Destinos Ocio y Vicio

El horror que se cernió sobre Sanzhi

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Fotografía: Yeowatzup (CC).

¿El distrito Sanzhi, dice? ¿Estamos hablando del mismo lugar, señor Ortega? ¿Esa brumosa zona costera donde, hasta hace poco, se alzaba una grotesca urbanización abandonada con casas que parecían platillos volantes? Escúcheme bien, señor Ortega, es usted uno de los mejores clientes de nuestro estudio de arquitectura y sabe que siempre hemos atendido sus peticiones, por extrañas que fueran, pero permítame explicarle las razones por las que le desaconsejo construir un centro comercial en el distrito Sanzhi y, en caso de que decidiera hacerlo, tendría que buscar a otro arquitecto. Siento decirle que yo no me atrevería a acometer ninguna clase de proyecto en esa zona. Y no es que mi imaginación se haya dejado influir por las supersticiones y habladurías que abundan sobre Sanzhi. Yo visité ese lugar cuando las casas-ovni aún estaban en pie y tuve que abandonarlo al poco rato: sentí mareos, náuseas, escalofríos y la sensación de ser observado por amenazantes presencias. Créame, señor Ortega, ese lugar está maldito.

Sé que se trata de una zona muy golosa para montar un negocio: vistas al mar, cimientos edificables, cercanía de una gran urbe… Pero, insisto, yo estuve allí y las vi, tuve oportunidad de vagabundear sobre lo que parecían ruinas de otro mundo, colarme en las estrambóticas construcciones abandonadas que se asemejaban a vetustos ovnis, contemplar los lagos artificiales de agua oscura y pantanosa, y sentir la presencia del Mal como nunca la había sentido antes. Es mi deber informarle de que tanto usted, como los promotores, como los obreros que se encargarían de la construcción correrían un grave peligro si llegaran a acometer cualquier tipo de empresa en ese lugar aborrecible, donde no han sucedido más que horrores y calamidades. ¿No me cree? ¿Piensa que no son más que paparruchas? Pues solo le pido una cosa. Siéntese, relájese y deme unos minutos de su valioso tiempo. A continuación, le contaré una escalofriante historia que quizá le haga cejar en su empeño de construir un centro comercial en tan detestable rincón del planeta.   

La urbanización de nunca jamás

Con casi cuatro millones de habitantes, Nuevo Taipéi es la ciudad más poblada de Taiwán. En su parte norte, bordeando la costa, se encuentra el distrito de Sanzhi, que ocupa un área de casi sesenta y seis kilómetros cuadrados donde viven poco más de veinte mil almas. ¿Se sitúa usted? Bien. Pues ahí se encontraba el complejo vacacional abandonado en cuyos cimientos pretende usted edificar. La urbanización era popularmente conocida como «casas-ovni de Sanzhi» por el extraordinario parecido de los edificios con naves extraterrestres. El origen de estas futuristas construcciones se remonta a 1978, año en que los promotores iniciaron las obras con toda la ilusión del mundo. En verdad era uno de esos planes inmobiliarios que convierten a sus constructores en hombres ricos: crear un idílico y sofisticado lugar de vacaciones para los militares estadounidenses destinados al norte de Taipéi, procedentes de las misiones de Asia Oriental. Como usted recordará, en aquel momento las relaciones diplomáticas entre China y Estados Unidos eran excelentes gracias a la labor diplomática del presidente norteamericano Jimmy Carter y su homólogo chino.

La idea original de construir casas con forma de ovnis partió de Yu Koh Chow, un fantasioso fabricante de plásticos de la empresa Sanjhih Township que pensó que saldría de pobre con tamaña ocurrencia. El proyecto fue encargado al arquitecto finlandés Matti Suuronen, famoso por ser autor de «Futuro», una casa prefabricada en plástico y poliuretano que tenía forma de platillo volante. Suuronen, que llegó a vender alrededor de un centenar de casas Futuro por todo el planeta, parecía el hombre ideal para convertir aquel verde y frondoso rincón de la costa taiwanesa en una meca del turismo interior. O, al menos, eso creían los avispados promotores inmobiliarios que tuvieron una idea que, a la postre, solo traería caos, muerte y destrucción.

Veinte mil esqueletos y un dragón chino

El proyecto de las casas-ovni de Sanzhi estuvo gafado desde el minuto uno. Cuando los camiones, grúas y demás vehículos necesarios para iniciar la construcción llegaron a la zona, se toparon con el primer obstáculo: un inmenso dragón chino de piedra plantado en plena entrada interrumpía el paso con una contundencia milenaria. Ansiosos por empezar a trabajar, los obreros no se limitaron a apartar el dragón a un lado, sino que lo partieron en dos, en lo que muchos expertos en asuntos esotéricos consideran el punto de partida del desastre. Romper un dragón chino no es moco de pavo; estamos hablando de una bestia mitológica en la que se integran partes de nueve animales: ojos de langosta, morro de buey, nariz de perro, cuernos de ciervo, bigotes de bagre, melena de león, cola de serpiente, escamas de pez y garras de águila. Como representación del concepto de yang, que viene a ser el principio activo y masculino, el dragón es un símbolo sagrado en la mitología china. Romperlo fue un acto temerario que, de alguna manera, rompió el equilibrio cósmico, cosa que pudo influir en el trágico devenir de las obras. 

Además de la ira del dragón, hay otra teoría que quizá le suene aún más descabellada, de la que ciertos lugareños hablan en susurros cuando beben demasiado licor de baijiu. La empresa constructora trató de ocultar a toda costa esta hipótesis, pero al final fue filtrada por los obreros que bajaban a emborracharse a las cantinas de la ciudad, que juraban y perjuraban que, al excavar en el terreno donde se construirían las casas-ovni, habían desenterrado alrededor de veinte mil esqueletos de soldados holandeses del siglo XVII

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Fotografía: Yeowatzup (CC)

Le considero un hombre culto, señor Ortega, y supongo que ya sabrá que durante mucho tiempo la isla de Taiwán estuvo habitada únicamente por pueblos de origen malayo-polinesio, pero en el siglo XVII fue ocupada por españoles, chinos, japoneses y holandeses. Como consecuencia de alguna sangrienta batalla perdida, miles de soldados holandeses fueron enterrados malamente en el subsuelo de esta zona de Sanzhi. Es muy probable que a los esqueletos de esos soldados, o, si quiere, a sus respectivas almas en pena, no les hiciera la menor gracia que, siglos después de la susodicha batalla, los descendientes de los odiosos hombrecillos de ojos rasgados que los habían aniquilado turbaran su descanso y los arrancaran de sus tumbas a golpe de excavadora, sin presentarles siquiera sus respetos con mantras, como exige la tradición del lugar. Como buen aficionado a la literatura de horror que soy, sé que los fantasmas tienen muy mala leche cuando se les molesta y, si seguimos con esta hipótesis, no es disparatado imaginar que fueron ellos quienes perpetraron la escabechina que tendría lugar a lo largo de los dos años que duraron las obras de construcción. 

Obras son terrores

La constructora Yu Chow empezó las obras en 1978 y las detuvo en 1980, alegando bancarrota porque supongo que no queda muy bien hablar de «fantasmas» y «maldiciones» en los documentos oficiales. En ese par de años, el trabajo de construcción se convirtió en una actividad lenta y penosa, debido a los constantes fenómenos paranormales que castigaron no solo a la obra y a los obreros, sino también a todo el distrito de Sanzhi. 

Los primeros meses el trabajo avanzó a trancas y barrancas debido a las adversísimas condiciones climatológicas. La costa fue azotada por un virulento tifón que transformó la jornada laboral de aquellos infelices en un infierno, y puso en evidencia la fragilidad de las casas-ovni, muy bonitas por fuera pero con unas estructuras poco aptas para aguantar los tifones, tsunamis y terremotos, tan habituales en la zona. El estropicio hizo perder mucho dinero a la empresa constructora y fue el primer aviso de unas fuerzas maléficas que no estaban dispuestas a amilanarse ante ladrillos y hormigoneras.

Pero la construcción continuó contra viento y marea. Y fue entonces cuando empezaron las muertes. A lo largo de los dos años que duró la obra, fallecieron en inexplicables circunstancias la friolera de veinte obreros. Algunos de ellos murieron en la controvertida zona de entrada, antes ocupada por el dragón chino. Las causas de los decesos fueron múltiples, desde ridículos tropezones hasta accidentes con maquinaria pesada. Otros sufrieron caídas, fiebres, indigestiones o infartos que acabaron con ellos o los hicieron pasar largas temporadas en el hospital. Asimismo, hubo incontables accidentes de tráfico en la carretera adyacente a la obra. Como recuerda Cheng, uno de los trabajadores que sobrevivieron a la debacle, «he currado en muchas obras, pero en aquella había un ambiente muy raro, algo malo que subía desde las tripas de aquel lugar. No sabría explicarlo y prefiero olvidarlo». 

Como consecuencia de la ola de muertes, muchos de los obreros colgaron los bártulos y se marcharon con viento fresco. Entre los motivos del abandono, más de uno aseguró haber visto dando tumbos y alaridos por la entrada de la obra a alguno de sus compañeros fallecidos. Los médicos tomaron estas declaraciones como un síntoma de enajenación mental provocada por el shock de los accidentes, pero lo cierto es que según iban muriendo obreros la sensación de mal rollo que emanaba del lugar era más y más intensa. El motivo sería que a la ya molesta legión de fantasmas holandeses se fueron uniendo los obreros fallecidos en la propia obra. El boca a boca corrió como la pólvora y los numerosos lugareños de Sanzhi que antes se acercaban a la zona para darse un chapuzón dejaron de hacerlo: la bañera de su casa era mucho menos peligrosa que una costa en la que sanguinarios y vocingleros espectros campaban como Perico por su casa.

Pese a que esta situación entorpeció de forma notable el avance de las obras, las casas iban tomando forma, con un aspecto bastante marciano y un tanto kitsch. Cada edificio se componía de varios módulos redondeados encajados en un pilar de hormigón hueco de base cuadrada donde se hallaban las escaleras para acceder a las viviendas de fibra de vidrio. Las casas del recinto eran todas iguales, pero estaban pintadas en distintos y muy llamativos colores que le daban al conjunto un aire psicodélico que recordaba al futuro, sí, pero a un futuro de pacotilla, guasón, casi sardónico, como el imaginado por Woody Allen en la película El dormilón.

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Fotografía: Carrie Kellenberger (CC)

Amén de los edificios, los obreros fueron construyendo, a trancas y barrancas y entre constantes calamidades, un parking subterráneo, grandes jardines y una suerte de parque acuático que incluía falsas cuevas, lagos artificiales y toboganes de plástico. Pero los estragos provocados por las presencias maléficas del lugar hicieron que la compañía constructora se arruinara y, en diciembre de 1980, se declarara en bancarrota, dejando el proyecto avanzado pero inacabado. Y ahí se quedaron las casas-ovnis, flamantes y abandonadas, como recién caídas del cielo. Los únicos habitantes de esa deshabitada urbanización eran los numerosos espectros que aterrorizaban con su presencia a los incautos que osaban poner sus pies en aquel peligrosísimo foco de actividad paranormal.

La caída de las casas-ovni

Por desgracia, la historia de la urbanización fantasma de Sanzhi no acaba aquí. Cualquier animalillo en sus cabales escaparía de ese lugar como alma que lleva el diablo. De hecho, en la zona ya no hay ni moscas. Pero la ambición humana no se achanta ante nada. Ni siquiera ante unos espíritus tan sanguinarios como los que atestan ese verde rincón de la costa taiwanesa.

En 1989, la marca de cerveza local Tsai Chin-Hsien tuvo la infeliz idea de aprovecharse del grotesco atractivo de las casas-ovni. El plan consistía en terminar los edificios y transformar la urbanización en un resort temático a mayor gloria de su espumosa bebida. Frotándose las manos, los inversores del grupo hotelero Hung Kuo aportaron veinticuatro millones de dólares para llevar adelante un proyecto que les permitiría ampliar su negocio y sacar una jugosa tajada. Sí, habían oído los rumores de la maldición que asolaba el lugar, pero pensaron que eran zarandajas propias de mentes pueblerinas e incultas. Craso error. Los espectros de las casas-ovni no estaban dispuestos a dar su brazo a torcer. Esta vez no hubo muertos, pero sí poltergeists para parar un tren, y no digamos una obra. Temblores de tierra, vientos huracanados, relámpagos y cientos de figuras negras flotando por todas partes mientras emitían cacofónicos chillidos y horrísonas carcajadas. Pocos meses después, el grupo hotelero se retiró del proyecto, alegando falta de acuerdo con la compañía cervecera. Una vez más, nadie tuvo valor para denunciar públicamente lo que de verdad sucedía en aquellas tierras, porque a nadie le gusta que lo tomen por chiflado.

Tras esta segunda intentona fallida de explotar las casas-ovni, ya nadie volvió siquiera a acariciar la idea de montar chiringuito alguno en la zona. Durante veinte años, las casas-ovni permanecieron abandonadas, adquiriendo con el tiempo un aspecto más y más siniestro y amenazante. Algo que no fue óbice para que turistas, curiosos, exploradores de lugares abandonados y otros insensatos frecuentaran la zona en busca de fotos impactantes y escalofríos ballardianos. Encontraron ambas cosas en cantidades industriales, y más de uno acabó encerrado en una celda acolchada, babeando y con el pelo blanco.

Conscientes del peligro que entrañaba vagabundear por esos edificios dejados de la mano de Dios, las autoridades municipales llevaban años haciendo gestiones para demolerlos; el problema era que aún pertenecían a la empresa Hung Kuo. Cuando esta quebró devorada por las deudas, tres bancos se repartieron la urbanización. En ese momento, el Gobierno de Taipéi se hizo con ella con el único objetivo de destruirla. 

Las obras de demolición empezaron en diciembre de 2009 y acabaron en enero de 2010. Curiosamente, no hubo muertos ni heridos. Quizá por ello, Chin Hui-chu, el escéptico y ambicioso director del departamento de Turismo y Viajes de Taipéi, planea volver a las andadas: «Nuestra idea es construir hoteles, instalaciones playeras y todo lo necesario para transformar la zona en una gran atracción turística», ha declarado recientemente. Y aquí es donde entra usted, señor Ortega. Necesitan centros comerciales. Piensan que ganarán mucho dinero, pero solo desencadenarán una nueva catástrofe. Por el amor de Dios, piénselo bien. Estoy completamente convencido de que ese lugar está infestado de fantasmas. ¿Que cómo estoy tan seguro? Está bien, no lo tenía previsto, pero como veo que es la única forma de hacerle entrar en razón, se lo diré: yo soy uno de ellos. Sí, soy un ectoplasma. ¿No me cree? Mire, mire como floto. ¡Sí, ja ja ja, ahora grite y corra! ¡Solo espero haberle dado un buen susto y que su maldita empresa no vaya a Sanzhi a profanar la tierra, emponzoñar el agua y molestar a mis veinte mil hermanos que descansan en paz bajo la hierba!

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2 Comentarios

  1. Un capítulo de la serie Electric dreams de Philip K. Dick está basado en esta construcción. Una pesadilla muy recomendable

  2. Genial. Un relato de horror basado en hechos reales bien documentados. Y ¿quién sabe? Hasta podría tener un núcleo de verdad.

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