también presente en otras industrias como las tecnológicas o las financieras, es vital en una industria como la del entretenimiento, sea cine o deportes. El Real Madrid consiguió crecer en los mercados asiáticos gracias a contar con David Beckham, una marca en sí mismo al nivel de Michael Jordan, que generaba interés incluso sin aparecer en una película. Quiero ser como Beckham (Gurinder Chadha, 2002) contaba solo con el nombre del reconocido pelotero para hablar de la pasión de dos chicas jóvenes por el fútbol y por el jugador, pero también de los problemas culturales que enfrentaban en su día a día. Una de ellas, Jess, era de origen hindú y su tradicional familia no veía con buenos ojos que practicara este deporte. Su padre, que había sido jugador de cricket, no quería que sufriera una decepción como la que él sufrió jugando un deporte minoritario en el mundo, pero mayoritario en la India, con ciento veinte millones de jugadores en todo el mundo y audiencias millonarias que han provocado que la liga se transmitiera en directo vía YouTube, a pesar de que un partido puede durar de tres a cinco días e incluso más. Películas como The Final Test (Anthony Asquith, 1953) o Lagaan: Once Upon a Time in India»(Ashutosh Gowariker, 2001) trata en el tema en la trama principal, pero muchas otras tocan el tema con escenas en la misma. Syriana (2005), This is Spinal Tap( 1984), Mary Poppins (1964) o series como Lost y The Big Bang Theory han mencionado este deporte, y los jugadores de cricket son estrellas en los países donde se practica la disciplina.
La aparición de los agentes facilitó este proceso de transición. Comenzamos hablando de Jerry Maguire, pero no hemos comentado que el personaje interpretado por Tom Cruise estaba inspirado en un caso real, el de Leigh Steinberg. Apodado como «superagente», llegó a representar más de trescientos grandes jugadores de NFL, como por ejemplo Troy Aikman, ganador de tres Super Bowls con los Dallas Cowboys. Cayó en desgracia y un divorcio, junto a problemas de alcohol, le llevaron a dilapidar más de 70 millones ingresados durante décadas de profesión. Pero EE. UU. es el país de las segundas oportunidades. Tras desintoxicarse en una clínica volvía a representar jugadores de la NFL. Y es que los grandes contratos de las grandes ligas son muy suculentos para un agente. Curiosamente los principales están asociados a jugadores de béisbol de la MLB, de la que no habíamos hablado mucho en cuanto a equipos y que también se circunscribe principalmente a EE. UU. Scott Boras firmaba en una semana contratos por valor de más 800 millones de dólares para tres de sus clientes, Gerrit Cole (324 millones y nueve años), Stephen Strasburg y Anthony Rendon (245 millones y siete años ambos). Antes lo hizo para Mike Trout (430 millones y doce años), Bryce Harper (330 millones y trece años) y Giancarlo Stanton (325 millones durante trece años). Rompió en su momento la banca con el primer contrato de más de 200 millones para Alex Rodríguez, 275 millones por diez años; y Zack Greinke cambiaba de equipo en 2016 para ganar más de 34 millones anuales. Todos garantizados, como los de la NBA o fútbol europeo, nada que ver con los de la NFL, donde solo Kirk Cousins ha conseguido de momento un contrato totalmente garantizado.
Las cifras asustan, pero son brutas y no netas. Debemos tener en cuenta los impuestos. Sebastian Vettel ingresó 50 millones por su primer año en Ferrari y 30 más en bonos por objetivos los años siguientes, pagando impuestos en su residencia de Turgovia, Suiza. Un país donde en algunos cantones se puede negociar la cantidad a pagar de impuestos de manera individualizada. El tema de los impuestos puede ser una ventaja diferencial para un equipo u otro. Los impuestos en California, Houston o Texas no son iguales, lo que ha condicionado decisiones de jugadores de la NBA para ir a los Lakers, los Rockets o los San Antonio Spurs. La propia decisión de David Beckham de no renovar con el Manchester United y firmar con el Real Madrid se produjo estando vigente en España el Real Decreto 687/2005, la famosa Ley Beckham. Para atraer talento internacional los extranjeros que venían a trabajar a España tributaban durante los cinco primeros años únicamente un tipo fijo del 24 % de su salario, como no residentes. Esto supuso que un salario de 10 millones de euros en España dejara al jugador 7,5 millones netos, mientras que en otro país la cifra se reducía a cinco millones. Esto facilitó a muchos clubes españoles fichar talento en el periodo del 2005 al 2010, pero sobre todo al Real Madrid crear su constelación de «galácticos».
No solo las diferencias en impuestos crean ventajas o desventajas. También la cultura. Las cifras en EE. UU. son brutas, no como en Europa. Allí los impuestos se los pagan ellos, igual que el porcentaje a sus agentes. Es decir, el Jerry Maguire o el Scott Boras de turno cobran de su representado. En Europa la costumbre es la contraria. Así, el Barcelona contrató a Ibrahimovic un año y le transfirió al siguiente, pero el contrato con su representante era por cinco años y no fue transferido. O, por qué no, el interés que puede tener estar en una determinada ciudad o región. Como Kevin Durant y sus negocios en Nueva York, que le llevaron a Brooklyn; o LeBron James en el ocaso de su carrera firmando por Los Angeles Lakers para estar cerca de Warner. David Beckham marchó a EE. UU. para jugar en la MLS, la liga de soccer (fútbol europeo) que se deseaba promocionar y hacer crecer internacionalmente. Todavía minoritaria, por no ser del gusto del público americano (que busca tanteos altos, descansos para publicidad y momentos impactantes o highlights), la presencia de David Beckham atrajo atención y le generó gran cantidad de ingresos publicitarios además de convertirle en una marca global. Elegir un equipo de la meca del cine, Los Angeles Galaxy, no fue algo casual. Los ojos de todo el planeta se posaron sobre él. No todo el mundo está preparado para algo así, sobre todo siendo consciente de ello. El público no solo busca ídolos y emociones, también busca realidad y autenticidad. Y Beckham buscaba entrar en el mercado más grande del mundo para ampliar su marca. No olvidemos que California es la séptima economía del mundo si miramos únicamente su PIB, y el primer referente en entretenimiento del planeta. El mejor lugar para crear una marca llena de valores auténticos. Ahora David lidera la creación de una nueva franquicia en Miami. Y es que nada como una marca auténtica para crear interés. Lo que cierra el círculo sobre lo que buscamos en los shows deportivos y por qué se diferencian de películas o series: autenticidad.
Han llegado a aburrirnos esos actores que expresan emociones falsas. Nos cansa la pirotecnia y los efectos especiales. Si bien el mundo de Truman es en ciertos aspectos una falsificación, el propio Truman no tiene nada de falso. Sin guion. Sin apuntador. No es simple Shakespeare, pero es genuino. Es una vida. (Fragmento de El show de Truman, de Peter Weir, 1998)
Truman, el apellido del protagonista, se pronuncia en inglés como «True Man», que podemos traducir por «hombre verdadero». El Show de Truman se parece mucho en su concepción a un cortometraje de Felipe J. Luna rodado en 1996, Te lo mereces, protagonizado por Carlos Iglesias y Ramón Langa, en el que el primero es invitado al concurso más importante de la historia de la televisión donde descubre que toda su vida es falsa y que es un personaje de un programa de televisión ya que fue adoptado por un canal de televisión.
—Tengo entendido que Truman fue el primer niño adoptado legalmente por una corporación.
—Exacto.
—El programa ha generado unos beneficios que suman una cifra equivalente a la del producto nacional bruto de una nación pequeña.
—Se olvida que necesitamos una población equivalente a la de un país.
—Dado que se emite veinticuatro horas al día sin interrupciones publicitarias, esos enormes beneficios se generan por el sistema de publicidad encubierta.
—Así es. Todo está en venta. Desde el vestuario de los actores y lo que comen hasta las casas en las que viven.
—Y por su puesto todo figura en el catálogo Truman. Nuestras telefonistas les atenderán a cualquier hora. Christopher, una pregunta. ¿En su opinión por qué cree que Truman nunca ha pensado plantearse la naturaleza del mundo en el que vive hasta ahora?
—Aceptamos la realidad del mundo tal y como nos la presentan. Así de sencillo.
(Fragmento de El show de Truman, Peter Weir, 1998)
En el transcurso de la película el director del show reconoce como el product placement es el que permite generar ingresos en un mundo ficticio sin cortes publicitarios. En las producciones actuales se hace necesario diversificar los ingresos, desde el product placement a los cortes publicitarios tradicionales, pasando por las plataformas de pago (HBO, Netflix, Amazon y Apple están cambiando las reglas del juego) que viven de una audiencia que prefiere pagar antes que consumir publicidad y sobre todo que busca un producto cada vez más elaborado y costoso. En la época de oro de las series de televisión tiene todo el sentido. Un blockbuster de cine cuesta más de 100 millones de euros y nos proporciona un par de horas de contenido, una serie cuesta una cantidad parecida y una temporada son más de veinte capítulos, veinte días para interactuar con la audiencia, fidelizarla, conocerla. Y si ahora Netflix o HBO ponen de moda series y temporadas más cortas es porque de nuevo los cambios sociales han facilitado un nuevo tipo de consumo.
No olvidemos tampoco que el hecho de que un canal recurra a producir un reality, en la ficción o en la realidad, también obedece al coste de producción. No solo se generan muchas horas de contenido, sino que también enganchan a la audiencia, que quiere saber lo que sucederá en el capítulo siguiente. Por este motivo, por la importancia de que el contenido sea exitoso y genere audiencia la labor de casting, de selección de participantes, resulta tan importante. Tienen que reflejarse perfiles con los que se identifique cualquier perfil de audiencia. Además, aunque parezca que no hay guion, siempre hay una hoja de ruta, es necesario mantener la tensión argumental y que sucedan cosas. La emoción y la incertidumbre que encontramos en el deporte aquí debe estar asegurada con escaletas y planes de contingencia. Encontrar un buen personaje, un animal mediático, es de vital importancia. Claro que en esta película se lleva al extremo el star system y esta situación: nada mejor que un personaje real que desconoce el montaje que hay detrás para darle realidad al telespectador y, por lo tanto, audiencia y retorno publicitario. Por cierto, muchos de estos realities se apoyan en estrellas del mundo real, sobre todo deportistas. La convergencia es lo que tiene. Diversificar los modelos de negocio es un imperativo de la industria.
El problema en el personaje de Truman sucede cuando él empieza a plantearse que se puede romper con lo establecido. Para acotar ese riesgo, los productores del programa le habían hecho trabajar en una empresa aseguradora, para que estuviera siempre sujeto a miedos… ¿Va a dejar ahora de pagar su hipoteca si se marcha, tal y como le dice su mujer? La presión del grupo, el sesgo de confirmación es lo que se busca para influir en la audiencia. Pertenecer a un grupo con el que se comparten emociones y éxitos. Todo gracias al talento de los actores o los deportistas, los cuales saben que son parte del espectáculo, pero por otra parte no quieren ser marionetas. Saben que son un producto y que contar una historia, crear una marca y usar adecuadamente los medios de comunicación son aspectos clave. Y esto para los que llegan a alcanzar su sueño, ya que incluso así muchos se quedan por el camino. Películas como En fuera de juego (David Marqués, 2011), en clave de comedia con Fernando Tejero, o Diamantes negros (Miguel Alcantud, 2013) en clave de drama tocando la temática de niños africanos que llegan a Europa a jugar a fútbol buscando al próximo Drogba, muestran la cara del fútbol más amarga.
La realidad de cada día nos impacta con la crudeza de otros casos reales. Mary Cain, la niña más rápida de EE. UU., sufrió un calvario al unirse al grupo de trabajo de Alberto Salazar. Sin psicólogos apropiados, con un equipo de hombres como entrenadores que no tuvieron en cuenta las particularidades de su edad y condición, se le exigía adelgazar dramáticamente, lo que le provocó serios problemas de salud, pérdida de la regla y roturas de huesos, llegando a pensar en el suicidio. Lo explicaba ella en primera persona en un vídeo para NYT. O Alysia Montaño, que utilizaba el lema de su principal patrocinador, «Crazy dreams», sueña locuras, para denunciar que recortaban los emolumentos que le aportaban por haberse quedado embarazada. En el primer caso la marca implicada, Nike, anunciaba medidas. En el segundo la atleta pasó de una patrocinador (Nike, 2013) a otro (Asics, 2016) para finalmente terminar con un tercero más concienciado con su situación. En este tiempo ha cumplido sus sueños deportivos y personales, aunque quizá no del mejor modo posible. Pero estas situaciones, alejadas de las de las grandes estrellas y a menudo desconocidas, son el día a día para millones de deportistas de todo el mundo en múltiples disciplinas.
La realidad de inocentes jóvenes que buscan hacerse millonarios, o simplemente como Sadio Mané conseguir para ellos y otros una vida mejor gracias al deporte, y que terminan por descubrir la parte más tenebrosa del negocio del espectáculo, tal y como lo definía Hunter S. Thomson. La parte de los agentes, los clubes o las productoras, las lesiones y los contratos, un mundo en el que muy pocos logran triunfar, aunque muchos lo intentan, y en el que alcanzar al éxito no siempre significa lo que creían. Eso sí, todos ellos, en mayor o menor medida, lo hacen por amor, como Truman, ya sea a su deporte favorito o al mundo del espectáculo. Y, al igual que Concha Velasco en la TV Movie de 1989 dirigida por Fernando Navarrete, gritan a los cuatro vientos: ¡Mamá, quiero ser deportista!
Magnífico final para un magnífico artículo.
Sólo quisiera hacer una corrección: La última final disputada por los Knicks fue en la temporada 1998/99, la del cierre patronal.
Gran conjunto de articulos.
Con respecto a la diferencia entre como se gestiona los deportes entre EEUU y Europa es muy curiosa, porque la zona genuinamente capitalista tiene una manera de organizar el deporte de una forma tan cerrada que se podría considerar una dictadura comunista. Sin embargo la zona socialista tiene un mercado deportivo practicamente libertario. En lo que encajan los dos modelos como un guante es en la falta de principios mientras el dinero fluya.
Magistral cada uno de los artículos. Mil gracias Guillermo.